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CUENTOS MIEDO Y TERROR
CUENTO CARCAJADA PROFUNDA Y NEGRA (por Wu Ming )
No me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
Y pido un poco de vida,
A veces tengo sed y cada
Día hago preguntas y, como ocurre
Siempre, no obtengo otra respuesta
Sino una carcajada profunda
Y negra. [de Elegía de Javier Heraud (1942-1963) ]



Con desgana, el reportero puso cara de circunstancias, se colocó frente a la cámara y dijo:
- Son las dos de la madrugada y aquí en Bolonia, en el lugar del brutal homicidio, todavía puede verse a mucha gente conmocionada y consternada.
Un momento antes, el cámara había pedido a los presentes que dejaran de reírse y de decir estupideces, para no cargarse el sonido ambiental: -Por favor, estamos trabajando... Nos basta con treinta segundos, por favor...
Esto ocurría casi tres horas después de la escena en la que los maderos se mesaban el pelo con las manos y se daban codazos; gestos de disgusto, miradas al otro lado de la barrera de contención:
- Joder, lo están haciendo de puta pena!
Maderos rigurosamente fuera de servicio, de paisano, estaban allí entre los curiosos y decían:
- Tíos, lástima que no nos hayan llamado a nosotros. Esos de ahí no tienen ni idea. Llevo veinte años en la Científica y os digo que esto no es una investigación: es una casa de putas. Llevan media hora de un lado a otro, pisoteándolo todo, tocándolo, cambiándolo de sitio, y todavía no han hecho las marcas de yeso.
“Esos de ahí” eran los carabineros. En aquel momento, salió una salva de comentarios y bromas:
- Dos de paisano lo matan, otros de uniforme ocultan las pruebas.
- Magoni, por exceso de celo, ha dado la noticia un minuto antes de que ocurriera.
- Maccanti de la AN [*] ha ido a hablar con la policía.
- Diantre! Lo ha admitido ya?
- Lo ha reivindicado alguien?
- No lo sé, hay quien habla de los ultras del Inter...
Mi declaración a un periódico de izquierdas fue: - La cultura de este país está intoxicada por el revival y por su curso incontrolable. Empezamos con el easy listening de los sesenta, una cosa ha ido llevando a la otra, y ya estamos en la estrategia de la tensión. Seguramente una parte de la responsabilidad la tenga la “Noche Vidal” del Link. Y también es imposible no mencionar la eterna e invariable sesión del DJ Moreno Spirogi en el reservado del Millenium.
Nadie, pero na-die, se creía la resurrección fingida de una brigada roja teledirigida. No tres días antes de la mayor manifestación contra el gobierno de la historia de Italia y a dos semanas de la huelga general. Un copión ya recitado miles de veces. El efecto cómico más inmediato procede de la repetición, y en el aire había bastante hilaridad. La gente hacía corrillos, ponía cara de cinismo, cuchicheaba y explotaba en carcajadas. Al día siguiente los líderes políticos y las ovejas Dolly de los creadores de opinión nos harían ponernos de todos los colores. Sinnombre 5 tenía ya un eslogan para la probable “movilización contra el terrorismo”: TODOS CONTRA NADIE. Pero en el antiguo barrio judío de Bolonia, manipulando munición antiaérea de estupideces y juegos de palabras, constatábamos ya la separación total entre el país oficial y el país real.
En un determinado momento sinteticé el concepto:
- En este país la estrategia de la tensión puede servir para sembrar cizaña, obtener algún resultado a corto plazo, pero a medio y largo plazo no funciona, y por una razón muy simple: la mitad de los destinatarios del mensaje no nos lo tragamos, ya sabemos cómo funciona; la otra mitad tiene el cerebro lleno de mierda y no está en condiciones de captar las referencias. En resumen, compañeros, no hay peligro!
La última parte del discurso había sido inpirada por el siguiente retazo de conversación:
- En mi opinión han sido los inmigrantes ilegales.
- Pero qué coño dices, esos no tienen silenciadores!
- Ah, claro, no lo había pensado...
Esto lo escuchó Gaetano mientras yo hacía tonteaba con unas tías. Estábamos todos en forma, un centenar de personas en el cruce entre via Valdonica y via dell’Inferno, de nueve de la noche a tres de la madrugada, como si se tratara de una happy hour hipertrófica. Era a principios de la primavera; de las colinas bajaba el olor de la madreselva, las feromonas provocaban una cierta excitación y a nadie le parecía extraño que intentara follar en semejantes circunstancias.
Gaetano había dicho: - Es increíble, cuando voy a tomar el aperitivo sólo veo caras largas en una atmósfera fúnebre, pero matan a alguien y se monta el acontecimiento social del año. Seguro que dentro de unos años diremos frases como: “Es un buenísimo amigo mío, lo conocí en el asesinato de Biasi”.
Si nos paramos a pensarlo, algunas de mis mejores salidas y de los aforismos más agudos de Sinnombre 5 nacieron en la escena del crimen de Biasi.
