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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO COMO MUEREN LOS HéROES (por Larry Niven)
Sólo una completa falta de escrúpulos podía haberle sacado con vida de la ciudad. La multitud que seguía a Carter no había intentado vigilar los vehículos oruga, puesto que Carter hubiese necesitado demasiado tiempo para salir con un oruga por la compuerta para vehículos. Allí podrían haberle capturado, y lo sabían. Algunos vigilaban la compuerta de personal, esperando que eso sería lo que intentase. Podría haberlo hecho, porque si hubiese conseguido cerrar la primera puerta en sus narices y abrir la segunda, los sistemas de seguridad le hubiesen protegido mientras salía por la tercera y la cuarta al exterior. En la oruga estaba atrapado dentro de la burbuja.
Disponía de espacio por donde conducir. Hasta entonces sólo habían sido levantadas menos de la mitad de las casas prefabricadas. El resto del suelo de la ciudad de la burbuja era simplemente arena fundida, vacía excepto por desperdigados montones de paredes, techos y puertas de espuma plástica. Pero, tarde o temprano, le cogerían. Ya estaban poniendo otra oruga en marcha.
Lo que nunca creyeron fue que lanzase su vehículo contra la pared de la burbuja.
La oruga se ladeó y después se enderezó por sí sola. A su alrededor rugió un estallido de aire respirable que levantó una nube de fina arena, lanzándola explosivamente hacia la fina y venenosa atmósfera. Carter sonreía mientras miraba hacia atrás. Ahora todos ellos morirían. Era el único que llevaba un traje a presión. Pasada una hora regresaría y repararía el desgarrón de la burbuja. Tendría que inventarse alguna asombrosa historia que contar cuando llegase la próxima nave...
Carter frunció el ceño. ¿Qué estaban...?
Por lo menos diez hombres, luchando contra el viento, forcejeaban con la pared de una casa prefabricada. Mientras Carter los observaba, levantaron la pared de la arena hundida, la balancearon casi en posición vertical y la soltaron. La pared de espuma plástica se elevó en el viento y se incrustó con fuerza contra la burbuja, sobre la abertura de diez pies.
Carter detuvo su oruga para ver lo que sucedería a continuación.
Nadie había muerto. El aire no salía con fuerza, sino que se filtraba con lentitud. Lenta y metódicamente, una hilera de hombres se colocaban sus trajes de presión y salieron de uno en uno por la compuerta de personal para reparar la burbuja.
Una oruga entró en la compuerta para vehículos. El tercero y último estaba empezando a dar señales de vida. Carter hizo girar su vehículo y desapareció.
La velocidad máxima de una oruga en Marte es de unas veinticinco millas por hora. La oruga avanza sobre tres amplias ruedas, montadas al final de un brazo de cinco pies cada una. Lo que estas ruedas no pueden ascender, la oruga puede generalmente saltarlo gracias al reactor de aire comprimido montado debajo. Tanto el motor como el compresor son movidos por una batería Litton, que contiene una décima parte de la energía de la original bomba de Hiroshima.
Carter fue prudente, tan prudente como había tenido tiempo de serlo. Llevaba una carga completa de oxígeno, doce tanques de cuatro horas cada uno en el contenedor de aire, detrás suyo, y sobre sus rodillas descansaba un tanque extra. Sus baterías estaban casi complemente llenas; el aire se le terminaría mucho antes de que anduviese escaso de energía. Cuando las otras orugas se cansasen describiría un círculo y regresaría a la burbuja en el tiempo que le proporcionaba su tanque extra.
Su propia oruga y los dos que le seguían eran los únicos vehículos de aquella clase en Marte. Huía a veinticinco millas por hora y le seguían también a veinticinco millas por hora. El más cercano estaba media milla por detrás.
Carter encendió la radio. Oyó parte de una conversación.
«...no puede permitírselo. Uno de vosotros tendrá que regresar. Podemos perder dos de las orugas, pero no las tres.»
Ese era Shute, el director de investigaciones de la burbuja y el único militar entre ellos. La voz siguiente, profunda y sarcástica, pertenecía a Rufus Doolitle, el bioquímico.
«¿Qué haremos, echar una moneda al aire?»
«Déjame ir a mí - dijo la otra voz con tensión -. Tengo algo que ver en esto.»
Carter sintió que la aprehensión le afectaba la nuez de Adán.
«De acuerdo, Alf. Buena suerte - dijo Rufus -. Y buena caza - añadió maliciosamente, como si supiese que Carter estaba escuchando »
«Vosotros concentraros en arreglar la burbuja. Yo me ocuparé de que Carter no vuelva.»
Detrás de Carter, la oruga más rezagada describió una amplia vuelta hacia la ciudad. La otra siguió adelante. Y estaba conducida por Alf Harness, el lingüista.
La mayor parte de los doce hombres de la burbuja estaba ocupados reparando el desgarrón, que medía unos diez pies, con soldadores y láminas plásticas. Sería un trabajo largo pero fácil porque, siguiendo las órdenes de Shute, la burbuja había sido deshinchada. El plástico transparente había caído en pliegues sobre las casas prefabricadas, formando una serie de tiendas interconectadas. Era posible moverse debajo con poca dificultad.
El mayor Michael Shute observó el trabajo de los hombres y decidió que todo estaba bajo control. Se alejó como un soldado en un desfile agachándose lo menos posible mientras avanzaba bajo los caídos pliegues.
Se detuvo y observó cómo Gondot manejaba el generador de aire. Gondot le advirtió y le habló sin levantar la vista.
- Mayor, ¿por qué ha dejado que Alf persiga a Carter solo?
Shute aceptaba el mote.
- No podíamos perder ambos tractores.
- ¿Por qué no apostarlos entonces de guardia durante dos días?
- ¿Y qué si Carter consigue pasar la vigilancia? Debe estar decidido a destruir la burbuja. Nos cogería indefensos. Aunque algunos de nosotros consiguiésemos ponernos los trajes, ¿soportaríamos otro desgarrón en la cúpula?
Gondot se rascó su corta barba. Las yemas de sus dedos rasparon el casco de plástico y pareció disgustado.
- Quizá no. Puedo llenar la burbuja en cuanto estéis listos, pero después el generador de aire estará vacío. Cuando terminen de remendar ese desgarrón casi habremos terminado con el aire de los tanques. Otra avería acabará con nosotros.
Shute asintió y se alejó. Todo el aire que podía necesitarse - toneladas de nitrógeno y oxígeno - estaba justo en el exterior, pero en la forma de gas de dióxido de nitrógeno. El generador de aire podía hacer la conversión tres veces más rápido de lo que un hombre pudiera respirar, pero si Carter desgarraba de nuevo la cúpula, eso sería demasiado lento.
Pero Carter no volvería. Alf se encargaría de ello. Por esta vez, la emergencia había finalizado; así, el mayor Shute podía volver a preocuparse por las causas subyacentes de la emergencia.
Hacía un mes que había terminado un informe sobre aquellas causas. Desde entonces lo leyó varias veces y siempre le había parecido completo y en su punto. Sin embargo, tenía la sensación de que podía escribirse mejor. Debería hacerlo sonar lo más efectivo posible. Lo que tenía que decir sólo podría ser dicho una vez; luego su carrera habría terminado y su voz sería silenciada.
