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CUENTOS PARA MAYORES
CUENTO WACO (por George C Chesbro)
Por extraño que parezca, fue con vómito y no con sangre con lo que resbaló, puesto que uno de los traidores, Virginia, había vomitado después de que él disparara a los tres que intentaban escapar y le metiera a ella un disparo en la cabeza. Raymond notó que sus pies resbalaban del suelo y, cayendo con todo su peso, se sentó sobre la cabeza de Virginia, fracturándole a ella el cráneo y rompiéndose el cóccix. Notó que el dolor le atravesaba la base de la columna vertebral y profirió un grito al tiempo que las lágrimas brotaban de sus ojos. Como siempre hacía en momentos de dolor, tristeza, cólera o confusión, o sencillamente cuando sentía lástima de sí mismo o se notaba indispuesto, agachó la cabeza para rezar.
—Querido padre celestial...
—Yo...
Raymond levantó la cabeza. Miró alrededor, pero no vio a nadie.
—¿Dios...?
—Aquí.
Raymond miró a su izquierda, hacia la ventana, donde un enorme buitre estaba encaramado al alféizar con su cabeza negra y carmesí ladeada y observándole con ojos amarillos.
—¡Aléjate de mí, Satán!

Aguardó unos segundos; luego, cuando oyó el susurro de las alas, abrió los dedos un poco y miró de nuevo hacia la ventana. El buitre sacudió las alas en un movimiento parecido a un encogimiento de hombros y luego dio unos saltitos como si fuera a echarse a volar.
—Como quieras, estúpido. Eres tú quien ha echado la moneda y tú quien me ha llamado.
—¡Espera!
El ave torció su largo y barbado cuello y, metiendo la cabeza por debajo de un ala extendida, miró a Raymond.
—¿Qué ocurre, idiota?
—¿Tú no eres... Satán?
—¿Te refieres a ese tipo del infierno en el que creéis algunos de vosotros?
—Pues... sí.
—Nació a medio hacer y no llegó a la unidad de cuidados intensivos. Con todo lo que lo despreciáis, no esperarás que un pobre diablo como Satán continúe mucho tiempo en el tajo.
—¿De qué estás hablando?
—Nunca ha dejado de asombrarme que un humano con un ápice de conciencia de lo que las personas de este planeta se infligen rutinariamente se inquiete, aunque sólo sea por un segundo, por acabar en otro lugar desagradable llamado infierno. Vamos, vamos...
—¡Yo no quiero arder!
—Oye, chico, si se trata de malas noticias, yo podría darte una, pero en lo que se refiere a ir al infierno, no tienes por qué preocuparte.
—¿Estás diciendo que el infierno no existe?
El enorme buitre hizo lentamente un gesto de negación con la cabeza.
—Eres imposible, Raymond. Creo que no has entendido lo que te he dicho.
—¿Quién eres?
—Dios me llaman algunos, en la comedia es en lo que me ocupo...
—Tú no puedes ser Dios. Eres un buitre.
—Todo el mundo critica, pero alguien tiene que arreglar el estropicio que habéis hecho. He nombrado al buitre vuestra ave planetaria. ¿Qué? ¿Crees que debería haber montado el numerito de la zarza en llamas? Hazme caso: no tardarás en tener todo el calor que puedas soportar.
—¿Qué quieres decir?
—Dentro de cinco minutos los chicos del FBI y la ATF que hay ahí empezarán a arrasar este lugar y luego el chiflado que tenéis por jefe os pegará fuego a todos juntos.
—¿Te refieres a David?
—El tipo al que le has dejado jugar al escondite con tu esposa y tu hija.
—¡Pero si David es tu hijo!
—¿Me tomas el pelo?
—¿David no es... hijo tuyo?
—Ese tarado no sabe ni siquiera tocar la guitarra decentemente. ¿No crees que cualquier hijo mío debería tocar al menos tan bien como Hendrix?
—¿Y Jesús?
—Ese tenía los huevos de acero y tan grandes como sandías. Me caía bien. Solíamos hablar mucho.
—Pero Jesús era tu hijo, ¿verdad? ¿Tuyo y de la Virgen María?
—Mira, estúpido, en primer lugar, si decidiera tener un hijo con una humana, la mujer que escogería como madre no sería virgen cuando acabara con ella, de eso puedes estar seguro. A los dioses varones les gusta el folleteo tanto como a cualquier tío. Pero yo nunca he tenido hijos. Tengo problemas afectivos y no quiero arriesgarme a transmitirlos. Vosotros los humanos ya tenéis bastantes problemas. Algunos de los otros dioses solían darse algún que otro revolcón con los humanos, pero su progenie dejaba bastante que desear. No salió muy bien. Si no, ya me dirás, ¿cuánta gente puede ganarse la vida lanzando disco?
