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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO VIERNES (por John Kippax)
Semirrecostados en la almohadilla cuna de acero, Bailey y Kromm contemplaban el tablero de mandos mientras la nave exploradora descendía los últimos metros que la separaban de la rocosa superficie de Krodos siete. Tensos, expectantes, contemplaban el tablero y esperaban, sabiendo que podían morir si la nave no aterrizaba como era debido. Su viaje había estado lleno de sobresaltos.
Se produjo una sacudida, y cuatro luces cambiaron de color; Bailey, el más joven de los dos hombres, desconectó una hilera de interruptores con ansiosos golpecitos de sus largos dedos; se reclinó hacia atrás con un suspiro de alivio, y el brillo del sudor se reflejó en sus facciones ascéticas.
Kromm, mucho más robusto y menos dispuesto a poner de manifiesto sus emociones, volvió la cabeza y favoreció a su compañero con una lenta sonrisa.
- Lo hemos conseguido.
Bailey no sonrió.
- Por los pelos. Y cuando regrese al Oppie alguien va a pagar por esto. ¡Palabra!
Kromm se encogió de hombros y hurgó en sus bolsillos en busca de un cigarrillo; ofreció el paquete a Bailey, pero éste no aceptó la invitación, de modo que Kromm encendió un cigarrillo para él con dedos firmes.
- ¿Crees que fue simplemente un caso de falta de combustible?
Bailey estalló:
- ¿Qué otra cosa podría ser? He conseguido descender gracias al combustible de la reserva. ¡Y ahora casi lo hemos agotado también! ¡Hay un oficial mecánico llamado Ramírez, que va a oírme en cuanto le eche la vista encima! - Bailey se puso en pie y se acercó a una de las mirillas de observación -. El aspecto no es desagradable - dijo -. Como la Tierra, hace cincuenta millones de años. - Se volvió hacia Kromm, que seguía fumando su cigarrillo -. Vamos, Kurt. Pon en marcha la radio y diles lo que nos ha sucedido.
Kromm se sentó delante del transmisor. Pulsó un interruptor, y el pequeño altavoz instalado en la parte superior del aparato comprimido dejó oír una sucesión de ruidos atmosféricos. Todo, con la posible excepción del propio Kromm, era comprimido. Aquella pequeña nave de dos plazas era una de las cuatro del enorme Oppenheimer, dedicado a la tarea de explorar el sistema Krodos.
Bailey esperó, tamborileando impacientemente con los dedos. Kromm sabía que el orgullo profesional de Bailey había resultado herido por el accidente. El hombre más alto murmuró:
- No contestan. ¿Por qué?
Kromm dijo:
- No lo se.
- ¿Estás seguro de que sale tu llamada?
- Escucha tu.
Kromm pulsó un interruptor e inmediatamente se oyó la señal de llamada, repitiéndose una y otra vez.
- Pero, ¿estás seguro de que sale?
Kromm suspiró pacientemente.
- De acuerdo, les llamaré directamente, con mi dulce voz. - Descolgó un micrófono Y lo acerco a sus labios -. X-2 llamando al Oppenheimer, X-2 llamando al Oppenheimer. Cinco tres siete, seis dos uno, cuatro siete ocho. Krodos siete, encallados en Krodos siete...
Repitió la llamada y esperó. A través del altavoz continuaron llegando los ruidos atmosféricos. Nada más. El rostro de Kromm había adquirido una desacostumbrada expresión de gravedad.
- Nada - dijo Bailey. Contempló el pequeño altavoz, que seguía hablando en un lenguaje espacial -. ¿Estás seguro de que el aparato funciona bien?
- Sí - respondió Kromm, con cierta sequedad -. Esto no lo revisa ningún mecánico. El responsable soy yo. ¿Quieres que lo desmontemos?
Bailey estaba mirando de nuevo al exterior.
- Vamos a comer algo - dijo -, y luego te echaré una mano.

Tres horas después sabían que la radio funcionaba normalmente. Kromm dejó conectada la llamada y fue a reunirse con Bailey, el cual estaba comprobando los datos acerca del aire y de la humedad.
Bailey dijo:
- Las condiciones son muy parecidas a las de la Tierra.
