Decidí que lo mejor para mi salud sería no intervenir en la disputa que se estaba realizando en el bar, en la cual participaban Onofre Dick Pneumonic y Brad Sitt. Brad asestó un puñetazo a Onofre en la quijada y lo dejó fuera de combate de una manera tan contundente que Kirk Mougles lo declaró vencedor por knock out. En esa disputa se estaba decidiendo el destino de la señorita Maisie, una bella y agraciada dama que frecuentaba el bar en forma repetitiva hasta que algún caballero le proponía algo fuera de lo común. Por supuesto Brad tomó el brazo a Maisie y juntos salieron por la puerta de entrada rumbo a algún lugar apartado y lejos del cuerpo inerte (no sabría decirle si por el golpe de Brad o por el alcohol consumido) de Onofre. Kirk lo levantó y lo sentó en un sillón para darle un vaso de agua y hacerle recobrar el conocimiento.
En tanto yo miraba la escena con imparcialidad y bebía mi bourbon con la parsimonia de los grandes imparciales. Las disputas en aquel bar eran frecuentes aunque nunca llegaban a hechos graves como el que se había vivido esta noche. Yo solo recordaba la vez que una comparsa de travestidos inundó la estancia en época de carnaval para alegría de los más pervertidos parroquianos. En aquella oportunidad se había armado una disputa entre dos hombres por uno de aquellos/as bailarines/as.
Pero en esta ocasión se había llegado a los golpes de puños y no por un travesti, sino por una mujer llamada Maisie. Para mí el bar era un mundo cerrado y carente de otra justicia que no fuera la del bar mismo. El equilibrio se basa en el alcohol y en el show que se esté desarrollando en tal o cual momento. Una concepción así del mundo es interesante de analizar no por el aspecto social sino por el asunto psicológico, sobre el que un inmueble con expendio de bebidas alcohólicas pueda cumplir las condiciones necesarias para ser considerado como un ente con reglas y obligaciones, con limitaciones y libertades y con libre albedrío. En definitiva, aquel bar era considerado por mi persona como un mundo personal y único, desahogo de todos los problemas externos y medio de contacto con la profundidad de mi ser.
Brad no regresó a la noche siguiente, con lo cual se tejieron muchas especulaciones. Onofre tampoco lo hizo, quizás temiendo la posible presencia de su vencedor en dura riña. Maisie si regresó, lo cual dio pie a correcciones sobre las anteriores especulaciones. Como de costumbre intentó buscar el diálogo de algún hombre apuesto y audaz que la lleve de allí.
Bob el tabernero, un viejo y peludo hombretón de unos largos cuarenta años, indicó al pianista que siguiese tocando cuando apareció en aquel lugar el negro Elebenjamin. No era por racismo sino porque se recordaba muy bien la noche en que, cuatro meses atrás el negro tuvo la oportunidad de derrotar a Vince Deijson luego de varias manos de black jack. Vince perdió mucho dinero y no volvió a aparecer, indicando los últimos rumores una muerte prematura por ingesta de ciertos medicamentos no prescritos. En esta oportunidad Elebenjamin tomó una copa y se convirtió en una persona más que integraba aquel mundo.
Maisie me dirigió la palabra. Me preguntó si hacía mucho que frecuentaba aquel lugar. Respondí que hacía bastante. Intentó buscarme conversación de alguna especie, pero mi aparente frialdad no le agradó inicialmente. No era que no me atrajera, pero tenía miedo de caer en alguna disputa con algún marinero, de los que hay en el lugar. Además todavía no se había aclarado la situación con Brad Sitt, por lo que me inhibí al dirigirle la palabra a Maisie. Elebenjamin fue más audaz e invitó a Maisie con su copa, acción que la monopolizó para sí mismo.
