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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO EL CUARTO AZUL (por Beatriz Martinelli)
"Estoy cansada, mi vida se está desarrollando con una monotonía que me desgasta. Ya ni el trabajo me da demasiadas satisfacciones. Entusiasmar a las autoridades en un proyecto de investigación no redituable es cada día más difícil. Son muchos años con la misma lucha" recordaba Ana con que alegría había recibido la invitación de trabajar en la Fundación y formar parte de sus investigadores. Se le abría un panorama alentador para su carrera cuya perspectiva en el campo laboral era muy poca.
Todo el grupo tenía mucho coraje para enfrentar las dificultades que se les presentaban de cualquier índole. Eran unidos, trabajadores, compañeros. "Si algo hay que agradecer a la Fundación - se decía Ana - es formar parte de este grupo".
"Pero ya con el correr de los años estamos un poco cansados, y yo como directora del área de arqueología no puedo entusiasmarlos a ellos porque me falta entusiasmarme primero yo" - todo esto pensaba Ana mientras acomodaba su nuevo escritorio. Las refacciones hechas en su casa le habían dado un lugar nuevo, amplio para trabajar. Tener dos habitaciones vacías esperando los hijos que no llegan es más frustrante todavía. Trasladó parte del despacho de la Fundación a su casa. Trabajaría más horas en su domicilio, ahora con las nuevas tecnologías no necesitaba estar en la fundación todo el día.
Había poco espacio, estaba descuidado, y Ana ofreció parte de su despacho a los investigadores para instalar esos nuevos instrumentos de precisión donados por una compañía extranjera. Esto le daría la posibilidad de estar más tiempo en su casa, la relación con Pablo estaba cada vez más fría y distante.
Pablo es arquitecto, y últimamente tomó la dirección de una obra bastante grande en La Rioja, Ana no sabía bien en que preciso lugar de la provincia estaba, ni que era realmente lo que se estaba construyendo, creía que una ruta de acceso a un yacimiento, y las oficinas de una gran empresa.
En la cena las pocas veces que estaban juntos, la televisión era la invitada de lujo, y ésta los liberaba de hablar, cada día lo hacían menos. Perdidos en sus propios pensamientos una barrera cada vez más alta y espesa los separaba. Ya ni se acordaba cuando había sido la última vez que hicieron el amor y no había sido un momento para recordar, más bien un momento para no tener en cuenta.
¡Cómo había cambiado la relación!, pensar que cuando se conocieron, todavía estudiando, los días eran maravillosos. Se reunían para estudiar cada uno lo suyo, salían los fines de semana con el cesto repleto de sandwiches y bebida, y se perdían por algún parque, donde compartían estudio, sueños, proyectos y cariños. Ana se dijo - "Hace mucho tiempo que no hablo con Pablo, debería hacerlo".
"¿Saldrá con otra mujer?, no creo, es demasiado transparente y creo que se le notaría. ¡Me encanta como quedó arreglada la oficina!, que no es oficina ni despacho".
Un escritorio grande, comprado en un remate de muebles antiguos, sobre una alfombra azul en un rincón del cuarto. Un sillón de pana gris, dos sillas de madera oscura. Una lámpara de pié, con pantalla de viejo pergamino, en estilo provenzal y la moquete color gris azulado. Una biblioteca con estantes y puertas, sus cuadros favoritos, esas viejas estampas sacadas casi de la basura en la Feria de Dorrego. La nueva computadora, con todos los adelantos. Una mesita para tomar el té, una pava eléctrica. La pequeña heladera que tenía en la Fundación y ahora estaba incorporada a su nuevo lugar, dentro de ese mueble bar que encontró en el Mercado de las Pulgas, en Tristán Narvaja.
"Por lo visto no saldré de acá - se dijo sonriendo Ana, cuando contempló su oficina ordenada. Podría quedarme a vivir en este espacio, tengo todo lo necesario, hasta el baño, un elegante baño todo blanco, con bañera antigua con patas, un lavatorio empotrado en un armario de roble, un buen espejo y unas plantas, ya que el ambiente recibía aire y luz por una claraboya cerca del techo".