En un tiempo, Cousins había conseguido publicar algo de ficción, escribiendo por entretenimiento. Quizá le ayudase. Pero Shute no se sentía muy inclinado a envolver a nadie más en algo que equivalía a su propia rebelión.
Sin embargo..., ahora tendría que volver a escribir aquel informe, o por lo menos añadir algo. Lew Harness estaba muerto, asesinado. John Carter iba a morir dentro de dos días. Todo era responsabilidad de Shute. Todo era pertinente.
La decisión no urgía. Pasaría un mes antes de que la Tierra estuviese al alcance de la estación transmisora de la ciudad de la burbuja.
Gran cantidad de asteroides pasan la mayor parte del tiempo entre Marte y Júpiter y a menudo sucede que uno de ellos se cruza con un planeta, cuando en otro tiempo sólo había cruzado su órbita. Marte está cubierto por cráteres de asteroides: cráteres viejos y erosionados, nuevos y profundos, grandes, pequeños, accidentados y suaves. La ciudad de la burbuja estaba en el centro de un cráter grande, y bastante reciente, de cuatro millas de diámetro; un enorme cenicero defectuosamente fundido y vaciado en la rojiza arena.
Las orugas corrían sobre vidrios rotos, esquivando los ocasionales bloques en suspensión, corriendo colina arriba hacia el irregular borde. Un cielo del color de la sangre rodeaba un sol brillante y diminuto, que se encontraba justamente en su cenit.
Era inevitable que Alf se acercase cada vez más. Cuando cruzasen el borde y empezaran a descender pendiente abajo, se apartarían. La caza iba a ser larga.
Ahora era el momento de las lamentaciones, si es que iba a haberlo alguna vez. Pero Carter no era de ese tipo y, de todas formas, no tenía de qué avergonzarse. Lew Harness había necesitado morir, casi había pedido morir. Lo único que asombraba a Carter era que su muerte hubiese provocado una reacción tan violenta. ¿Sería que todos ellos... eran como Lew? No resultaba probable. Si se hubiese quedado y explicado...
Le habrían destrozado. ¡Aquellos rostros de buitres, con las fosas nasales abiertas y los dientes desnudos!
Y ahora sólo un hombre le perseguía. Pero ese hombre era el hermano de Lew.
Ya se encontraba en el borde y Alf todavía estaba muy lejos. Carter aminoró la marcha al cruzarlo, sabiendo que el camino de bajada sería peor. Estaba pasando justamente sobre el borde, cuando una roca a diez yardas explotó en fuego blanco.
Alf tenía una pistola lanzallamas.
Carter tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar de la oruga y esconderse entre las rocas. La oruga se lanzó hacia abajo y, por fuerza, Carter tuvo que olvidarse de su terror para mantener la dirección del vehículo
Los detritos alrededor del borde del cráter le hicieron ir todavía más lento; Carter dirigió la oruga hacia el montículo de arena más próximo. Cuando lo alcanzaba, Alf llegó sobre el borde del cráter. un cuarto de milla detrás. Su silueta vaciló allí sobre el sangriento cielo y otra llamarada explotó, cegadora, brillante y aterradoramente cerca.
Después Carter se encontró sobre la llanura, bajando por la pendiente de arena hacia un horizonte perfectamente llano.
La radio dijo:
- Va a ser largo, Jack.
Carter pulsó el transmisor.
- Cierto. ¿Cuántos disparos te quedan?
- No te preocupes por eso.
- No lo haré. No en la forma en que los estás malgastando.
Alf no contestó. Carter dejó la banda de radio abierta, sabiendo que al fin Alf tendría que hablar con el hombre que necesitaba matar.
El cráter que era su hogar quedó detrás y desapareció. Un infinito desierto llano surgió ante las orugas, fluyó bajo las gigantescas ruedas y quedaba atrás. La arena formaba suaves dunas en forma de media luna, pero no había barreras para una oruga. En una ocasión, pasaron un pozo marciano. Se erguía completamente en solitario sobre la arena, una erosionada muralla cilíndrica de siete pies de altura y diez de circunferencia, construida con bloques de diamante. Los pozos y la inclinada escritura grabada profundamente sobre los «bloques de dedicación» eran los responsables de la presencia de la ciudad en Marte. Puesto que el único marciano que se había encontrado nunca - una momia que llevaba por lo menos varios siglos muerta - había explotado al primer contacto con el agua, se suponía generalmente que los pozos eran crematorios. Pero no era seguro. En Marte no había nada seguro.
La radio mantuvo un silencio fantasmal. Pasaron las horas, el sol resbaló hacia el horizonte de un rojo oscuro y Alf continuó sin hablar. Era como si Alf hubiese dicho a Jack Carter todo lo que tenía que decirle. ¡Y eso no era cierto! ¡Alf hubiera debido sentir la necesidad de justificarse.
Fue Carter el que se rindió, suspirando.
- No puedes alcanzarme, Alf.
- No, pero puedo seguirte todo el tiempo que sea necesario.
- Puedes seguirme sólo durante veinticuatro horas. Tienes aire para cuarenta y ocho horas. No creo que te mates sólo para matarme a mí.
- No estés seguro de eso. Pero no será necesario. Mañana al mediodía tú serás el que me cace a mí. Necesitas respirar, lo mismo que yo.
- Mira esto - dijo Carter. El tanque de oxígeno que descansaba contra su rodilla estaba vacío.
Lo tiró por un lado y miró cómo rodaba.
- Tengo un tanque extra - dijo. Sonrió aliviado al notar la falta de aquel condenado peso -. Puedo vivir cuatro horas más que tú. ¿Quieres regresar, Alf?
- No.
- El no lo vale, Alf. No era más que un marica.
- ¿Quiere eso decir que tenía que morir?
- Sí; si el hijo de perra me hace proposiciones a mí. ¿O tú también eres así?
- No. Y Lew tampoco lo era antes de venir aquí. Debieran haber enviado mitad hombres y mitad mujeres.
- Amén.
- ¿Sabes que mucha gente siente que se les revuelve el estómago un poco con los homosexuales? A mí también, y sentí ver lo que le estaba sucediendo a Lew. Pero sólo hay un tipo de personas que los busca para poder aplastarlos.
Carter frunció el ceño.
- Homosexuales latentes. Individuos que piensan que ellos mismos podrían volverse maricas si se les diese la oportunidad. No pueden soportarlos a su alrededor porque son una tentación.
- Me devuelves el cumplido, sencillamente.
- Probablemente.
- De todas formas, la ciudad tiene bastantes problemas sin... que cosas como ésas sucedan. Todo este proyecto podría haber sido arruinado por alguien como tu hermano.
- ¿Necesitamos mucho de un asesino?
- En esta ocasión, bastante.
Bruscamente Carter supo que ahora era su propio abogado defensor. Si le fuera posible convencer a Alf de que no debía ejecutársele, entonces Alf convencería a los demás. Si no podía..., entonces se vería obligado a destruir la burbuja o morir. Continuó hablando, tan persuasivamente como supo.
- Mira, Alf, la ciudad tiene dos propósitos. Uno es averiguar si podemos vivir en un ambiente tan hostil como éste. El otro es tomar contacto con los marcianos. Ahora, en la ciudad sólo somos quince...
- Doce. Trece cuando yo vuelva.