Estaba diciendo que la pista de las Brigadas Rojas no se la cree nadie, pero na-die.
A excepción del profesor Boncaga, el único dispuesto a dejarse entrevistar en cualquier medio de comunicación. [El escritor Lou Carelli, sabiamente, se había marchado, antes de que los periodistas lo acosaran, después de haber asomado brevemente la cabeza y de haber dicho unas pocas palabras]. De vez en cuando pasaba cerca de Boncaga, iluminado por los focos de la tele, y le oía pontificar:
- Es el tgayecto histógico de las Bgigadas Gojas, golpeag a los negociadoges, a los mediadoges, paga exaspegag los confictos y getgoalimentag...
Sinnombre 5 había dicho: - Pero por qué Boncaga hace declaraciones en caliente? No para de decir gilipolleces.
No recuerdo quién nos respondió: - Por qué? Cambiaría algo si las hiciera en frío?
De cualquier modo, pensé, estas “nuevas” Brigadas Rojas se identificaban no por sus intenciones sino por sus resultados. Eran de cualquier modo y objetivamente un apéndice del régimen, lo quisiera éste o no.
Alguien dijo: - Las Brigadas Rojas o los carabineros, qué diferencia hay? Es probable que uno de cada dos miembros de las Brigadas sea un policía infiltrado.
- Por qué? el otro no?
Alguien describió un ambiente político-criminal osmótico, en el que las altas esferas ya no tenían ninguna necesidad de dar órdenes directas: una polifonía de alarmas y referencias por parte de los cenizos autorizados bastaban para “sugerir” los métodos y los objetivos. Un diario publicaba la carta abierta de un ex-presidente de la república, un presentador televisivo servía de caja de resonancia y por todas partes se empezaba a decir:
- Dentro de poco volverán los terroristas. Habéis entendido? Dentro de poco volverán los terroristas. Habéis entendido? - Alguno entendía y actuaba en consecuencia.
Recuerdo haber hablado mucho y haber dicho cosas más o menos inteligentes sobre la tensión entre la policía y los carabineros, sobre la información de los servicios secretos publicada en una conocida revista, sobre porqué actuar en Bolonia (usé la palabra “laboratorio”, pero no recuerdo a propósito de qué), sobre porqué en Italia la guerra civil no era “reptante” sino “trepadora”, etc.
Me acabo de acordar de algo, pero es mejor que lo diga luego.

La tarde de aquel martes estaba programada la pegada de carteles para la presentación en público de 666, nuestra nueva novela. Habíamos entrado en la lista de ventas (por otra parte poco creíble) de un conocido diario, y decíamos bromeando:
- Ahora aparece la estrategia de la tensión. Harán de todo para que no podamos destronar a Sboriana Fallacci.
[Más o menos en el mismo momento, nuestro amigo Dando tomaba un café en un bar, abría “Il sole 24 ore”, leía el editorial de Biasi sobre el artículo 18 y estallaba: - Qué pedazo de mierda, hostias! A ver si se lo cargan uno de estos días... - Son cosas que se dicen por decir, además uno está frente a la tele y...]
Las ediciones especiales del telediario interrumpieron las películas de aquella tarde (“Camisa negra” y “El judío Süss”) cuando estábamos a punto de salir y de reincorporarnos al TPO. Debíamos enrollar los manifiestos, preparar la cola, dividirnos en dos grupos y salir. Mi coinquilino, De Joint, recibió una llamada telefónica: - Se han cargado al brazo derecho de Magoni, cerca de Piazza San Martino! Dos tipos en moto! Enciende la tele!
El locutor del telediario decía textualmente: - El centro de Bolonia esta completamente cerrado por los controles de las fuerzas del orden, los terroristas podrían encontrarse todavía en el perímetro de las carreteras de circunvalación.
Como si las carreteras fuesen una especie de recinto. Me parece una gilipollez ciclotrónica, así que salgo, cojo el coche y empiezo a conducir por la ciudad. No me encontré ni con la sombra de un madero. Ni un puto control. Nadie me paró. Parecía como si lo hubieran dicho a propósito para que la gente no saliera de casa. Pero la gente había salido ya de casa, porque hacía una tarde espléndida. Frente al pub de via Zamponi, enjambres berreaban completamente embrutecidos, bebían cerveza, hablaban de teléfonos móviles, rezaban al dios de los fracasados para que les consiguiera un polvo.
Me encontré con los otros y discutimos sobre lo que debía hacerse: pegar carteles era muy arriesgado, pensábamos (de forma totalmente injusta) que las fuerzas del orden estarían bajo presión y que en plena noche le habrían cogido gusto al gatillo. Ninguno de nosotros quería terminar en las estadísticas de muertos de la ley Reale. Era mejor posponerlo. Mientras tanto nos dirigimos a via Valdonica, lugar del asesinato. Mario Biasi, jurista laboral y teórico de los despidos indiscriminados, había sido asesinado mientras volvía a casa en bicicleta. Me viene a la mente que en inglés “to fire” significa ambas cosas: despedir y disparar.
