Sólo con la angustia, con el dolor y con la muerte, el hombre conquistará al fin las estrellas.
AYER TARDE, EN SU MODESTA PROPIEDAD DE ZANADU, FALLECIÓ X... EN LOS ÚLTIMOS DÍAS, EL MUNDO ENTERO TENÍA LOS OJOS VUELTOS HACIA...
Dos hombres escuchaban la radio. A través de la ventana de la estancia podían ver dos lunas minúsculas en el cielo. Una de ellas se movía muy rápida.
—Ha muerto —dijo uno.
—¡Ah! —hizo el otro. Esto no significaba ni asombro, ni pesar, ni compasión, ni tristeza. Era una constatación, pero también algo más profundo. No tenía nada más que decir: el acontecimiento, aunque esperado, lo dejaba mudo.
—Era un hombre.
Después de esto, no dijeron nada más. Cerraron la radio; no sentían necesidad de más noticias.
«Debe ser sencillo morir, cuando se ha hecho alguna cosa» (escrita por X... en un trozo de papel, probablemente alrededor de su decimoctavo aniversario. Hallada casualmente en un cajón de su mesa de despacho).
SIEMPRE PERMANECERÁ EN NUESTRAS MEMORIAS EL HOMBRE QUE HA SABIDO DAR UN ROSTRO AL MAS LOCO, AL MÁS NOBLE DE TODOS LOS SUEÑOS. SU BRILLANTE CARRERA SE CONFUNDE CON LA MISMA HISTORIA DE NUESTRO PLANETA EN LOS ÚLTIMOS VEINTE AÑOS. EL IMPULSO QUE SUPO DARLE A...
HEMOS INTERROGADO A ALGUNAS PERSONAS EN LA CALLE: PERDONE, SEÑORA, ¿PODRÍA DECIRNOS LO QUE USTED PIENSA DE LA VIDA DE X...? NO LO SÉ, TENGO PRISA. ¿INVENTÓ EL COHETE, NO?
¿Y USTED, SEÑOR? ES UN GRAN HOMBRE. ¿LE HA SORPRENDIDO LA MUERTE RECIENTE DE X..., SEÑORA? NO LO SÉ, NO LE CONOZCO. ¿CUÁL ES SU PROFESIÓN? SECRETARIA. ¿Y USTED, SEÑORA, LA QUE LLEVA ESE CESTO? ERA UN POLÍTICO. HA ENVIADO VARIOS COHETES A MARTE, ¿NO ES CIERTO? ERA EL QUE DIRIGÍA TODO ESO. MI MARIDO LE RESPONDERÍA MEJOR.
ERA MUY RICO.
SÉ QUE TENÍA DOS HIJOS, LO HE LEÍDO EN LOS PERIÓDICOS. ¿LO QUE HA HECHO? DIRIGÍA UN GRAN NEGOCIO; NO, ESPERE, CREO QUE SE OCUPABA DE UN ORGANISMO INTERNACIONAL.
¿NO FUE EL QUE FIRMÓ AQUEL TRATADO CUANDO SE LLEGÓ A LA LUNA?
SU VIDA FUE UNA HERMOSA VIDA.
NO ME GUSTABA SU VOZ.
Ahora, supongo que ya no haré nada jamás. No escribiré mis memorias. Ahora puedo al fin ser franco conmigo mismo, no es éste el momento de empezar a mentir a los demás. Tengo quizás aún diez años de vida, o una semana tal vez. Los médicos no lo saben.
Veamos, recapitulemos. Los hombres han llegado a Marte. Un cohete sale cada dos meses hacia Marte, excepto en el momento de la oposición. El otro día pasé por una calle que llevaba mi nombre. Me pregunto qué efecto me habría hecho esto cuando tenía veinte años. Me hubiera puesto probablemente a reír.
Me siento fatigado: ¿por qué? Puedo descansar todos los días. He hecho todo lo que tenía que hacer. Está escrito en los periódicos. ¿Qué es pues lo que quería hacer?