- Catorce si volvemos los dos. Muy bien. Todos nosotros somos más o menos necesarios para el funcionamiento de la ciudad. Pero yo lo soy en dos campos. Soy el ecólogo, Alf. No sólo debo evitar que la ciudad muera a causa de algún tipo de desequilibrio; también tengo que imaginarme formas de vida marcianas. ¿Lo entiendes?
- Seguro. ¿Y qué me dices de Lew? ¿No era necesario?
- Podemos pasarnos sin él. Era el encargado de la radio. Por lo menos, dos de nosotros tenemos el entrenamiento necesario para hacernos cargo de las comunicaciones.
- Me haces muy feliz. ¿No vale para ti eso mismo?
Carter pensó mucho con rapidez. Sí, Gondot en particular podía mantener en funcionamiento el sistema de soporte vital de la ciudad sin mucha dificultad. Pero...
- No en ecología marciana. No hay...
- No hay ecología marciana. Jack, ¿ha encontrado alguien alguna vez vida en Marte, además de esa momia en forma de hombre? No se puede ser un ecólogo sin algo sobre lo que basar deducciones. No tienes nada que investigar. ¿Para qué sirves, por tanto?
Carter siguió hablando. Todavía discutía cuando el sol descendió sobre el mar de arena y la oscuridad se cerró con un chasquido. Pero ahora sabía que no servía de nada. La mente de Alf estaba cerrada.
Al atardecer la burbuja estaba tensa y el torturado grito del aire respirable al llenarla se había convertido en un cansado suspiro. El mayor Shute soltó las grapas de sus hombros y levantó el casco, dispuesto para dejarlo caer rápidamente si el aire era demasiado fino. No lo era. Depositó el casco en el suelo e hizo una señal con los pulgares hacia arriba a los hombres que le miraban.
Ritual. Aquellos doce hombres habían sabido que el aire sería seguro. Pero los rituales habían crecido con rapidez desde que los hombres trabajaban en el espacio, siendo el más rígido de todos que el hombre que mandaba se ponía el casco el último y se lo quitaba el primero. Ahora se quitaron los trajes. Los hombres se encaminaron a sus obligaciones. Algunos se dirigieron a la cocina para limpiar el estrago producido por el vacío, para que Harley pudiese hacer la cena.
Shute detuvo a Lee Cousins cuando éste pasaba a su lado.
- Lee, ¿puedo hablarte un minuto?
- Claro, mayor - Shute era el mayor para toda la ciudad de la burbuja.
- Quiero que me ayudes como escritor - dijo Shute -. Cuando estemos dentro del radio de transmisión de la Tierra voy a enviar un informe muy polémico y me gustaría que me ayudases a hacer que resultara convincente.
- Estupendo. Vamos a verlo.
Los diez faroles se encendieron, disipando la oscuridad, que había caído con mucha rapidez. Shute le condujo hasta su «bungalow» prefabricado, abrió la puerta y tendió un manuscrito a Cousins. Cousins lo sopesó.
- Grande - dijo -. Podría compensar recortarlo.
- No hay ningún problema si puedes encontrar algo que no sea necesario.
- Apuesto a que podré - sonrió Cousins.
Se dejó caer sobre el lecho y comenzó a leer.
Diez minutos después preguntó:
- ¿Cuál es la incidencia de homosexualidad en la Armada?
- No tengo ni la más ligera idea.
- Entonces no es una evidencia poderosa. Podría citar unos versitos para demostrar que el problema es proverbial. Yo sé unos pocos.
- Bien.
Algo más tarde, Cousins dijo:
- Un montón de escuelas en Inglaterra son coeducacionales. Cada año hay más.
- Ya lo sé. Pero el problema concreto se da entre hombres que se graduaron en escuelas de muchachos cuando eran mucho más jóvenes.
- Tienes que ponerlo más claro. De paso, ¿su escuela superior era mixta?
- No.
- ¿Había homosexuales?
- Unos cuantos. Por lo menos uno en cada clase. Los profesores acostumbraban a emplear las palmetas con los que resultaban sospechosos.
- ¿Daba algún resultado?
- No. Por supuesto que no.
- De acuerdo. Hay dos tipos de circunstancias bajo las cuales se da una alta proporción de homosexualidad. En ambos casos existen tres condiciones: una razonable cantidad de tiempo ocioso, ninguna mujer y un estricto reglamento disciplinario. Se necesita un tercer ejemplo.
- No pude pensar en ninguno.
- La organización nazi.
- ¿Sí?
- Le daré los detalles - Cousins continuó la lectura.
Terminó el informe y lo puso a un lado.
- Esto provocará un buen revuelo - dijo alegremente.
- Lo sé.
- Lo peor es su amenaza de contárselo todo a los periódicos. Si yo fuese usted no pondría eso.
- Si fuese yo, lo pondría - dijo Shute -. Todos los que tuvieron algo que ver con el DIOS DE LA GUERRA sabían que existía el riesgo de todo lo que ha sucedido. Se arriesgaron a dejarnos correr ese riesgo antes que enfrentarse ellos mismos a la opinión pública. En los Estados Unidos hay centenares de Ligas para la Protección de la Decencia. Quizá miles; no lo sé. Pero todas se echarían como arpías sobre el gobierno si alguien intentase enviar a Marte o a cualquier lugar del espacio una tripulación mixta. La única forma en que puedo hacer que el gobierno actúe es amenazándoles con algo peor.
- Tú ganas. Esta amenaza es mayor.
- ¿Encontraste algo más que recortar?
- Oh, demonios; sí. Lo leeré de nuevo con un lápiz rojo. Habla usted demasiado, emplea muchas palabras demasiado largas, y generaliza. Tendrá que dar detalles, o perderá impacto.
- Estaré arruinando algunas reputaciones.
- No puede evitarse. Es preciso tener mujeres en Marte en seguida. Rufe y Timmy están montando una verdadera pelea de escupitajos. Rufe piensa que él causó la muerte de Lew al abandonarle. Timmy se dedica a martirizarle con ello.
- De acuerdo - Shute se levantó. Durante toda la conversación había estado sentado muy erguido, como escuchando órdenes de un superior -. ¿Las orugas están todavía dentro del alcance de la radio?
- No pueden oírnos, pero podemos oírles a ellos. Timmy está en la radio.
- Bien. Le mantendré allí hasta que se hallen fuera de nuestro alcance. ¿Vamos a cenar?
Phobos salió por donde se había puesto el sol, una confusión de brillantes motas de luz, como una media luna de débiles estrellas. Al subir aumentaba su brillo, una luna nueva que en horas se convertiría en una media luna. Después estuvo demasiado alta para mirarla. Carter tenía que mantener los ojos sobre el triángulo de desierto iluminado por sus focos. Los rayos de los focos eran del color de la luz solar en la Tierra, pero para los ojos de Carter, adaptados a Marte, lo volvían todo azul. Había escogido bien su rumbo. El desierto por delante de él era llano en más de setecientas millas. No habría bajas colinas surgiendo repentinamente ante él para obligarle a saltar con el reactor a la débil luz lunar, o esperar a que Alf se le echase encima. El momento en que Alf tendría que regresar sería al mediodía de mañana, y después Carter habría ganado.
Porque Alf regresaría a la burbuja y Carter continuaría por el desierto. Cuando Alf estuviese bien por detrás del horizonte, Carter se volvería a derecha o izquierda, seguiría durante una hora y después regresaría siguiendo un rumbo paralelo al de Alf. Una hora más tarde estaría a la vista de la burbuja, con tres horas de ventaja en las cuales planearía una solución.
