Gordy sobrevivió a la guerra de Tres Horas, aunque Detroit quedó destruido. Iba de viaje hacia Washington con las heliografías y los pianos demo de la maleta, cuando estallaron las bombas.
Había dejado a su mujer en la ciudad y no se volvió a encontrar rastro de ella. Los niños, sin embargo, no tuvieron tanta suerte. Su campamento de verano se encontraba a menos de veinte millas y desgraciadamente en la dirección del viento dominante. Pero no sufrieron hasta los últimos días del mes que tuvieron de vida. Gordy se las arregló para volver a través de los complicados y frenéticos controles de aviación y encontrarlos. Aunque sabía que seguramente iban a morir a causa de las radiaciones y que ellos lo sospechaban, tuvieron una inolvidable semana de amistad y compañerismo antes de que los dolores se volvieran demasiado agudos.
Esta fue la única amistad que Gordy conoció durante todo el año de 1960.
Volvió a Detroit tan pronto como desapareció la radiactividad; no tenía ningún otro sitio adonde ir. Encontró una casa a las afueras de la ciudad a intentó localizar al dueño para comprarla. Pero la administración de Emergencia se rió de él:
- Instálese si está usted tan loco como para quedarse aquí.
Cuando Gordy reflexionó sobre todo el asunto, se dio cuenta de que estaba en un estado de postración. Su cerebro tan inteligente y entrenado casi había dejado de funcionar. Comía, dormía y cuando hacía frío y tiritaba, encendía fuego. Y eso era todo. El Departamento de Guerra mandó dos o tres cartas; finalmente, un funcionario del Gobierno vino a preguntarle qué pasaba con las cosas que Gordy había prometido llevar a Washington. Pero miró de una manera extraña al ratón rosa y pelado que comía tranquilamente en la cocina sucia y se mantuvo a una prudente distancia de la cara barbuda y de las ropas destrozadas de Gordy.
Le dijo:
- El secretario me envía aquí, señor Gordy. Toma un interés especial en su descubrimiento.
Gordy movió la cabeza.
- El secretario ha muerto - dijo -. Todos murieron cuando le llegó el turno a Washington.
- Pero ahora hay un nuevo secretario - le explicó el funcionario. Dio una chupada a su cigarrillo y lo apagó en el trozo de terreno que Gordy estaba transformando en una huerta. Arnold Cavanagh. Sabe mucho de usted y me ha dicho: «Si Gordy tiene un arma, nosotros debemos conseguirla. Debemos recuperar nuestras fuerzas. Diga a Gordy que necesitamos su ayuda».
Gordy cruzó las manos como un buda flaco.
- No tengo arma alguna - dijo.
- Pero tiene algo que puede ser usado como arma.
Usted escribió a Washington antes de la guerra, y dijo...
- La guerra ha terminado - dijo Gordy.
El funcionario del Gobierno suspiró y volvió a intentar, pero por fin se marchó. Nunca más volvió. Ese hombre - pensó Gordy - describiría seguramente el asunto en su informe como una idea de loco. De todos modos eso es lo que era.
Fue en mayo cuando hizo su aparición John de Terry. Gordy trabajaba en su jardín.
- ¡Dame algo de comer! - dijo una voz detrás de Gordy.
Salva Gordy se volvió y vio que el que hablaba era un hombrecillo sucio. Se limpió la boca con el dorso de la mano y dijo:
- Tendrá que trabajar para ganarlo.
- Muy bien - el recién llegado soltó su paquete. - Me llamo John de Terry, vivía aquí, en Detroit.
- Yo también - dijo Salva Gordy.
Dio de comer al hombre y aceptó un cigarrillo después de la comida. Hacía tanto tiempo que no había fumado, que las primeras chupadas le marearon un poco. Contempló a John de Terry a través del humo con bastante simpatía.
Tener compañía resultaría agradable - pensó -. El ratón rosa le había hecho compañía en cierto modo, pero resultó que el efecto producido por las radiaciones que le había hecho perder el pelo también le había convertido en carnívoro. Y cuando una mañana se dio cuenta de que tenía una pierna llena de pequeñas marcas de dientes, tuvo que deshacerse de él. No había tenido ningún otro animal desde entonces, excepto las hormigas.
- ¿Va usted a quedarse? - preguntó Gordy.
De Terry dijo:
- Si puedo, sí. ¿Cómo se llama usted?
Cuando Gordy se lo dijo, algo de su expresión animal desapareció por un momento de sus ojos y apareció una duda.
- ¿El doctor Salva Gordy? - preguntó -.¿Daba usted clases de matemáticas y física en Pasadena?