- El jefe estará contento.
- ¿Tendremos la oportunidad de comunicárselo? - preguntó Kromm -. Nadie sabe que estamos aquí. Dentro de una semana, tendremos que dirigirnos a aquel hermoso valle que se extiende debajo de nosotros, en busca de algo que comer. En una época determinada me pareció estar interesado en la exploración preliminar de Krodos siete; ahora no soy más que un individuo interesado en saber de dónde le caerá el maná. Dame ese almanaque.
Bailey le entregó el voluminoso tomo, y su compañero lo ojeó unos instantes.
- Ahora, veamos si consigo recordar lo que significan esas señales... - murmuró Kromm.
- Una estrella verde - dijo Bailey - significa que la información tiene quinientos años de antigüedad.
- Es cierto, ahora lo recuerdo - dijo Kromm -. Algunos de aquellos hombres primitivos llegaron bastante lejos, ¿verdad? - Consultó de nuevo el almanaque, deteniéndose de cuando en cuando a consultar la lista de señales. Días de veinticinco horas... inclinación axial insignificante... dos lunas... - Recorrió el final de la doble hilera de símbolos con un grueso pulgar -. Cuatro ies... Subrayado. - Su rostro cambió de expresión -. ¡Dios mío! Wallace dijo algo acerca de...
Encontró el significado del símbolo. Soltó el libro y miró a Bailey. Estaba muy pálido.
- ¿Qué sucede? - preguntó Bailey.
- Es la clasificación de la ionosfera - dijo Kromm, en tono lúgubre.
- ¿Y bien?
- Es muy elevada; en realidad, ése es el motivo de que no hayamos podido establecer contacto con el Oppenheimer. La ionosfera de este planeta es tan compacta que las señales de radio - por lo menos las emitidas por nuestro transmisor - no pueden atravesarla.
- Entonces, estamos encallados - dijo Bailey.

Descubrir que el paisaje de Krodos siete que podían divisar era agradable, fue una pobre compensación. Un cálido sol amarillo brillaba encima de las pardas rocas de la llanura; al otro lado del arrecife había valles cubiertos de vegetación de aspecto familiar; se oía el rumor de unas corrientes de agua, y en el fondo del suave declive que formaba la llanura había un pequeño lago, con una ancha playa arenosa.
Pasearon a lo largo de la playa hasta el lugar donde un riachuelo vertía sus aguas en el lago a través de un rumoroso canal. Llevaban unos buzos ligeros y una pistola en la cadera. Bailey no hablaba mucho, y Kromm pensó que se debía al hecho de que estaba enojado con él por su contratiempo; aunque, incluso suponiendo que hubiera sabido antes lo del grosor de la ionosfera, ¿qué podía haber hecho? ¿Instalar una radio más potente? Imposible; las naves exploradoras como la suya estaban sobrecargadas.
Kromm se sentó en una roca y contempló el riachuelo; luego algo los ojos hacia el lugar donde estaba la nave, inutilizada.
- Esto es casi como la Tierra - dijo.
- Uh - dijo Bailey.
- ¿Sigues pensando en armar jaleo cuando regreses?
- Sí.
- Si es que regresas.
Bailey dijo:
- Vendrán a buscarnos.
- Desde luego; el problema consiste en saber cuándo. Podemos estar en el último de los cinco planetas que explorarán.
- Uh.
- A pesar de todo, podía haber sido mucho peor; podíamos haber caído en un mundo helado, y vernos obligados a ponernos los trajes espaciales. - Enarcó las cejas al ver a un pequeño lagarto de pies espatulados; el brillante ojo del animal le miró fijamente -. ¿Te parece que empecemos tomando una muestra del agua?
Bailey asintió. Kromm llenó un frasco de agua. Luego echaron a andar a lo largo de la playa. Bailey se detuvo al lado de un segundo riachuelo.
- Mira - dijo rápidamente -. Fíjate en la pendiente que forman las orillas.
Kromm comprendió lo que quería decir.
- Según el almanaque, no hay habitantes humanoides.
- Entonces, ¿quién ha hecho ese canal tan recto?
- De acuerdo. - Kromm desenfundó su pistola. Luego echó a andar corriente arriba, donde el agua formaba un rugiente torbellino antes de precipitarse en el canal.