Entonces vendría la parte más difícil. Ciertamente habría alguien de guardia. Carter tendría que cargar contra el guardia - que podría estar armado con una pistola lanzallamas -, desgarrar la burbuja y confiscar de alguna forma el remanente de tanques de oxígeno. El desgarrón de la burbuja probablemente mataría a todos los que estuviesen dentro, pero en el exterior habría hombres con trajes. Tendría que cargar algunos tanques de oxígeno en su oruga y abrir los tapones del resto, todo antes de que alguien le alcanzase.
Lo que le molestaba era la idea de cargar contra una pistola lanzallamas..., pero quizá pudiese dirigir la oruga y saltar. Tendría que pensarlo.
Los párpados empezaban a pesarle y sentía las manos entumecidas. Pero no se atrevió a aminorar la marcha, y menos a dormir.
Varias veces había pensado aplastar el receptor de radio de su traje. Alf podría encontrarle más fácilmente con aquella cosa constantemente zumbando. Pero Alf le encontraría de todas formas. Sus luces delanteras continuaban detrás, sin alcanzarle ni desaparecer nunca. Si alguna vez perdiese de vista a Alf, aquel receptor tendría que desaparecer. Pero no valía la pena dejar que Alf lo supiese. Todavía no.
Las estrellas caían por el negro horizonte occidental. Phobos se elevó nuevamente, esta vez más brillante, y otra vez subió, hasta perderse de vista. Sobre el continuo resplandor de los focos apareció ahora Deimos.
El día llegó bruscamente y negras y finas sombras señalaron un horizonte amarillo. Las estrellas todavía brillaban en el cielo rojinegro. Delante de él se alzaba un cráter, una fuente de vidrio no demasiado grande para rodearla. Carter se desvió a la izquierda. La oruga que le seguía hizo lo mismo. Si continuaba girando de esa forma, Alf no podía hacer otra cosa que ganar terreno. Carter sorbió agua y una solución nutritiva de los conductos del casco y se concentró en la marcha. Los ojos parecían estar llenos de piedrecitas y su boca era como si perteneciese a una momia marciana.
- Buenos días - dijo Alf.
- Buenos días. ¿Dormiste mucho?
- No lo bastante. Sólo unas seis horas, a ratos. Me preocupaba que pudieses perderme.
Durante un instante Carter pasó del calor al frío. Después se dio cuenta que Alf le estaba tanteando. No había dormido más que Carter.
- Mira a la derecha - dijo Alf.
A la derecha estaba la pared del cráter. Y - Carter miró otra vez para asegurarse - sobre el borde se erguía una silueta, una sombra en forma de hombre que se recortaba contra el rojo cielo. En una mano balanceaba algo largo y delgado.
- Un marciano - dijo Carter suavemente.
Sin pensarlo, dirigió su oruga en dirección a la pared. Delante suyo, en el intervalo de un segundo, explotaron dos llamaradas, y frenéticamente oprimió la barra de dirección a la izquierda.
- ¡Maldita sea, Alf! ¡Era un marciano! ¡Tenemos que seguirlo!
La silueta había desaparecido. Sin duda el marciano había corrido para salvar su vida cuando vio las llamaradas.
Alf no dijo nada; nada en absoluto. Y Carter pasó de largo ante el cráter mientras en su interior se acumulaba una furia asesina.
Eran las once. Las cumbres de una fila de colinas se divisaban sobre el horizonte occidental.
- Tengo curiosidad - dijo Alf -; pero ¿qué le habrías dicho a ese marciano?
La voz de Carter era tensa y amarga.
- ¿Importa eso?
Sí. Lo mejor que hubieses podido hacer era asustarle. Cuando entremos en contacto con los marcianos lo haremos en la forma que ha sido planeada.
Carter apretó los dientes. Aun sin el accidente de la muerte de Lew Harness, no había forma de decir lo que tardaría en llevarse a cabo el plan de la traducción. Requería tres etapas: enviar a la Tierra imágenes de las escrituras sobre las paredes del crematorio y otros artefactos, para que los computadores pudiesen traducir el lenguaje; escribir mensajes en ese lenguaje, dejarlos cerca de los pozos donde pudieran encontrarlos los marcianos y después esperar a que éstos se aproximasen.
Pero no había ningún motivo para creer que las escrituras de los pozos estuviesen todas en el mismo lenguaje, o en un mismo lenguaje que hubiese cambiado a lo largo de miles de años. No había ninguna razón para creer que los marcianos se sintiesen interesados en unos seres extraños que vivían en un estrafalario globo, a pesar de que los invasores supiesen escribir. ¿Y podrían leer los marcianos las inscripciones de sus propios antepasados?
Una idea...
- Tú eres un lingüista - dijo Carter.
Sin respuesta.
- Alf, hemos hablado de que la ciudad no necesitaba a Lew y de si me necesitaba a mí
¿Qué me dices de ti? Sin ti nunca conseguiremos traducir las inscripciones de los pozos.
- Lo dudo. Los computadores de Cal Tech están haciendo la mayor parte del trabajo, y de todas formas dejé unas notas. Pero ¿qué si
- Si continúas persiguiéndome me obligarás a matarte. ¿Puede la ciudad permitirse el perderte?
- No puedes hacer eso. Pero si quieres haré un trato contigo. Ahora son las once. Dame dos de tus tanques de oxígeno y regresaremos a la ciudad. A dos horas de la burbuja nos detendremos, dejaremos tu oruga, y el resto del camino lo harás atado en el contenedor de aire. Después serás juzgado.
- ¿Crees que me absolverán?
- No, después de haber desgarrado la burbuja cuando te escapaste. Eso fue un error, Jack.
- ¿Por qué no coges un tanque nada más?
Si Alf hacía eso, Carter regresaría con un margen de dos horas. Ahora sabía que tendría que romper la burbuja. No tenía alternativa. Pero Alf estaría justo detrás de él con la pistola lanzallamas...
- No hay trato. No me sentiría seguro si no supiese que se te acabará el aire dos horas antes de que regresemos. Quieres que me sienta seguro, ¿verdad?
Era mejor de la otra forma. Que Alf regresara a la burbuja. Que Alf estuviese en su interior cuando Carter la destrozara a su regreso.
- Carter lo rechazó - dijo Timmy.
Estaba agazapado junto a la radio, sujetando sus auriculares con ambas manos y escuchando con todos sus nervios voces que casi habían muerto en la distancia.
- Está planeando algo - dijo inquieto Gondot.
- Naturalmente - dijo Shute -. Quiere perder de vista a Alf, regresar aquí y romper la burbuja. ¿Qué otra esperanza tiene?
- Pero él moriría también - dijo Timmy.
- No necesariamente. Si nos matase a todos le sería posible reparar el nuevo desgarrón mientras vivía de los tanques que nos quedan. Creo que podría conservar la burbuja en un estado lo suficientemente bueno como para repararla y mantener a un hombre con vida.
- ¡Dios mío! ¿Qué podemos hacer?
- Relájate, Timmy. Es un cálculo sencillo - para el mayor Shute era fácil mantener la voz despreocupada y no quería que Timmy provocase el pánico -. Si Alf vuelve mañana a mediodía, Carter no puede llegar aquí antes del mediodía de mañana. Todo el mundo estará con el traje puesto durante cuatro horas.
Privadamente se preguntó si doce hombres podrían reparar siquiera un pequeño desgarrón antes de terminar todo el aire embotellado. Sería un tanque cada veinte minutos...; pero quizá no fuesen puestos a prueba.
- Las doce menos cinco - dijo Carter -. Da la vuelta, Alf. Llegarás allí con sólo diez minutos sobrantes.
El lingüista se rió. A un cuarto de milla detrás, la mota que era su oruga no se movía.
- No puedes luchar contra las matemáticas, Alf. Da la vuelta.
- Demasiado tarde.
- Dentro de cinco minutos lo será.
- Comencé este viaje con un tanque de oxígeno de menos. Debiera haber regresado hace dos horas.
Carter tuvo que remojarse los labios con un poco de agua antes de contestar.
- Estás mintiendo. ¿Quieres dejar de pincharme? ¡Basta ya!
Alf se echó a reír.
- Mira cómo me voy.
La oruga se acercó más.
Era mediodía, pero la caza no terminaría. A veinticinco millas por hora, dos orugas marcianas. separadas por un cuarto de milla, se movían serenamente por un desierto color naranja. Manchas químicas verdes surgieron delante y quedaron atrás. Las dunas en creciente iban pasando. tan regulares como las olas de un océano. El paso fantasmal de un meteorito tocó el horizonte septentrional, en un momentáneo resplandor blanco. Ahora las colinas eran más altas, bultos de pulidas rocas semejantes a animales que dormían detrás del horizonte. El sol ardía pequeño y brillante en un cielo enrojecido por el dióxido de nitrógeno y, cerca del horizonte, ennegrecido por su poco grosor hasta el color de tinta china color sangre.
¿Realmente la caza había comenzado al mediodía? ¿Exactamente al mediodía? Pero ahora eran las doce y media y estaba seguro de que era demasiado tarde.
Alf se había condenado a sí mismo... para perder a Carter.
Pero no lo haría.
- Las grandes mentes piensan las mismas cosas - dijo por la radio.
- ¿Sí? - el tono de Alf implicaba que aquello no le importaba lo más mínimo.
- Cogiste un tanque extra, igual que yo.
- No. Jack, no lo hice.
- Tienes que haberlo hecho. Si hay algo de lo que esté seguro en la vida es que tú no eres de los que se suicidan. De acuerdo, Alf, abandono. Volvamos.
- No.
- Tendríamos tres horas para cazar a aquel marciano.
Una llamarada explotó detrás de su oruga.
Carter suspiró entrecortadamente. A las dos, ambos vehículos regresarían hacia la ciudad de la burbuja, donde Carter sería probablemente ejecutado.
Pero ¿y si regreso ahora?
Es sencillo. AIf disparará contra mí.
Podría errar el tiro. Si le dejo escoger mi rumbo, moriré con seguridad.
Carter dudó y se maldijo a sí mismo, pero no pudo hacerlo. No pudo volverse deliberadamente hacia la pistola de Alf.
A las dos, la base de la cordillera se acercó desde el horizonte. Las colinas aparecían increíblemente claras, casi tan claras como habrían estado en la luna. Pero se hallaban horriblemente erosionadas y el mar de arena las lamía como ansioso de terminar con ellas, de cubrirlas.
Carter seguía adelante mirando hacia atrás. Las agujas de su reloj avanzaban minuto a minuto y Carter observó incrédulo cómo el vehículo de Alf continuaba siguiéndole. Cuando el tiempo se acercó y sobrepasó las dos y media, la incredulidad de Carter se disipó. Ahora ya no importaba cuanto oxígeno tuviese Alf. Había pasado el momento en que Carter tenía que haber regresado.
- Me has matado - dijo.
No hubo contestación.
- Yo maté a Lew en una pelea con los puños. Lo que me has hecho a mí es mucho peor. Me estás matando torturándome lentamente. Eres un demonio, Alf.
- Un cuerno de pelea con los puños. Golpeaste a Lew en la garganta y miraste cómo se ahogaba en su propia sangre. No me digas que no sabías lo que hacías. Todo el mundo en la ciudad sabe que eres un experto en karate.
- Murió en unos minutos. ¡Yo necesitaré todo el día!
- ¿Eso no te gusta? Da la vuelta y corre hacia mi arma. Está aquí, esperándote.
- Podríamos regresar al cráter a tiempo de buscar a aquel marciano. Por eso vine a Marte. Para aprender lo que hay aquí. Y lo mismo tú, Alf. Vamos, regresemos.
- Tú primero.
Pero no pudo. No podía. El karate puede derrotar cualquier arma en una lucha cuerpo a cuerpo. ¡Pero no podía lanzarse contra una pistola lanzallamas! Ni siquiera si Alf pensaba en regresar. Y Alf no pensaba hacerlo.
Un débil aullido vibraba a través de la burbuja. La tormenta de arena estaba en su punto más álgido, lo que la hacía tan peligrosa como un ciempiés enfurecido. En el peor de los casos era una molestia. El estridente y apenas audible gemido podía atacar los nervios de alguno y la oscuridad hacía que fuese necesario encender las lámparas de la calle. Mañana, la burbuja estaría cubierta por una capa de un décimo de pulgada de fino polvo, de una sequedad lunar. En el interior de la burbuja estaría más oscuro que de noche hasta que alguien volase la arenilla con un tanque de oxígeno.
A Shute la tormenta le deprimía. ¡Aquí en Marte, el mayor Shute, el viril héroe, haciendo frente a terroríficos peligros en los límites de la exploración humana! Una tormenta de arena que no hubiese dañado a un niño de pecho. Nadie aquí se enfrentaba con un solo peligro que no hubiera traído consigo.
¿Sería siempre así? ¿Viajaría el hombre distancias enormes para enfrentarse consigo mismo?
Nadie trabajó mucho desde aquel mediodía. Shute había desistido de insistir en ello. Sobre un montón de paredes prefabricadas estaba sentado Timmy, rodeando prácticamente el receptor de la radio y rodeado a su vez por la población de la burbuja.
Timmy se levantaba cuando Shute se aproximó al grupo.
- Los he perdido - anunció, aparentemente cansado.
Apagó la radio. Los hombres se miraron unos a otros y algunos se pusieron de pie.
- ¡Tim! ¿Cómo pudiste perderlos? - le dijo el mayor.
Timmy le advirtió entonces.
- Están demasiado lejos, mayor.
- ¿Nunca llegaron a dar la vuelta?
- No lo hicieron. Sencillamente continuaron adentrándose en el desierto. Alf debe haberse vuelto loco. No vale la pena morir por Carter.
Shute pensó que en un tiempo sí había valido la pena. Carter había sido uno de los mejores: resistente, intrépido, brillante, entusiasta. Shute le había visto deteriorarse bajo el aburrimiento y el confinamiento a bordo de la nave. Cuando llegaron a Marte, y de repente todos ellos tuvieron algo que hacer, había parecido recobrarse. Entonces.., ayer por la mañana..., un asesinato.
Alf. Era duro perder a Alf. Lew no había sido una pérdida demasiado importante, pero Alf...
Cousins se colocó a su lado.
- He terminado ese trabajo de corrección.