Bebí mi copa con moderación, como recomiendan las publicidades, y seguí atentamente las instancias del encuentro entre Maisie y el negro Elebenjamin. Ella le decía cosas al oído y él reía como una bestia sedienta de alcohol. Mi atención se centró en la pareja, aunque con mucho disimulo, tratando de que nadie notará que los estaba mirando. Bebieron dos o tres copas y luego, exhaustos de tanta bebida, se tranquilizaron y comieron algunas mentas. Habrán estado una media hora, hasta que salieron del bar con rumbo incierto y abierto a las más aventuradas hipótesis. Terminé mi copa y pedí otra, ya que estaba entretenido con el espectáculo del pianista.
Al otro día regresó Maisie, pero no el negro Elebenjamin, lo cual sirvió de comidillas para varios parroquianos, especialmente los que estaban alzados con ella. Maisie se movía buscando su objetivo con total impunidad, siendo sus presas muy complacidas en ser escogidas. Onofre aún estaba muy excitado con la presencia de ella y al regresar intentó mostrarse delante y alrededor de Maisie. Él se dejó seducir con breves ademanes, a los cuales respondió con una invitación que Maisie, tan bella e insinuante como siempre, aceptó. La primera copa fue bebida inmediatamente con lo que tuvieron que pedir otra. Comenzaron los secretitos al oído y las risitas cómplices, lo cual me pareció una película repetida del día anterior. Mientras ellos tomaban sus respectivas copas y yo la mía el pianista nos ofrecía toda su técnica a lo largo de distintos temas. Una cantante negra nos deleitaba con su sentimentalismo y los parroquianos aplaudían con creciente entusiasmo.
El prestar atención a tales detalles me hizo olvidar la escena de Maisie y Onofre, pero cuando me acordé era tarde pues ambos habían desaparecido en la espesura de la noche. Por supuesto Onofre no volvió al otro día, lo que me pareció muy extraño. Antes habían sido Brad y Elebenjamin. Comencé a preocuparme por Maisie, y por sus costumbres. Desgraciadamente cuando parecía precisamente eso, una costumbre, Maisie dejó de asistir a nuestro bar por tres semanas prácticamente.
Luego de muchas deducciones conseguí concluir que los períodos en los que Maisie nos visitaba coincidían con las fases de luna llena con lo cual mi mente se llenó de supersticiones arcaicas, las cuales creía enterradas en el fondo del subconsciente de mis antepasados rurales. De todas maneras decidí que lo mejor sería no comentar mi descubrimiento a nadie; no tenía pruebas de que ella no fuese lo que todos creíamos que era, más que una casualidad de fechas. Es probable que hayan coincidido las tres últimas apariciones de Maisie con las noches de luna llena, solo por una endiablada casualidad. Y que los motivos por los que Elebenjamin, Onofre y Brad hayan dejado de asistir a nuestro bar solo sean por que consiguieron trabajos respetables o se mudaron o emprendieron viajes. Nadie dijo que fueron atacados ni que hayan visto cosas extrañas, pero también es cierto que nadie los vio de nuevo.
Tuve tres semanas para meditar estos y otros asuntos, con lo que decidí por primera vez en mi vida inmiscuirme en lo desconocido y arriesgar mi vida en el intento. Decidí, en una palabra, llegar al fondo del enigma de Maisie y descubrir que clase de secreto encerraba. Luego de tres semanas más me preparé para la prueba, y cuando Maisie regresó, el señor Mougles dijo que sería una buena noche para beber y festejar el cumpleaños de Dick Moildfowershire. Dick era una buena persona, y no se dejó convencer por la seducción que Maisie ejerció sobre él durante gran parte de la noche. Por más que se insinuase, Dick no dejó de beber con sus compañeros de obra y de dar gracias al cielo por otro año de vida más. Yo, en cambio, me mantuve a la expectativa y procurando acaparar su atención. Estaba armado con algunos instrumentos góticos tales como un crucifijo de plata y mi pistola con balas de plata, que disimuladamente llevaba en la parte posterior de mi cinto. Esa noche Maisie no me vio y se retiró sola, quizá decepcionada por la poca atención que los parroquianos le prestaron. O tal vez pudo haber salido para buscar una presa fuera de la taberna, en las oscuras calles, en donde se habrá tenido que conformar con alguna escoria o con algún borracho.