Bailey le acompañó. Kromm dijo:
- La corriente es muy rápida; es posible que el canal sea natural. - Alzó la mirada hacia la ladera rocosa -. Cerca de la cumbre hay una especie de cascada. ¿Quieres que subamos, o esperamos para ver qué animales bajan a beber?
- Vamos a subir - dijo Bailey.
Iniciaron la ascensión, manteniéndose cerca de la corriente de agua, pero no vieron ninguna prueba más de trabajo humano o humanoide.
Kromm, fatigado por la ascensión, gruñó:
- Aunque el almanaque no sea exacto, probablemente está en lo cierto al señalar que no hay humanoides. ¡Hola! ¿Qué es esto?
«Esto» era un angosto sendero que discurría a lo largo de la parte frontal de la ladera, invisible desde abajo, y que ahora se revelaba como un camino por el cual un hombre podía andar fácilmente.
Bailey ayudó a Kromm a subir; luego dijo:
- No te muevas. Mira este sendero. Fíjate en las rozaduras y en las señales que hay sobre la roca.
- ¡Sí! - jadeó Kromm -. Por aquí hay algo; algo muy grande. - Empuñó su pistola -. Parece como si hubieran pasado algunos animales.
Dio un paso adelante, pero Bailey le cogió por el brazo.
- Un momento. Fíjate en las señales: una rozadura larga, y luego una rozadura más corta una yarda más adelante y dos pies a la izquierda de la primera. Luego se repite, casi sin variación.
Avanzó sin hacer ruido hacia el lugar donde el sendero empezaba a girar.
Kromm siguió a Bailey, murmurando:
- No sé qué pensar. Es un animal, pero...
Bailey le indicó que se callara y susurró:
- Sea cual sea ese animal, ahí está su madriguera.
La boca de la caverna tenía ocho pies por seis, aproximadamente, y era toscamente ovalada. Los dos hombres permanecieron inmóviles, mirando. La susurrante voz de Bailey sonó con un acento de triunfo.
- ¿Conoces algún animal que se preocupe de dar una forma como ésa a la entrada de su madriguera? - preguntó -. ¿O que utilice herramientas?
Kromm apretó los labios y sacudió la cabeza. Empujó ligeramente a Bailey.
- Vamos - dijo -. Yo iré detrás.
Se deslizaron silenciosamente hasta la entrada de la cueva. Ahora podían ver claramente las señales que las herramientas habían dejado en la roca; el interior estaba a oscuras.
Kromm recogió una piedra y la arrojó al interior de la caverna; los dos hombres empuñaban sus pistolas, preparados para disparar. La piedra produjo un leve chasquido en su caída, y luego todo volvió a quedar silencioso.
Bailey encendió su linterna; Kromm le imitó. A continuación, los dos hombres penetraron en la cueva, andando con grandes precauciones, proyectando a uno y otro lado los rayos de sus linternas.
Los dos lo vieron al mismo tiempo. En el centro de la cueva había una pequeña mesa de acero, y pegada a una de las paredes había una cama, con los restos de sábanas y mantas. Apenas se fijaron en los otros muebles; su atención quedó presidida por la mesa: sentado en una silla y derrumbado sobre la mesa, había un esqueleto humano.. Acercándose más, examinaron los restos. Humanos, desde luego, y antiguos, ya que los huesos estaban blancos y limpios.
- Quién sería - susurró Kromm. Paseó lentamente el rayo de su linterna por las paredes, observando los muebles de acero, los archivadores, los restos de lo que podía haber sido un traje espacial -. No es un espectáculo demasiado agradable - murmuró.
- Todos tenemos que morir algún día - dijo Bailey -. ¿Qué es esto? - Cogió lo que parecía ser un libro de un estante. Sopló con cuidado él polvo que lo cubría, y leyó la medio borrada inscripción: «Diario de navegación del Thunderer enero-diciembre de 2827.»
- ¿Qué fecha.?
- Dos mil ochocientos veintisiete..., hace casi trescientos años.
Kromm se acercó a su campanero; estaba profundamente impresionado.
- Ábrelo - dijo.