A Pablo, cuando le comentó la idea de lo que quería hacer en su casa, no le pareció mal. Le extrañó, porque Pablo siempre dio a entender que no renunciaba a ser padre.
"¡Estoy agotada! el ordenar el cuarto azul. ¡De ahora en más lo llamaré el cuarto azul!, como el del tango... "cuartito azul, de mi primera ilusión..."
- ¿Pablo venís temprano hoy?, - lo llamó por teléfono.
- No - le dijo él - tengo que cenar con dos gerentes de la empresa de revestimientos.
- Bueno - le dijo ella - terminé de ordenar la oficina azul y quedó preciosa, te iba a invitar a tomar algo en ella, para su inauguración, pero otra vez será.
Ana se dio un regio baño, se puso la bata blanca, se ató su cabello claro con una cinta, se colocó unas medias blancas de algodón, se preparó un martini, abrió unas bolsas con galletas saladas y entró al cuarto azul.
Sintió que de ahora en más ése era su lugar, ya no toda su casa, sino esa parte de la casa, sólo esa parte. Se acercó a la mesa donde estaba la computadora, la encendió, revisó el trabajo que había empezado hace tres días, y suspendido por los arreglos. Debía terminar ese informe lo antes posible, de eso dependería que este año se pudiera realizar el trabajo de campo, que sería más importante pues irían especialistas de diferentes disciplinas, esto enriquecería los resultados y el mismo trabajo.
Después de un rato conectó el modem, y como hace ya muchos días empezó a buscar el chat de una lista de arqueólogos, historiadores, artistas y otra gente. Era bastante interesante, y las charlas no sólo eran con los motivos específicos. Se hablaba de cualquier tema y había gente muy divertida. Nunca había entrado tan tarde, no sabía si encontraría a la gente de siempre.
Colocó su nik, y sin darse cuenta equivocó las dos últimas letras, ahora era Marea. Se dio cuenta tarde pero no le preocupó ya aclararía el asunto.
Apenas entró leyó la lista de personas que estaban en plena charla, era un desorden, pues hablaban todos con todos, por lo tanto se quedó leyendo para entender que tema estaban tratando.
- ¡Hola! - le escribió alguien que se llamaba Río, - te estoy esperando
Ana, pensó en aclarar la situación pero le pareció que podría ser divertido.
- Hola como te va, - le dijo ella.
- Bien, preocupado porque no entrabas
- Bueno, se me hizo un poco tarde.
- Sí, bastante tarde.
- Bueno, - le dijo Ana, - no empezarás a retarme.
- No - le dijo Río, - claro que no, sólo que te extrañaba.
- ¿En serio? - le dijo ella siguiendo el juego, - no será para tanto.
- Sí, es para tanto, no sabes cuánto pienso en vos.
- Pero no hace tantos días que nos conocemos - arriesgó esa frase, - ¿como puede ser?
- No sé, - le dijo, - ni yo mismo puedo creerlo.
Ya estaban en privado, por lo tanto hablaban tranquilos. Ana no sabía si a esta altura de los acontecimientos debía decir la verdad o no. No lo conocía y él pensaba que estaba hablando con otra persona. Ana le dijo por estar un poco al tanto,
- No me acuerdo si me dijiste que hacés, ¿de qué trabajás?.
- En la construcción - le dijo él - me dedico al diseño y la decoración.
- ¡Qué interesante!, es un trabajo muy creativo.
- Y vos a que?
- A la antropología, trabajo en un instituto.
- Uy debés ser muy seria, y reservada
- ¿Porqué lo decís?
- No, por nada - le contestó él
La conversación se hacía cada vez más íntima. Ana sintió que hasta su espacio estaba cambiando. Parecía más acogedor todavía.
- Marea describime ¿cómo sos?, - le dijo él.
- No, decime vos como te imaginás que soy.
- Sos delgada, estatura mediana, ojos claros, pardos, nariz recta, labios...
- Bueno, bueno, ¿es que me estás mirando?, - le dijo Ana. Las palabras corrían veloces en la pantalla.
- Decime como sos en verdad, - le escribía él en mayúsculas y con signos.
La conversación era de los dos solamente, habían eliminado a todos del chat.
- ¡Qué fea expresión esa - decía Río, - eliminamos a todos.