—¿Qué... qué otros dioses?
—Antes éramos un montón. Compartíamos las responsabilidades: uno se ocupaba de las cosechas, otro de las tormentas, otro de los océanos, ya sabes... Había incluso una especie de guardabosques. Éramos cantidad en el reparto. Si querías que se ocuparan de algo, rezabas al dios encargado de esos asuntos. Los dioses no respondían a las oraciones mucho más que yo ahora, pero al menos había representantes locales.
—¿Tú a qué te dedicabas en aquel entonces?
— A los servicios locales. Era el inspector de edificios y jardines. Los peces gordos no querían darme ninguna responsabilidad importante. Decían que era demasiado inestable. Tenían razón, por supuesto. Cuando estoy de mal humor es mejor alejarse de mí.
—¿Qué fue de los demás?
—Los maté. Soy un dios celoso.
—¿Cómo los mataste?
—Les corté el suministro de fe. Hacen falta muchos creyentes para mantener vivo a un dios de categoría mínima.
—¿Cómo? ¿Les cortaste el suministro de fe...?
—Pues sí. Me costó lo suyo, pero el hecho de mantener conversaciones con las personas adecuadas obró milagros. Mientras los demás estaban ocupados haciendo su trabajo, yo bajé aquí y hablé con ciertos humanos para decirles que sólo existía un único Dios: yo. Hablar con Moisés, mi representante, fue divertido. Aquel hombre tenía muy buen oído para los chismes y una imaginación realmente increíble. Fue una verdadera inspiración. El resto, como se suele decir, es historia.
—Pero ¿existe un cielo?
—Hogar, dulce hogar...
—¿Vas a llevarnos allí?
—No... Me temo que no, Raymond. No tengo poder para eso. Nunca he tenido mucha habilidad para tratar con los humanos; por eso me pusieron a cargo de edificios y jardines. Pero incluso si tuviera el poder de llevaros a mi barrio, hacerlo sería una estupidez. Venir a veros de vez en cuando no está mal, pero si tuviera que vivir con vosotros acabaría más loco de lo que ya estoy. Vamos, vamos...
—Pero si tú nos creaste.
—Oye, para el carro. De eso no puedes culparme. No sólo sois una pandilla de asesinos sanguinarios que se dedica a cubrirse de ignominia, sino que vuestra especie padece un grave defecto de diseño. Tenéis predisposición genética a la superstición, a creer en cosas rematadamente absurdas con el fin de justificar vuestro insensato comportamiento. La insensatez engendra insensatez, así como lo que tienes en la cabeza acaba siendo aquello en lo que estás sentado.
—Si no fuiste tú quien nos creó, ¿quién lo hizo?
—No tengo la menor idea. Lo importante del asunto es que vosotros me creasteis a mí y que me mantenéis vivo. Creo que os desarrollasteis más o menos como el resto de las cosas de este planeta.
—Pero ¿adonde iré cuando me muera?
—A ninguna parte, hijo mío. Apaga y vámonos. Sanseacabó... Por eso lo llaman muerte.
—¿Quieres decir que esta vida es todo lo que tengo?
—Todo lo que tenías... ¿Qué querías por tu moneda?
—¡Pero si David dice que el mundo va a acabar ahora y que nosotros somos los únicos que se salvarán!
—Vamos, vamos... El estúpido de vuestro líder sólo es un chiflado más. Creía habértelo explicado. La única diferencia estriba en que él es un lunático activo y el resto de vosotros unos lunáticos pasivos. Lo único que va a cambiar en el mundo cuando os pegue fuego es que la gente empezará a contar chistes como que los de Waco acabaron ardiendo a pesar de que estaban como una regadera. ¿Conoces el de...?
—¿A qué te referías con lunáticos activos y pasivos?
—Es como la diferencia entre el pie y la uva. Si se la considera en conjunto, la especie humana está mentalmente desequilibrada. El hecho de que estés sentado en un charco de sangre sobre el cráneo de una mujer a la que acabas de levantarle la tapa de los sesos mientras mantienes una conversación con un buitre es un buen ejemplo de ello.
—¡Pero si has dicho que eras Dios!
—Y lo soy. Pero la mayoría de la gente se dirige a mí cuando no puedo escucharla, no cuando aparezco realmente ante ella. Pensaba que ibas a sufrir un ataque al corazón. Hablar con un buitre que te responde no suele ser considerado una muestra de salud mental.
