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CUENTOS PARA MAYORES
CUENTO EN QUIEBRA (por Adam Czerniawski)
I
Por la mañana me despertó el cartero con una carta certificada de Teofil. Antes de abrir el sobre me fui a pre-parar un café. El día estaba nublado y ventoso. El café se salió por los bordes porque el brinco que di desde la ventana hacia el horno no fue suficientemente rápido. Con todo, logró salvar gotas suficientes para llenar la taza. Me senté a la mesa y corté el sobre con la vieja navaja que me había comprado hacía unos años en Florencia. El esplendoroso mango era de plata. Era la única cosa de valor que me quedaba. La carta era breve y concisa:

¡Querido Wiktor!
me acaba de informar R. que le debes £40 (en letra, cuarenta libras esterlinas). La noticia me ha dado una enorme alegría porque ahora tus deudas ya superan los £50 (en letra, cincuenta libras esterlinas), así que podemos solicitar la declaración de quiebra por vía judicial. R. y Marcin coinciden conmigo que, teniendo en cuenta tu delicada situación, esta será la mejor solución -esto te permitirá empezar una nueva vida con la carte blanche en la mano.
Un abrazo,
Tu fiel amigo,
Teofil

Me puse a cavilar. En pocos días se iniciaría el procedimiento, asignarían un tutor para mis escasos bienes, nombrarían una comisión de acreedores encargada de realizar la revisión de mis balances y organizarían un sondeo público.

II
Al poco tiempo, fui informado de la obligación de entregar al tutor el anillo de oro y el collar con un dije de diamante que le había regalado a Ola. Aquel requerimiento tenía como objetivo «incrementar el valor de (mis) bienes que pasaban a disposición de los acreedores». Como resultado, Ola se enfadó conmigo y aquellas espléndidas obras de los orfebres florentinos acabaron cubriendo los costes del percal de Teofil. En las decla-raciones iniciales, Ola hizo una pequeña alusión sobre mi estilo de vida licencioso -¡vaya detalle! Teofil pro-nunció unas palabras en relación con la «especulación en la bolsa por parte de unos aficionados» e inversiones «imprudentes». Marcin declaró, bajo juramento, que la caída de la empresa Stelp Wakerbath & Co se vio acelerada a causa de unos gastos vertiginosos por el rebuscado tipo de café que consumía invariablemente el principal accionista de la empresa. Además, salió a la luz que yo llevaba casi tres años sin pagar impuestos.
No era de extrañar pues que el juzgado se formara una opinión poco favorable de mí y que me resultara difícil tachar la mancha en mi honor. De acuerdo con la legislación vigente, tenía el derecho de quedarme con veinte libras (en letra) y con la cama; la casera me regaló unos cuantos trastes. Me iban a permitir también que me quedara con las «herramientas de trabajo». El hecho de no poseer tales hizo que se derrumbara mi fama de «caballero sin miedo y sin tacha» -«chevalier sanz peur et sanz reproche», como solemos decir en la jerga de nuestro sector. Además, durante tres años me iban a citar e interrogar en la Sección Examinatoria con el fin de evaluar mi «evolución» (?). Tampoco podía pedir prestadas cuotas superiores a £10 sin prevenir de mi pasado «infame». No obstante, conseguí preservar escondida la navaja florentina.

III
Había que empezar la vida desde el principio. Decidí dejar de tomar café.
Al día siguiente, después del juicio, me fui de balde a Brighton, que entonces, a principios de primavera, estaba todavía totalmente desolada. La costa, desértica y fría, invitaba a meditar. Teofil no me iba a perdonar nunca los comentarios que yo había hecho en varias ocasiones sobre las baratijas que él hacía en su fabricucha sucia y destartalada. Marcin siempre me daba a entender que, si trataba conmigo, era para hacerme un gran favor y, por otra parte, yo le daba envidia por Ola. En realidad, sólo podía contar con Tytus K., un compañero, que era mayor que yo, con el que había trabajado en la empresa Peltz-Brooke Uni versal Bankers y que, hasta aquel momento, me había brindado ayuda en forma de préstamos a corto plazo que me resultaban, en un 1 por ciento, más ventajosos que los del mercado. Cómo lo hacía, no lo sé.

Pero, ¿valía la pena realmente remover el pasado? Yo no tenía predisposición innata, ya no digamos for-mación específica, para el negocio de la venta al menor de la mercería ni ropa interior femenina. ¿A lo mejor debía lanzarme y dedicarme a los productos del futuro, los rajones, plásticos y otros materiales sintéticos? Fuera como fuese, lo principal era intentar rehabilitarme a los ojos de Ola.

