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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO HáGASE LA LUZ (por Robert A. Heinlein)
Archibald Douglas, Sc. D., Ph. D., leyó el telegrama con disgusto mal disimulado:
«LLEGO HOY CIUDAD ÚLTIMA HORA STOP DESEO CONFERENCIA LUZ FRÍA SU LABORATORIO DIEZ NOCHE (Firmado) DR. M. L. MARTIN.»

De modo que llegaba a última hora, ¿eh? Y deseaba una conferencia, ¿no es eso? ¿Qué se imaginaba aquel sujeto qué era su laboratorio, un hotel? ¿Y se creía tal vez aquel Martin que su tiempo estaba a disposición del primer don Nadie que tuviese dinero para pagarse un telegrama? Había formulado mentalmente una respuesta cortés pero negativa, cuando observó que el telegrama había sido expedido desde un aeródromo del Middle West. Muy bien, que viniese, pues. Douglas no tenía la menor intención de recibirle.
Sin embargo, su natural curiosidad le impelió a tomar su ejemplar del Quién es Quién en la Ciencia, y buscar al ofensor. Aquí estaba: Martin, M. L.. bioquímico y ecologista, P. D.Q., X.Z., N.R.A., C.J.O. -suficientes títulos académicos para seis hombres-. ¡Hum...! Director de la Expedición Guggenheim para estudiar la fauna de Orinoco; autor de Simbiosis colateral del gorgojo del trigo, etc., hasta llenar tres pulgadas de apretada escritura. Aquel tipo parecía ser un peso pesado.
Un poco más tarde, Douglas se contempló en el espejo del lavabo de su laboratorio. Se quitó su sucia bata blanca, sacó un peine del bolsillo de su chaqueta y se peinó cuidadosamente su cabello negro. Una chaqueta sport a cuadros muy bien cortada, un sombrero de ala inclinada y ya estaba listo para salir a la calle. Se pasó un dedo por la pálida cicatriz que cruzaba una de sus morenas mejillas. No estaba mal, pensó, a pesar de la cicatriz. Si no fuese por su nariz rota, estaría O.K.
El restaurante donde fue a cenar sólo estaba lleno a medias. No se animaría hasta después de la salida de los teatros, pero Douglas apreciaba la orquesta de hot y la buena comida que servían allí. Cuando terminaba de cenar, una joven pasó junto a la mesa y se sentó de cara a él en otra mesa contigua. El la contempló atentamente. ¡Estupenda! Un tipo como una bailarina de revista, abundante cabellera rojiza, una hermosa tez y grandes ojos azules de mirada suave. Bastante sosa, al parecer, pero, ¿qué se podía esperar?
Decidió invitarla a tomar unas copas. Si las cosas iban bien, el Dr. Martin podía irse al diablo. Garrapateó una nota en el dorso del menú, y le hizo una seña al camarero.
- ¿Quién es esa chica, Leo? ¿Una de las artistas?
- No, señor. Es la primera vez que la veo.
Douglas se dispuso a esperar el resultado. Conocía el paño, y estaba seguro de cómo terminaría aquello. La muchacha leyó su nota y le miró sonriendo ligeramente. El le devolvió la sonrisa con creces. La joven pidió un lápiz al camarero y escribió algo en su minuta. Leo vino a entregárselo.
«Lo siento - leyó - y gracias por su amable ofrecimiento, pero tengo un compromiso.»
Douglas pagó su cuenta y regresó al laboratorio.

Su laboratorio estaba situado en el ático de la fábrica de su padre. Dejó abierta la puerta exterior y el ascensor en el piso bajo en espera de la llegada del doctor Martin, y luego se dedicó a tratar de descubrir la causa de una irritante vibración en su centrifugadora. A las diez en punto oyó el zumbido del ascensor. Llegó a la puerta de su despacho cuando el visitante entraba por la puerta.
Frente a él estaba la muchacha rubia que había tratado de conquistar en el restaurante.
Se sintió dominado por una súbita indignación.
- ¿Cómo diablos ha llegado usted aquí? ¿Siguiéndome tal vez?
Ella asumió una actitud helada.
- Tengo una cita con el doctor Douglas. Haga el favor de decirle que estoy aquí.
- ¡Qué va usted a tener! ¿Qué clase de broma es ésta?
Ella se dominó, pero su rostro mostró el esfuerzo que tuvo que hacer.
- Creo que el doctor Douglas es quien mejor podrá juzgarlo. Dígale inmediatamente que estoy aquí.
- Lo tiene usted delante. Yo soy el doctor Douglas.
- ¡Usted! No lo creo. Usted tiene aspecto de... gángster.
- Pues, a pesar de todo, lo soy. Ahora déjese de bobadas y dígame qué se propone. ¿Cómo se llama?
- Soy el doctor M. L. Martin.
El se quedó estupefacto, y luego pareció mostrarse divertido.
- ¿No bromea? ¿No habrá querido usted tomar el pelo a su primito que vive en el campo? Entre, doctor.
Ella le siguió, suspicaz como un perro forastero, a punto de pelear a la menor provocación. Aceptó la silla que él le ofrecía y entonces volvió a dirigirle la palabra.
- ¿Es usted realmente el doctor Douglas?
El le sonrío.