- Gracias, Lee. Ahora tendré que rehacerlo por completo.
- No lo haga. Escriba un añadido. Demuestre cómo y por qué murieron tres hombres Después puede decir: «Ya les advertí».
- ¿Lo crees así?
- Mi juicio profesional. ¿Cuándo es el funeral?
- Pasado mañana. El sábado. Pensé que sería apropiado.
- Se pueden decir los tres servicios al mismo tiempo. Está bien pensado.
Jack Carter y Alf Harness estaban muertos para toda la ciudad. Pero todavía respiraban...
Las montañas se acercaban hacia ellos; los únicos puntos fijos en un océano de arena. Alf estaba más cerca, a algo menos de cuatrocientas yardas detrás. Carter llegó a las cinco a la base de las montañas.
Eran demasiado altas para saltarlas con el reactor de aire. Podía ver lugares donde podría aterrizar la oruga mientras la bomba llenaba el tanque del reactor para dar otro salto. ¿Pero para qué?
Era mejor esperar a Alf.
Repentinamente, Carter supo que ésa era la única cosa en el mundo que Alf deseaba. Rodar en su oruga a su lado. Observar el rostro de Carter hasta estar seguro de que él sabía lo que iba a sucederle. Y después prenderle fuego desde diez pies de distancia y ver cómo una brillante llama de oxidante de magnesio ardía a través de su traje, piel y órganos vitales.
Las colinas eran bajas y estrechas. Incluso a unas cuantas yardas de distancia podía encontrarse mirando el suave flanco de una bestia durmiendo..., sólo que esta bestia no respiraba. Carter inhaló profundamente, advirtiendo lo rancio que estaba el aire a pesar de la unidad purificadora, y encendió el compresor de aire del reactor.
El aire de Marte es terriblemente fino, pero puede ser comprimido y un cohete funcionará en cualquier parte, incluso un cohete de aire comprimido. Carter empezó a ascender, echándose hacia atrás en la cabina todo lo que podía para compensar la pérdida de peso de los tanques de oxígeno que llevaba detrás. Poner el menor peso en los giroscopios significaba que sólo se podía saltar en emergencias. Subió con rapidez e inclinó la oruga para enviarla deslizándose por los treinta grados de pendiente de la colina. A lo largo de la ladera había lugares llanos, pero no muchos. Debería llegar al primero fácilmente...
Una llama explotó en sus ojos. Carter apretó los dientes y luchó contra el deseo de mirar atrás. Inclinó la oruga hacia atrás para hacerla frenar. La presión del reactor estaba bajando.
Descendió como una pluma a doscientos pies sobre el desierto. Cuando apagó el reactor podía oír los gemidos de los giroscopios. Desconectó el estabilizador y dejó que se agotasen. Después sólo se oyó el gorgoteo del compresor, vibrando a través de su traje.
Alf había salido de su oruga y permanecía al pie de las montañas mirando hacia arriba.
- Vamos - dijo Carter -. ¿Qué estás esperando?
- Sigue tú si quieres.
- ¿Qué pasa? ¿Tus giroscopios están estropeados?
- Es tu cerebro el que está estropeado, Carter.
Adelante.
Alf levantó un brazo con rigidez. En la mano aparecieron llamas y Carter se agachó instintivamente.
El compresor casi se había detenido, lo que quería decir que el tanque estaba casi lleno. Pero Carter sería un loco si despegase con el tanque a medias. Un reactor de aire proporciona la mayor parte de la aceleración durante los primeros segundos del vuelo. El resto del tiempo se consigue justamente la presión suficiente para seguir adelante.
Pero... Alf estaba entrando en su oruga. Ahora la oruga se elevaba.
Carter conectó su reactor y subió.
Bajó con dureza a trescientos pies de altura, y sólo entonces se atrevió a mirar hacia abajo. Escuchó la desagradable risa de Alf y vio que éste se encontraba todavía al pie de las montañas.
¡Había sido una fanfarronada!
Pero ¿por qué no le perseguía Alf?
El tercer salto le llevó hasta la cima. El primer salto colina abajo fue el primero que había hecho en su vida y casi se mata. ¡Tenía que desacelerar con los últimos restos de presión del tanque del reactor! Esperó hasta que sus manos dejaron de temblar, después hizo el resto del descenso con las ruedas. Cuando llegó al pie de la cordillera no había rastros de Alf y continuó hacia el desierto.
El sol iba a ponerse ya. Unas vagas estrellas azuladas en un cielo rojinegro silueteaban las amarillas colinas a su espalda.
Seguía sin haber señales de Alf.
Alf habló en su oído, suave, casi amablemente.
- Tendrás que volver, Jack.
- No contengas el aliento.
- Preferiría no tener que hacerlo. Por eso te estoy diciendo esto. Mira tu reloj.
Eran casi las seis y media.
- ¿Has mirado? Ahora haz la cuenta. Yo empecé con cuarenta y cuatro horas de aire. Tú empezaste con cincuenta y dos. Eso nos da noventa y seis horas entre los dos. Juntos hemos utilizado sesenta y una. Nos quedan treinta y cinco.
»Ahora bien, yo he dejado de avanzar hace una hora. Desde donde yo estoy son casi treinta horas de regreso a la base. En algún momento de las próximas dos horas y media tendrás que conseguir mi aire y hacer que yo deje de respirar. O yo tendré que hacer eso mismo contigo.
Tenía sentido. Finalmente, todo tenía sentido.
- Alf, ¿estás escuchando? Escucha - dijo Carter, y abriendo el panel de la radio y guiándose por el tacto encontró un cable que había localizado hacia tiempo. Lo rompió. Su radio gorgoteo ensordecedoramente y después se detuvo.
- ¿Has oído eso, Alf? Acabo de arrancar mi receptor. Ahora no podrías encontrarme aunque quisieses.
- No lo aceptaría de ninguna otra forma.
Entonces Carter comprendió lo que había hecho. Ahora no había posibilidad de que Alf le encontrase. Después de todas las millas y horas de caza, era Carter el que ahora cazaba a Alf. Todo lo que éste tenía que hacer era esperar.
La oscuridad cayó sobre el oeste como una pesada cortina.
Carter fue hacia el sur, y lo hizo inmediatamente. Le llevaría una hora o más cruzar la cordillera. Tendría que saltar como una rana hasta la cumbre sólo con las luces delanteras, pues su motor no le llevaría colina arriba por una pendiente semejante. Con suerte podría utilizar las ruedas para bajar, pero esto tendría que hacerlo en completa oscuridad. Deimos no había salido todavía; Phobos no era lo bastante brillante para servir de ayuda.
Sucedió exactamente lo que Alf había planeado: perseguir a Carter hasta la cordillera. Si ataca allí, coger sus tanques y volver a casa. Si consigue pasar, decirle por qué tiene que regresar. Planearlo de forma que tenga que regresar en la oscuridad. Si por algún milagro lo consigue esta vez..., bueno, siempre queda la pistola de llamas.
Carter sólo podía darle una sorpresa. Cruzaría seis millas al sur de donde era esperado y se acercaría a la oruga de Alf desde el sudeste.
¿O también Alf esperaría algo así?
No importaba. Carter estaba más allá de la capacidad de elección.