SE HA LLAMADO A ESTOS AÑOS LOS «AÑOS LOCOS», SIN DUDA A CAUSA DE LA TENSIÓN INTERNACIONAL Y LA CONTENIDA DESESPERACIÓN QUE CERNÍAN SOBRE LA TIERRA LA PERSPECTIVA DE LAS ARMAS ABSOLUTAS Y LA AMENAZA DE LA SUPERPOBLACIÓN. LA SITUACIÓN NO SE NORMALIZÓ JAMÁS ENTERAMENTE, DESPUÉS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. MIENTRAS TANTO, LA TECNOLOGÍA HABÍA CONSEGUIDO UN PROGRESO CONSIDERABLE. LA HUMANIDAD PODÍA CONOCER UNA NUEVA EDAD DE ORO; SOLO LE FALTABA UN GRAN SOPLO, UNA RAZÓN PARA COMBATIR Y PARA VIVIR.
DE ACUERDO, HAY HOMBRES SOBRE MARTE. ¿ES QUE LA GENTE ES MÁS FELIZ POR ESO? CONTÉSTENME, POR FAVOR: ¿LA GENTE DE TODOS LOS PAÍSES? EVIDENTEMENTE, NO. SOLAMENTE EN LOS GRANDES PAÍSES. PARECE QUE LOS BRASILEÑOS SE HAN CORTADO PARA SÍ MISMOS LA PARTE DEL LEÓN.
Todo comenzó en un tren. Fue allá que comprendí lo que debía hacer. Lo sabía desde hacía tiempo, pero estaba dentro de mí y jamás me lo había dicho a mí mismo. En el tren, supe lo que llegaría a ser y cómo llegaría a serlo. Después, jamás tuve piedad. De todos modos, ha sido duro. Pero ya he llegado, ahora ya he llegado, al menos puedo decírmelo a mí mismo. Todo ha terminado ya.
* * *
Durante la noche, en un tren, se ven las estrellas inmutables. Bailan sobre nosotros, pero no cambian jamás. Llega un momento en que los fuegos de la Tierra las eclipsan, pero llega un momento también en que, al subir el tren por una colina, se las distingue casi encima de uno mismo, como si el tren se precipitara directamente hacia ellas. Es un cambio brusco: a mi derecha Altair, delante a la derecha Antarés, y el viento de la luz que empuja mis velas hacia Andrómeda, las estrellas son grandes navíos que sacuden mi débil cascarón.
Sacudió los párpados medio adormilado, acunado por el jadeo monótono de la máquina y el golpeteo de las ruedas en los raíles; el periódico había resbalado hasta el suelo y la fecha era bien visible, 12 de junio de 1964. Cerca de dos años ya pasados en la tienda de Larcher, dos buenos años perdidos, y catorce meses que encontré a Cristina, y veintiocho años de vida, veintiocho años sin densidad, a pesar de todo el trabajo acumulado, veintiocho años de búsqueda incierta, de tiempo desperdiciado; Cristina, qué burda ocurrencia cuando pienso que creí descubrir las estrellas en el interior de tus ojos.
Mi querida Cristina; me pregunto si nuestra unión hubiera sido más larga si te hubiera hablado menos de las estrellas. Pero a través de ti, realmente, era a ellas a las que yo esperaba encontrar, y no había estrellas dentro de tus ojos, ni entre tus cabellos, no había más que el espacio vacío, y cuando nos amábamos él estaba allá, no entre nosotros sino alrededor de mí, y creo que tú jamás te dabas cuenta de ello. El espacio se extendía alrededor de mí y delante de mí, y tú estabas ausente; no era tu culpa, quizás era la mía, o tal vez la de las estrellas.
Espero que no me echarás de menos...
Ellos no alcanzarán jamás las estrellas, jamás, pese a sus cohetes y sus ecuaciones, superficies pulimentadas y frías. Ningún tren alcanza jamás ninguna estación, si se divide por dos el camino que le falta recorrer y si se prosigue la operación, sea un tiempo T supuesto infinito...