- El mismo que viste y calza..., y puedo demostrárselo. ¿Y usted? Aún sigo creyendo que se trata de alguna especie de broma.
Ella volvió a mostrarse helada.
- ¿Qué desea..., mi certificado de nacimiento?
- Probablemente ha asesinado usted al doctor Martin en el ascensor, y lo ha tirado después por el hueco.
Ella se levantó, recogió sus guantes y bolso, y se dispuso a marcharse.
- He recorrido mil quinientas millas para venir a celebrar esta entrevista. Siento haberlo molestado. Buenas noches, doctor Douglas.
El se suavizó instantáneamente.
- Vamos, no se enfade..., sólo estaba bromeando. Es que me hacía mucha gracia que el doctor Martin tuviese tanto parecido con Betty Grable. Ahora vuelva a sentarse - le apartó suavemente las manos de los guantes - y permítame ofrecerle esas copas que usted rechazó antes.
Ella vaciló, resuelta aún a seguir mostrándose enfadada, pero luego su buen natural innato vino en su ayuda, y se calmó.
- Muy bien.
- Esto ya me parece mejor. ¿Qué prefiere: Scotch o Bourbon?
- Déme Bourbon... y no demasiada agua.
Cuando las bebidas estuvieron servidas y los cigarrillos encendidos, la tensión disminuyó.
- Dígame - empezó a decir -. ¿A qué debo el honor de esta visita? No sé absolutamente nada acerca de biología.
Ella soltó un anillo de humo e introdujo por él un dedo con una uña carmesí.
- ¿Recuerda aquel artículo que publicó en la Phisical Review de abril? El que se refería a la luz fría, y a los posibles métodos de conseguirla.
El asintió.
- Electroluminiscencia contra Quimioluminiscencia: no había en él mucho que pudiese interesar a un biólogo.
- No obstante, yo he estado trabajando en la resolución del mismo problema.
- ¿Desde qué ángulo?
- He estado tratando de descubrir cómo se las compone un gusano de luz para producirla. Vi algunos muy hermosos en Sudamérica, y aquello me hizo pensar.
- Hum... Tal vez fue una buena idea. ¿Qué ha descubierto?
- Nada que no fuese ya conocido. Como probablemente usted ya sabe, la luciérnaga es una fuente luminosa de una eficiencia casi increíble... por lo menos hasta el 96 por 100. Ahora bien, ¿qué eficiencia diría usted que tiene la ordinaria lámpara incandescente comercial de filamento de tungsteno?
- En el mejor de los casos, no más de un dos por ciento.
- Efectivamente, en el mejor de los casos. Y un estúpido bichito da un rendimiento cincuenta veces superior casi sin darse cuenta. Nosotros no hacemos tanto, ¿verdad?
- Ni pensarlo - reconoció él -. Siga hablándome de ese bichito.
- Bien, la luciérnaga posee en su abdomen un compuesto orgánico activo (muy complejo) llamado luciferina. Cuando ésta se oxida en presencia de un catalizador, la luciferasa, toda la energía de la oxidación se convierte en luz verde... no en calor. Reduzcámosla con hidrógeno y está lista para empezar de nuevo. He conseguido hacerlo en el laboratorio.
- ¡Que te crees tú eso! ¡La felicito! Usted no me necesita. Ya puedo cerrar mi tienda.
- No vaya tan deprisa. No es factible de una manera comercial; requiere una instalación demasiado costosa; es demasiado complicado; y no he podido obtener una luz muy intensa. Ahora he venido a verle para ver si podíamos unir nuestros esfuerzos, reunir nuestra información, y descubrir algo verdaderamente práctico.

Tres semanas más tarde, a las cuatro de la madrugada, el doctor M. L. Martin -Mary Lou para sus amigos- estaba friendo un huevo sobre un mechero Bunsen. Vestía un largo delantal de goma propio de un tendero sobre unos shorts y un suéter. Su largo cabello rubio colgaba en bucles sueltos. Aquel despliegue de hermosas piernas la hacía aparecer como si hubiese salido de una revista ilustrada en colores.
Se volvió hacia el lugar donde Douglas yacía tendido, hecho un guiñapo, en un gran sillón.
- Oye Ape, el filtro se ha quemado. ¿Hago el café en el destilador fraccional?
- Creía que guardabas en él veneno de serpientes.
- En efecto. Ya lo enjuagaré.
- ¡Buen Dios, mujer! ¿No te importa el riesgo que puedas correr... o que pueda correr yo?
- Bah... el veneno de serpientes no te haría daño si lo bebieses... a menos que ese bebistrajo que sueles ingerir no te haya originado una úlcera en el estomago. ¡La sopa está lista!
Se despojó del delantal y se sentó cruzando las piernas. El contempló inmediatamente la exhibición.
- Mary Lou, impúdica fregona, ¿por qué no te pones algo encima para andar por ahí? Despiertas mi romántica naturaleza.
- ¡Qué va! Tú no la tienes. Hablemos de nuestro caso. ¿Dónde quedamos?
El se pasó una mano por los cabellos y se mordió el labio inferior.
- Frente a un impenetrable muro de piedra, creo. Nada de lo que hemos probado hasta ahora parece ofrecer la menor promesa.