Era una tarde temprano. El paseo, la arena, el mar y el cielo descansaban bajo la cubierta gris uniforme. De vez en cuando pasaban volando unas manchas de gaviotas chirriando.
En realidad, lo que tenía que hacer yo, era organizar un torneo, arrojar el guante a aquellos tres y limpiar la mancha con la lanza ante los ojos de Aleksandra (Ola) Jadwiga de los Narutowicz Browne o bien caer ante sus pies en un charco de sangre.

-Señores, ¡¿soy un caballero de la Mesa Redonda o no lo soy?!
-Sí, lo eres, tranquilízate -contestación a coro.
-Les estoy agradecido, compañeros.

A la vuelta de Brighton encontré una carta del Gremio de los Mercaderes de Paños en el que me comunicaban el hecho de haberme eliminado de la lista de sus miembros. Era algo que ya me esperaba pero, de todas formas, me dolió mucho. Pensé que, incluso si lograba organizar el torneo, ¿vendrían los convocados?, ¿podía ser considerado un caballero alguien en una situación como la mía?

Como último recurso tracé una breve carta dirigida a los Caballeros por la Defensa de la Honra de Santa Margarita. Ellos tenían el lema Honi soit qui pense. Les expuse los detalles de mi delicada situación e inquirí si el torneo era aconsejable.

Por el camino a Correos topé con Hubert, un compañero de los años de facultad. Él se movía en los círculos llamados artísticos, con lo cual nos veíamos poco. Tal como me lo figuraba, la noticia de mi ruina no había llegado todavía a sus oídos. Fuimos a un bar ameno cerca de Gloucester Road. Después de un intercambio de banalidades exigidas socialmente, decidí decírselo todo. Di una imagen muy vaga del juicio sabiendo que los detalles le aburrirían. Por el contrario, la tacha en mi honor la presenté con una luz fuerte. Mencioné también el torneo.
Me escuchó con escepticismo. No captó la relación entre, como dijo, la «venta del percalito» y el honor. Yo no me encontraba con fuerzas para persuadirlo, así que dije sólo que me quedaba sin dinero y que, en definitiva, todo concluía allí. Me acompañó en el sentimiento. Sonó sincero, y yo, sin saber porqué, lo atribuí a su carácter artístico. Quise que supiera lo mucho que apreciaba sus palabras y buscaba en la mente una expresión adecuada, cuando de repente Hubert irrumpió:

-¿Has escrito poemas alguna vez?
Me lo quedé mirando un rato:
-Sí, a veces me ha dado por garabatear algo. ¿Quién no lo hace de joven?
-Perfecto. ¡A poner las manos en la pluma de nuevo!
-Y, ¿para qué?, ¡por Dios!
-Sin gran esfuerzo te va a caer algo de pasta.
Me lo quedé mirando otra vez fijamente. Se nos acercó una camarera, así que pedí dos cafés. Hubert siguió:
-Y encima vas a ganar fama de trovador y podrás participar en los torneos sin derramar sangre.
Nos sirvieron el café. Para restablecer el equilibrio, alargué el brazo para coger el azucarero, pero Hubert prosiguió brutalmente:
-¿Quieres ser un poeta revolucionario? -Me temblaba la mano cuando echaba el azúcar en el café-. Tendrías éxito garantizado nada más empezar. Un producto de este tipo garantiza una amplia popularidad, prácticamente de masas, y manutención del Estado. O, si esto no te convenciera, podrías empezar como Bruno Radkiewicz, desde el extremo totalmente opuesto. Preséntate como un poeta hermético, como artista y esteta, como hombre de la cultura y conocedor del legado histórico. Tu erudición caballeresca te servirá de ayuda. Y si la izquierda te pusiera pegas, publicas un estudio sobre los elementos populares en el Tristan de Wagner, por ejemplo.
No pude soportar más aquellos disparates. Bebí el café de un trago y me levanté de la mesa sin más. Hubert saltó de la silla para seguirme pero enseguida se contuvo. Cuando me giré, ya en la puerta, él estaba en medio de la sala ligando con la camarera. ¡Siempre van de la mano el dárselas de listo y dársela con las tías!