La campanilla repicó. «Primer servicio». Se desperezó, soñoliento. El resto, nadie lo cree. Han partido hacia el espacio, una mañana de verano, como se sale de vacaciones, sin saber porqué, sin haber experimentado jamás las heridas de esta enfermedad que no nos abandona: la soledad, y la necesidad de un vacío más definitivo todavía. Han partido sin sentirlo, y es por eso por lo que han regresado. Intentan en vano instalar una pequeña parte de la Tierra en el vacío, encima de nuestras cabezas. El año próximo, los rusos y los chinos es probable que pongan sus pies en la Luna, y los americanos y los ingleses, también. Pero las estrellas se ríen de esto. Las estrellas están demasiado lejos y el horizonte de los hombres es limitado. Ellos no creen que el hombre, con una gran H, alcance jamás las estrellas.
El hombre no me importa, pero yo, yo, quiero ir hasta ellas.
Se enderezó un poco, sin abrir los ojos, y apoyó su codo sobre la pequeña mesa desplegada ante él. Si yo hubiera sido un ingeniero hubiera construido cohetes. ¿Y después? No, no quiero construir cohetes; quiero hacer el gran viaje.
Cuando hayan construido su nave estelar, yo iré hasta ellos y les diré: dádmela, quiero partir, yo llevaré hasta allá vuestra gloria, sobre todos estos mundos que vosotros ni siquiera imagináis, cristal y turquesa con océanos como los ojos de Cristina. A la proa de la carabela de acero que un pueblo entero habrá construido, todo un planeta, proa de titán y penacho de fuego invisible, me hundiré en la noche rodeada de estrellas, y todo será algo grande, esto es el futuro; y llevaré a través del tiempo y del espacio la semilla de imperios aún no nacidos, el esplendor de ciudades por construir, colosal filamento de trayectorias estelares mezcladas como cabellos, y todos me olvidarán, todos, todos, pese a que yo sea ellos en último análisis.
No hay más que esto verdadero: las estrellas, desorden, llamarada, estallido, dinamismo... ausencia de nombres. Si supieran, todos ellos se dedicarían al trabajo; sin titubear, sin respirar siquiera; no se detendrían ni de día ni de noche, cesarían incluso de amar, y construirían la nave gigante que llevaría su destino a las estrellas.
Yo puedo decírselo. Yo puedo ayudarles a hacerlo.
¿Quién soy yo? Adulto. Veintiocho años, especialista en el arte de engañarse a sí mismo, embarrancado sobre la Tierra en una madriguera de absolutamente nada.
Pero quiero ir a las estrellas. No cesaré hasta que las haya arrastrado en mi estela.
Jamás tuvo pasado. Y era así, él no se había vuelto jamás hacia su pasado, estaba libre de recuerdos, abierto todo él hacia el porvenir. Y era así porque vivía, acababa de descubrirlo, era porque hasta entonces había vivido, sin color, sin densidad y era necesario llenarse de futuro, y proyectarse hacia el porvenir y colocar a los otros a su alrededor en las profundidades del movimiento de todos los tiempos.
Puede que éste sea un falso porvenir, no lo sé. Después, ha sido duro llevarlo a cabo. Pero no tan difícil como lo hubiera podido creer. He trepado a lo alto de una montaña. A esto se le llama una ascensión. Por otra parte, no es nada más que una madriguera...