Bailey alzó cuidadosamente la cubierta, pero su precaución no sirvió para nada: el papel de debajo no era ya papel, era polvo, polvo que se desintegró en el aire.
Kromm profirió una ahogada exclamación.
- Acaba de desvanecerse la posibilidad de enterarnos de las andanzas de ese Thunderer...
- ¿Quién lo tripulaba? ¿Por qué aterrizó ¿Qué cargamento llevaba? ¡Bah! No lo sabremos nunca... - Bailey se disponía a tirar la cubierta del diario, pero Kromm le cogió del brazo.
- ¡Espera! Hay algo escrito en la parte interior de la cubierta.
Se dirigieron a la entrada de la cueva; las palabras estaban casi borradas, pero resultaban legibles, en parte. Bailey murmuró:
- ...no puedo vivir mucho más tiempo. De no haber sido por Viernes, creo que me habría vuelto loco... la valiosa carga perdida... ¿Qué te parece la firma?
- Creo que es G, Holland, Capitán - dijo Kromm.
- Trescientos años - murmuró Bailey.
- ¿Vamos a seguir explorando?
- No. Regresaremos a la nave, y trataremos de poner en marcha la radio.
- Estamos de suerte - dijo Kromm en tono lúgubre -. Si tuviéramos una nave un poco mayor, llevaríamos un generador para la radio, en vez de baterías.
- Tenemos que seguir intentándolo - dijo Bailey. Alzó la mirada hacia la ladera rocosa -. ¿Probamos a regresar por ese camino?
- Será mejor que tomemos el camino de la playa - dijo Kromm.
Regresaron por el mismo camino que habían seguido al ir. La arena de la playa era del mismo color que las rocas; la vegetación era de un verde violento, el cielo intensamente azul. Aquella combinación de colores resultaba muy espectacular, pero no despertó el menor entusiasmo en Kromm.
Dijo:
- Me pregunto cuánto tiempo viviría el capitán Holland.
- Si él pudo vivir aquí, también nosotros podremos hacerlo; ahora me siento un poco más animado.
Kromm escupió en la arena.
- Me alegro de que lo estés; podemos pasarnos aquí una eternidad. Mañana tendremos que buscar el otro esqueleto.
- ¿Qué otro esqueleto?
- El de Viernes.
- A lo mejor era un perro. Y si el tal Viernes murió antes que Holland, éste pudo haberle enterrado.
- Es posible.
Kromm se interrumpió, y se quedó contemplando el suelo arenoso con expresión de asombro. Luego se arrodilló para examinar las huellas más de cerca. Bailey le imitó.
- ¡Una pisada humana!
Se miraron el uno al otro en silencio durante quince segundos. Kromm preguntó:
- ¿Crees que lo es?
- Algo muy parecido, por lo menos.
- Los talones están hundidos más profundamente. ¿Por qué?
- Por el mismo motivo que sólo hay dos huellas. Habla estado saltando de roca en roca; aquí las rocas están muy separadas, de modo que se vio obligado a saltar sobre la arena.
Kromm contempló pensativamente el hermoso paisaje que les rodeaba, acariciando su pistola.
- Ese... humanoide puede hacernos una visita, ¿no?
- Desde luego - Bailey se puso en pie, se sacudió la arena de sus rodillas y se dirigió hacia la roca más próxima -. Mira, aquí hay otras señales como las que encontramos en el sendero que conducía a la caverna.
Su compañero se acercó a mirar.
- Uh - dijo -. Me alegro de que no tropezáramos con él allí, sea lo que sea. ¿Vamos a probar con esa radio?

A la mañana siguiente comieron de un modo frugal. Kromm parecía experimentar un morboso placer enumerando los factores negativos de su situación.
- La comida nos durará otros seis días; el agua no va a faltarnos. Las baterías no durarán más de una quincena, aunque las utilicemos solamente un par de horas al día. Hay un esqueleto en una cueva, que espera ser enterrado, y Dios sabe cuántos humanoides vigilando todos nuestros movimientos. Un panorama encantador, ¿verdad?
Bailey aplastó su cigarrillo.