IV
Ya en casa, me puse directamente a leer las obras de Milton que acababa de pedir prestadas de la biblioteca municipal. Siendo un hombre de honor como soy, no podía hacer caso a aquellas insinuaciones de Hubert. ¡No sólo esto! No podía dar crédito que alguien fuera capaz de explotar y ultrajar sin escrúpulos ese magní-fico medio de expresión de las inquietudes idealistas del ser humano. En aquel momento perdí toda la sim-patía por Hubert y por gente de ese tipo. La lectura de los dos primeros volúmenes de El paraíso perdido me devolvió la paz interior. Luego leí mi obra preferida del hereje anglicano, Herbert, en la que un labrador desmañado de los bienes del Señor emprendía un viaje lejano para ver al Amo de estos y pedirle un préstamo y el perdón. Aquella vez el poema me conmovió mucho ya que yo también me encontraba sólo, arruinado y sin esperanza alguna.
Antes de retirarme, tracé dos sonetos.
V
A la mañana Correos me hizo llegar una carta de los Caballeros con el siguiente contenido:
En respuesta a su correspondencia, me complace comunicarle que el torneo se celebrará el próximo sábado en el campo de San Martín en Clapham Common. Para llegar, deberá coger el ferrocarril hasta Clapham South o el autobús nº 189. La ventanilla abre a las 9:00, entrada al público a partir de las 10:00. Los Caballeros por la Defensa de la Honra de Santa Margarita no responden del desarrollo del torneo.
Dominik (equus)