EL 22 DE JUNIO DE 2018 HA MUERTO, EN SU PROPIEDAD DE ZANADU, X... FUE DURANTE TODA SU VIDA UN GRAN CONDUCTOR DE HOMBRES. EL INVIERNO PASADO DIJO, EN UN DISCURSO: «SUPONGO QUE LOS FARAONES HUBIERAN TENIDO MAYOR SUERTE CON SUS ESCLAVOS SI HUBIERAN PODIDO HACERLES COMPRENDER QUE SU OBRA COLECTIVA, LAS PIRÁMIDES, PERMANECERÍAN DURANTE MILENIOS, PERMANECERÍAN HASTA NOSOTROS Y MÁS ALLÁ AUN DE NOSOTROS». CUANDO ENTRÓ AL SERVICIO DE LA AGENCIA ESPACIAL, ÉSTA EMPLEABA CERCA DE DOCE MIL HOMBRES, POSEÍA DOS BASES DESLIGADAS ENTRE SÍ, UN CONTINGENTE DE COHETES DE POCA FUERZA, EL PROYECTO DE UNA ESTACIÓN AUTOMÁTICA EN LA LUNA Y UN CIERTO NÚMERO DE SATÉLITES INHABITADOS E INHABITABLES... CUANDO ÉL ABANDONÓ SU PUESTO DE DIRECTOR GENERAL, POR RAZONES PERSONALES, HACE DIEZ AÑOS, LA AGENCIA EMPLEABA A CERCA DE UN MILLÓN DE HOMBRES, HABÍA CONSTRUIDO EN EL ESPACIO O SOBRE OTROS MUNDOS CATORCE ESTACIONES, VEINTIOCHO BASES SOBRE LA TIERRA, Y CIENTO CUARENTA Y SIETE LABORATORIOS DE INVESTIGACIÓN TRABAJAN EXCLUSIVAMENTE PARA ELLA. LA ENERGÍA QUE PRODUCÍA Y CONSUMÍA REPRESENTABA CERCA DEL CUATRO POR CIENTO DEL TOTAL DE LA ENERGÍA PRODUCIDA SOBRE LA TIERRA...
USTED LO HA CONOCIDO ÍNTIMAMENTE. ¿PUEDE DARNOS ALGUNAS IMPRESIONES SOBRE ESTE HOMBRE EXTRAORDINARIO?
NO PUEDO DECIR QUE YO LO CONOCIERA BIEN. ERA MUY RESERVADO, INCLUSO TACITURNO EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA. ESTO LE VINO DESPUÉS DE LA MUERTE DE SU ESPOSA, HACE VEINTITRÉS AÑOS. CREO QUE SE SENTÍA SOLO. ENTIENDA, TODO EL MUNDO LO RODEABA DE DEFERENCIA, INCLUSO DE TEMOR. PODÍA PARECER GLACIAL A TODOS LOS QUE TRABAJABAN CON ÉL. SUPONGO QUE ERA EN EL FONDO TÍMIDO... ERA UN ESPÍRITU PROFUNDAMENTE ORIGINAL, Y UNA FUERTE PERSONALIDAD.
CUANDO ABANDONÓ LA AGENCIA, HACE DIEZ AÑOS, PARA DIRIGIR NUEVAS INVESTIGACIONES, BIOLÓGICAS ESTA VEZ, MUCHA GENTE SE SORPRENDIÓ. TENÍA LA COSTUMBRE, ANTES, DE DECIR QUE SE LLEGARÍA A VENCER A LA MUERTE SI SE DEDICABA A ELLO EL TIEMPO Y EL DINERO NECESARIOS. ERA UN NUEVO COMBATE AL QUE SE ENTREGÓ DE LLENO. PERO NO ERA PORQUE TUVIERA MIEDO A LA MUERTE. NO, NO LO CREA ASÍ. ERA POR CURIOSIDAD, POR PURA CURIOSIDAD, PARA SABER LO QUE EXISTÍA DETRÁS DEL HORIZONTE DE LOS AÑOS. QUERÍA BATIRSE CONTRA LA MUERTE AL IGUAL QUE SE HABÍA BATIDO CONTRA EL ESPACIO. ERA UN COMBATE METAFÍSICO.
Supe que me había vuelto realmente poderoso cuando inauguramos este campo, en Australia. Hacía calor. Rodábamos sobre un desierto de cemento blanco. Tan lejos como el ojo podía alcanzar, se extendía una llanura de cemento blanco. Una línea negra estaba pintada sobre esta superficie uniforme, deslumbrante, y nuestros vehículos la seguían.