- ¿Salimos? - inquirió. Se puso en pie y asomó las piernas por la portezuela de salida hasta que encontró la escalerilla -. Odio esta nave. Hubo una época en que creía que las naves de exploración eran algo magnífico, pero ahora he cambiado de parecer. Padezco claustrofobia, y tengo la impresión de ser un inepto, ya que una de estas naves, la reparación de cualquier avería es un trabajo de especialista. Ten cuidado, no vayas a darme en la cabeza con los pies...
En el exterior, a la esplendoroso claridad del sol matinal, se dirigieron de nuevo hacia la playa, ansiosos por ver las huellas de pasos, ansiosos por saber si habría más. Pero lo único que encontraron fueron las mismas huellas del día anterior, ligeramente borradas por el viento. Al llegar al segundo riachuelo volvieron a ascender la ladera hasta el sendero de roca.
- Pienso - dijo Bailey mientras avanzaban a lo largo del angosto camino - que Holland pudo utilizar otras cuevas. Ayer no pasamos de la cueva donde se encuentran sus huesos. Creo que deberíamos explorar a fondo estos alrededores. Tal vez descubramos algo útil.
Estaban en la entrada de la cueva. Kromm iba a encender su linterna, cuando se detuvo y aferró el brazo de Bailey.
- ¿Qué sucede?
La voz de Kromm fue apenas audible; llegó como un leve susurro, mientras el propio Kromm sacaba su pistola.
- ¡Algo se ha movido ahí dentro!
Bailey saltó hacia un lado de la entrada, y Kromm saltó hacia el otro. Desde el interior llegó un apagado sonido. El dedo pulgar de Kromm se echó hacia atrás, soltando el seguro de su arma; Bailey ya lo había hecho. El sonido se repitió: una especie de roce metálico. Los dos hombres permanecieron completamente inmóviles, empuñando fuertemente sus pistolas.
Luego, una voz pronunció una palabra.
- Amo...
Era una voz monótona e inexpresiva.
Kromm miró a Bailey con la boca abierta por el asombro.
- ¿Has oído...?
- Amo - repitió la voz, esta vez con más claridad. En el sombrío interior de la cueva se movió una figura. Los rayos luminosos de las linternas de los dos hombres iluminaron simultáneamente la oscuridad, posándose sobre una brillante forma humanoide -. Amo...
Bailey se asomó a la entrada de la cueva, proyectando de lleno la luz de su linterna sobre el robot.
- Ven aquí - ordenó.
El robot salió y se quedó de pie junto a la entrada. Tenía un metro ochenta de estatura, era completamente articulado, y su pequeña cabeza de forma oval parecía indicar que poseía un cerebro de tipo muy evolucionado. Kromm leyó una inscripción en una de sus planchas: «Robot U-E. Birmingham, Inglaterra. Número de serie 43.123. A/M».
- ¿Qué significa A/M?
El propio robot contestó con su monótona voz:
- Soy un robot de Aptitudes Múltiples. Viernes.
- ¿Viernes?
- Tengo un nombre, del mismo modo que lo tienen los humanos.
Bailey dijo:
- Cuéntanos cómo llegaste aquí.
Viernes dijo:
- El Thunderer fue uno de los primeros navíos espaciales de gran tonelaje utilizados para transportar mercancías. Tuvimos una avería en los motores, y esto nos alejó de nuestra ruta normal. Luego sufrimos otra avería, y nos vimos obligados a aterrizar aquí. Lo hicimos en las grandes montañas de bronce. Sólo sobrevivió el capitán Holland.
- ¿Trabajabas a bordo de la nave? - preguntó Kromm, y después de haberla formulado se dio cuenta de que era una pregunta tonta.
- No. El cargamento era de robots... - Súbitamente, la voz tartamudeó -. Estoy débil. Pronto habré terminado como el capitán.
Bailey dijo:
- ¡Pero eso ocurrió hace trescientos años!
- Sí - dijo Viernes -. Años. La medida de tiempo del hombre. Mucho tiempo, amo.
- Durante trescientos años - murmuró el asombrado Kromm -, esta máquina ha estado paseando por aquí, siguiendo las normas diseñadas para él por sus constructores. ¡Trescientos años!
- ¿Cómo has podido durar tanto tiempo? - preguntó Bailey.