Pese a todo, la digna argumentación de mi solicitud fue aceptada y ¡el torneo se llevaría a cabo!
Correos me trajo también una postal de la Sección Examinatoria (sí, una postal, ¡para que todo el mundo pudiera leerla!). La letra parecía la del fiscal jefe de un juzgado inapelable de Chorzów. Me citaban para comparecer aquella misma tarde (la vejación de los arruinados está a la orden del día). Para darme ánimo, decidí afeitarme. Me quedaba sólo un paquete pequeño de hojas de afeitar baratas y no podía ni soñar en provisiones nuevas. Confiaba que la casera me prestaría sus enseres o intentaría hacer algo con la navaja florentina.
Justo en aquel momento llamó Ola:
-¿Qué tal te va, Wiktor?
-No del todo mal, gracias, y ¿tú, qué tal, Ola, cariño?
-Me voy al cine con Stefan.
-Eres infiel.
-Vaya estupidez, ¿cómo se te ocurre decir eso?
-¿Para qué me llamas?
-Para saber qué tal estás.
-Pues, se va acelerando la marcha de los acontecimientos.
-Me gustaría ayudarte.
-Ah, ¿sí?
-¿No me crees?
-En mi situación hay sólo una solución.
-Ahórrame gestos melodramáticos, por favor.
-¿A qué te refieres?
-Lo sabes muy bien.
-Yo trato de salvar mi honor y no proseguir con la infamia. Pasado mañana participaré en el torneo que lo va a resolver todo. Para llegar allí hay que coger el ferrocarril hasta Clapham South. Nos vemos.
Y colgué.
Aquella conversación estúpida me turbó. Nuestra realidad común era muy diferente. Empecé a recordar todas las noches de felicidad que había pasado con Ola. Componíamos, entre los dos, un espléndido poema sacro, hacíamos el papel de grandes amantes de la Edad Media. Ola era la dama de mi corazón, que vivía en una torre lejana, era una rosa en flor en medio de un jardín espacioso y primorosamente cuidado, mientras que yo era un escudero-peregrino, un escolar y paje que a hurtadillas se aproximaba hacia la flor de la felicidad entonando un canto de los trovadores.
VI
Por la tarde me presenté en la Sección Examinatoria a la hora señalada. El Secretario General leyó el resumé de mis actuaciones posteriores a la declaración de quiebra. Este contenía un párrafo dedicado a mi escapada a Brighton y a mi encuentro con Hubert en Gloucester Road. Fue leída también la carta de los Mercaderes de Paños (nada nuevo) y un escrito de los Caballeros en el que informaban al Instructor sobre el torneo. Después del Secretario, hizo un largo discurso el Contable de la Corte pero, de lo que dijo, entendí sólo que nuestras cuentas se encontraban en un estado lamentable desde hacía más de tres años (¡yo nunca había tenido cabeza para los balances!) lo cual constituía un delito realmente grave según subrayaron en las diligencias. La Oficina tenía también conocimiento de mis intentos poéticos pero, al tratarse de una actividad sin ánimo de lucro, no llegaron a embargarme los manuscritos.
Se hizo cargo del resumen el Instructor mismo. Afirmó con énfasis que, la contabilidad llevada de forma correcta era, sin lugar a dudas, algo sumamente importante, pero pasaba a un segundo plano ante mi determinación de restituir mi honor mediante la lucha armada. Vistos los preceptos legales, la Sección consta-tó que, ante una situación difícil, yo había actuado de forma modélica (¡vaya, vaya! -subrayado por mí- W.N.), que la relación entre las deudas pagadas y por pagar en general prometía ser buena (¡sic! -subrayado por mí- W.N.), por lo cual tenía todo el derecho a empezar la vida de nuevo como cualquier otro Ciudadano. No obstante, debía entenderse que hasta el torneo yo permanecía privado de honor. El Instructor añadió con énfasis que el fallo de la Sección no me eximía de las obligaciones tributarias y de las deudas que pudieran derivar del fraude.
El cierre de la sesión tomó un carácter casi social. El Instructor indagó sobre el tipo de poemas que escribía, a lo que respondí con amabilidad que se trataba de sonetos shakespearianos, ya que no me salían con facilidad los rimados. Luego el Secretario General invitó al reducido círculo (¡qué extraño! -subrayado por mí- W.N.) de la audiencia a que hiciera preguntas. Un señor mayor anotó la fecha y lugar del torneo (parada en Claphan South, etc.) y halagó mi instinto deportivo. Al mismo tiempo, apuntó que, francamente, mis posibilidades eran escasas teniendo en cuenta el elevado número de antagonistas -que eran tres. Por otra parte, una mujer joven y agradable me preguntó cuál era mi opinión sobre el lema el «arte por el arte» vis-á-vis la situación internacional actual. Le recordé que yo en realidad era comerciante (aunque con la honra lacerada) especializado en las sedas japonesas y en los aranceles del Extremo Oriente. Para no defraudarla añadí que el arte me encantaba y que, por aquel mismo motivo, empecé a escribir sonetos. Incluso estuve a punto de jactarme de mi navaja florentina pero, por suerte, me contuve a tiempo.
En la sala se oyeron unos tímidos aplausos.
VII
¡Estimado Lector! ¡Siento mucho interrumpirte esta apasionante lectura! He de darte la noticia de que el manuscrito de nuestro Personaje acaba aquí y el resto de su historia lo tendré que retratar con mi pluma desmañada. Pero, antes te quiero contar cómo dicho manuscrito llegó a mis manos y qué vicisitudes de la vida lo llevaron hasta aquí. Así que, ¡manos a la obra!
En el año 19-- fui a casa de mi Tío, abogado, Tytus K., que, siguiendo la vieja costumbre, nos invitó, a mi Madre y a mí, a su residencia de campo cerca de L-N-, donde, como es bien sabido, el paisaje es dulce y placentero. En un momento dado, cuando habíamos pasado épocas de ir a casa de mi tío a menudo, con-templé incluso, y muy en serio, la idea de dedicarme a la pintura. Gracias a Dios, mi Tío supo frenar esa idea alocada; y he de confesar que las palabras que más me llegaron fueron las siguientes:
-Eres demasiado inteligente y listo, muchacho, para malgastar tu Talento de forma tan desafortunada. Yo ya te tengo previsto algo que no va a desaprovechar tu extraordinario celebro.
Aquello nos produjo una gran alegría, a mi Madre y a mí. Ella ya esperaba que mi Tío me procurara una posición en el mundo, modesta pero estable y digna.
Percibo, mi estimado Lector, tu impaciencia, así que retomo la narración sin digresiones.
Durante aquellas memorables vacaciones mi Tío quería sondear si yo tenía ciertas habilidades prácticas. Una vez, a la hora de tomar el café se dirigió a mi Madre:
-Urszula, apreciada, en el Despacho de Plata tengo una pila de papeles y ni me acuerdo de su contenido. Si Zdzislaw quisiera echarles una ojeada y catalogarlos, me haría un gran favor y, de paso, aprendería algo útil.
Yo me estremecí en el primer momento ya que hacía buen tiempo y no me ilusionó tener que pasar días enteros en el despacho, que olía a cerrado, y estar entre pergaminos, infolios y manuscritos cubiertos de pol-vo. Pero mi Madre, que al instante se percató de mi pensamiento, me lanzó una mirada severa y contestó rápidamente:
-¡Qué idea más espléndida, Tytus! El chico podrá distraerse un poco. No debe pasar días enteros corriendo y retozando por el campo.
Así pues, mi Estimado Lector, se tomó la decisión y, en poco tiempo, me puse a trabajar, al principio con desgana, pero luego cada vez con más interés. Había allá recortes de periódicos de hacía más de cincuenta años, cuadernos de poemas y dibujos infantiles, diarios, inventarios, oraciones compuestas ad hoc y álbumes de pornografía. Entre todo aquello había un rimero de infolios de mi Tío, es decir, extractos de leyes, anotaciones de los manuales de derecho, demandas olvidadas de los embargadores, carteras de correspondencia referentes a la herencia del Padre L- y planos de los bienes de la familia del doctor R-, donde en el año 19- se había cometido el famoso asesinato cuyos detalles deben de conocer los Lectores de más avanzada edad.
Fue precisamente entre aquella colección, que ya se estaba pudriendo, donde di con el manuscrito de Wiktor N-. Lo leí de una sentada y enseguida fui corriendo a buscar a mi Tío. Afortunadamente estaba solo en el salón (porque, como entenderás, mi Estimado Lector, yo no quería implicar a mi Madre en aquella triste y bastante delicada historia), así que le preguntó directamente (sin pedirle la palabra):
-¿Quién era Wiktor N-?
El Tío Tytus, cogido de sorpresa con mi pregunta repentina, me miró un rato y, cuando su mirada alcanzó el manuscrito que yo tenía en la mano, contestó:
-Creo que debe catalogarse en la carpeta de los casos criminales.
Acto seguido, cogió el periódico y rápidamente se tapó con él. Me quedé allí un rato sin saber exactamente qué hacer pero, al ver que el Tío no percibía mi presencia, me retiré de nuevo al Despacho de Plata para volver a estudiar el manuscrito, esperando descubrir el motivo de la elusión mostrada por mi Tío. Al poco tiempo, en ese mismo cajón topé con una carta con el siguiente contenido:

Bar-le-Duc le 9 sept. 19..
Cher Titus!

J'arriverai á Londres jeudi matin et j'espere de m'installer á Cheniston Court Hotel. Je serai tres contení de vous voir-sans doute vous avez beaucoup á me diré: Víctor N. -m'intéresse de plus en plus.
Alors, á bientót, cher ami
Théophile

Y la respuesta de mi Tío:

My Dear Theo,
I ivas delighted to learn of your impending arri-val and I look forward to having you down here for a week-end. I ara organising a little shooting party but we shell ofcourse have time for a session téte-á-téte. I have one or two rather choice documents, including (would you believe it!) a «poem» - that should tickle your appetite!
Sincerely yours, K.

Y finalmente una tarjeta de negocios, deteriorada y amarillenta:
Jeremiah Srnith Esq., D. D., Ll. B.,
Stadium Manager & Funeral Director
All types of entertainments and services
Quotations on demand
The St. Martin Stadium, Clapham

Seguramente podía encontrar más huellas de aquel interesante caso pero en la cena mi Tío anunció de forma ceremoniosa que ya había cumplido mi cometido magníficamente, que había demostrado mis capacidades, por lo cual debía pasar el resto de las vacaciones divirtiéndome en los campos. Al fin y al cabo, mi Tío no quería que me pasara todo el tiempo haciendo un trabajo sucio (para eso ya tenía al servicio doméstico) sino su intención era sondear mis capacidades, las cuales ya quedaron verificadas plenamente en aquel momento por mi labor.
Intenté protestar asegurándole que el trabajo me interesaba mucho, que ya casi era adulto, por lo que me
resultaba más agradable revolver los cajones cubiertos de polvo que correr por los campos de Lederhosen. Mi Madre me echó una mirada terrorífica y habló con su voz melódica:
-Pero, Zdzisíaw, no te olvides que las vacaciones te deben servir de merecido descanso para tener energía en los exámenes decisivos del año que viene.
Ante aquellas palabras tuve que dar el caso por cerrado. De forma automática miré a mi Tío. Me pareció ver en sus ojos un brillo de triunfo.
Y creo que fue precisamente aquel detalle lo que me obligó a buscar un momento adecuado para entablar una conversación con él en privado. La ocasión se dio justo al acabar la cena, cuando mi Madre se instaló en el Salón con una selección de los escritos de San Francisco de Sales y mi Tío fue a la Biblioteca con una copa del benedictino. Cuando me planté en la puerta de la Biblioteca, mi Tío ya estaba sentado en la butaca cortando las hojas de un periódico. En su mano vi brevemente una navaja en la que seguramente ni me habría fijado si mi Tío no la hubiera escondido al notar mi presencia. Entonces una fuerza interior, que no supe dominar, me hizo gritar:
-¡Qué mango más espléndido! -aunque ni siquiera había tenido tiempo de ver el mango.
En vez de contestarme, mi Tío presionó el timbre y cuando llegó el sirviente, le dijo:
-Franciszek, por favor, llame a doña Urszula y luego haga la maleta de don Zdzislaw ya que, por lo visto, de repente lo han llamado para ir a Londres.
Cuando Franciszek salió, mi Tío, sin apenas poder controlarse, dijo entre los dientes:
-Le perdieron los sonetos. ¡Qué te sirva de lección en la vida, mocoso!


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