Después, las torres aparecieron como los mástiles de un navío sobre el horizonte. Eran blancas también, eran montañas de hormigón, de metal y de vidrio, erizadas por la vegetación geométrica de las antenas. Y vimos al fin el cohete, plantado en el suelo como una aguja. Nuestros ojos no podían sostener su brillo. Un poco más tarde, se produjeron los discursos. Y mi nombre apareció entre las palabras con una regularidad metronómica. Los discursos eran pronunciados en todas las lenguas y yo no comprendía las palabras, salvo mi nombre, singularmente desollado, y rápidamente no tuvo para mí ninguna significación. Recuerdo que movía la cabeza de tiempo en tiempo, en señal de aprobación, más no escuchaba ni siquiera la minúscula voz del intérprete que se albergaba dentro de mis auriculares.
Era sin duda el calor.
Pensaba solamente en que todos me envidiaban. Era una cosa que no podía comprender, pero de la que estaba seguro. No sabían exactamente por qué me envidiaban, pero era así. Sin duda porque cien mil hombres podían ponerse en movimiento con sólo poner yo mi firma en la parte inferior de una hoja de papel.
Y era porque me envidiaban que no se condolieron cuando Ana murió. No les pedí tampoco que se condolieran; nunca les he pedido nada. Les reclamé tan sólo un poco de silencio, pero ellos no me lo dieron tampoco.
Recuerdo, desde que Ana, mi mujer, murió, en aquel accidente estúpido; sé que siempre he estado solo, siempre, incluso con ella. Como con Cristina. No era la misma clase de soledad, pero sí era la misma distancia. Solamente ahora empiezo a suponer alguna cosa, comienzo a entender que esta distancia he sido yo quien la ha cultivado cuidadosamente, la ha hilvanado, la ha edificado, la ha reforzado.
Cuando la llama apareció bajo el cohete, me pregunté a mí mismo: «¿por qué he hecho todo esto?». No era la primera vez que me planteaba esta cuestión, pero por primera vez discerní en ella un destello de humor. No tenía aún sesenta años. Me encontraba en la cumbre de la montaña. Había construido una pirámide y me encontraba en la cúspide de esta pirámide. La última piedra había sido puesta. No era cierto que la tarea estuviese terminada, pero mi pirámide sí estaba terminada. No era una tumba como las pirámides de los Faraones, sino que era una enorme construcción hecha de hombres y de máquinas, de órdenes y de ambiciones, de sueños, de gráficos, de planos, de edificios, de pilas nucleares, de meteoros, de telescopios, de calculadoras, de tractores, de autopistas, de vehículos, era un amontonamiento inmenso y ordenado, y por primera vez no sabía exactamente cuándo ni porqué había comenzado a edificar aquel amasijo colosal.
Las circunstancias, probablemente.
Y con todo esto, nunca había estado verdaderamente en el espacio. El cohete ascendía lentamente. Era el más grande, la mejor máquina que jamás se había construido sobre la Tierra. Era la piedra final de mi pirámide, y yo estaba a una cierta distancia, contemplándola, y ahora sentía deseos de irme, las manos en los bolsillos, hacia el centro inencontrable de aquel desierto de cemento.
Y tuve la impresión de haber olvidado alguna cosa, cuando el cohete desapareció en el cielo. Ignoraba lo que era, pero aquello me retorcía el corazón. Bruscamente, la Agencia me dio la impresión de ser un enorme juguete. Cuando los faraones habían terminado su pirámide, supongo que se limitaban a esperar la muerte.
Al año siguiente abandoné la Agencia.
«Los resultados obtenidos sobre un porcentaje significativo de ratas parecen concluyentes. Se puede esperar que algunos procedimientos apropiados paliarán el efecto de las enzimas y que el envejecimiento será considerablemente retrasado...»
Me di cuenta de que había sido un motor a resorte, nada más. Que a este motor se le había dado cuerda años y años antes, no sé justamente cuándo, en alguna parte entre mi quince y mi veinticinco aniversario y que se había desarrollado luego. ¡Oh, el resorte estaba lejos de su agotamiento! Pero la rueda dentada no había hecho presa sobre nada. Los engranajes giraban locamente, no llevaban consigo ninguna clase de mecánica. «Trabaja usted demasiado», me han dicho los médicos. «Su angustia es un fenómeno fisiológico corriente. No puede esperar el escapar de ello simplemente porque se llama X...»
No sabían nada.