A la segunda noche se presentó quizá más atractiva que nunca, con un estupendo escote que insinuaba sus partes maternales con total desvergüenza y con un corsé que hacía adivinar su magnífica cintura. Esta vez estuve muy alerta, y con una actitud diametralmente opuesta a la que tuve la anterior vez que ella me dirigió la palabra, para hacer que me lleve al exterior y poder descubrir la verdad, desenmascarándola si resultaba ser lo que suponía o pidiendo disculpas si todo resultaba ser debido a mi frondosa imaginación. Maisie cruzó a mi lado durante toda la noche, pero no me habló. Como medida precautoria yo tampoco le hablaba, para no provocar sospechas, pues los licántropos pueden ver cuando uno les va hacer daño, así como también ven la presa más carnosa para atacar.
Noble Wellington era apuesto y nunca evitaba gastar dinero en invitar a alguna bella chica que le gustase. No solía venir las veces que Maisie acechaba, hasta aquella noche, en la que ambos se vieron cara a cara. Los observé durante toda la noche y me provocó pena el destino que correría Noble siendo yo el único que podría ayudarlo. Pero no debía estropearlo y delatarme ante el monstruo, pues de ser así no regresaría nunca más e iría a buscar víctimas en algún otro lugar. Hubo varias copas y Noble no dejó de caer en los encantos de Maisie. Cuando hubo alguna mano demasiado larga Bob, el tabernero hizo un ademán de reprimenda y se refrenaron, pero tal fuego debía estallar en algún sitio, y hacia allá se dirigieron luego de tres cuartos de hora de charlas, copas y arrumacos.
No quise seguirlos, aunque estaba muy tentado de hacerlo, pero decidí dejar pasar otro día para saber que habría sido de la suerte de Noble. Pero ya estaba muy seguro que al otro día sería yo el que la incitaría y no esperaría a que ella me viese y se sintiese atraída.
El día indicado llegó por fin, y Maisie asistió bien maquillada y pintada como para una fiesta. Según mis cálculos, sería mi última oportunidad de atraparla, pues aquella sería la última noche de luna llena hasta el mes siguiente. Obviamente Noble no se apersonó en el bar, con lo que mi hipótesis seguía firme y con serias probabilidades de convertirse en una realidad.
- Creo que nos conocemos - dijo con una voz muy exótica a la que nunca antes había prestado atención -.
- No nos conocemos, - respondí con arrojo - pero es una buena ocasión para que lo hagamos.
Dediqué un buen tiempo para entrar en confianza con ella, tratando por todos los medios de que no sospeche nada acerca de mí, y que me viera como otra de sus víctimas. La invité con una copa que Bob me sirvió gustoso. Ella me regaló una mirada casi animal al tiempo que bebió del aperitivo; yo, para no ser menos, fingí audacia y rudeza, lo que, supuestamente, fascina a las mujeres. Un roce involuntario de su mano en mi pierna sirvió para que se me erizaran todos los cabellos de mi cuerpo. Ella hizo como que no se había dado cuenta, y siguió la conversación.
- Este lugar es muy agradable cuando se tiene compañía de alguien fuerte como usted.
Si algo era lo que se le podía criticar a este licántropo era la falta de tacto para obtener lo que deseaba. En toda relación entre dos seres de sexo opuesto hay un deseo común muy natural que no debe parecer simple, pues se perdería cierto encanto y halo mágico que tiñe tales encuentros. Pero para esta mujer - lobo tal encanto no parecía tener ningún significado, y si su objetivo era tener un hombre, lo tendría de la manera más rápida, la que no es precisamente la más elegante.
- Bueno, gracias por el halago, - respondí tratando de darle un poco de elocuencia al asunto - pero para mí este lugar es mucho más agradable cuando se tiene la compañía de alguien tan bella y atractiva como usted, pues yo estoy muy acostumbrado a ver caras peludas y con cicatrices, con lo que resulta un verdadero hallazgo una persona como usted.
