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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO Y EL HOMBRE SE HIZO PEQUEñO Y PRóSPERO (por Alberto Santos)
"¡Es el descubrimiento económico del siglo!" gritaban los periódicos; y era cierto.
Los hombres del milenio anterior ya lo habían visto: La ciencia era el arma que revolucionaría el mundo. No solo por los perros de color rosa que tanta gracia hacían a las amas de casa, ni por los televisores vivos que caminaban a su antojo por todos los hogares. Era la ciencia la que acabaría con los problemas del hombre, reduciría el consumo y revitalizaría la naturaleza. La ciencia eliminaría la superpoblación y desterraría a los productos contaminantes. Crearía un mundo más grande, con todas las necesidades cubiertas y en perfecta armonía con el entorno. ¿Y cómo lograría tantas cosas? ¿Por qué tenía tanta importancia el nuevo descubrimiento? Porque la ciencia había encontrado la forma de hacer que los hombres nacieran quince centímetros más bajos.

Quizá parezca una estupidez al profano en la materia. Sin embargo, parándose a pensar detenidamente, podían encontrarse múltiples ventajas. El mismo presidente lo anunció la semana antes de que el nuevo descubrimiento fuera aplicado a la sociedad mundial.
- ¡Comeremos menos! - prorrumpió eufórico en medio del silencio general de la plaza de discursos -. Y al comer menos, ¿sabéis que conseguiremos? ¡Más hombres podrán ser alimentados con menor cantidad de terreno cultivado! ¡Beberemos menos! Y los pantanos durarán varios meses más. Las casas serán más bajas y gastaremos menos ladrillos. La ropa será más pequeña y las fábricas textiles tendrán que manipular mucho menos material con lo que descenderá la contaminación. Nuestras basuras serán menos y la naturaleza podrá reintegrarlas antes en su ciclo de vida. ¿Pensáis que la especie humana será peor? ¡Os equivocáis! El cambio de tamaño será proporcional. Solo quince centímetros. Todos encogerán por igual. Nadie se dará cuenta del cambio. Tan solo en un pequeño detalle: ¡Todos seremos un quince por ciento más ricos!

La multitud que rodeaba al presidente estalló en un grito de alegría y optimismo. El presidente, envuelto en alabanzas pasó todo el día describiendo con minuciosidad cada una de las ventajas del cambio.
Sólo siete días después, el gas fue liberado. En principio no ocurrió nada. La sociedad siguió siendo la misma. El descubrimiento afectaría a las nuevas generaciones. Los niños nacerían afectados por el sagrado fármaco. Esto daría tiempo a que el mundo se adaptara a la nueva situación.

Con el tiempo murieron los antiguos, los gigantes carcamales. Llegó un día en que todos eran quince centímetros más bajos. Los altos medían quince centímetros menos que los antiguos altos y los bajos medían quince centímetros menos que los antiguos bajos. Los techos se bajaron quince centímetros; la talla estándar descendió quince centímetros y la altura de los mostradores se redujo quince centímetros. Se hicieron más pequeños los coches y se bajaron los bordillos. Se rediseñaron los paraguas y cambió la forma de las guitarras. El mundo se volvió más próspero y todos fueron más ricos. La sociedad evolucionó más deprisa. La ciencia había obrado el milagro.
Cien años después del cambio alguien tuvo una idea genial. ¿Podía aplicarse de nuevo el método? El presidente preguntó a sus ministros, que lo consultaron con los altos funcionarios, que a su vez llevaron la tarea a los bajos funcionarios, los cuales plantearon la duda a los grandes científicos. Los científicos se reunieron y pasaron varias semanas de profundos debates e inteligente experimentación. Sugirieron hipótesis, descartaron ideas y obtuvieron conclusiones. ¡El método podía aplicarse de nuevo!

Como hiciera su predecesor el nuevo presidente subió al balcón blanco que se alzaba sobre la plaza de los discursos. Las banderas de todas las nacionalidades lo abrigaban y el clima era el adecuado. Soplaba una brisa suave y olía a flores silvestres. Se sintió feliz y habló con ilusión. La gente detectó esa alegría y la idea cobró éxito otra vez entre los animados hombres de la Tierra. El cambio surtió efecto de nuevo. Las escaleras se hicieron más bajitas, se donó más terreno a la naturaleza y se redujo el tamaño de las ciudades. Se acercaron los pueblos y se acortaron los cables de teléfono. El papel se hizo más fino y los bolígrafos más cortos. En cien años, todo el mundo era quince centímetros más pequeño.
¿Podía conseguirse de nuevo? En efecto, podía. Y se hizo. ¿Podía reducirse al hombre veinte centímetros en lugar de quince? "Por supuesto" afirmaron los científicos. Y se hizo.
El mundo evolucionó. Se solucionaron todos los problemas de transportes y se facilitaron las comunicaciones. ¿Podían ser treinta centímetros menos? ¿Por que no? Todo el mundo tenía comida. ¿Cuarenta centímetros quizá? Las posibilidades de la ciencia son infinitas. Se redujo la contaminación un setecientos por ciento. ¿Podía dividirse por dos la altura del hombre? Todo el mundo era feliz. ¿Podía ser la altura del hombre una cuarta parte? No hay límites para la imaginación del hombre.

El ser humano se hizo pequeño. Pequeño y prospero. Pequeño y feliz. Avanzaron la pintura y la medicina; la tecnología y la inteligencia artificial; la literatura y la música.
Un día un potro subió a lo alto de una colina. Era un animal hermoso de color negro. Su liso pelaje reflejaba azules metálicos y sus crines formaban olas vibrantes. El campo era verde y los pastos frescos. Daba gusto ver aquella nueva tierra, mas limpia, más natural. Las aves revoloteaban alegres y la atmósfera era pura. El caballito se sintió fuerte y ágil. Se separó de la manada en un descuido de la yegua que debía cuidarlo. Al galope se lanzó llanura abajo y sintió el aire acariciándole el hocico. Las nubes se apretujaban con ternura. Eran blancas, algodonosas. Un sol tibio se escondía tras ellas con timidez. El potro ignoró los relinchos de su madre y aceleró la carrera. ¡Podía llegar a donde quisiera! De pronto escuchó un ligero "crac". Había pisado algo duro. Frotó la pezuña contra la hierba frondosa. Apenas se había hecho daño. El caballito volvió sobre sus pasos con curiosidad y husmeó la mancha negruzca que acababa de aplastar. Perdió el interés enseguida. Al trote regresó a la manada. La civilización humana había sido destruida.

FIN


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