Estaba todo el Bolonia Social Enclave[**], pacientes y psiquiatras. En el momento del atentado, en la ciudad se estaban desarrollando distintas asambleas e iniciativas culturales. Todos habían acudido allí, tal vez en la creencia de que aquello era una “vigilia laica” o una “guardia democrática”. Desde luego lo que no se esperaban era una “happy hour”. Los alcohólicos tenían un papel importante: el Fuetazo Café estaba a dos pasos de allí y no faltaban los relevos. Había novelistas (Carelli, Micosi, Cazzivari, Barbastelli), Djs, noctámbulos de narices purpúreas, jovencitas de diversas volumetrías, periodistas apáticos, histriones y matadores de sobremesa. Seguía acudiendo gente. Un borracho latinoamericano aullaba: -Muchedumbre, muchedumbre! A cuántos estamos hoy?
Era la noche del 19 al 20 de marzo de 2002. Nadie, pero na-die de entre los presentes se indignaba por las risas y los chistes. Signo de los tiempos, todos comprendían el desafío de la gente a la retórica oficial. En serio, ya no nos lo tragábamos, hacía tiempo que habíamos salido de los museos de cera y de los años de plomo. Tenían que inventarse algo peor si querían frenar el rechazo de las multitudes al régimen del meso-imperio.
Algo peor.
Me viene a la mente una cosa, bueno, varias. Aquel jaleo nocturno ocurría bajo la ventana de una familia que acababa de sufrir un acto de barbarie. Biasi tenía cincuenta y dos años y dos hijos, igual que mi padre. Toda una manada de políticos y de pobres diablos de las instituciones había atravesado la barrera de contención poco después del atentado, todos para demostrar “su dolor”. De golpe, mujer e hijos habían accedido a un clavario de luto, incertidumbre por el futuro, sudorosos apretones de manos, telegramas presidenciales, algunos días de acoso por parte de la prensa y luego el olvido. Oídos taponados por el cambio de presión. Sollozos. Pensé en un régimen criminal dispuesto a aceptar un número indefinido de sacrificios humanos con tal de sobrevivir. Me vinieron a la mente las escenas de matanzas de Uno de los nuestros y Casino.
[Al día siguiente mi amigo Marmellone le gritaría a un micrófono, delante de diez mil personas:
- Estábamos en total desacuerdo con Marco Biasi, y queremos decir: lo han matado justo para impedirnos estar en desacuerdo con él!]
Miré las ventanas de la casa Biasi. En aquel momento, resulta extraño decirlo, mis pensamientos confluyeron en una especie de oración.
Mario Biasi, lo sentimos.
Lo sentimos por ti.
Lo sentimos por tu familia.
Lo sentimos por tus amigos.
Lo sentimos por la bella estación que apenas has tenido tiempo de barruntar, por los paseos que ya no podrás dar.
Lo sentimos por tu fe equivocada en la ideología liberal y en un régimen que ha hecho o -en el mejor de los casos- ha permitido que te mataran.
Lo sentimos por esa multitud de personas que quería combatir con la cara descubierta contra ti y lo que defendías.
Lo sentimos.
Pero nadie pude pretender que nos unamos a tu canonización.
Nadie puede pretender que nos importes de verdad, más allá de la campana que dobla: si dobla por todos, es como si no doblara por ninguno. Rechazamos el pensamiento único del luto impuesto desde arriba y queremos ser libres de decir que no todas las muertes nos empequeñecen.
Nadie puede pretender que los trabajadores lamenten de verdad la muerte de quien teorizaba y aconsejaba contra ellos.
Razón por la que, de acuerdo, te pedimos disculpas por el humor negro bajo tus ventanas y te pedimos excusas por las carcajadas.
Te pedimos excusas, pero seguimos adelante en nuestro camino.
Al amanecer, con una amiga, nos acercamos a un quiosco un poco alejado. Compramos los periódicos para dejarnos embriagar por un coro similar a la petición de los animadores de las ciudades turísticas: reflejos condicionados y psicología de masas. Guy de Bortoli, director del principal diario italiano, establecía conexiones consumadas -puentes de cuerda apolillados- entre el atentado y el movimiento. Aludía al hecho de que la conmemoración del veinticinco aniversario del movimiento del 77 se hubiera exagerado, despertando quién sabe qué “durmientes” de la lucha armada. Por otra parte, todos se disputaban el cadáver: Buselli definía a Biasi, oximóricamente, como “un socialista coherente”; el cardenal Beffa lo llamaba “un hijo de la Iglesia”; casi todos se referían a él como “un camarada”. Sólo faltaban los monárquicos y la Cienciología.
Pensé en Queremos a los coroneles, con el inmortal Ugo Tognazzi.
Quién sabe porqué, pensé en el asesino patoso de Mulholland Drive.
Pensé en el golpe teatral que nadie se creía.
En definitiva, pensé en otra cosa.


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