La mujer siempre consigue lo que desea puesto que tiene distintos modos de efectivizarlo. Por ello es interesante revisar aquella frase célebre acerca de que el sexo fuerte es el de los hombres; realmente la mujer tiene más puntos a su favor para serlo, muchos más que el hombre. Esta representante del género femenino no era la excepción del caso, y cuando se inclinó para alcanzar su trago en la mesa y me rozó disimuladamente con su brazo cerca de mi antebrazo, me logró hacer darme cuenta de mi alto nivel de nerviosismo ante la situación.
- Es muy deliciosa esta bebida - dijo con expresión inocente.
- Me complace que le guste, quiere decir que elegí bien.
- Yo también creo haber elegido bien cuando me senté aquí.
Hubo un instante de silencio en el que pensé algo correcto que decir pero solo atiné a tomar su mano entre las mías y admirar la saludable conformación de sus dedos y uñas, las cuales me parecieron agresivamente largas.
- Tiene usted unas hermosas manos - dije admirado, aunque sabiendo que en cualquier momento esas manecillas podían llegar a ser impetuosas garras.
- Me gustan mis manos, puedo hacer cosas increíbles con ellas. En alguna oportunidad me gustaría demostrárselo.
Si algo odiaba en toda aquella conversación, era la audacia de sus palabras, las que abrían en mi mente ciertas puertas de imaginación que nunca creí que podían abrirse. Bebí un trago de mi copa y decidí pasar factura.
- Ardo en deseos de conocer cuanta experiencia pueden exhibir sus manos y que tan increíbles cosas son capaces de hacer. No es para presumir, pero yo también quisiera demostrarle lo bien que puedo hacer ciertas cosas, y sin utilizar mis manos.
Nunca creí que diría nada igual a ninguna mujer, y nunca creí que iba a llegar a tener una mujer tan atractiva sentada tan cerca de mí. Lamentablemente la única vez que logró tal hazaña, es en una circunstancia totalmente ajena a lo que sería placer. Cuando salimos del bar y salimos al exterior, mis ojos se abrieron muy grandes y comencé a prestar mucha atención a todo movimiento sospechoso. Estaba muy listo para sacar mi arma de fuego al menor atisbo de metamorfosis alguna, y tenía listo el crucifijo en un bolsillo.
Caminamos por una calle lateral al bar, y pude ver su figura a la pálida luz del satélite nocturno, con lo cual admire su figura de hembra incomparable a cualquiera de las que haya visto antes en el bar. Me lamenté por no poder disfrutar y por saber que no podía disfrutar. Tal vez los otros, Brad, el negro y los demás, salieron acompañados de esta mujer y no supieron que en realidad era un lobizón, con lo cual habrán gozado hasta el último momento. Pero yo sabía todo, y tenía que estar preparado para cualquier sorpresa, con lo que no podía dejarme llevar por mis sentidos, aunque sea lo que más me apetecía en aquel momento.
Maisie me tocó la mano y me acarició el brazo, pasando su mano por mi costado. La retiré con sumo cuidado para que no advirtiera que estaba armado. Enseguida me mostró un motelucho infernal al que supuse llevaba sus eventuales amantes. Cerca del límite del pueblo, lindante con el gran bosque, el edificio estaba regenteado por un señor de edad mediana, llamado Ernst Dnieper, un descendiente de germanos. Como es lógico afirmar, ella pidió la habitación de siempre, y Ernst le dio la llave prácticamente sin mirar. No encajaba en mi hipótesis la utilización de un lugar como este para que ella cometa sus crímenes, pues, ¿en qué lugar dejaría los cadáveres?
- Creo que hoy tendremos una noche muy relajadora - me dijo mientras me besaba en los labios.