- El problema parece consistir esencialmente en el de confinar la energía radiante a la zona visible de frecuencia.
- Dicho así parece muy sencillo, lindos ojos.
- Guárdate el sarcasmo. Es decir, allá donde empieza la pérdida con la luz eléctrica ordinaria. El filamento está al rojo blanco, tal vez el dos por ciento de la energía se ha convertido en luz, el resto se va en infrarrojo y ultravioleta.
- ¡Qué hermoso! ¡Qué verdadero!
- Presta atención, gorila. Ya sé que estás cansado, pero atiende a mamá. Tendría que haber algún modo de sintonizar bruscamente la longitud de onda. ¿Cómo lo hacen en la radio?
El se incorporó ligeramente.
- Para este caso no sirve. Aunque consiguieras crear un circuito de inductancia-reductancia con una frecuencia natural reverberante dentro de la gama visual, se requeriría un aparato demasiado complicado para cada unidad de iluminación, y si perdía esa frecuencia dejaría de dar luz.
- ¿No hay otra manera de controlar la frecuencia?
- Prácticamente, no. Algunas estaciones transmisoras, especialmente de aficionados, utilizan un cristal de cuarzo tallado de modo especial, que posee una frecuencia natural propia para controlar la longitud de onda.
- Entonces, ¿por qué no podemos tallar un cristal que posea una frecuencia natural en la octava de la luz visible?
El se enderezó.
- ¡Repámpanos, chica! Creo que has dado en el clavo.
Se levantó y empezó a pasear arriba y abajo, hablando al mismo tiempo.
- Ellos utilizan cristales de cuarzo ordinario para las frecuencias corrientes, y turmalina para las emisiones en onda corta. La frecuencia de las vibraciones depende directamente de la manera como es tallado el cristal. Hay una fórmula sencilla. - Se detuvo, y tomó un grueso manual en papel biblia -. ¡Hum!... sí, aquí está. Para el cuarzo, cada milímetro de grosor del cristal da cien metros de longitud de onda. La frecuencia es, desde luego, recíproca a la longitud de onda. La turmalina posee una fórmula similar para longitudes de onda corta.
Continuó leyendo.
«Estos cristales tienen la propiedad de doblegarse cuando se les aplican cargas eléctricas, y, viceversa, muestran una carga eléctrica cuando se les doblega. El periodo de flexión es una cualidad inherente al cristal, y depende de sus proporciones geométricas. Colocado en el interior de un circuito transmisor de radio, este cristal requiere que el circuito opere en una sola frecuencia, la del cristal.»
- ¡Ya lo tenemos, ya lo tenemos! Si ahora podemos encontrar un cristal que pueda tallarse hasta vibrar a la frecuencia de la luz visible, lo habremos conseguido... ¡El modo de convertir la energía eléctrica en luz sin pérdidas calóricas!
Mary Lou cloqueaba admirada.
- Mamá dice que eres un buen chico. Mamá estaba segura que podías hacerlo con que quisieras intentarlo.

Casi seis meses después de esto Douglas invitó a su padre a subir al laboratorio para que viese los resultados. Introdujo el suave y anciano caballero de cabellos de plata en el sancta sanctorum e hizo un gesto a Mary Lou para que bajase las persianas. Entonces señaló al techo.
- Ahí lo tienes, papá... luz fría... por una fracción de lo que cuesta la iluminación ordinaria. -
El anciano levantó la mirada y vio, suspendida del techo, una pantalla gris, del tamaño aproximado de una mesa de juego. Entonces Mary Lou hizo girar un conmutador. La pantalla se iluminó brillantemente, pero no de una manera cegadora, sino mostrando una iridiscencia de madreperla. La estancia estaba iluminada por una fuerte luz blanca sin resplandor apreciable.
El joven científico sonreía mirando a su padre, tan satisfecho como un cachorro que espera una caricia.
- ¿Te gusta, papá? Cien bujías... lo que hubiera requerido cerca de un centenar de vatios con bombillas ordinarias y nosotros lo conseguimos sólo con dos vatios... medio amperio a cuatro voltios.
El anciano pestañeaba, contemplando la demostración con aire ausente.
- Muy bonito, hijo, ciertamente muy bonito. Me complace ver que lo has perfeccionado.
- Mira, papá... ¿Sabes de qué esta hecha esa pantalla? De arcilla vulgar y ordinaria. Es una forma del silicato de aluminio; barato y fácil de obtener de cualquier arcilla o mineral en bruto que contenga aluminio. Podría utilizar bauxita, o criolita, o lo que me parezca. Se puede recoger el material en bruto con una pala en cualquier estado de la Unión.
- ¿Está totalmente terminado este proceso, hijo, y listo para ser patentado?
- Pues creo que sí, papá.
- Entonces pasemos a tu despacho, y sentémonos. Tengo que hablar contigo. Dile a esa joven que venga, también.
El joven Douglas hizo lo que se le ordenaba, impresionado por los modales solemnes de su padre. Cuando todos estuvieron sentados, dijo:
- ¿Qué ocurre, papá? ¿Puedo hacer algo?
- Ojalá pudieras, Archie, pero me temo que nada podrás hacer. Me veo obligado a pedirte que cierres tu laboratorio.
El joven escuchó esta petición sin pestañear.
- ¿Sí, papá?
- Ya sabes que siempre me he mostrado orgulloso de tu trabajo, y desde que falleció tu madre mi mayor ilusión ha sido proporcionarte todo el dinero y equipo que necesitabas para tu labor.
- Has sido muy generoso, papá.
- Lo hacía con mucho gusto. Pero hemos llegado a unos momentos en que la fábrica no puede seguir sosteniendo ya tus investigaciones. En realidad, es posible que tenga que cerrar mi fábrica.
- ¿Tan mal está la situación, papá? Creía que esta última temporada los pedidos habían aumentado.
- Tenemos muchos pedidos, pero no sacamos mucho provecho de ellos. ¿Recuerdas que te mencioné algo sobre el proyecto de ley de utilidades públicas que se aprobó en la última sesión del Congreso?
- Lo recuerdo vagamente; pero creía que el Gobernador había interpuesto su veto contra él.
- Efectivamente, pero se saltaron el veto a la torera. Ha sido un caso de corrupción de un atrevimiento inaudito, como nunca se había visto en este Estado... Los cabilderos gubernamentales habían comprado ambas cámaras legislativas, cuerpos y almas.
La voz del anciano temblaba de rabia, impotente.
- ¿Pero esto en qué nos afecta a nosotros, papá?
- Esa ley pretende igualar los cupos de energía según las circunstancias. Pero lo que en realidad ha hecho ha sido permitir que la comisión ejerciese a su antojo una discriminación entre los usuarios. Ya sabes cómo está formada esa comisión... yo siempre he militado en el bando opuesto, por lo que a política se refiere. Ahora me han puesto entre la espada y la pared con unos cupos de energía que me impiden hacer cualquier competencia seria.
- ¡Pero cielo santo, papá!... no pueden hacer eso. ¡Mira de obtener un interdicto!
- ¿En este Estado, hijo?
Enarcó sus cejas blancas.
- No, desde luego. - Se puso en pie y empezó a caminar arriba y abajo -. Tiene que haber algo.
Su padre movió la cabeza.
- Lo que me produce más amargura es que puedan hacer esto con energía que en realidad pertenece al pueblo. El programa del gobierno federal ha hecho posible que se pudiese disponer de mucha energía barata (lo cual tendría que ser la riqueza del país), pero esos piratas locales han conseguido echar mano de ella, y la usan como un garrote para intimidar a los ciudadanos libres.
Cuando el anciano caballero se hubo marchado, Mary Lou se acercó a Douglas, le puso una mano en el hombro y le miró a la cara.
- ¡Pobrecillo!
El rostro de él mostraba la preocupación que había conseguido ocultar a su padre.
- ¡Qué asco, Mary Lou! Precisamente cuando las cosas nos iban tan bien. Pero por quien más lo siento es por papá.
- Si, ya lo sé.
- Y lo peor es que no puedo hacer nada. Es una cuestión política, y esos granujas son los amos de este Estado.
Ella parecía decepcionada y algo desdeñosa.
- ¡Vamos, Archie Douglas, grandullón malhumorado! Supongo que no permitirás que estos sinvergüenzas se lleven todo lo tuyo sin intentar luchar, ¿no es eso?
Él la miró sombríamente.
- No, claro que no. Lucharé. Pero sé comprender cuando tengo la partida perdida. Yo ahí no puedo hacer nada.
Ella brincaba de impaciencia por la habitación.
- Eso me sorprende en ti. Has inventado una de las cosas más grandes de la dínamo para acá, y hablas de haber perdido la partida.
- Querrás decir que la has inventado tú.
- ¡Bah! ¿Quién descubrió las formas especiales? ¿Quién las combinó hasta obtener todo el espectro? Y además, esto no se escapa a tu jurisdicción. ¿Cuál es el problema?... ¡Energía! Te la regatean, ¿no es cierto? Pero tú eres un físico. Imagina alguna manera de obtener energía sin tener que comprársela.
- ¿Qué te gustaría? ¿Energía atómica?
- Sé práctico, hombre. Tú no eres el Comité de Energía Atómica.
- Podría poner un molino de viento en el tejado.
- Eso sería mejor, pero aun no es lo que nos hace falta. Ahora entreténte con ese nudo que tienes al extremo de la medula espinal. Voy a hacer un poco de café. Me parece que hoy volveremos a pasar la noche en blanco.
El le sonrío.
- O.K., Nación en Marcha. Voy volando.
Ella le sonrió llena de contento.
- Así se habla.
El se levantó y se acercó a ella, le pasó un brazo por la cintura y la besó. Ella se dejó abrazar, pero cuando sus labios se separaron, le apartó.
- Archie, me recuerdas al Circo Al G. Barnes: «Cada Número está hecho por un Animal».
Cuando las primeras luces del alba iluminaron sus rostros pálidos y cansados, estaban montando dos pantallas de luz fría una frente a otra. Archie las ajusto hasta colocarlas a una pulgada de distancia.
- Ahora... prácticamente toda la luz de la primera pantalla tendría que irradiar sobre la segunda. Da la corriente en la primera pantalla, Sex Appeal.
Ella hizo girar el conmutador. La primera pantalla resplandeció, e iluminó la segunda.
- Ahora veamos si nuestra hermosa teoría es correcta.
Conectó un voltímetro en las terminaciones de la segunda pantalla y oprimió el botoncito de la base del voltímetro. La aguja saltó hasta dos voltios.
Ella miraba ansiosamente por encima de su hombro.
- ¿Qué dice?
- ¡Funciona! No hay la menor duda. Esas pantallas funcionan en un sentido y en otro. Dales energía; te darán luz. Dales luz; te darán electricidad.
- ¿Cuál es la pérdida de energía, Archie?
- Un momento. - Conectó un amperímetro, lo consultó, y tomó su regla de cálculo -. Déjame ver... La pérdida es de un treinta por ciento. La mayor parte se debe a la luz que se escapa por los bordes de las pantallas.
- Sale el sol, Archie. Subamos la pantalla número dos al tejado, y probémosla bajo la luz del sol.
Pocos minutos después tenían la segunda pantalla y los instrumentos de medición eléctrica en el tejado. Archie apoyó la pantalla contra una claraboya, de modo que quedase de cara al sol naciente, conectó el voltímetro en sus bornes y leyó las indicaciones. La aguja saltó inmediatamente hasta los dos voltios.
Mary Lou saltaba y palmoteaba.
- ¡Funciona!
- Tenía que funcionar - comentó Archie -. Si la luz de otra pantalla le hace producir energía, el sol no tiene que ser menos. Conecta el amperímetro. Veamos cuánta energía conseguimos.
El amperímetro mostraba 18,7 amperios.
Mary Lou calculó el resultado en la regla de cálculo.
- Dos veces dieciocho coma siete da treinta y siete coma cuatro vatios, o sea una media milésima de caballo de fuerza. No parece mucho, ciertamente. Yo había esperado más.
- Es lo que tiene que ser, guapa. Utilizamos únicamente los rayos de luz visibles. Como fuente luminosa, el sol posee una eficiencia de un quince por ciento el restante ochenta y cinco por ciento está constituido por rayos infrarrojos y ultravioletas. Dame esa regla. - Ella se la entregó -. El sol arroja aproximadamente un caballo y medio, o un kilovatio y un octavo sobre cada yarda cuadrada de superficie de la tierra que se enfrenta directamente con el sol. La absorción atmosférica disminuye en un tercio esa cantidad, incluso al mediodía sobre el desierto de Sahara. Eso nos da un caballo de fuerza por yarda cuadrada. Con el sol surgiendo por el horizonte no podemos obtener más de un tercio de caballo de fuerza por yarda cuadrada. A una eficiencia del quince por ciento eso significaría una media milésima de un caballo de fuerza. Da el mismo resultado... Quod erat demostrandum... ¿Qué estás mirando por ahí tan malhumorada?
- Verás... había esperado que podríamos obtener suficiente energía solar en nuestro tejado para hacer marchar la fábrica, pero si son necesarias veinte yardas cuadradas para obtener un solo caballo de fuerza, veo que no será bastante.
- Alégrate, Baby Face. Hemos construido una pantalla que vibra únicamente bajo la gama de la luz visible; creo que podríamos construir otra que fuese átona... que vibrase bajo cualquier longitud de onda. Entonces absorbería cualquier energía radiante que chocase contra ella, y la devolvería transformada en energía eléctrica. Con la superficie de este tejado tal vez podremos obtener mil caballos de fuerza en pleno mediodía. Entonces tendremos que disponer una serie de baterías de acumuladores para almacenar energía, en previsión de días nublados y turnos de noche.
Ella pestañeó, mirándole fijamente con sus grandes ojos azules.
- Archie, ¿te duele alguna vez la cabeza?
Veinte minutos más tarde él volvía a estar ante su mesa, sumido en los cálculos preliminares, mientras Mary Lou preparaba a toda prisa el desayuno. La joven le interrumpió para preguntarle:
- ¿Dónde has escondido aquella botella, Jaimito?
El levantó la mirada y replicó:
- Es inmoral que las jovencitas beban a la luz del día.
- Sal de la madriguera, compinche. Quiero convertir estos pastelillos en crépes Suzette, utilizando alcohol de cereales en lugar de coñac.
- No se meta usted en creaciones culinarias, doctor Martín. Yo me los tomaré tal como estén. Necesito no arruinar mi salud antes de terminar este trabajo.
Ella se volvió y blandió la cacerolilla en su dirección.
- Oír es obedecer, señor. Sin embargo, Archie, tú eres un hombre de Neanderthal supercivilizado, sin ningún sentimiento ante las cosas más elevadas de la vida.
- No voy a discutir ahora esa afirmación, rubiales... pero fíjate en esto. Ya tengo lo que buscábamos... una pantalla que vibra con toda la escala.
- ¿No bromeas, Archie?
- No bromeo, encanto. Era algo que ya estaba implícito en nuestros primeros experimentos, pero estábamos tan ocupados tratando de construir una pantalla que no vibrase al buen tuntún que lo negligimos. He descubierto algo más, también.
- ¡Díselo a mamá!