—¡Quiero salir de aquí!
—Esta es la primera cosa razonable que te oigo decir. Quizá deberías salir por esta ventana, que era lo que las cuatro personas que acabas de matar intentaban hacer cuando les disparaste.
—¡No puedo moverme! Creo que me he roto la rabadilla.
—Es una lástima. Pero permíteme que acabe de responder a tu pregunta. Los lunáticos pasivos no sabéis lo que queréis, salvo que siempre queréis algo distinto de lo que tenéis y esperáis que yo os lo dé. Ocurre lo mismo en todo el planeta. En cambio los lunáticos activos como vuestro líder saben exactamente lo que quieren, y tarde o temprano se las arreglan para reunir el número suficiente de lunáticos pasivos para intentar conseguirlo. Por lo general los lunáticos activos quieren poder, dinero, matar a la gente que no les gusta o controlar la programación de la tele. Pero lo único que ha querido siempre el lunático activo que tenemos aquí es ser una estrella de rock, y sólo quería serlo para cepillarse a un montón de mujeres. Pero su plan no funcionó porque no tenía talento. De modo que hizo lo que tocaba a continuación, es decir, reunir a una pandilla de lunáticos pasivos y convencerlos de que él era Dios para así cepillarse a todas las mujeres y niñas del grupo. Aunque el resultado de este asunto no te agradará, lo cierto es que, en lo que se refiere a lunáticos activos, ese amigo tuyo no vale un pimiento. El daño que ha hecho a otras personas es relativamente limitado. Si he venido aquí es para decirle que hay algunos por ahí que son de aupa.
—¡No quiero morir abrasado!
—Entonces más vale que te pegues un tiro.
—Pero no me queda ninguna bala...
De pronto se oyó un chirrido en el piso de abajo y el edificio empezó a temblar.
—Se acabó el tiempo. Ya están aquí esos memos, dispuestos a llevar a cabo una verdadera caza de memos. Adiós, estúpido.
—¡Ayúdame! ¡No quiero morir!
—Raymond, ¿con quién demonios estás hablando?
Raymond se volvió hacia la puerta, donde se encontraba su líder con una pistola en una mano y con una lata de gasolina en la otra. Los ojos le brillaban, y los grasientos rizos de su largo y rubio pelo caían sobre su cara.
—¡David! ¡Ya están aquí!
—Lo sé —dijo el hombre. Y sonrió—: Pero ya nos falta poco. Ha llegado el momento del éxtasis y del fin del mundo, tal como profeticé. Cómo van a lamentar haberse metido conmigo. Dime, ¿con quién estabas hablando?
Raymond señaló al gigantesco buitre que seguía encaramado al alféizar.
—¡Es Dios, David! ¡He estado hablando con Dios!
—Pero ¿qué dices? ¿Estás loco? Si no es más que un buitre.
—¡Padre, háblale! —le gritó Raymond al buitre—. Dile lo que me has dicho a mí.
—No puede oírme, Raymond. El se cree su propia publicidad. Piensa que es Dios.
—¡David, he tenido una visión! ¡Estoy teniendo una visión! Creo que deberías reconsiderar tu conducta. ¿Podemos hablar de ello?
El hombre de los ojos brillantes respondió levantando su revólver y disparando tres tiros. La cabeza del buitre explotó soltando un chorro de sangre y su enorme y plumoso cuerpo cayó del alféizar al suelo con un ruido sordo.
—Pero ¿qué demonios te pasa, Raymond? Estamos preparándonos para ir al cielo y tú te quedas tan tranquilo hablando con un buitre. Por cierto, te felicito por salvar a éstos. Dentro de unos minutos estarán agradeciéndotelo.
—David, he estado replanteándome seriamente lo que estamos haciendo. Dios ha dicho que el mundo no va a acabar de ninguna manera y que lo único que ocurrirá es que la gente contará chistes sobre nosotros.
El hombre se acercó a Raymond y le miró fijamente.
—Mueve el culo, Raymond. Necesito tu ayuda.
—¡No puedo, David! ¡Me he hecho daño en la espalda!
—Entonces serás tú el primero —dijo el hombre de los ojos brillantes al tiempo que le rociaba la cabeza y el cuerpo con gasolina—. ¡Ya es hora de que nos vayamos!



-George C. Chesbro es el creador de la serie de misterio Mongo. Su último libro se titula Bleeding in the Eye of the Storm.


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