Abrió con gran parsimonia la puerta, y dejó que yo pasase primero. Se desabotonó la ropa y comenzó a sacarse la misma, con lo cual a mí me dio un gran deseo, casi irreprimible de mandar la misión estúpida que había encarado al mismísimo diablo. En aquel momento de duda traté de autoconvencerme de que ella era la autora de los fallecimientos de cinco personas en las últimas cuatro semanas. Se recostó en la cama y comenzó su strip tease con rara habilidad. No había rastros de ninguna metamorfosis, aunque nos hayamos exhibido bajo la luna llena cuando vinimos caminando desde el bar, y en la habitación del hotel, con la ventana abierta que dejaba ingresar al aposento la opaca luz lunar.
Para que no sospechase la besé en el cuello y en otros lugares atrevidos, con lo cual ella comenzó a jadear. ¿Sería ese el momento en que comenzaría a convertirse e un hirsuto lobo? Me acarició la nuca y la espalda e intentó sacarme el abrigo, que para mi suerte estaba abotonado. Pero ese no fue impedimento, pues me lo desabotonó con la lengua. Mientras ella estaba casi desnuda, en mi interior se desarrollaba una dura batalla entre lo que quería hacer y lo que tenía que hacer. En aquel momento decidí fríamente terminar con mi actuación, siendo mi situación bastante difícil. Saqué el crucifijo y se lo exhibí.
- ¿Qué es eso? - preguntó con una inocencia rayana en lo insólito.
- Es a lo que las personas como usted le temen. Es un crucifijo de plata. En mi cinturón tengo un arma con balas de plata que tendré que usar contra usted si intenta devorarme.
- Lamento que piense eso de mí, pero está equivocado. En cuanto a eso que usted llama crucifijo, no le temo a nada que no pueda dañarme, y si usted enarbola ese amuleto debe ser porque está convencido de su eficacia, con lo cual de todos modos tiene mi respeto. - dijo algo asustada.
- No creo que esté muy equivocado. Todos los anteriores hombres que han estado con usted no regresaron nunca más al bar.
- No es culpa mía que ellos hayan salido de viaje o hallado empleos serios.
- Además, su presencia coincide con las noches de luna llena.
- Si, es cierto, - respondió - y le ofrezco hacer una prueba para que usted esté más tranquilo y deje de apuntarme con esa arma de fuego, de la que he oído que puede hacer mucho daño, esté cargada con balas de plata o de plomo. Áteme a los barrotes de la cama para que se quede tranquilo que no me voy a poder escapar por más de que transforme en un monstruo.
- Buena medida, pero no intente nada.
Luego de ligarla lo más firmemente que pude al mueble, me senté un poco más tranquilo. Encendí un cigarrillo y los saboreé como el triunfo que había conseguido.
- Le voy a demostrar como me transformo, - me anunció con un dejo de ruego en su voz - pero, por favor no me dispare. Le juro que no le haré daño. Además, no puedo liberarme de estas ataduras.
- Bien pero le advierto que si veo mi seguridad amenazada, no vacilaré en disparar.
- Como usted quiera. Antes le voy a confesar mi verdad, que usted puede creer o no. Yo no soy lo que usted piensa.
- Luego de todo lo que me dijo, ya estoy muy seguro de usted es un licántropo, un ser humano que las noches de luna llena se convierte en lobo y sale a cometer los más aberrantes crímenes.
- Bien, ahí está su error, pues yo no soy un licántropo, sino un antropolicandro, es decir un lobo que se transforma en ser humano las noches de luna llena, y vengo al pueblo a saciar mi apetito por gozar nuevas sensaciones. Pero ello no implica ningún asesinato. Solo significa una noche de placer para mí y para alguno de sus congéneres. Si en ello hay algún crimen, entonces muchos de los humanos que asisten a estos lugares son peligrosos delincuentes.
Dicho esto, y siendo casi hora del amanecer, se convirtió en loba, y simplemente echó a correr en cuatro patas rumbo al bosque, luego de dar un ágil salto por la ventana, ante mi estupefacción.
Nunca más la volví a ver, ni como loba ni como mujer, cosa que lamenté mucho, especialmente porque ella no tenía ninguna mala intención para conmigo, y yo sí para con ella.
FIN