- Soy bastante parecida a la descripta; ¿hablaste de mi pelo?, ¿de qué color?
- Negro azabache, - le dijo él
- Noooooo... - escribía ella en la pantalla y le causaba gracia - no, es castaño bien claro y bien lacio, hasta los hombros.
- Ah, - dijo él, - castaño, yo te hacía morocha.
- ¿Decepcionado?
- No, no, - le dijo él, - sólo que te pensé con pelo negro.
- Bueno, decime como sos, - le escribió Ana.
- Un metro ochenta, delgado, aunque ahora con algunos kilos de más.
- Pelo negro, - le dijo ella.
- Sí, es así.
- Sin bigotes y sin barba
- Sí - le dijo él.
- Ojos, no se creo que podrían ser claros también.
- ¿También cómo?
- No, me refería a que tus ojos serían claros como los míos.
- No, los tuyos son pardos y los míos son grises.
- ¿Grises?, ¡Qué bellos!
- Como es tu nombre, me gusta tu nik, pero quiero saber tu nombre
- Me llamo María, - le dijo Ana, -era su primer nombre y no sabía porqué le dijo ése que nunca usaba. - ¿Y el tuyo?
- Leonardo, - le dijo él. - Sabés una cosa María, quisiera tenerte a mi lado, quisiera poder mirarte a los ojos y saber cuán pardos son.
Ana se puso nerviosa, una rara sensación sentía en el estómago, algo que hacía mucho no experimentaba.
- ¿Estás soltera María?, - le dijo él
Ana tardó en contestarle, y en ésto no quiso mentir, - soy casada, ¿y vos?
- Yo estoy solo, casi solo.
Ana no le preguntó que era eso de estar "casi solo".
- Te siento cerca mío, - le escribió él ¿no sentís lo mismo vos?
Ana se sintió observada, y como una niña descubierta en un pecado quiso cortar esa situación.
- Se hace tarde, estoy muy cansada
- Contestame, - le dijo él, - ¿no sentís lo mismo que yo?
- Sí, - le dijo ella, - después de un rato, y la pantalla, se detuvo congelada esperando sus palabras
- Dame el teléfono - le dijo él.
- No, - le escribió y se sorprendió de su voz en el silencio de la casa.
- Bueno, está bien, pero no te vayas todavía, no te vayas - Ana entendió que era casi una súplica.
- ¿Porqué siento esto?, ¿porqué siento esto por vos?
- No sé Leonardo, no lo sé.
- Quisiera conocerte, no se porqué me parece que hablamos toda la vida.
- A mí, todo lo contrario, es como si descubriese algo totalmente desconocido - le dijo Ana.
Las horas pasaron entre besos, caricias, entre recorrerse detenidamente sus cuerpos, en sentir que se humedecían. Descubrieron un espacio, un cuarto azul, una moquete gris azulada, una lámpara con pantalla de viejo pergamino que dejaba una luz amarillenta y cálida.
Él le sacó su bata blanca, ella desabrochó su camisa, se besaron suavemente, sintieron el olor de la piel. Él le desató la cinta dorada del pelo, y enredó sus dedos en esa cascada que caía sobre la alfombra. Le besó sus ojos, juntó suavemente sus labios a los de ella, se entretuvo en sus orejas, descargó su pasión en los senos, Ana sintió como el corazón se escapaba como paloma.
Bebió el cántaro de su vientre, se acostó en el trigal de su pubis, y allí Ana supo que nunca había sentido tan fuerte... Recorrió sus piernas largas, le sacó las medias, le besó los pies, en una entrega de humildad que ella no conocía. Galoparon por prados, recorrieron playas de arenas blancas, humedecieron sus tobillos en la fresca espuma del mar.
Agotados, temblando, sintiendo lo que hace mucho no sentían, se dijeron un hasta mañana lleno sal, lleno de azúcar, lleno de rocío... Ana se despertó con la voz de Pablo, que la llamaba... ¡María!, desde su altura la miraba con ojos asombrados, la camisa desabrochada, la piel húmeda y un reflejo en la mirada que le recordaba a alguien desconocido que había estado con ella hace muy poco tiempo.


FIN


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