- Sí, di clases allí.
- Y yo estudié allí - John de Terry pasó distraídamente la mano por sus estropeadas ropas -. Hace mucho tiempo. Usted no me conocía; yo me licencié en biología. Pero yo le conocía a usted.
Gordy se puso en pie y apagó cuidadosamente la colilla de su cigarrillo.
- Hace demasiado tiempo de todo eso - dijo - Ya casi no me acuerdo. ¿Qué le parece si trabajamos en el jardín?
Juntos sudaron bajo la luz primaveral de aquella tarde, y Gordy descubrió que lo que había sido un trabajo muy duro para una sola persona, se hacía rápidamente entre dos. Llegaron hasta el borde de la parcela antes de que el sol alcanzara el horizonte. John de Terry se paró y se apoyó en la pala, jadeando.
Señaló la maleza que crecía al lado del terreno de Gordy.
- Podemos hacer este jardín mayor - dijo -. Arrancar esas hierbas y plantar más comida. Hasta podemos...
Se interrumpió porque Gordy estaba moviendo la cabeza.
- No podemos arrancarlas - dijo Gordy -; son muy espesas, una especie de hierbas salvajes pero con una raíz particularmente dura. No puedo ni siquiera cortarlas. Están por todos los alrededores, y cada vez se extienden más.
De Terry hizo una mueca.
- ¿Más mutaciones?
- Creo que sí. Y mire...
Gordy hizo señas al otro hombre y le condujo al borde del área cultivada. Se agachó y cogió algo rojo y contorsionado entre el pulgar y su índice.
De Terry lo tomó en su mano.
- ¿Otra mutación? - acercó el bicho a sus ojos -. Es casi como una hormiga - dijo - excepto el tórax, que es completamente diferente. Y tiene el cuerpo blando.
Se quedó silencioso examinando el bicho. Murmuró algo en voz baja y arrojó el insecto lejos de sí.
- No tendrá usted un microscopio, ¿verdad? No... y, sin embargo, esto es difícil de creer. Es una hormiga, pero no parece que tenga tráqueas. Es algo diferente.
- Todo es diferente - dijo Gordy. Señaló un par de parcelas abandonadas -. Planté zanahorias allí. Por lo menos pensé que eran zanahorias, pero cuando intenté comerlas me puse enfermo - suspiró profundamente -. La humanidad tuvo su oportunidad, John - dijo -. No se conformó con la bomba atómica, quisimos transformar todo en armas. Hasta yo hice un arma de algo que no tenía nada que ver con la guerra. Y nuestras propias armas nos han destruido.
De Terry sonrió amargamente.
- Quizá las hormigas lo hagan todo mejor. Es su turno.
- Ojalá lo fuera.
Gordy arrojó un puñado de tierra a la hirviente entrada de un hormiguero y observó el desconcierto de los insectos.
- Me temo que sean demasiado pequeñas.
- Bueno, no. Estas hormigas son diferentes, doctor Gordy. Los insectos han sido siempre pequeños porque su sistema respiratorio era muy pobre. Pero éstos han sufrido una metamorfosis Creo..., creo que actualmente poseen pulmones. Pueden crecer, doctor Gordy. Si las hormigas tuvieran el tamaño de los hombres..., entonces gobernarían el mundo.
- ¡Hormigas con pulmones! - los ojos de Gordy brillaron -. Quizá gobernarían el mundo, John. Quizá cuando la raza humana se destruya de una vez para siempre...
De Terry movió la cabeza y volvió a mirarse In ropa desgarrada y sucia.
- La próxima explosión será la última - dijo -. Las hormigas llegan muy tarde. Llevan un retraso de millones de años.
Agarró su pala.
- Tengo hambre de nuevo, doctor Gordy - dijo.
Volvieron a la casa y comieron sin hablar. Gordy estaba preocupado y De Terry llevaba demasiado poco tiempo como para forzar la conversación.
Anochecía cuando terminaron de comer y Gordy se levantó trabajosamente para ir a encender una vela. Luego se detuvo.
- Esta es su primera noche, John - dijo -. Venga conmigo al sótano. Haremos funcionar el generador y esta noche habrá luz eléctrica en honor suyo.
De Terry le siguió por las escaleras, tanteando en la oscuridad. A la luz de una vela trataron de poner en marcha un generador; estaba duro porque no había sido usado desde hacía mucho tiempo. Pero una vez que consiguieron hacerlo funcionar no tuvieron ningún problema.
- Es una delas pocas cosas que recuperé - explicó Gordy -. El generador - y eso.
Señaló con el dedo un rincón del sótano.