- Ven - respondió el robot, y avanzó a lo largo del túnel hasta llegar a una cueva mucho mayor excavada en la roca. El robot se adentró unos pasos en la cueva y luego se detuvo -. Mira - dijo.
A la escasa claridad, pudieron ver cajas y envases de todos los tamaños, pero lo que atrajo su atención fueron los restos desmontados de varios robots.
- De este modo he podido sobrevivir - dijo Viernes -. El cargamento, como ya he dicho, estaba compuesto en su mayor parte de robots de aptitudes múltiples. Los he utilizado para continuar, incluso después de que el capitán terminó. Pero ahora ya no hay más piezas de repuesto. Pronto terminaré. ¿Puedo serviros en algo?
- Vamos a echar una mirada ahí dentro - dijo Kromm. Entró en la cueva, paseando la luz de su linterna por todos los rincones -. ¡Mira, aquí hay cajas de provisiones! Tal vez podamos utilizarlas.
- ¿Después de trescientos años? - preguntó Bailey, que se había acercado a mirar.
- Nunca se sabe... ¿Qué es esto?
Bailey leyó la inscripción que había en la caja. «Transmisor, A7. Alcance Inf.»
Los dos hombres se miraron, y se dieron cuenta de que los dos estaban pensando lo mismo.
- Suponiendo que funcione - dijo Bailey -, ¿dónde vamos a procurarnos la energía?
Kromm hizo oscilar su linterna.
- ¿Qué hay allí?
Según las etiquetas pegadas a una docena de botellas de plástico opaco herméticamente cerradas, había en ellas «Ácido para Cargar Baterías».
- ¿Ácido para baterías? - preguntó Bailey.
Kromm estaba pensando con rapidez.
- Sí, desde luego. La acción química como fuente de energía eléctrica. Es lo que utilizaban. Si el transmisor está en buenas condiciones, podremos hacerlo funcionar. ¡Viernes, ven aquí!
El robot obedeció. Kromm señaló las cajas y las botellas que deseaba llevarse, y, utilizando un par de cajones como banco, Bailey y él levantaron el antiguo transmisor, increíblemente voluminoso para lo que estaban acostumbrados a ver.
Kromm trabajaba con entusiasmo, pero de repente se interrumpió, se dio un manotazo en la frente y empezó a gruñir.
- ¿Qué sucede? - inquirió Bailey.
- Soy un estúpido. Tendremos que llevar todo esto hasta la nave.
- ¿Por qué?
- Porque la única antena de que disponemos está allí, y será más rápido que Viernes lleve esto a la nave, que desmontar la antena y traerla. Viernes, ¿puedes levantar esas cajas y transportarlas a una distancia de ochocientos pasos, aproximadamente?
- Estoy débil, pero lo intentaré.
Kromm contempló un momento al robot con expresión compasiva.
- Lo siento por él - dijo.
- Es una máquina - le recordó Bailey.
- Pero es el último eslabón con el capitán Holland. Vamos, tenemos mucho trabajo.
A Kromm le había sorprendido la sensación que experimentó al ver a Viernes tambaleándose bajo el peso de las cajas que contenían los elementos que necesitaban. Había tratado muy poco con robots, y el espectáculo de la máquina humanoide medio hundida bajo el peso de su carga le había afectado; y cuando habló con Viernes, y el robot le respondió con su monótona voz, le pareció que se sentía aún peor. Hacía trescientos años que existía aquella máquina, trescientos años, como si les hubiese esperado.
A última hora de la tarde, Kromm había montado el antiguo transmisor, y las baterías zumbaban silenciosamente mientras Kromm comprobaba las conexiones. Un delgado cable serpenteaba a través de la portezuela de salida: era la conexión con la antena.
- ¿Está todo listo? - preguntó Bailey.
- Sí. - Kromm contempló una saeta que oscilaba ligeramente -. Este transmisor tiene una potencia dos veces superior a la del transmisor de la nave: lo que necesitábamos. Ahora, todo depende del lugar donde se encuentre el Oppie. Además, no tengo la menor idea de los efectos del sol sobre la transmisión. - Pulsó un interruptor y se encendió una diminuta lámpara amarilla. Kromm dio un suspiro de satisfacción. Luego miró a su alrededor -. ¿Donde está Viernes?