- Podemos construir pantallas que irradien con los infrarrojos, con la misma facilidad que las pantallas de luz fría. ¿Te das cuenta? Unidades calóricas del tamaño que se crea conveniente y de la forma que se desee, económicas y con un voltaje no muy elevado ni temperaturas extremas que las convirtiesen en causa de incendios o las hiciesen peligrosas para los niños. Tal como yo lo veo, podemos diseñar estas pantallas para que, en primer lugar - y empezó a contar con los dedos - tomen energía del sol con una eficiencia de casi el cien por cien; en segundo lugar, la suministren convertida en luz fría; o, en tercer lugar, como calor; o, en cuarto lugar, como energía eléctrica. Podemos disponerlas por series para obtener el voltaje deseado; podemos disponerlas paralelamente para obtener la corriente que se requiera, y la energía es absolutamente gratuita, excepto por los gastos de instalación.
Ella se levantó y lo contempló en silencio durante varios segundos antes de hablar.
- Y todo esto a causa de haber tratado de conseguir una iluminación más barata. Ven a comer tu desayuno, Steinmetz. Vosotros, los hombres, podéis seguir trabajando mientras coméis.
Comieron en silencio, ocupado cada uno de ellos con sus propios pensamientos. Finalmente, Douglas habló:
- Mary Lou, ¿te das cuenta de lo grande que es esto?
- En esto mismo estaba pensando.
- Es enorme. Mira, la energía que puede obtenerse es increíble. El sol vierte unos doscientos treinta millones de caballos de fuerza sobre la Tierra de una sola vez, y apenas utilizamos esta energía.
- ¿Crees que es tanto, Archie?
- Me costaba creer en mis propias cifras cuando lo calculé, y tuve que comprobarlo en la Astronomía de Richardson. Fíjate, podríamos recoger más de veinte mil caballos de fuerza en una sola manzana de la ciudad. ¿Sabes lo que esto quiere decir? ¡Energía gratuita! ¡Riqueza para todo el mundo! Es lo más grande que se ha inventado desde la máquina de vapor.
Se detuvo de pronto, observando su rostro displicente.
- ¿Qué te pasa? ¿Me he equivocado en algo?
Ella jugueteó con el tenedor antes de responder.
- No, Archie... no te has equivocado. Estaba pensando también en lo mismo. Ciudades descentralizadas, máquinas que ahorrarían trabajo a la disposición de todos, lujo y comodidades... todo seria posible, pero me da en la nariz que vamos a buscarnos muchas complicaciones. ¿Has oído hablar de «Estropicios S. A.»
- ¿Que es eso, una empresa de salvamento?
- En absoluto. Tendrías que leer alguna otra cosa de las «Actas de la Sociedad Americana de Ingenieros Físicos». A George Bernard Shaw, por ejemplo. Es del prefacio de Retorno a Matusalén, y la manera sardónica de describir el poder combinado de la industria corporativa para oponerse a cualquier cambio que pudiera amenazar sus dividendos. Amenaza a todo el tinglado industrial, hijo, y correrás peligro incluso sentado aquí. ¿Qué te piensas que pasó con la energía atómica?
El aparto su silla.
- ¡Oh, claro que no! Lo que te pasa es que estás excitada. La industria da siempre la bienvenida a nuevos inventos. Todas las grandes empresas tienen sus departamentos de investigación, en los que trabajan los mejores cerebros del país. Y están metidos en la cuestión atómica hasta el cuello.
- Claro... y cualquier joven inventor de talento puede encontrar allí muy buen empleo. Pero entonces se quedan con él... los inventos pertenecen a la empresa, y sólo aquellos que encajan en el plan previsto consiguen ver la luz. Los restantes se archivan. ¿Crees de verdad que permitirían que un francotirador como tú trastocase inversiones de billones de dólares?
El frunció el ceño, luego se tranquilizó y rió.
- Oh, quítate eso de la cabeza; no puede ser que lo digas en serio.
- Eso es lo que tú te crees. ¿Has oído hablar del velo celanés? Probablemente no. Es una tela sintética para ser utilizada en lugar de la gasa. Pero duraba más y era lavable, y sólo costaba unos cuarenta centavos la yarda, mientras la gasa cuesta cuatro veces más. Ahora ya no podrías comprar esa tela, aunque quisieras.
»Y toma ahora las hojas de afeitar. Mi hermano compró una, hace unos cinco años, que nunca se ha tenido que volver a afilar. Aun la utiliza, pero si algún día la pierde tendrá que comprarse las corrientes. Las hicieron desaparecer del mercado.
»¿No has oído hablar alguna vez de personas que descubrieron un carburante mejor y más barato que la gasolina? Apareció un sujeto, hace cuatro años, que hizo una demostración con todo éxito... pero se ahogó un par de semanas después en un accidente de natación. No digo que lo asesinaran, pero resulta muy curioso que no se consiguiese descubrir su fórmula.
»Y esto me recuerda... vi una vez un recorte de Los Ángeles Daily News. Un hombre compró un potente automóvil de serie en San Diego, lo cargó hasta los topes y lo condujo a Los Angeles. Sólo gastó dos galones. Luego se dirigió a Agua Caliente y regresó a San Diego, utilizando únicamente tres galones. Una semana más tarde la casa vendedora lo encontró y lo sobornó para que aceptase un cambio. Por error le habían entregado un coche que no estaba en venta... pues disponía de un carburador especial.
»¿Sabes de algún coche pesado que gaste un galón cada setenta millas? Seguramente no... No, mientras «Estropicios,.S. A.», sea el amo del cotarro. Pero la historia es absolutamente cierta... la encontrarás en los archivos del periódico.
»Y desde luego, todo el mundo sabe que los automóviles no se construyen para que duren, sino para que se estropeen lo antes posible, y se tenga que comprar entonces otro. Los construyen tan malos como puede resistir el mercado. Los barcos soportan pruebas mucho más duras que un coche, y duran treinta años o más.
Douglas, riendo, intentó quitar importancia a la cosa.
- No pongas esa cara, Pastelillo. Tienes manía persecutoria. Hablemos de algo más alegre... tu y yo, por ejemplo. Preparas un café muy bueno. ¿Qué tal si sacásemos una licencia para vivir juntos?
Ella pareció ignorar esta observación.
- Dime, ¿por qué no? Soy joven y estoy sano. Podrías encontrar otro peor.
- Archie, ¿no te he hablado nunca del jefe indígena que se encaprichó conmigo en América del Sur?
- No creo. ¿Qué pasó?
- Quería casarse conmigo. Incluso me ofreció matar a sus diecisiete esposas y hacer que las sirviesen en la comida de esponsales.
- ¿Qué tiene eso que ver con mi proposición?
- Debiera haber aceptado. Una no puede rechazar sin más ni más un buen ofrecimiento en los tiempos que corremos.

Archie caminaba a grandes zancadas por el laboratorio, fumando furiosamente. Mary Lou estaba apoyada en una mesa de trabajo y lo observaba con expresión azorada. Cuando se detuvo para encender otro cigarrillo con la colilla del anterior, ella llamó su atención.
- Bien, Mente Genial, ¿qué te parece ahora?
El terminó de encender su cigarrillo, se quemo, lanzó una maldición con voz monótona y luego replicó:
- Sí, tenias razón, Casandra. Estamos metidos en el lío mayor de mi vida. Primero, cuando construimos aquel automovilito eléctrico que obtenía su energía del sol, alguien lo roció de petróleo cuando estaba aparcado junto a la acera y lo quemó completamente. Aquello no me importe mucho... no era más que un experimento secundario. Pero cuando me niego a venderles la patente, nos amenazan con todas esas estúpidas leyes, y nos cierran el paso por todas partes.
- Esa acción no tiene base legal.
- Ya lo sé, pero ellos tienen dinero ilimitado y nosotros no. Pueden aguantar meses, tal vez años; mientras que nosotros no.
Preocupada, ella le preguntó:
- ¿Qué haremos ahora? ¿Aceptas el desafío?
- No es esa mi intención. Tratarán de comprarme de nuevo, e incluso amenazarme, de una manera refinada. Ya les hubiera dicho que se fuesen al infierno, de no haber sido por papá. Alguien ha entrado ya dos veces en su casa, y él es demasiado viejo para soportar esas cosas.
- Supongo que todos esos conflictos laborales que se suceden en la fábrica le tienen también muy preocupado.
- Desde luego. Y puesto que empezaron cuando comenzamos a manufacturar las pantallas de una manera comercial, estoy seguro que forman parte de lo mismo. Papá nunca se había visto metido en esta clase de conflictos. Su empresa ha sido siempre colectivizada y trata a sus hombres como a miembros de su propia familia. Yo no le censuro porque se ponga nervioso. Ya empieza a cansarme que me sigan a todas partes. Es algo que me pone frenético.
Mary Lou soltó una bocanada de humo.
- Estas dos últimas semanas también me han estado siguiendo los pasos a mí.
- ¡No lo creo! Mary Lou, esto ya es demasiado. Voy a resolverlo hoy mismo.
- ¿Venderás la patente?
- No.
Se dirigió a su escritorio, abrió un cajón y sacó de él una pistola automática del 38, que deslizó en su bolsillo. Mary Lou dio un salto y corrió hacia él. Puso las manos en sus hombros y le miró, con el temor retratado en su semblante.
- ¡Archie!
El repuso cariñosamente.
- ¿Dime, querida?
- Archie, no cometas ninguna violencia. Si algo te ocurriera, ya sabes que yo no podría vivir en compañía de un hombre normal.
El le atusó el cabello.
- Son éstas las mejores palabras que he escuchado en muchas semanas, cariño.
Douglas regresó alrededor de la una del mediodía.
Mary Lou le recibió junto al ascensor.
- ¿Qué hay?
- La misma canción de siempre. No se ha hecho nada a pesar de mis valientes promesas.
- ¿Te amenazaron?
- No exactamente. Me preguntaron a cuánto ascendía mi seguro de vida.
- ¿Qué les respondiste?
- Nada. Saqué el pañuelo y les dejé ver que llevaba una pistola. Creo que esto les obligó a revisar sus planes inmediatos. Después de esto la entrevista decayó y terminé por marcharme. Mi perrito guardián me siguió hasta casa, como siempre.
- ¿Es el mismo matón que te escoltaba ayer?
- El, o su hermano gemelo. Claro que no podía ser su hermano gemelo, si bien se piensa. Se hubieran muerto de miedo los dos al nacer.
- Desde luego. ¿Has almorzado?
