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CUENTOS PARA MAYORES
CUENTO UNA PRECIOSIDAD (por Alejandro Mariatti)
EL LUGAR
Villa Urquiza, República Argentina, calle Dublín en el barrio de Parque Chas, donde hace un año se mudó la familia Galíndez. Integrada por el matrimonio de Héctor (48 años, ingeniero) y Ester (46,psicóloga), y su hija Daniela (11), además de la mucama, Liliana González de (22), de nacionalidad chilena.

LOS HECHOS
La mañana del 9 de diciembre el repartidor de diarios Camilo Estévez (18) hacía como siempre su reparto de diarios. Al pasar frente a la casa de los Galíndez, notó que la puerta de calle estaba abierta. Se acercó y llamó. No contestaba nadie.
Dejó la bicicleta y se metió para ver que pasaba.
El vehículo quedó allá tirado dentro del jardín durante las siguientes horas.
A las ocho de la mañana, posiblemente intrigada por la puerta entornada y la bicicleta tirada se acercó a mirar una vecina, la señora Norma Diez (50), que recién comenzaba a hacerse de ciertas confianza con la familia (Según todos los vecinos estos eran extremadamente reservados). La señora Diez tampoco volvió a ver la calle.
Dos horas después llegó Cecilia Ricci (43, socióloga) socia y amiga de la señora Galíndez. Corrió igual suerte que los demás, dejando antes incómodamente estacionado su Peugeot 505 frente al garage de una vecina; la señora Marisa Borman.
Por último a las once y media de la mañana convergieron frente a la vivienda: Esteban Moschini (36) dueño de la parada de diarios, quien estaba buscando a Camilo, pues había recibido las quejas de varios clientes a los cuales no les había llegado el diario. También llegó Marisa Borman (28), la vecina delante de cuyo garage había quedado estacionado el Peugeot, Mirta Gutierrez (19) amiga de Liliana la mucama, llegaba para pedirle una taza de arroz y conversar como todas las mañanas. Luego apareció el ingeniero Tomás Heller (49) socio del ingeniero Galíndez, que lo pasaba a buscar para asistir a una importante reunión de negocios, pues el teléfono y el movicom no contestaban. Y finalmente acudió Nora Diez (20), hija de Norma, la vecina. Nora al despertar vio una nota que le dejó su madre diciéndole donde estaba y que volvía a las diez horas. Al no llegar fue a ver que ocurría.
Las cinco personas se sintieron totalmente confundidos al ver, tirado en el jardín la bicicleta con casi todos los diarios del reparto y la puerta de calle medio abierta. Quien primero se decidió a entrar fue el ingeniero Heller que estaba muy apurado. Le siguió Moschini y la señora Borman. Mientras que la señorita Gutiérrez se dirigió hacia la entrada de servicio, pues solo le interesaba hablar con la mucama.
La señorita Diez se quedó en la puerta sin decidirse a entrar.
Al introducirse, lo primero que descubrieron fue un diario descuajeringado en el suelo. Heller levantó el tubo del teléfono, estaba muerto. El diariero miró en el living y vio algunas cuantas sillas tiradas. La señora Borman se quedó junto a la escalera, donde descubrió una cartera tirada, era de Cecilia Ricci, la socia de la señora Galíndez. Mientras el ingeniero Heller subió al primer piso por la escalera principal. No bajó más. Solo escucharon unos golpes secos. Luego de deliberar un segundo se atrevieron a subir la señora Borman y Moschini, mientras la vecina Nora Diez entraba y preguntaba en voz baja que pasaba.
Cuando llegaron al primer piso, el espanto fue total. La sangre enchastraba por doquier. Todavía no habían podido tomar aire para recuperarse del espanto, cuando Moschini se dobló en dos emitiendo un fuerte quejido. Seguido a esto quedó doblado retorciéndose sobre un gran charco de sangre. Inmediatamente la señora Borman se sintió derribada por un fuerte golpe en los riñones. Casi desmayada vio como le saltaba encima una pequeña figura cubierta de sangre, que le arrancó sus ropas. Con parte de ellas le tapó la boca y la comenzó a violar. En ese momento subió Nora, que se quedó petrificada. El atacante también se sorprendió y dudó un momento si seguir con la señora Borman o lanzarse sobre Nora. Esa pequeña vacilación fue aprovechada por la chica para poder escapar escalera abajo. El atacante trató de detenerla pero Marisa Borman, tuvo la suficiente presencia de ánimo como para hacerle una zancadilla y echarlo a rodar. En la caída arrastró a Nora. Al llegar al pie de esta el atacante y Nora se trabaron en feroz lucha. Detrás llegó Marisa Borman y casi arrastrándose Moschini con una cuchillada en el vientre. Atacaron entre las dos mujeres al extraño atacante, hasta desmayarlo. Una vez que lo ataron con cable de teléfono comprobaron que la feroz bestia era un niño vestido de niña.

RECUENTO DE CADÁVERES
Una vez llegada la policía y el forense, el panorama se volvió más sombrío y escalofriante. En el primer piso yacían esparcidos y mezclados varios cadáveres. En su dormitorio encontraron los restos del matrimonio Galíndez, muertos a hachazos sobre la cama. La cantidad de golpes propinados fueron tantos que no se podía distinguir bien que trozo de carne pertenecía a cual de los cadáveres. En el dormitorio de la niña encontraron a la mucama, que luego de ser violada fue muerta de 46 hachazos en la cabeza, (aunque hay una pequeña diferencia entre los forenses, si la cantidad fue de 46 ó 56 hachazos.). En el ropero encontraron la cabeza de Camilo Estévez, el repartidor. El resto del cuerpo estaba metido en la bañera junto al tronco y cabeza de Norma Diez. Las extremidades estaban a un costado envueltas en el diario del día. Atada sobre la cama de la habitación de huéspedes estaba Cecilia Ricci, la socia de la señora Galíndez, quien fue violada reiteradas veces, antes y después de ser asesinada de seis hachazos que la dejaron abierta en canal. En otra suite estaba el ingeniero Heller, que perdió la mitad de su cráneo de un hachazo. El hacha quedo incrustada en la puerta con el mango roto. En la planta baja, en la cocina se encontró el cuerpo de Mirta Gutiérrez, amiga de la mucama quien fue violada mientras era estrangulada con un alambre de púas. Luego le fue introducida una taza llena de arroz por la vagina.
Esteban Moschini se salvó por muy poco de ser contado dentro de la nómina de muertos, actualmente se recupera exitosamente, al igual que las dos mujeres sobrevivientes.

UN PASO HACIA LA LUZ
Una vez detenido el múltiple asesino, pudo ser identificado. Se trata de Alberto Donatti (18) sin ocupación, con unas cuantas entradas en institutos de menores por diversos delitos contra la propiedad. Hacía tres años que había desaparecido de los lugares que solía frecuentar, sin que nadie lo echase de menos.
La principal preocupación de la policía era establecer el paradero de la pequeña Daniela Galíndez, saber si estaba viva o muerta. Para ello no dejaron tranquilo al mounstruo (solo mide un metro veinte de estatura, pesa 45 Kg. y tiene aspecto de niño, a pesar de sus 18 años; recuérdese a Arnold el negrito simpático de la serie Negro y Blanco, afectado por la misma deformidad.). Al fin lograron que hablara luego de usar toda la persuasión psicológica de la que es capaz la policía. Aquí vino lo más asombroso y escalofriante de la historia.

LA HISTORIA
El matrimonio Galíndez tiene una hija, Sandra (24 años) quien se escapó de su casa a los 18 años, para irse a vivir a Brasil con un pintor. Desde entonces no quisieron saber nada con ella, la desterraron de su memoria. Pero quedaron muy traumados con este suceso, principalmente la señora Galíndez que no podía aceptar no seguir ocupando el papel de madre. Para suplir esta carencia buscaron una hija adoptiva, pero con características especiales; pues lo que pretendía la señora Ester era poder tener a su lado para siempre una hija pequeña a la cual querer y proteger. Sus deseos se cumplieron cuando tras una ardua búsqueda dieron con Alberto Donatti, quien en ese momento contaba con 15 años y era un chico de la calle. El tipo físico dio a la perfección con lo que requería la señora. El pequeño mounstruo posee rasgos tan delicados que puede ser confundido con una niña, como de hecho vino ocurriendo estos tres años. Alberto accedió; jamás tuvo escrúpulos de ninguna clase, y a cambio de ser mantenido y que se le reservase una cantidad de aproximadamente U$S 500 - mensuales en una caja de ahorro para el caso que renunciase; se presto totalmente a la farsa. Pero no tuvo en cuenta sus propios límites. El acuerdo implicaba fingir las veinticuatro horas del día delante de todos. Esta situación algún día tenía que explotar por alguna parte.

DECLARACIÓN
«No aguantaba más. Lo que menos soportaba era tener que hacer siempre quinto y sexto grado, sin avanzar nunca de allí». Declaró Donatti. A lo cual agregó: «Ya estaba repodrido de levantarme temprano, escuchar música para nenas y todo eso. Pero no quería renunciar. Si lo hacía me tocaba llevarme unos U$S 18.000 -. Con todo lo que me había tenido que comer eso era poco, así que porque no querer más. ¿No?.» En otro tramo de la declaración dijo: «Soy enano, parezco un chico, pero lo que tengo colgando entre las piernas es de adulto. Algunas veces me arreglaba en el colegio, con las compañeritas de primero y segundo grado, pero es un juego muy riesgoso, además quería una mujer de verdad». Luego se explayó sobre la mañana de la masacre: «No dormí en toda la noche, había tomado pastillas para no estar cansado; se las afané a la vieja. Cuando todos dormían me levanté agarré el hacha que estaba en el sótano, subí y los maté a los dos viejos de mierda. A la hija de puta de Liliana primero le hice la violeta. La guacha pagó bien todas las gastadas que me hacía. A la vieja la dejé porque no podía distinguir bien donde podía meterle algo.» Luego dijo: «Y al resto... no se. Primero lo vi parado afuera como un boludo al diariero, que me dio un no se que dejarlo así, sin atenderlo. Había dejado entornada la puerta apropósito para que alguien entrase y viera los fiambres. Yo me pensaba esconder en el altillo y hacer el camelo de la criaturita asustada. Pero al mirarme me di cuenta que estaba bañado en sangre y no había podido tirar el vestidito. Y ya después que cayó el primero, no pude parar. Al final lo único que quería era que por esa puerta fuera entrando todo el mundo de a uno, para poder matarlos tranquilamente, y a las minas previamente violármelas. Ya no me cabía otra ¡Que joder!. Y sigue pareciéndome igual. Lo volvería hacer una y mil veces. ¿Se dan cuenta?».
Es sumamente incierto el destino que pueda llegar a darle la justicia al Mounstruo de Parque Chas, pues no se sabe a ciencia cierta su estado mental. Mientras, espera su juicio en el penal de encausados de los Tribunales de Buenos Aires.


FIN


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