La avenida de Mayo en Buenos Aires pareciera no existir hasta cruzar con la calle Florida, ahí todavía nombrada Perú y con menos pretensiones de ser exclusiva y distante. Esquina ajetreada desde el alba por caminantes regulados a semáforo y apuro bancario, que rezuma aires con reminiscencia histórica: desde imaginarios paraguas del 25 de mayo de 1810 cuando ‘el pueblo quiere saber de qué se trata’ a ocres láminas escolares con palomas ahuyentadas a multitud y bombo, y bullangueros octubres con impreciso sabor a revancha. Y a dos veredas de aquellos ecos de vivas y juramentaciones, en un bar con sillones canasta límites del Cabildo, el Quelo Varela apuraba a pura sonrisa, verso y camelo, a una rubia que conociera en el trámite de cambiar unos dólares el día anterior, sin más consecuencia que volverse a ver. Y la dulce azafata suiza que ayer se negara a ser regresada en taxi a su hotel, casi con entusiasmo le anotaba a Quelo su dirección en una servilleta de papel: Freni Dietz, Kloten, Zurich. Él en verdad leía ‘Vreni’ y ella aplicando sus dientes al labio inferior sonreía Freni.
- Is my name - y Quelo Varela aventuraba su tarzánico inglés esquivando todo vocablo reo al preguntar ¿do you like another whisky?
En verdad mejor sonaría 'juiski', pero pensó que si esta viajera al fondo del mapamundi entendiera la cierta intención de su ¿do you like?, no se escandalizaría. ‘Sí Quelo, no cualquiera actúa de exponente tribal ante una auténtica rubia europea, que escribiera su dirección en Zurich como si te invitara a visitarla entre las cuatro y cinco de la tarde’. Así que pagó y sin esperar más dispuso llevarla a conocer Buenos Aires, ‘Quelo protector de azafata indefensa en la riesgosa ciudad, un asunto tan imprevisible y secreto como exigen de los porteños'.
-¿Ves? Esta es la esquina de avenida de Mayo y Florida, al lado sucedió el Cabildo Abierto de 1810 y esta es la diabólica Plaza de Mayo donde los guarangos se lavaron las patas en la fuente en octubre del ’45 y luego las Madres de los Desaparecidos nos espabilaron una vez por semana, aunque muchos nunca lo entendieron, y en esa Casa Rosada duermen las autoridades nacionales, una manera de decir. Después del barrio que desafía a puro lujo, ese desperdicio de cemento es el Monumental Estadio de Fútbol cuya refacción pagamos a tanto por gol para disimular el arrabal no capitalista, y esa confitería casi en sombras es la más costosa del planeta. Very expensive, Freni, too much, pero hoy no entramos porque /mirá que casualidad/, este es mi departamento. Entremos sigilosos, en voz baja, a enterarnos que una cama solitaria es ancha y ajena como la pampa; y antes que me olvide, si querés ducharte la llave de agua caliente es la izquierda, to the left, Freni, igual que en Zurich. A propósito, ¿sabías que los sudacas no somos tan distintos? Ustedes son cronométricos, miden exactos en décimas de micrones y nosotros miserables de tanta inmensidad, cualquier diferencia la mensuramos en hectáreas. Pero eso sí, vos y yo por mandato de la especie y ajenos a cualquier mapa, tendremos el mismo temblor de hace un milloncito de años al proteger nuestro apareo en la íntima selva. Entonces y sin protocolo, usemos esta encendida piel de primavera para envolvernos en acrobacias de tigre silencioso y pequeñas palabras; y por favor Freni, que tu rubor no sea fingido y dejes de estar tensa en el centro de la habitación, sonrisa apenas y rubor de hembra sorprendida en silencio. Es tiempo de no temblar al besarnos porque si tu sonrojo iguala a este ataque adolescente que me llegó de golpe, esta escena defraudaría al espejismo sensual de los países rubios. No me niegues que sos Freni Dietz, alhaja suiza de mi corazón sin derecho a comportarte igual que una piba de mi barrio, hablándome del cantón donde naciste y cómo te peinaban cuando eras chica antes de oír misa en la iglesia de Schauffhauser. O apretada, muy apretada a mí pecho, sonrías al hablarme de aquel novio que inauguró tu ternura al llevarte en la bici tras el puentecito del Rhin, porque no debemos distraer nuestra desnudez perdiendo miradas en los ojos al contarnos la niñez y averiguar de paso la verdadera historia. Eso no vale, no hay que renunciar a esta noche inolvidable, velada con resultado asegurado, Freni, y probemos con precisión suiza que el amante argentino es de buena perfomance y poco rechazo de fabricación. Ese otro secreto nacional, mi amor, esa ficción de ganadores imbatibles del principio al fin, así nos va en la vida... Dulce, en este minuto yo ni cuento siquiera, pero hacer el amor pareciera el modo de mantenernos en el mundo, por bisnietos de quienes por el año veinte enriquecieron a los sastres londinenses comprando trajes por docena y luego, dando un saltito al Canal de la Mancha, coparon los burdeles de Francia a punta de guita y vaca llevada en el barco. Reprimido y represor morocho y argentino rey de París, Freni, que nadie te muestre lo contrario, millonario con olor a bosta despreciado por los rubiecitos de ojos azules… Como los tuyos, mi amor, y no te rías de tanto pueblerino secreto nacional porque vos, mujer hermosa del mundo civilizado, no deberías abrazarme así ni arrobarte por mi beso en los párpados ni en lenguaje mezclado lamentar tanta demora en conocernos. Nos equivocamos, amor, como esta lágrima; vos no viajaste a Buenos Aires a dormirte en mi pecho o a tatuarme esta melancolía feroz que ya presiento. Vos llegaste para ver malambo con boleadoras y oír falsetes de vetustos tangueros de pañuelo al cuello, y no a dejar tu letra en una servilleta de papel que al subirte al avión y por mucho recuerdo que inventemos, el olvido la borrará de un soplo. ¿Vos tampoco lo imaginaste así, Freni? Toda fruta guarda un mordisco agrio y habrá un borrón creciendo sobre esta caricia en el aeropuerto, a tu desmemoria la llenarán nuevas miradas y por mucho lloriqueo al despedirnos, nuestro intento de amarnos de fuga y contrafuga se morirá de tiempo…
Recién despierto y ya la luz detenida en el corazón de la mañana, Quelo Varela miró a Freni replegada sobre su propio cuerpo. Un mechón de pelo desordenaba el blanco de la almohada, fotograma a irse adelgazando; entonces le apartó una mano abandonada sobre su vientre y la besó en un hombro livianamente, demorando despertar a esa mujer que nunca volvería a ver. La noche de amor con certeza de olvido inevitable había pasado y él rebuscó fugarse con cinismo doloroso y absurdo: ‘era cierto, las azafatas suizas también son seres humanos’.
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina