A la memoria de mis tías Paula, Rosario, Elisa y Carmencita.
A mis tías Laura, Manena, Virginia y Pilar.
Vino mi tía josefina a visitarme. El que no conoce a mi tía josefina no sabe lo que se pierde, como dice Trafalgar Medrano. Trafalgar dice también que es una de las mujeres más bellas y encantadoras que ha conocido y que sí él hubiera nacido en 1893 no se hubiera casado con ella por nada del mundo. Entró, mi tía, recorrió la casa y preguntó por los chicos, quiso saber si alguna vez me iba a decidir a mudarme a un departamento en el centro, y cuando le dije que no, que nunca, dudó entre dejar o no el saco por allí y decidió llevarlo porque quizás en el jardín más tarde corriera un poco de viento. Ochenta y cuatro años tiene; el pelo ondulado color acero, unos ojos castaños incansables y brillantes como dicen que fueron los de mi bisabuela criolla, y una figura envidiable: si quisiera, si llegara a admitir que esas cosas burdas y desagradables merecen usarse como prendas de vestir, podría ponerse los jeans de Cecilia. Dijo que el jardín estaba precioso y que iba a quedar mucho mejor cuando hiciéramos podar los fresnos y que el té estaba riquísimo y que le encantaban los scons pero que quedaban mejor con un solo huevo.
- Tomé un té muy bueno el otro día. Sí, voy a tomar un poco más pero media taza, está bien, no te entusiasmes. ¿No estará demasiado cargado? Una gotita apenas, de leche. Eso es. Y me sirvieron unas tostadas muy bien hechas, con manteca y no esa margarina rancia que te dan ahora en todas partes, yo no sé cómo te puede gustar. En el Burgundy. Y estuve con un amigo tuyo.
- Ya sé - dije -. Trafalgar.
- Sí, el hijo de Juan José Medrano y la pobre Merceditas. Que no me explicó cómo permitió que le pusieran ese nombre estrafalario a su único hijo. Bueno, siempre sospeché que Medrano era masón.
- Pero Josefina, qué tiene que ver la masonería con la batalla de Trafalgar.
- Ah, no sé, m'hijita, pero no me vas a negar que los masones les ponían a propósito a sus hijos nombres que no figuraban en el santoral.
- A lo mejor el doctor Medrano era admirador de Nelson - dije poniendo todas mis esperanzas en la inclinación del viejo de Trafalgar por los grandes hechos de la historia.
- Lo que te puedo asegurar - dijo mi tía josefina - es que Merceditas Herrera era una santa, y tan fina y discreta.
- Y el doctor Medrano, ¿qué tal era?
- Un gran médico - abrió otro scons y le puso mermelada de naranjas -. Buen mozo y simpático además. Y muy culto.
Hubo un silencio de un cuarto de segundo antes de la última afirmación: en mi tía josefina la palabra culto es resbalosa y hay que andarse con cuidado.
- Trafalgar también es un buen mozo y simpático - dije -, pero no sé si es culto. Sabe un montón de cosas raras.
- Eso sí, es simpático, muy simpático y amable. Y muy considerado con una vieja como yo. Ahora, eso de buen mozo me parece una exageración. Tiene la nariz demasiado larga como la de la pobre Merceditas. Y esos bigotes no me digas que no son un poco ridículos. Un hombre queda mucho más pulcro completamente afeitado, menos mal que a tus hijos se les pasó eso de la barba y los bigotes. Pero tengo que reconocer que es elegante este muchacho: tenía un traje gris oscuro muy bien cortado y camisa blanca y una corbata seria, no como algunos de esos amigos extravagantes que tienen ustedes que parecen. Ni sé lo que parecen.
- ¿Querés un poco más de té?
- No, no, por favor, si ya me has hecho tomar demasiado, pero estaba tan rico que me he excedido. Eso fue el jueves o el viernes, no estoy segura. Entré en el Burgundy porque estaba desfalleciente: venía de una reunión de comisión directiva de la Sociedad Amigos del Museo, así que era el jueves, claro, porque el viernes fue el compromiso de la chica de María Luisa, y vos sabes que los jueves a la tarde Amelia tiene salida y francamente no tenía ganas de ir a casa y ponerme a hacer el té. Había poca gente y me senté lejos de la puerta donde no hubiera corrientes de aire, y cuando me servían el té entró este muchacho Medrano. Se acercó a saludarme, tan amable. Al principio no lo ubiqué y estaba por preguntarle quién era cuando me di cuenta que era el hijo de Merceditas Herrera. Me daba no sé qué verlo ahí parado junto a la mesa, pero aunque yo tengo edad suficiente como para hacer ciertas cosas, vos comprendes que una señora no invita a un señor, aunque sea tantísimo más joven que ella, a sentarse a su mesa.
- ¿Ah, no? - se me escapó.
Mi tía Josefina suspiró, casi diría que resopló, y los ojos de la bisabuela me pararon en seco.
- Yo ya sé que las costumbres han evolucionado - dijo -, en algunos pocos casos para bien, y en otros muchos desgraciadamente para mal, pero hay cosas que no cambian y vos deberías saberlo.
Me sonreí porque la quiero mucho y porque espero saber llegar a los ochenta y cuatro años con la misma confianza que ella y aprender a manejar los ojos como ella aunque los míos no sean ni la décima parte de lindos:
- ¿Y lo dejaste ir al pobre Trafalgar?
- Pero no. Estuvo muy correcto y me pidió permiso para hacerme compañía si yo no estaba esperando a nadie. Le dije que se sentara y llamó para pedir café. Qué espanto cómo toma café este muchacho. No sé cómo no se enferma del estómago. Yo hace años que no pruebo el café.
Tampoco fuma, claro. Y toma un cuarto de copa de vino clarete con cada comida y otro cuarto de copa pero de champagne extra seco, en navidad y año nuevo.
- ¿No te dijo si iba a andar por acá?
- No, no me dijo, pero me parece difícil. Se iba, creo que al día siguiente no sé muy bien adónde, será al Japón me imagino, porque dijo que iba a comprar sedas. Lástima que se dedique al comercio y no haya seguido la carrera del padre: fue una desilusión para la pobre Merceditas. Pero le va muy bien, ¿no?
- Le va regio. Tiene vagones de guita.
- Espero sinceramente que no uses ese lenguaje fuera de tu casa. No queda bien. Claro que lo mejor sería que no lo usaras nunca pero por lo visto es inútil. Sos tan cabeza dura como tu padre.
- Sí, mi viejo, quiero decir mi padre, era cabeza dura, pero era un caballero.
- Cierto. No sé cómo hablaría cuando estaba entre hombres, eso no importa, pero jamás dijo una inconveniencia en público.
- Si lo oís hablar a Trafalgar te da un ataque.
- No veo por qué. Conmigo estuvo de lo más agradable. Ni amanerado ni relamido, no hay necesidad, pero muy cuidadoso.
- Es un cretino hipócrita - eso no lo dije, lo pensé.
- Y tiene. - dijo mi tía josefina - un encanto especial para contar las cosas más disparatadas. Qué imaginación.
- ¿Qué te contó?
- Claro que tal vez no todo sea imaginación. Impresiona como si estuviera diciendo la verdad pero tan adornada que a primera vista podés pensar que es una gran mentira. Te diré que pasé un rato entretenidísimo. Cómo será que cuando llegué a casa Amelia ya había vuelto y estaba preocupada por mi tardanza. La pobre había hablado a lo de Cuca, a lo de Mimí y a lo de Virginia a ver si yo estaba allí. Tuve que empezar a los telefonazos para tranquilizarlas.
Me puse seria: estaba muerta de envidia como cuando Trafalgar va y les cuenta cosas al Gordo Páez o a Raúl o a Jorge. Pero lo comprendí porque Mi tía josefina sabe hacer bien muchas cosas; por ejemplo, escuchar.
- ¿Qué te contó?
- Pero nada, disparates sobre sus viajes. Claro que habla tan bien que es un gusto, un verdadero gusto.
- ¿Qué te contó?
- M'hijita, qué insistencia. Además no me acuerdo muy bien.
- Sé, contame que no te acordás.
- Se dice «sí» y no «sé». Parecés un carrero y no una señora.
No le hice caso:
- Cómo no te vas a acordar. Vos te resfriás con asiduidad digna de mejor causa y tenés el estómago un poco frágil, pero arterioesclerosis no me contés que no te creo.
- Dios me libre. ¿La has visto a Raquel últimamente? Un espanto. Estaba en lo de las Peña, yo no sé para qué la llevan, y no me reconoció.
- Josefina, mirá que me voy a volver loca de curiosidad. Sé buena y contame lo que te contó Trafalgar.
- A ver, esperate, no sé muy bien.
- Seguro que te dijo que acababa de llegar de alguna parte.
- Eso es. Debe ser uno de esos países nuevos de África o Asia, con un nombre rarísimo que no he oído nunca y tampoco he leído en los diarios. Lo que me extrañó fue que estuvieran tan adelantados, con tanto progreso y tan bien organizados, porque siempre se vuelven salvajes: mirá lo que pasó en la India cuando se fueron los ingleses y en el Congo cuando se fueron los belgas, ¿no? Tu amigo Medrano me dijo que era un mundo, un mundo, así decía él, muy atractivo cuando se lo ve por primera vez. Serprabel, ahora me acuerdo, Serprabel. Me parece que debe quedar cerca de la India.
- Lo dudo pero en fin, seguí.
- Sin embargo casi seguro que si, que debe ser por la india, no solamente por el nombre sino por lo de las castas.
- ¿Qué castas?
- ¿No hay castas en la India?
- Sí, sí hay, pero qué tiene que ver.
- Si me dejás que te cuente ya te vas a enterar, ¿no era que estabas tan apurada? Y sentate bien, cómo se ve que están acostumbradas a usar pantalones ustedes. Ya no hay mujeres elegantes.
- Decime, y en Serprabel, ¿hay mujeres elegantes?
- Sí, según este muchacho Medrano, hay mujeres espléndidas, muy bien vestidas y muy educadas.
- No me extraña, aunque no haya más que una, él se la encuentra.
- Lástima que no se haya casado.
- ¿Quién? ¿Trafalgar? - me reí un rato.
- No veo qué tiene de gracioso. No digo con una extranjera y de tan lejos, que puede ser muy buena persona, pero tener otras costumbres, sino con alguien de su círculo. No te olvides que es de una familia muy bien relacionada.
- Ese va a morir solterón: le gustan demasiado las mujeres.
- Hmmmmm - hizo mi tía josefina.
- ¡No me digás que a Medrano padre también! - salté.
- Sé discreta, m'hijita, no hables tan fuerte. En realidad yo no te puedo asegurar nada. Se dijeron algunas cosas en su momento.
- Me imagino - dije -, y Merceditas era una santa. Y en Serprabel Trafalgar anduvo de romance, lo mismo que hubiera hecho su papá.
- Pero cómo se te ocurre. No anduvo de romance, como decís vos. Y si hubiera andado no me lo hubiera contado. Se ve que es un muchacho muy correcto. Lo que hizo, o lo que él dice que hizo porque a lo mejor todo no fue más que un cuento para hacerme pasar un rato entretenido, lo que hizo fue tratar de ayudar a una pobre mujer, muy desdichada por muchos motivos.
- Ay - dije y volví a pensar que Trafalgar era un cretino hipócrita.
- Y ahora qué te pasa.
- Nada, nada, seguí.
- Fijate que parece que allí se mantiene, según esas religiones orientales, ¿no?, el sistema de castas. Y hay nueve. A ver, dejame que piense: señores, prestes, guerreros, estudiosos, comerciantes, artesanos, sirvientes y vagabundos. Ah, no, ocho. Son ocho.
- Y todo el mundo tiene que estar dentro de una casta.
- Claro. No me digas que no es una ventaja.
- Ah, no sé. ¿Qué hace uno si es artesano y tiene vocación de comerciante como Trafalgar ¿Rinde un examen?
- Por supuesto que no. Cada uno vive dentro de la casta que le corresponde y se casa con personas de su misma casta.
- No me lo digás: y sus hijos nacen dentro de esa casta y se mueren dentro de esa casta y los hijos de esos hijos y así para siempre.
- Sí. Así que nadie tiene pretensiones y todos se mantienen en su lugar y se evitan desórdenes y revoluciones y huelgas. Le comenté a Medrano que me parecía, paganismo aparte, un sistema extraordinario, y él estuvo de acuerdo conmigo.
- Ah estuvo de acuerdo.
- Claro, si hasta me dijo que en miles de años no había habido ningún desorden Y habían vivido en paz.
- Qué bien.
- Ya sé que a vos te debe sonar un poco anticuado, pero dice Medrano que es impresionante el progreso en todo, televisión en colores y líneas aéreas y teléfonos con pantalla visora y centros de computación, me extraña que no hagan más propaganda para atraer turismo. Yo misma, si estuviera dispuesta a viajar a mi edad, iría de visita con mucho gusto. Fijate que dice que los hoteles son extraordinarios y la atención es perfecta, la comida exquisita, y que hay museos, y teatros y lugares de visita y paisajes espléndidos, pero espléndidos.
- A mí eso de las castas no me gusta. Yo no voy ni a cañones.
- Yo tampoco, no creas, no me entusiasma un viaje tan largo en avión. Y lo de las castas no es para tanto, si cualquiera puede gobernar.
- ¿Qué dijiste?
- Que cualquiera puede gobernar. Por encima de todos está una especie de rey que vive en el centro de la capital, porque la ciudad es un círculo y en el medio está el Palacio que es todo de mármol y oro y cristal, En fin, eso dice tu amigo. Será, no lo dudo, algo muy lujoso, pero no tanto.
- ¿Y cualquiera puede llegar a ser rey? Quiero decir, ¿todo lo demás es hereditario y eso precisamente no?
- Así me dijo Medrano. Ya ves que si la autoridad máxima puede ser elegida, todo es muy democrático. El rey se llama el Señor de Señores y gobierna por períodos de cinco años y cuando termina no puede ser reelegido, se vuelve a su casa y entonces los Señores eligen a otro.
- Momento, momento. ¿Cómo los Señores? ¿Entonces los demás no votan?
- Nadie vota, m'hijlta. Los Señores se reúnen cada cinco años y eligen a un Señor de Señores y fijate vos qué bien, casi siempre, o siempre, lo eligen entre las castas inferiores, ¿te das cuenta?
- La flauta si me doy cuenta. ¿Y el Señor de Señores los gobierna a todos?
- Supongo, porque para eso lo eligen. Aunque tu amigo Medrano dice que no, que no gobierna.
- Me parecía.
- Ah, claro, si lo dice él ha de ser palabra santa.
- Bueno, pero qué es lo que dice.
Otra de las virtudes de mi tía josefina es que no puede mentir:
- Dice que es una marioneta de los Señores que son los que en realidad gobiernan, para tener contento a todo el mundo con la ilusión de llegar ellos o alguien de su casta a ser rey, pero que el Señor de Señores es el último de los esclavos, un esclavo que vive como un rey, come como un rey, se viste como un rey, pero sigue siendo esclavo.
Y uno de sus defectos consiste en creer mas que lo que le gusta creer:
- Vos te das cuenta que no puede ser. Seguramente los Señores forman una especie de Concejo o Cámara o algo así y tu amigo tomó una cosa por otra. O a lo mejor los inventó para hacer más sabroso el cuento.
- Y, a lo mejor nomás. Te aviso que Trafalgar es capaz de cualquier cosa.
- También me dijo, eso ya me parece más razonable, que las castas inferiores son las más numerosas. Señor de Señores hay uno solo. Señores hay poquísimos, creo que me dijo que hay cien. Prestes un poco más, bastantes más, creo que como trescientos. Guerreros muchos más y Estudiosos más todavía, no me dijo cuántos. Comerciantes, Artesanos y Sirvientes muchísimos, sobre todo Sirvientes. Y parece que hay millones de Vagabundos. Debe ser un país muy poblado. Y cualquiera de cualquier casta, menos el Señor de Señores, claro, puede ser Dueño o Desposeído.
- ¿Que tiene plata y que no tiene plata? Ricos y pobres digamos.
- Más o menos: el que tiene tierras es Dueño; el que no tiene es Desposeído. Y dentro de cada casta el que es Dueño es superior al Desposeído.
- ¿Y uno puede pasar de Desposeído a Dueño?
- Sí, así que ya ves que no es tan espantoso como te parecía. Sí uno junta plata suficiente, compra tierras, que son muy caras, como en todas partes. Parece un país muy rico.
- ¿Los Vagabundos también pueden comprar tierras?
- No, no. Los Vagabundos son vagabundos. Ni casa tienen, yo no sé cómo la gente puede vivir así.
- No me explico. Ahora contame qué le pasó a Trafalgar en Serprabel.
- Hace un poco de fresco, ¿no te parece?
- ¿Querés que vayamos adentro?
- No. Pero ayudame a ponerme el saco sobre los hombros - no es que mi tía josefina necesite ayuda para ponerse el saco -. Así, gracias. Según él le pasó de todo. Fue allí a vender alhajas y perfumes. Dice que con los perfumes no le fue muy bien porque tienen una buena industria química y flores, vieras las flores que me describió, muy perfumadas con las que hacen extractos. Pero que como no hay yacimientos de piedras preciosas, vendió muy bien las que llevaba. Cierto que tuvo algunos inconvenientes, no vayas a creer, porque todo el que llega a Serprabel tiene que entrar a formar parte de una casta. A él lo consideraron Comerciante y tuvo que usar vehículos para Comerciantes e ir a un hotel para Comerciantes. Pero cuando se enteró que había castas superiores con mejores hoteles y más privilegios, protestó y dijo que también era Estudioso y Guerrero. Hizo bien, ¿no es cierto? Claro que como allí no se puede pertenecer a más de una casta, hubo que hacer una especie de audiencia presidida por uno de los Señores que tenía un nombre de lo más raro, de eso sí que no me voy a poder acordar, y allí él explicó su caso. Ay, me hizo reír tanto contándome cómo los había desconcertado y comentando que sentía mucho no haber podido decir que era Señor, y que también le hubiera gustado decir que era Preste que es la segunda casta. Lo malo era que no conocía nada de la religión y no tiene inclinaciones místicas. Aunque creo que se educó en un colegio religioso.
- Eso de que no tiene inclinaciones místicas está por verse. ¿Y en qué quedó?
- En que aceptaron que en otros lugares había otras costumbres y llegaron a un acuerdo. Sería un Guerrero pero de los más bajos, de los de Tierra, aunque Dueño, y con permiso para actuar como Comerciante.
- ¿Qué es eso de los de Tierra?
- Es que cada una de las cuatro castas superiores tiene categorías. Por ejemplo, a ver, cómo era, los Señores pueden ser de Luz, de Fuego y de Sombra, creo que ése era el orden. Los Prestes pueden dedicarse a la Comunicación, a la Intermediación o al Consuelo. Los Guerreros actúan en el Aire, el Agua o la Tierra. Y los Estudiosos se dedican al Conocimiento, a la Acumulación o a la Enseñanza. Los otros son inferiores y no tienen categorías.
- Qué lío. ¿Y cada uno además puede ser Dueño o Desposeído y eso influye en su posición?
- Sí. Es un poco complicado. Me decía Medrano que un Señor de Luz y Dueño es el rango más alto. Y que un Guerrero de Aire pero Desposeído es casi igual a un Preste dedicado al Consuelo pero Dueño, ¿entendés?
- No mucho. La cosa es que a Trafalgar le dieron un rango bastante pasable.
- El estaba muy satisfecho. Lo llevaron a un hotel muy superior y eso que dice que el de los Comerciantes era muy bueno, y le pusieron cuatro personas para atenderlo exclusivamente a él, aparte de los empleados del hotel. También debe haber influido eso de que llevara alhajas para vender, porque son un verdadero lujo. Dice que fue una delegación de Comerciantes a verlo y que aunque no pudieron entrar al hotel que era solamente para Guerreros, hablaron en el parque y le ofrecieron un local muy bien ubicado para que pusiera en venta lo que llevaba. Algunos querían comprar una que otra alhaja para venderla ellos pero eran muy caras y los Comerciantes aunque no son precisamente pobres, tampoco son ricos. Solamente uno de ellos, que era Dueño y de muchas tierras, podía haberle comprado algo, pero Medrano no quiso venderle ninguna; hizo bien porque para qué hacer un viaje tan largo y terminar repartiendo con otro las ganancias. De todos modos tuvieron que darle el local aunque muy amigos no quedaron, porque cada casta tiene sus leyes, y entre los Comerciantes uno no puede echarse atrás una vez que ha ofrecido algo de palabra o como fuera, y sobre todo de palabra. Otra ley para todas las castas que francamente no sé qué resultado dará porque me parece bastante tonta, dice que nadie puede repetir ni los de su casta ni a los de otras castas algo que ha oído decir a alguien de otra casta, aunque si pede repetir lo que han dicho los de la suya. Claro que eso es difícil de controlar, y nadie habla con gusto con alguien de otra casta sino por obligación, pero de vez en cuando pescan a un infractor y los castigos son terribles; en fin, no sé si de veras será para tanto.
- Pero escuchame, eso más que tonto es peligroso porque es muy vago, no tiene límites. Si se toma al pie de la letra nadie puede hablar con personas de otras castas.
- Algo de eso hay, como te digo. Pero como los Señores, que son muy inteligentes y muy justos, ofician de jueces, no hay abusos. Lo que está sucediendo es que de casta a casta el idioma va siendo cada vez más diferente. Me olvidé de preguntarle a Medrano qué idioma hablan y si él lo entendía. ¿Será algún dialecto hindú? De todas maneras, con un poco de inglés uno se hace entender en cualquier parte del mundo.
- Trafalgar habla un inglés estupendo. Supongo que vendió las alhajas.
- A los Señores, claro. Los locales de venta, las tiendas, ésos son lugares públicos a los que todos pueden ir, menos los Vagabundos que no pueden ir a ningún lado, pero cuando entraba un Señor o varios Señores, los demás tenían que salir. Los que no son Señores, porque los que son pueden quedarse. De todas maneras desfiló un mundo de gente para ver lo que Medrano había llevado.
- Me juego los sueldos de un año a que vendió todo.
- No sé de qué ibas a vivir porque no vendió todo. Le quedó un collar de perlas.
- No te creo. No. Imposible. jamás.
- En serio. Claro que fue por todo eso que pasó y de todos modos fue él el que decidió dejarlo, pero no lo vendió.
- No entiendo nada, pero me parece muy raro en Trafalgar.
- Es que el Señor de Señores que gobernaba en ese momento, y que hacía menos de un año que había sido elegido por los Señores, era un hombre muy poco apropiado para el cargo. Fijate que había sido Vagabundo, qué horror.
- ¿Y por qué? ¿No es que eligen a los de las castas inferiores para rey?
- Sí, claro, pero pocas veces Vagabundos que son analfabetos y no saben comer ni comportarse. Pero dice Medrano que lo habían elegido porque tenía cara y prestancia de rey.
- Flor de chantas estos Señores.
- M'hijita, qué grosería,
- No me digás que no son unos chantas y algo peor también.
- No creo, porque por lo que me contó Medrano es gente intachable. Y me parece muy democrático elegir un Vagabundo como rey. Incluso un poco novelesco.
- Cuentos chinos.
- La cuestión es que los pobres Señores se equivocaron. Claro, una persona inculta, sin educación, qué podés esperar.
- Los dejó como la mona.
- Se enamoró, decime vos, de una mujer casada.
- ¿Una Vagabunda?
- No, creo que los Vagabundos ni siquiera se casan. Peor, se enamoró de la mujer de un Estudioso de los mejores, de los dedicados al Conocimiento y que por eso frecuentaba mucho la corte. Y eso Medrano lo supo porque oyó hablar a los Señores que discutían lo que había que hacer, en la joyería que había instalado. Pero como él no sabía que no se puede decir lo que han dicho los de una casta que no sea la de uno, y él era, por lo menos mientras estaba allí un Guerrero, lo comentó con un Estudioso con el que estuvo conversando. No me acuerdo de qué categoría era, pero dice Medrano que había estado mirando las alhajas y que era un hombre muy interesante, que sabía muchísimo de filosofía, de matemáticas, de música, y que valía la pena oírlo hablar. El no podía comprar nada: solamente los Señores se habían llevado muchas cosas, porque los precios eran muy altos para los de las otras castas, pero se quedó hasta tarde, y como estaban los dos solos y habían hablado del tallado de las piedras y de orfebrería y de música, empezaron a hablar de otras cosas también y Medrano ponderó el país y la ciudad y el otro le preguntó si conocía los jardines del Palacio y hablaron del Señor de Señores y allí tu amigo cometió una indiscreción.
- Dijo lo del lío del Señor de Señores con la mujer.
- Dijo que había oído a los Señores comentar eso y no se dio cuenta que había hecho algo que no debía: solamente se extrañó cuando el Estudioso se puso muy serio y dejó de conversar y se despidió muy fríamente y se fue.
- Trafalgar se las da de canchero pero no aprende nunca. Siempre mete la pata.
- Mirá qué manera de hablar.
- Prometo ponerme fina o por lo menos tratar, pero decime qué le pasó.
- Cuando querés podés hablar correctamente. La cuestión sería que quisieras siempre. Ese día no le pasó nada. Al siguiente vendió lo que le quedaba, siempre a los Señores, menos un collar de perlas que tiene que haber sido una belleza, una verdadera belleza: un hilo muy largo de perlas rosadas todas del mismo tamaño. Perlas naturales, como te imaginarás. Debe haber costado una fortuna.
- ¿Ese fue el que dejó?
- Sí, pero esperate. Cuando no le quedaba más que ese collar y estaba a punto de vendérselo a un Señor, entró la policía y se lo llevó preso.
- Por lo visto hay policías en Serprabel.
- ¿Por qué no? Son de la casta de los Sirvientes. Y lo llevaron directamente al Palacio del Señor de Señores. Allí tuvo que esperar, siempre custodiado, con el collar en el bolsillo, hasta que lo hicieron entrar, dice que a los empujones, qué desagradable, a un tribunal. Como repetir cosas dichas por alguien de otra casta es un delito grave, el juez no era un Señor cualquiera sino el Señor de Señores. Claro que asistido por dos Señores. El que hacía de fiscal era otro Señor, que expuso la acusación.
- ¿Y defensor? ¿Tenía defensor?
- No, tenía que defenderse solo. Te diré que no me parece justo.
- Nada justo. Una chanchada, disculpá el término.
- Será un poco fuerte, pero tenés razón. Lo acusaron y él se defendió como pudo. Pero fijate que había que decir de qué se trataba, qué era lo que había repetido Medrano. Y se trataba nada menos que de los amores non sanctos del mismo rey que presidía el tribunal.
- Pobre tipo, mi Dios.
- Realmente este muchacho las pasó muy mal.
- No, yo digo el Señor de Señores.
- Se lo tenía merecido, y no creas que no lo compadezco. Pero una persona de calidad no cae en esas cosas.
- Ah, no, claro, por qué no los leés a Shakespeare y a Sófocles.
- Para el teatro eso estará muy bien pero en la vida real es inconveniente. Y las cosas se pusieron peor cuando después de la acusación y la defensa, el fiscal detalló el delito de Medrano, y el Señor de Señores que hasta entonces había estado muy en su papel, muy serio y digno y quieto en su trono, se paró y empezó a hablar. No era la conducta que se espera de un rey porque todo el mundo y sobre todo los Señores, me explicó Medrano, todo el mundo se escandalizó tanto que nadie atinó a nada. Se quedaron helados y con la boca abierta mirándolo.
- ¿Y qué dijo?
- Un discurso.
- ¿Un discurso?
- Una parodia de discurso. Dice Medrano que ni hablar sabía, que balbuceaba y pronunciaba mal las palabras y repetía frases.
- ¿Y qué esperaban ésos? ¿El Demóstenes de los bajos fondos -, Pero algo se le entendería, supongo.
- Dijo ahí delante de todo el mundo porque los juicios son públicos, dijo que todo eso era verdad, mirá vos qué mal gusto ponerse a hablar de esas cosas no sólo privadas sino ilícitas. Dijo que él estaba enamorado de esa muchacha y ella también de él y que no veía por qué no se iban a querer y que él iba a dejar de ser rey y se iba a ir con ella a andar sin ropa y descalzos por el campo y a comer frutas y tomar el agua de los ríos, qué cosa tan disparatada. Qué disgusto debe haber sido para los Señores ver al mismo rey que ellos habían elegido lloriqueando y babeando como una criatura caprichosa delante de la gente a la que se supone que tenía que gobernar. Como será que nadie se movió ni dijo nada cuando el Señor de Señores se bajó del trono y se sacó los zapatos que eran de un cuero finísimo con hebillas de oro y se sacó el manto todo bordado y la corona y quedó solamente con una túnica de hilo blanco y se fue caminando hasta la salida.
- ¿Y nadie hizo nada?
- Los Señores sí que hicieron algo. Los Señores reaccionaron y dieron orden a la policía para que lo agarraran y lo llevaran de vuelta al trono. Pero qué cosa tan rara, nadie obedeció y el Señor de Señores siguió caminando y salió del tribunal y llegó a los jardines.
- Pero ¿y Trafalgar? ¿Qué hacía Trafalgar que no aprovechaba para escaparse?
- ¿Qué no? M'hijlta como si no lo conocieras bien. En cuanto el Señor de Señores empezó a hablar y todos a mirarlo, él retrocedió y se puso fuera del alcance de los guardias y cuando el rey salió y algunos Guerreros y los Señores gritaron y salieron corriendo, él también corrió.
- Bien hecho, me gusta.
- Pero no fue muy lejos.
- ¿Lo agarraron de nuevo?
- No, por suerte no. En los jardines de Palacio, en donde siempre había mucha gente, se armó un revuelo cuando lo vieron aparecer descalzo y en ropa interior. Y en eso, Medrano alcanzó a verlo bien todo, en eso una mujer muy joven y muy bonita se le abrazó llorando: era la mujer del Estudioso, la de los amores Culpables.
- Ay josefina, qué frase de novela por entregas.
- ¿Es así o no? Una mujer casada que tiene amores con un hombre que no es su marido, es culpable, y no me digas que no porque eso no te lo admito.
- No nos vamos a pelear, sobre todo ahora que me dejás colgada con todo el mundo en un momento tan fiero. ¿Hizo algo Trafalgar además de mirar?
- Bastante, pobre muchacho, estuvo muy generoso. Equivocado pero generoso. Los Señores y los Guerreros y los Estudiosos, los Prestes no porque no había ninguno allí, llevan una vida más retirada, como corresponde; trataron de llegar hasta el Señor de Señores y esa mujer, pero todas las personas de las otras castas que había en el jardín y los que entraban de afuera o salían del Palacio a ver, sin saber muy bien por qué, porque muchos no habían estado en el tribunal, por rebeldía y resentimiento nomás me imagino, se pusieron a defenderlos. Claro, eso se convirtió en un campo de Agramante y hubo una pelea terrible. Los Guerreros y los Señores tenían armas, pero los de las castas inferiores destrozaron los jardines, qué pena, sacando piedras, hierros de los bancos, pedazos de mármol y de cristal de las fuentes, ramas, enrejados de glorieta, cualquier cosa, para atacar y darles tiempo a escapar al Señor de Señores y la mujer.
- ¿Y se escaparon?
- Se escaparon. Y tu amigo Medrano detrás de ellos. El dice que su avión particular, no le dice avión particular, ¿cómo le dice?
- Cacharro.
- Eso es. Dice que su avión particular no estaba muy lejos y él quería llegar hasta allí, muy prudente me parece, y levantar vuelo en seguida. Pero en eso los Señores y los Guerreros se organizaron, llamaron soldados, que creo que son de la casta de los Guerreros también pero que están haciendo el aprendizaje, y persiguieron al Señor de los Señores y a la mujer. Fue entonces cuando Medrano los alcanzó y los arrastró con él hasta el avión.
- Menos mal. Ya me estaba asustando.
- Asustate nomás, que ahora viene lo peor.
- Ay, no, no me contés más.
- Bueno, no te cuento más.
- No, sí, contame.
- En qué quedamos.
- Josefina no, te aseguro que no fue en serio.
- Ya sé, y de todos modos ahora no puedo dejar de contarte. Casi llegaban al avión, con los Señores y los Guerreros y los Estudiosos y los soldados persiguiéndolos y detrás todos los de las castas inferiores que tiraban piedras pero ya no se animaban a acercarse porque los Guerreros habían matado a varios, casi llegaban cuando los Señores se dieron cuenta adónde iban y que estaban a punto de escapar y dieron orden a los soldados para que tiraran. Tiraron, y lo mataron al Señor de Señores.
No dije nada. Josefina comentó que estaba oscureciendo y fui adentro y prendí las luces en el jardín.
- Medrano - dijo mi tía josefina - vio que le habían atravesado la cabeza de un balazo y agarró a la mujer y la subió al avión. Pero ella no quería irse, ahora que el Señor de Señores estaba muerto y peleó tanto que consiguió soltarse y se tiró del avión. Medrano quiso seguirla y volver a llevársela arriba, pero los Guerreros y los Señores ya estaban encima y seguían tirando, y tuvo que cerrar la puerta. La mataron a ella también. De una muerte horrible dijo Medrano pero no explicó cómo y yo no le pregunté nada. El siguió encerrado, en tierra pero listo para levantar vuelo, y vio que ya no le hacían caso. Finalmente, para ellos no era más que un extranjero al que le habían comprado alhajas, que posiblemente no entendía nada de las costumbres del país y por eso había hecho cosas que no estaban bien. Se fueron y dejaron ahí los dos cadáveres. A los de las castas inferiores hubo que obligarlos a retroceder a punta de bayoneta porque a toda costa querían acercarse aunque ya no tiraban piedras ni nada. Y entonces fue cuando Medrano dejó el collar de perlas. Cuando vio que estaba solo baló del avión, con mucho riesgo me parece a mí pero estuvo muy valiente y muy conmovedor, bajó del avión y le puso a la mujer, a lo que quedaba de ella me dijo, el hilo de perlas. Después volvió a subir, se encerró, se lavó las manos, prendió un cigarrillo y despegó.
- Qué horror.
- Sí. Siempre que sea cierto - dijo mí tía josefina. No sé qué pensar. ¿No será nada más que un cuento de hadas para una vieja que esta sola tomando el té?
- Trafalgar no cuenta cuentos de hadas. Y vos no sos vieja, Josefina, qué vas a ser.
FIN