- Le dije que había inventado un arma - añadió -. Es esto.
De Terry miró. Parecía más una jaula que otra cosa, pensó. Tenía la altura de un hombre y era casi cúbica.
- ¿Para qué sirve? - preguntó.
Por primera vez en muchos meses Gordy sonrió.
- No puedo explicárselo en inglés - dijo -, y dudo que usted hable el lenguaje de las matemáticas. Lo más aproximado que le puedo decir es que desplaza las coordenadas temporales. ¿Tiene esto algún sentido para usted?
- No - dijo De Terry -.¿Qué es lo que hace?
- Bien, el Departamento de Guerra le daba un nombre, un nombre que había tomado de H. G. Wells. Lo llamaba la Máquina del Tiempo.
Afrontó tranquilamente la mirada estupefacta y asustada de De Terry.
- ¿Ve usted, John? Podemos dar una oportunidad a las hormigas si queremos.
Catorce horas más tarde entraron en la jaula. Las baterías estaban cargadas y el extraño motor trepidaba...
Y después de retroceder catorce millones de años se bajaron en un terreno húmedo y gelatinoso.
Gordy se dio cuenta de que estaba temblando y tuvo que hacer un esfuerzo para dominarse.
- No hay dinosaurios ni tigres de dientes afilados a la vista - informó.
- No, aún les falta mucho tiempo para aparecer - agregó De Terry.
Luego exclamó:
- ¡Dios mío!
Miró a su alrededor con la boca abierta. No corría el más mínimo aire y la atmósfera era templada y húmeda. Alrededor de ellos estaban apiñados grandes árboles... O algo que podía ser comparado con árboles. De Terry decidió que eran más bien una especie de helechos de tronco blando o de hongos gigantes.
El cielo estaba completamente cubierto de nubes.
Gordy se estremeció.
- Deme las hormigas - ordenó.
Silenciosamente, De Terry se las alargó. Gordy hizo un agujero con los dedos en la tierra blanda, abrió el frasco cuidadosamente y sacó una de las hormigas - reinas que había desterrado de su jardín. De su cola colgaba una delgada masa de huevos.
Unos metros más lejos hubiera sido mejor, pensó. Pero le asustaba separarse de De Terry y de la máquina. Hizo otro agujero y repitió el proceso.
Había ocho hormigas reinas. Cuando enterró la octava tiró el frasco y volvió con De Terry.
- Ya está - dijo.
De Terry suspiró. Su cara solemne se abrió en una avergonzada sonrisa.
- Creo..., creo que me siento como si fuera Dios - dijo -.¡Señor! Doctor Gordy, esto es más importante que todos los acontecimientos de la historia juntos. He estado pensando en ello y creo que lo único que se le puede comparar es el Diluvio. Ni siquiera. ¡Hemos creado una raza!
- Si sobreviven, sí.
Gordy limpió una gota de humedad condensada a un lado de su máquina del tiempo y resopló.
- Me pregunto qué tal se llevarán con el género humano - dijo.
Se quedaron en silencio durante un momento pensando. Desde el interior de la jungla de helechos les llegó el grito ronco de un animal. Los dos se miraron asustados, pero pasó el tiempo y el animal no apareció.
Finalmente, De Terry dijo:
- Será mejor que volvamos.
- Muy bien.
Subieron con rigidez a la pequeña cabina interior de la máquina del tiempo.
Gordy se quedó con la mano en el volante de control, pensando en las hormigas. Suponiendo que sobreviviesen, suponiendo que dentro de cuarenta millones de años crecieran y desarrollaran un cerebro, ¿qué pasaría? ¿Serían los hombres capaces de vivir en paz con ellas? O, por lo menos, ¿seria posible que los hombres se sintiesen hermanos, unidos contra una raza extraña?
Ojalá este hecho pudiera evitar la guerra humana y - sus pensamientos dieron un salto alocado - ojalá hubiera podido evitar la guerra que destruyó a la familia Gordy.
A su lado De Terry se agitaba desasosegado. Gordy dio un salto y giró el volante. Pasaron al negro torbellino de las matemáticas, que podía haber sido una cuarta dimensión.
Pararon la máquina en medio de una ciudad, pero la ciudad no era Detroit. No tenía ninguna característica humana.
La máquina se quedó quieta en una calle estrecha. casi bloqueándola. Alrededor de ellos se alzaban estructuras cónicas de metal. Algunos vehículos circulaban por la calle. Uno de ellos se acercó y se paró delante de ellos.
- Doctor Gordy - susurró De Terry -. ¿Las ve usted?
Salva Gordy tragó saliva.
- Las veo.