El robot no se vela.
- No lo sé - respondió Bailey.
- Estaba debilitándose a ojos vistas - dijo Kromm.
- Es una máquina - dijo Bailey.
- Sí - dijo Kromm pensativamente -. No es más que una máquina... - Pulsó otro interruptor y empuñó el micrófono -. Nave de exploración dos llamando al Oppenheimer. Kromm llamando. Encallados en Krodos siete, Krodos siete.
Lo repitió varias veces, luego se interrumpió y escuchó. No se oyó nada... únicamente los ruidos atmosféricos a través del pequeño altavoz.
Kromm y Bailey se miraron.
- Bueno... - dijo Bailey.
Kromm dijo:
- Todavía es pronto. - Se quitó los auriculares, y se los entregó a Bailey -. Sigue transmitiendo; yo voy a buscar el repetidor de la nave y lo colocaremos aquí.
Cuando regresó con el repetidor, cinco minutos después, Bailey había dejado de transmitir. Kromm grabó el mensaje y lo colocó en el repetidor, y luego los dos hombres se sentaron y fumaron, fingiendo que no estaban aguzando los oídos en espera de una voz humana procedente del altavoz.
- Trescientos años - murmuró Kromm -. Apenas puedo creerlo.
El altavoz carraspeo.
- Atención, Kromm... atención, Kromm. Oppenheimer llamando a Kromm.
Los dos hombres lanzaron un aullido al mismo tiempo. Kromm desconectó el repetidor y habló directamente. Hubo una pausa de casi tres segundos.
- ¡Atención! ¿Quién está transmitiendo?
El operador del Oppenheimer se identificó.
- Aquí M'Bala. ¿Qué ha sucedido?
Kromm empezó a explicárselo, pero se vio interrumpido por Bailey, el cual se desahogó expresando la opinión que le merecían los mecánicos del Oppenheimer.
- ¿Se encuentran ustedes bien?
- Ni un rasguño - dijo Kromm.
- Vamos a enviarles la nave exploradora número tres dentro de doce horas terrestres; seguirá la patrulla de reparaciones. Pónganse a la escucha dentro de diez horas terrestres. ¿Entendido? Corto.
- Entendido y corto - dijo Kromm, quitándose los auriculares y profiriendo un suspiro de alivio -. ¡Diablos! - exclamó -. Cada vez me siento más débil.
- Lo mismo que yo - dijo Bailey.
- Pero feliz: necesito decírselo a alguien. ¡Ya está! - exclamó Kromm -. Buscaré a Viernes y se lo diré a él. Sin él no habrían podido localizarnos. probablemente.
Bailey sonrió.
- Desde luego. Vamos a decírselo.
Recorrieron otra vez el mismo camino, hasta llegar a la entrada de la cueva. Allí estaba el robot, tendido en el suelo. La luz piloto había dejado de brillar en la parte delantera de su cabeza.
Kromm se inclinó sobre él.
- ¡Viernes! - susurró.
Esta vez, Bailey no le recordó que Viernes no era más que una máquina. Kromm pulsó el interruptor de contacto del robot, inútilmente.
- No funciona - dijo Bailey.
Kromm se incorporó lentamente; por un instante, pensó en el esqueleto que había en el interior de la cueva; luego se volvió a mirar al robot.
- El último eslabón ha desaparecido - dijo.
A continuación, y en silencio, empezó a descender la ladera rocosa. Bailey le siguió. Cuando llegaron a la dorada playa y pudieron andar uno al lado del otro, Kromm se detuvo.
- Mañana enterraremos los huesos de Holland - dijo.
- Sí, mañana - dijo Bailey.
- ¿Crees...? - empezó Kromm. Tras una breve vacilación, continuó -: ¿Crees que sería una estupidez hacer lo mismo con Viernes?
Bailey le miró pensativamente.
- No - dijo -. Creo que no.
Unos pasos más allá, Kromm volvió a detenerse. Esta vez no dijo nada. Se limitó a mirar lo que quedaba de las huellas de dos pisadas casi humanas, apenas visibles ya en la arena.

FIN


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