- Aún no. Vamos al comedor de la tienda y tomaremos algunas conservas. Más tarde trabajaremos.
El comedor estaba desierto. Hablaron muy poco. Los ojos azules de Mary Lou estaban perdidos en algún punto lejano sobre la cabeza de él. A la segunda taza de café ella extendió la mano y lo tocó en el hombro.
- Archie, ¿conoces el antiguo consejo chino a las jóvenes expuestas a sufrir un asalto criminal?
- No, ¿cómo es?
- Consiste en una sola palabra: «Ceded». Eso mismo es lo que tenemos que hacer.
- Habla más claro.
- Te daré una fotocopia. ¿Por qué nos atacan?
- Tenemos algo que les interesa.
- Nada de eso. Tenemos algo que ellos quieren poner en cuarentena..., no quieren que nadie más lo tenga. Por lo tanto, tratan de comprarte, o atemorizarte, para que desistas de tu propósito. Si estos métodos no dan resultado, probarán algo más fuerte. Ahora tú eres peligroso para ellos y al propio tiempo estás en peligro porque eres dueño de un secreto. ¿Qué ocurriría si dejase de serlo? Supón que todo el mundo lo conociese.
- Pues agarrarían una pataleta.
- Sí, pero, ¿qué podrían hacer? Nada. Estos peces gordos son hombres prácticos. No querrán gastar un céntimo en fastidiarte si ello deja de reportarles un beneficio.
- ¿Qué crees que debemos hacer?
- Divulgar nuestro secreto. Decir a todo el mundo en qué consiste. Permitir que todos fabriquen pantallas transformadoras de energía. El proceso calórico de la mezcla es tan sencillo que cualquier químico comercial puede duplicarlo una vez lo conozca, y tiene que haber por lo menos un millar de fábricas capaces de fabricar las pantallas con su maquinaria actual y utilizando materiales que se encuentran como quien dice ante su propia puerta.
- Pero, Dios del cielo, Mary Lou, nosotros nos quedaremos en la estacada.
- ¿Tenemos algo que perder? Hemos ganado un par de miles de dólares hasta el momento, manteniendo secreto el procedimiento. Si lo revelamos, tú seguirás siendo el dueño de la patente, y podrás cargar un porcentaje nominal..., un porcentaje contra el que no valdrá la pena luchar, digamos diez centavos por yarda cuadrada de cada pantalla manufacturada. El primer año habrá millones de yardas cuadradas en funcionamiento, que representarán cientos de miles de dólares para ti, y una cuantiosa renta para el resto de tu vida. Podrás tener el mejor laboratorio de investigación del país.
Él dejó la servilleta sobre la mesa, con un golpe brusco.
- Caramba, creo que tienes razón.
- No olvides tampoco lo que esto significa para el país. Surgirán fábricas en todo el Sudoeste, en todos los lugares donde caigan los rayos del sol. ¡Energía gratuita! Te convertirás en el nuevo emancipador.
Él se levantó, con los ojos brillantes.
- ¡Sí lo haremos! Espera un momento mientras voy a comunicárselo a papá, y después nos iremos a la ciudad.
Dos horas más tarde los teletipos de todas las agencias de noticias del país transmitían la noticia. Douglas insistió en que ésta incluyese los detalles técnicos del proceso de fabricación, como condición para darlo a la publicidad. Cuando él y Mary Lou salieron del edificio de la Associated Press, la primera edición extraordinaria estaba ya en la calle:
UN INVENTOR GENIAL OFRECE ENERGÍA GRATUITA AL PUBLICO
Archie compró un número e hizo una seña al hercúleo matón que no lo perdía de vista.
- Ven aquí, Blanca Nieves. Deja de mirarme con esa cara truculenta. Tengo un encargo para ti.
Entregó el periódico al gorila. Éste lo aceptó titubeando. En toda su larga y rufianesca carrera nunca se había visto tratado de un modo tan caballeresco por aquellos a quienes escoltaba.
- Lleva este periódico a tu jefe y dile que Archie Douglas le envía un regalo de enamorado. ¡No te quedes ahí mirándome como un pasmarote! ¡Lárgate, antes de que rompa tu gorda cabeza!
Mientras Archie contemplaba como desaparecía entre la multitud, Mary Lou deslizó una mano entre las suyas.
- ¿Te encuentras mejor, hijo?
- No tienes idea.
- ¿Han desaparecido todas tus preocupaciones?
- Todas menos una - La sujetó por los hombros y le hizo dar una vuelta -. Tengo que resolver algo contigo. ¡Andando!
La sujetó por la muñeca y la arrastró hacia el paso de peatones.
- ¡Qué haces, Archie! Suéltame, la muñeca.
- Nada de eso. ¿Ves ese edificio? Es el Tribunal. A la derecha de la ventanilla donde expiden licencias para perros, hay una donde podremos sacar una licencia matrimonial.
- ¡Yo no pienso casarme contigo!
- Que te crees tú eso. Has permanecido una docena de veces en mi laboratorio durante toda la noche. Me has comprometido. Tengo que rehabilitarme, o de lo contrario empezaré a chillar aquí en mitad de la calle.
- ¡Esto es un chantaje!
Cuando entraron en el edificio, ella aún seguía remoloneando, pero no tanto...

FIN


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