Se bajó de la máquina del tiempo y se quedó de pie esperando para saludar a la raza que él había creado.
Porque los que estaban dentro del vehículo de tres ruedas eran los descendientes de las hormigas. La veía claramente a través del parabrisas transparente.
De Terry estaba de pie muy cerca de él, y Gordy podía sentir el temblor del cuerpo del hombre más joven.
- ¡Qué cosas más feas! - dijo Gordy suavemente.
- ¡Feas!¡Son asquerosas!
Las desagradables criaturas eran de tamaño humano, pero duras y tan repugnantes como escarabajos negros.
Los ojos, descubrió Gordy con sorpresa, habían sufrido mayor transformación que el cuerpo. Porque en vez de los ojos con facetas de los insectos, poseían ojos con iris, córnea y pupila. No eran redondos, ni verticales como los de los gatos, ni horizontales como los de los caballos, sino irregulares y llenos de manchas. Pero parecían ojos de vertebrado y resultaban extraños y poco naturales en la negrura apergaminada de la protuberante cabeza de una hormiga.
Gordy dio un paso al frente y simultáneamente las hormigas salieron de su vehículo. Durante un momento se miraron los hombres y las hormigas en silencio.
- ¿Qué hago ahora? - preguntó Gordy a De Terry por encima del hombro.
De Terry se rió o carraspeó. Gordy no estaba seguro.
- Hábleles - dijo -. ¿Qué otra cosa puede hacer?
Gordy tragó saliva. Decidió no intentar hablar en inglés a esas criaturas porque sabía con tanta seguridad como su propio nombre que el inglés, y probablemente cualquier otro lenguaje de sonidos, sería incomprensible para ellas. Pero se encontró sonriendo pacíficamente y eso, claro, fue tan ineficaz como lo otro... Los bichos no tenían ninguna expresión por lo visto, y ciertamente no había habido ningún precedente que les hubiera ayudado a interpretar una sonrisa humana.
Gordy levantó la mano y esperó la reacción de los insectos.
Estos no hicieron nada.
Gordy se mordió los labios y sintiéndose ridículo saludó rígidamente a las hormigas.
Las hormigas no hicieron nada. De Terry le dijo desde detrás:
- Trate de hablar con ellas, doctor Gordy.
- Es una tontería - dijo Gordy.
Sin embargo, no era más tonto que cualquier otra cosa. Con irritación, pero pronunciando las palabras cuidadosamente, dijo:
- So... mos a... mi... gos.
Las hormigas no hicieron nada. Se quedaron allí, mirando a Gordy sin parpadear. No cambiaban de postura como haría un ser humano, ni se rascaban ni siquiera daban señales de hacer el más mínimo movimiento respiratorio. Simplemente se quedaban allí sin moverse.
- ¡Por lo que más quiera! - dijo De Terry -. Vamos, déjeme intentarlo.
Se puso delante de Gordy y enfrente de las hormigas. Se señaló a sí mismo.
- Yo soy un ser humano - dijo -, un mamífero.
Señaló a las hormigas.
- Vosotros sois insectos. Esto - señaló la máquina del tiempo - nos llevó al pasado, donde hicimos que fuera posible vuestra existencia.
Esperó a que reaccionasen, pero no lo hicieron. De Terry chasqueó la lengua y volvió a intentar. Señaló las estructuras metálicas y dijo:
- Esta es vuestra ciudad.
Gordy, que le estaba escuchando, sintió la ineficacia del esfuerzo. Algo le molestaba en los pelos de la nunca y distraídamente se llevó la mano para alisarlos. Su mano tropezó con algo duro a inanimado; no era frío, pero tenía la temperatura de una madera, por ejemplo, es decir, sin temperatura. Se dio la vuelta. Detrás de él estaban media docena de hormigas de mayor tamaño. Zánganos, pensó. ¿Tenían las hormigas zánganos?
- John - dijo suavemente.
La pinza eficiente y de aspecto frágil que le había tocado se agarró a su hombro. No tienen fuerza - pensó rápidamente..., hasta que se movió instintivamente para escaparse. Entonces fue como si mil presiones agudas se metiesen a través de su abrigo y penetraran en su piel. Era como estar cogido por un enjambre de pequeñas pinzas de cangrejo.
Gritó:
- ¡John, tenga cuidado!
De Terry, que se había agachado para señalar las huellas del vehículo de las hormigas, se puso de pie sorprendido. Se dio la vuelta para escapar, pero le cogieron enseguida. Gordy le oyó gritar, pero tenía sus propias dificultades y no podía ocuparse de las de De Terry.