Yo sabía lo que es la angustia. Todos estos años en los que construí la pirámide, raramente me hallé frente a la angustia. No tenía tiempo, imagino. Nada de tiempo.
La angustia se te viene encima cuando hay demasiadas posibilidades ante ti, o cuando han sido todas consumidas. La angustia, para mí, es el hombre que se precipitó un día en mi despacho, con aire alocado, habiendo forzado todas las puertas y atropellando a las secretarías, y que se puso a gritar:
—¡Quiero ir a un satélite, quiero subir allá arriba, donde no hay en absoluto peso!
—¿Por qué? —le pregunté.
—Soy cardíaco. Soy joven aún, pero tengo el corazón enfermo. Los médicos no me pueden curar. Pero me han dicho que en un medio sin peso podré vivir aún algunos años más.
Sacudí la cabeza.
—No es posible.
—¡Soy rico! —gritó el hombre—. ¡Puedo hacer construir un cohete. Sé que usted necesita dinero!
—No es posible —repetí, en el momento en que dos guardias y las secretarias se precipitaban en mi despacho, y yo hacía un gesto vago que significaba: dejadle, ¿no veis que está enfermo, no su corazón, no su cuerpo, sino su espíritu, la angustia?
Se detuvieron en el umbral, y permanecieron silenciosos. Era una mañana de mayo. Había llovido. Las hojas jóvenes de los árboles eran aún muy verdes.
— ¡Puedo pagarle! —gritó el hombre.
— No es posible —dije por tercera vez, en voz muy baja.
Hubiera podido explicarle que aquello no serviría de nada, que no soportaría la aceleración del cohete, y que la vida, allá arriba, es un infierno perpetuo, que debería forzar sus pulmones para respirar, bajo una presión débil y un aire ardiente de oxígeno. ¿No se lo han dicho sus médicos? pensaba; y sin duda lo habían hecho, pero allí no había peso, no había mas que el grito de aquel hombre que aspiraba al espacio, a aquella libertad oscilante del no-peso como el ahogado en las profundidades glaucas del mar aspira a las extensiones para él perdidas de las orillas. Hubiera podido decírselo, añadir que el dinero no conseguiría nada en aquel asunto, y que un hombre no puede pretender servirse de los esfuerzos de todo un planeta, ni siquiera para prolongar su propia vida. Permanecí sentado detrás de mi mesa de despacho, las manos inmóviles sobre el largo papel secante de color malva, planas, los dedos separados, y pensando que existía una similitud al menos entre aquel hombre y yo, esta enfermedad que todos llevamos en nosotros mismos, él en su corazón y yo en mi espíritu, y que nos impulsaba al uno y al otro hacia el espacio, como a través de un espejismo.
Un hombre no puede pretender servirse de los esfuerzos de todo un planeta; ¿pero no es esto lo que yo hacía? pensé un breve instante. Después, levanté la mano derecha y los guardias entraron y se llevaron al hombre, hundido, una ligera baba en los labios, los ojos vidriosos; «un ataque, llamen a un médico», dije, con mi más calmada voz.
Pongo casi inconscientemente mi mano sobre mi costado izquierdo, y mi corazón late regularmente, poderosamente; no es esto lo que está enfermo dentro de mí, pese a que haya buscado con más avidez que este hombre el subir hacia las estrellas.
Mi gran suerte ha sido la angustia de los demás...
PORQUE NO ES POR NADA EL QUE SE HAYA LLAMADO A ESTOS AÑOS LOS «AÑOS LOCOS» O AUN EL «TIEMPO DE LA ANGUSTIA». PORQUE TODO ESTO NO SON MAS QUE PALABRAS.
TRAS TODO AQUELLO HABÍA EL SIMPLE HECHO DE QUE LA EDAD DEL ESPACIO HABÍA LLEGADO, Y QUE TODO EL MUNDO LO SABÍA, LO SENTÍA. PODÍA SER UNA NUEVA ÉPOCA GEOLÓGICA, BIOLÓGICA O HISTÓRICA: UNA NUEVA ERA, O SIMPLEMENTE UNA PÁGINA DE HISTORIA A PUNTO DE SER ESCRITA.