El primer salto fue como saltar a ciegas desde la compuerta de una nave. Los focos estaban apuntando directamente hacia abajo, y mientras subía observó cómo el círculo de luz se expandía y se emborronaba. Se dirigió hacia el este. Al principio no se movía en absoluto. Después la pendiente se deslizó hacia él muy rápida, demasiado rápida. Echó la oruga hacia atrás. Nada pareció suceder. La presión bajo él moría lentamente, pero moría, y la ladera era un manchón ondulante rodeado por la oscuridad.
Apareció, con clarificante rapidez.
El aterrizaje le magulló desde la rabadilla hasta el cráneo. Se sostuvo rígidamente, esperando a que la oruga comenzase a rodar por la ladera. Pero aunque el vehículo estaba inclinado en un ángulo aterrador, se mantuvo.
Carter se tambaleó y enterró el casco en sus manos. Dos enormes lágrimas temblorosas, convertidas en pequeñas pelotitas por la baja gravedad, cayeron sobre la placa facial y se extendieron. Por primera vez, lamentó todo aquello.
Matar a Lew cuando una patada en la rodilla le hubiese puesto fuera de combate y le hubiese enseñado una lección permanente y memorable. Robar una oruga en lugar de rendirse y someterse a juicio. Conducir a través de la burbuja... y convertir así a todos los hombres de Marte en sus enemigos mortales. Quedarse por allí para ver lo que pasaba, cuando quizá podría haber desaparecido más allá del horizonte antes de que Alf saliese de la compuerta de vehículos. Apretó los puños y los oprimió contra la placa facial, al recordar su actitud de suave interés cuando se sentaba y observaba la oruga de Alf rodando hacia la compuerta.
Era el momento de seguir. Carter se preparó para otro salto. Esta vez sería horrible. Despegaría con la oruga inclinada treinta grados hacia atrás...
Espera un minuto...
Algo no encajaba en aquella imagen del oruga de Alf rodando hacia la compuerta y rodeado de hombres que corrían. Definitivamente, allí ocurría algo anormal.
Ya se enteraría. Sujetó el mando del reactor y preparó la otra mano para conectar los giros en el momento de ascender en el aire.
...Alf lo había planeado todo muy cuidadosamente. ¿Cómo pudo salir con un tanque de oxígeno de menos?
Y... si realmente había planeado algo, ¿cómo esperaba conseguir los tanques de Carter si éste se estrellaba?
Supongamos que Carter estrellase su oruga contra una colina, en aquel mismo momento, en su segundo salto. ¿Cómo podría Alf saberlo?
No podía, no hasta que llegasen las nueve y Carter no hubiese aparecido. Entonces sabría que Carter se había estrellado en algún sitio. ¡Pero sería demasiado tarde!
A menos que Alf hubiese mentido.
Eso era; eso era lo que no encajaba con su recuerdo de Alf saliendo por la compuerta para vehículos. Poned un tanque de oxígeno en el contenedor y retirad después un tanque y el agujero sobresaldrá en el esquema hexagonal como Sammy Davis III en el equipo de fútbol de los nazis de Berlín. No había habido un agujero semejante.
Si Carter se estrellase ahora, Alf lo sabría con cuatro horas para buscarle en su oruga.
Carter colocó sus faros en su posición normal y después hizo retroceder su oruga en un medio círculo de gran lentitud. El vehículo se ladeó, pero no volcó. Ahora podía descender con los focos...
Las nueve. Si Carter se había equivocado, entonces ya estaba muerto. Incluso ahora, Alf podría estar desabrochándose el casco, los ojos negros con la desesperanza definitiva, preguntándose aún dónde había ido a parar Carter. Pero si tenía razón...
En aquel momento, Alf estaba asintiéndose a sí mismo, sin sonreír, simplemente confirmando una adivinanza. Se decía si esperar otros cinco minutos, por si Carter se hubiese retrasado, o comenzar ya la búsqueda. Carter estaba sentado en su cabina a oscuras al pie de las negras montañas, sujetando una llave inglesa en la mano izquierda, con los ojos fijos en la manecilla luminosa del detector.
La llave era lo más pesado que había en su caja de herramientas. No pudo encontrar nada más cortante que un destornillador, y aquello no penetraría el material de un traje.
La aguja señalaba directamente hacia Alf.
Y no se movía.
Alf había decidido esperar.
¿Cuánto tiempo podría esperar?
Carter se encontró murmurando en bajo «Muévete, idiota. Tienes que buscar en los dos lados de la cordillera. En los dos lados y la cumbre. Muévete, muévete.»
¡Dios mío! ¿Había desconectado su radio? Si, el conmutador estaba hacia abajo.
Muévete.
La manecilla se movió. Giró una vez, infinitesimalmente, y se quedó quieta.
Estuvo inmóvil durante largo tiempo..., siete u ocho minutos. Después saltó en la dirección opuesta. ¡Alf estaba buscando en el lado de las colinas que no era!
Y entonces Carter comprendió el fallo de su propio plan. Ahora Alf debía dar por supuesto que Carter estaba muerto. Y si era así, entonces no estaba usando aire. ¡Alf tenía dos horas extra, pero creía tener cuatro!
La aguja se movió y se inclinó... una buena distancia. Carter suspiró y cerró los ojos. Alf se estaba acercando. Había decidido sensatamente buscar primero en este lado; porque si Carter estaba allí, muerto, entonces Alf tendría que cruzar otra vez la cordillera para llegar a casa.
Giro.
Giro. Debía estar en la cumbre.
Después el largo, lento y constante descenso.
Faros. Muy débiles al norte, ¿giraría Alf hacia el norte?
Giró hacia el sur. Perfecto. Los faros se hicieron más brillantes y Carter esperó... con su oruga enterrada hasta el parabrisas en la arena de la base de la cordillera.
Alf todavía tenía la pistola lanzallamas. A pesar de toda su certeza de que Carter estaría muerto, probablemente conducía con su arma en la mano. Pero estaba empleando sus focos y avanzaba lentamente, quizá a quince millas por hora.
Pasaría... veinte yardas al oeste.
Carter sujetó con fuerza la llave inglesa. Ahí
En sus ojos había luz. No me veas. Y después no la hubo. Carter se lanzó de la oruga y descendió por la arenosa pendiente. Los focos se alejaban y Carter los siguió, saltando como saltan en la Luna, empujando al mismo tiempo contra la arena con ambos pies, un vuelo de un segundo, piernas extendidas y pies preparados para el aterrizaje, y otro salto.
Un último y enorme salto de canguro... y estuvo sobre los tanques de oxígeno, cayendo sobre las rodillas y los antebrazos con los pies en alto de forma que el metal no tintinease. Uno de los brazos aterrizó en el aire, donde habían estado los tanques ya usados. Su cuerpo intentó rodar hacia la arena. No se lo permitió.
Delante de él estaba la transparente burbuja que era el casco de Alf. La cabeza en su interior iba de un lado a otro, abarcando el triángulo creado por los focos.
Carter reptó hacia adelante. Se colocó sobre la cabeza de Alf, levantó la llave inglesa y la dejó caer con todas sus fuerzas.
En el plástico se abrieron algunas grietas. Alf levantó la vista, con ojos y boca completamente abiertos, un asombro no mezclado con rabia ni con terror. Carter golpeó de nuevo
Hubo más grietas, grietas más largas. Alf parpadeó y, finalmente, levantó el arma. Los músculos de Carter se paralizaron por un instante al mirar su boca infernal y después golpeó sabiendo que tenía que ser la última vez.