MAS TODO FUE COMO UN GOLPE SOBRE UNA COSA A PUNTO DE REALIZARSE, Y NADIE PODÍA IGNORARLO. Y NADIE PODÍA SACIARSE TAMPOCO DE PRECISIONES Y DE SUEÑOS, PUESTO QUE HABÍA LLEGADO AL FIN EL TIEMPO EN QUE LOS HOMBRES HABÍAN CAÍDO DEL CIELO, PERO DE UN CIELO EXTRANJERO, Y HABÍAN TOCADO LA TIERRA, PERO UNA TIERRA EXTRANJERA, Y ESTO HABÍA SIDO SUFICIENTE PARA CORTAR TODA LIGADURA ENTRE EL PASADO Y EL PORVENIR, UN PASADO LARGO Y PROFUNDO COMO UN POZO, COMO UN ABISMO, EN DONDE EL NOMBRE HABÍA SIDO SOLEDAD, AISLAMIENTO INFINITO, UN PORVENIR A MENUDO LLENO DE ESPACIO DONDE SE PODÍA RESPIRAR SIN TEMER MAS LA TORTURA DE ESTAR ATADO, UN PORVENIR LLENO DE GRANDES HORIZONTES, EL MISMO QUE EL DEL PROPIO UNIVERSO.
HABÍA TRAS TODO AQUELLO EL HECHO DE QUE LAS RIVALIDADES ENTRE LOS PAÍSES RICOS NO TENÍAN NINGÚN SENTIDO EN RELACIÓN AL ESPACIO, EL HECHO DE QUE TAMPOCO LO TENÍA ENTRE LOS HOMBRES, PUESTO QUE ELLOS DESEABAN TAMBIÉN REALIZAR EN COMÚN UNA OBRA NUEVA E INMENSA PARA REHUSAR EL MATARSE ENTRE SÍ, Y ESTO DE LA MANERA MÁS SIMPLE DEL MUNDO, REHUSANDO SENCILLAMENTE EL EMPLEAR SUS INTELIGENCIAS PARA RESOLVER OTROS PROBLEMAS QUE NO FUERAN LOS QUE LES APASIONABAN.
LA AGENCIA DIO A TODOS LOS PAÍSES, A TODAS LAS PROVINCIAS DE LA TIERRA, A TODOS LOS HOMBRES, EN FIN, LA IMPRESIÓN DE QUE EL ESPACIO LES PERTENECÍA UN POCO.
Y ERA ESTA UNA IMPRESIÓN QUE ESTABAN DISPUESTOS A DEFENDER CONTRA VIENTO Y MAREA...
Hasta que caí en mi propia angustia.
LA F.I.C. SE PROPONE PRODUCIR UN FILM RELATANDO LA VIDA Y LA OBRA DE X... SE BARAJAN LOS NOMBRES DE VARIOS DIRECTORES PARA REALIZARLO.
He estado solo. Uno de mis hijos murió en el mismo accidente que mi esposa.
El otro es escritor: no comprendo lo que escribe.
Me siento muy tranquilo ahora, por fin en paz conmigo mismo. No me muevo casi nunca. De todos modos, hubiera deseado saber. Nunca me he detenido un minuto a hacerlo. Hubiera debido. Me siento en paz, pero siento también el no haberme detenido una vez, al menos una vez.
Me pregunto lo que ella pensó cuando el vehículo se salió de la carretera. ¿Lamentó acaso alguna cosa? Ella conducía. Nadie me ha dicho jamás si... Yo me encontraba al otro lado de la Tierra. No pude acudir enseguida. De todos modos, ella estaba ya muerta.
Me puse pálido, interiormente también, cuando me lo dijeron. Después, han pretendido decir que ella no era feliz. Lo dijeron en los periódicos. Jamás he podido saberlo.
Hay una nave en el espacio que lleva tu nombre, Ana. No sé siquiera si te he amado alguna vez. Creo que sí. He querido vivir a fuerza de edificar, y ahora sé que me he equivocado. Me siento en paz. Jamás hasta ahora lo he estado. Demasiado trabajo, demasiadas responsabilidades. Pero la paz es como una llanura, con una bestia que cava bajo ella.