La llave aplastó el transparente plástico, el cuero cabelludo y el cráneo. Carter se arrodilló durante un momento sobre los tanques de oxigeno, contemplando la desagradable cosa que había hecho. Después levantó el cuerpo por los hombros, lo echó por un costado y pasó a la cabina para detener la oruga.
Unos cuantos minutos fueron precisos para encontrar su propia oruga en el lugar donde la había enterrado en la arena. Necesitó más tiempo para descubrirla. Aquello no importaba. Tenía mucho tiempo. Si cruzaba la cordillera a las doce y media, llegaría a la ciudad antes determinar su aire. No había mucho lugar para finezas. Por otra parte, llegaría una hora antes del amanecer. Nunca le verían. Habrían dejado de esperarle a él o a Alf al mediodía de mañana aun suponiendo que no supiesen que Alf se había negado a regresar.
Antes de que nadie pudiese ponerse un traje, la burbuja estaría vacía de aire.
Después podría reparar y llenar la burbuja. En la Tierra tardarían un mes en conocer el desastre: cómo un meteorito había alcanzado un borde de la cúpula, cómo John Carter había estado durante ese tiempo en el exterior, el único hombre con el traje puesto. Le llevarían a casa y pasaría el resto de su vida intentando olvidar.
Sabía cuáles de sus tanques estaban vacíos. Como todos los hombres de la ciudad, tenía su propio método de colocarlos en el contenedor de aire. Soltó seis y se detuvo. Era una pena desperdiciar los vacíos. Los tanques eran demasiado difíciles de reemplazar.
No conocía el orden en que los colocaba Alf. Tendría que probarlos uno por uno.
Alf ya había arrojado algunos. - ¿Para dejar sitio para los de Carter? - Carter abrió la válvula de los tanques uno a uno. Si silbaba, lo ponía en su propio contenedor. Si no, lo soltaba.
Uno de ellos silbó. Uno solamente.
Cinco tanques de oxígeno. No era posible hacer un viaje de treinta horas con cinco tanques de oxígeno.
Alf había dejado tres tanques en algún punto donde pudiera encontrarlos otra vez. Por si había la remota posibilidad, por si sucediese algo terrible a Alf y Carter se apoderase de su vehículo. Pero Carter no regresaría con vida.
Alf debía haber dejado los tanques donde pudiese encontrarlos fácilmente. Debió dejarlos cerca de aquí porque nunca perdió de vista a Carter hasta que éste había cruzado la cordillera, y más aún, había conservado sólo un tanque para llegar hasta ellos. Los tanques estaban cerca y Carter tenía solamente dos horas para encontrarlos.
De hecho, comprendió, debían estar al otro lado de la cordillera. Alf no se había detenido en ningún sitio en este lado...
Pero podía haberlos dejado en algún punto de la ladera, durante los saltos hasta la cumbre...
En un repentino frenesí de apresuramiento Carter saltó a su oruga y la lanzó hacia arriba. Los focos mostraron su progreso hasta la cumbre y hacia el otro lado.
Los primeros rojos rayos de luz encontraron a Lee Cousing y Rufus Doolitle ya en el exterior de la burbuja. Estaban cavando una sepultura. Cousing lo hacia en un silencio estoico. En una mezcla de piedad y disgusto soportaba el constante y compulsivo chorro de palabras de
- ...el primer hombre en ser enterrado en otro planeta ¿Crees que eso le hubiese gustado a Lew? No, no le gustaría nada. Diría que no valía la pena morir por eso. Quería volver a casa. En la próxima nave lo hubiera hecho...
La arena llegaba en paletadas sueltas y secas. Se necesitaba práctica para mantenerla dentro de la pala. Intentaba fluir como un líquido viscoso.
- Intenté decirle al mayor que le hubiese gustado ser enterrado en un pozo. El mayor no quiso escucharme. Dijo que los marcianos podían...
Los ojos de Cousins saltaron hacia arriba y el movimiento los atrajo...
Una mota que se movía constantemente sobre la pared del cráter. «¡Un marciano!», fue su primer pensamiento. ¿Qué otra cosa podría estar moviéndose por allí? Y entonces vio que era una oruga.
Para Lee Cousins fue como si un cadáver saliese de su tumba. La oruga se movía a ciegas sobre los inclinados bloques de antiguo cristal, toco la arena del suelo del cráter, mientras él permanecía inmóvil. Por el rabillo del ojo vio volar la pala de Doolitle mientras éste corría hacia la burbuja.
La oruga arañó solamente la arena, después comenzó a reascender el cráter. La parálisis de Cousins desapareció y corrió hacia la oruga que le quedaba. Tenía que ir en seguida a la ciudad.
El espíritu se movía a mediana velocidad. Lo alcanzó una milla más allá del borde del cráter. En la cabina del piloto estaba Carter. Su casco descansaba en su regazo, sujeto por la rigidez de la muerte.
Cousins informó:
- Cuando sintió que se quedaba sin aire debió haber dirigido la oruga en la dirección del detector. Hay que reconocérselo - añadió y echó una paletada sobre la segunda sepultura -, por lo menos hizo eso. Devolvió la oruga.
Justo después del amanecer, una pequeña forma bípeda llegó bordeando una colina al este. Se encaminó directamente hacia el tendido cadáver de Alf Harness, cogió un pie con las dos manos, de aspecto frágil, y comenzó a arrastrar el cuerpo sobre la arena, recordando bastante a una hormiga arrastrando una pesada miga de pan. En los veinte minutos que necesitó para llegar hasta la oruga de Alf, la figura no se detuvo ni una vez a descansar.
Dejando caer su presa, trepó por la pila de tanques de oxígeno vacíos y escudriñó el contenedor de aire, después miró hacia el cuerpo. Pero no había forma de que un ser tan pequeño y débil pudiese levantar una masa así.
El marciano pareció recordar algo. Descendió sujetándose a los tanques y se escurrió bajo la panza del vehículo.
Salió minutos más tarde arrastrando cierta longitud de cable de nailon.
Ató los dos extremos del cable a uno de los tobillos de Alf, después dejó caer la lazada sobre la protuberancia de la oruga donde se enganchaba el remolque.
Durante un tiempo la figura permaneció inmóvil sobre el casco roto de Alf, contemplando su obra. La cabeza podía golpearse bastante al ser arrastrada de aquella forma, pero como espécimen la cabeza era inservible. En el punto donde el gas de dióxido de nitrógeno había tocado la humedad se había formado ácido nítrico, rojo y humeante. El resto del cuerpo estaba ya seco y endurecido, bastante bien conservado.
La figura trepó a la oruga. Unos cuantos tanteos, sorprendentemente pocos, y la oruga estuvo en marcha. Se detuvo a veinte yardas con una sacudida. El marciano descendió y retrocedió. Se arrodilló al lado de los tres tanques de oxígeno que habían estado atados debajo de la oruga con el cable de nailon que había tomado prestado y abrió los tapones de los tres uno por uno. Cuando el venenoso gas comenzó a salir silbando, saltó hacia atrás con horrorizada prisa.
Minutos más tarde la oruga avanzaba hacia el sur. Los tanques de oxígeno silbaron durante un tiempo y después quedaron silenciosos.


FIN


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