He alcanzado la meta, pero sé ahora que la meta no tiene importancia, es sólo el largo camino, lo que la tiene y llega un momento en el que la meta es alcanzada y entonces solamente se mide la extensión de la jugada. Mientras el peso de la pirámide pesa sobre tus espaldas, puedes ignorar este lastre aplastante que llevas en ti mismo, este cáncer de plomo que ha engrandecido tu espíritu. Mas en el momento en que te descargas de la pirámide...
Me encuentro en su cúspide, pero ella se apoya sobre su punta. Necesitaría otra existencia para sacar partido de todo lo que sé ahora. Viviría otra existencia. Uno se encierra en una idea; entra en una pirámide para protegerse. Me pregunto lo que ha huido en mí. Se encuentra en alguna parte, entre mi quince y mi veinticinco aniversario.
Necesitaría otra existencia para descubrirlo. Lo tengo todo para ser feliz, ¿no es así? Salvo el tiempo.
Otra existencia para encontrar lo que hay en mí, como dentro de una concha, como dentro de una ostra: una impureza, un grano de arena que fuerza al animal a segregar el nácar, a producir una esfera redonda que existirá más allá de ella y que durante su vida la habrá protegido contra una cosa escondida —y otra existencia aún para sacar partido de este conocimiento— haré no importa qué, no haré nada.
O quizás, aunque viviera mil años, no lo encontraría. Me pregunto qué es lo que me ha faltado. Es curioso como una parte de mi espíritu se encuentra calma y en paz, y llena de curiosidad y de inteligencia, y se pregunta qué es lo que llegará mañana, y lo que será preciso hacer aún, y la otra no es más que niebla, y se extiende, recubre a la primera. Estoy casi llegando a saber, es algo curioso la memoria, voy andando por las calles llenas de sol, y las piedras calientes tienen el sabor de una piel; hace cincuenta años de todo esto y no puedo recordar esta otra cosa; la memoria es singular, un juego de lazos, será preciso escoger con una paciencia infinita, examinar los hilos para reencontrar la malla al revés de cómo ha empezado todo, una cosa de la que no dudan las demás. Ellos piensan que soy fuerte, que siempre he sido fuerte. Jamás he estado tan fuerte como ahora, cuando ya no tengo necesidad de construir más, ni de dormir, ni de vivir siquiera...
Los dos hombres, en Marte, hablaban.
—Lo he visto una vez, una sola vez —dijo el mayor, que tenía un rostro delgado y unas manos nerviosas—. Nos habló. Nos dijo que el hombre había alcanzado las fronteras de su mundo y que en todas partes, sobre cada isla, sobre cada pico, en cada bahía, se ha encontrado a sí mismo. Y que ahora aspiraba a descubrir otra cosa. Que él escudriñaba el espacio con la esperanza de encontrar un mensaje, que él excavaba la arena de Marte esperando levantar alguna huella, que él se prepara al gran salto que lo conducirá más allá del límite de lo desconocido, que él quiere desgarrar la resistente membrana que lo envuelve y sumergirse, pero que para esto le hace falta una ayuda exterior, que le falta una nueva visión, algo de otra clase, que le falta un médico venido de más allá para extirparle este mal tenaz: la soledad. No la soledad individual, sino más bien la soledad de toda una especie, la soledad de un planeta, de una civilización que se ha extendido por toda la superficie de la Tierra y ha unificado y uniformizado a todas las cosas.
«Me pregunto si creía en todo ello.
—¿Por qué no? —dijo el otro hombre, un asiático—. ¿Por qué habría desplegado tanta energía si no lo creyera?
El primero no respondió. Miraba el cielo a través del gran ventanal.
—Me pregunto —dijo—, si se llegará algún día a las estrellas.
El asiático dejó caer la hoja de papel cubierta de símbolos matemáticos que corregía trabajosamente, y sonrió.
—No —dijo—; no. Están demasiado lejos.