Cuando dos de las hormigas se apoderaron de él, Gordy dejó de forcejear. Sintió que le corría la sangre caliente por el brazo y el dolor era como si le desollasen. Desde donde le tenían cogido las hormigas podía ver a las dos primeras que seguían paradas delante de su vehículo, sin moverse.
Olfateó un olor agrio y descubrió que procedía de las que le tenían cogido. Se preguntó si para ellas él olería tan mal. Las dos hormigas más pequeñas se movieron de una manera automática y se pusieron rápidamente en marcha sobre sus ocho delgadas patas hacia la máquina del tiempo.
Los capturadores de Gordy se dieron la vuelta y las siguieron y por primera vez desde la pelea vio a De Terry. El joven colgaba fláccidamente de las patas delanteras de una sola hormiga; dos más estaban de guardia a los lados. Salía sangre de una herida del cuello de De Terry.
Está inconsciente, pensó Gordy automáticamente. Volvió la cabeza para observar lo que hacían las hormigas con la máquina.
Lo que vio le decepcionó. Estaban de pie delante de la máquina y ninguna se movía. Luego Gordy oyó gruñidos a imprecaciones que procedían de De Terry.
- ¿Cómo estás, John?
De Terry hizo una mueca.
- No muy bien.¿Qué ha pasado?
Gordy movió la cabeza y buscó palabras para contestar. Pero las dos hormigas se dieron la vuelta al mismo tiempo y se dirigieron decididamente hacia De Terry... Las palabras murieron en la garganta de Gordy. Delicadamente, una de ellas extendió una pata delantera para tocar el pecho de De Terry.
Gordy la vio venir:
- ¡John! - chilló.
...Luego todo terminó. El grito desgarrado de De Terry resonó en su oído y volvió la cabeza. Confusamente vio cómo las pinzas en forma de sierra subían y bajaban. Pero a De Terry no le quedaba vida para protestar.
Salva Gordy estaba ocupado en una pared y miraba a las hormigas que le estaban mirando. Si no fuera por lo que habían hecho a De Terry, pensó, no habría de qué quejarse.
Era verdad que las hormigas no le habían dado ni siquiera el poco de confort que la humanidad concede a sus criminales..., pero le daban de comer y le dejaban dormir, cuando les parecía bien, desde luego, y daban pequeñas muestras de que les interesaba que estuviera cómodo a su manera. Cuando la papilla pulposa que le ofrecían al principio llegó con media hora de retraso, sus miriápodos anfitriones le presentaron comidas variadas entre las cuales pudo tragar algunas frutas medianamente sabrosas. Estaba alojado en un cuarto caliente. Y si no tenía ni sillas ni ventanas era porque las hormigas no las necesitaban. No podía pedirlas.
Este era el mayor inconveniente, pensó. Esto... y el recuerdo de John de Terry.
Se retorció en el suelo duro hasta que sus hombros encontraron un nuevo punto en qué apoyarse. Luego contempló el nuevo comité de hormigas que había venido a verle.
Estaban manipulando un objeto angular que parecía una cámara... o por lo menos tenía algo brillante que podía ser una lente. Gordy las observó de mal humor. Le volvía a molestar aquel olor agrio...
Gordy tuvo que admitir que las cosas no habían salido como él había planeado. Dentro de su mente había mantenido una pequeña esperanza que ahora estaba a punto de desaparecen Había esperado que el crecimiento de las hormigas con la ayuda que él les había dado pudiera acelerar y contribuir al mejoramiento de la raza humana. Porque el odio, como Gordy sabía, empieza allí donde empiezan las diferencias. Los primeros enemigos del hombre son los miembros de su familia porque son los primeros con los que tiene contacto. Pero se une con ellos contra la familia de enfrente, pero también se unen los vecinos contra los Ghettos, los Harlem de su propia ciudad... y para él su ciudad es el corazón de la nación..., y su nación la que decide la vida y la muerte en la guerra.
Gordy había alimentado la esperanza, ya muerta, de que una raza diferente fuera un estímulo para las pasiones humanas. Y si aún había lucha, de que ésta no fuera entre hombre y hombre, sino entre los hombres y las hormigas.
Había tenido esa secreta esperanza, pero la esperanza no se había realizado. Las hormigas no habían dejado que el hombre se desarrollara.
Las hormigas levantaron su especie de cámara y Gordy las miró expectante. Unas seis se fueron y se quedaron dos. Una de ellas era la pequeña criatura con la banda en la pata delantera que parecía ser su carcelero privado; la otra era desconocida para Gordy, por lo menos eso le pareció.
Las dos hormigas se quedaron inmóviles durante un período de tiempo que a Gordy le pareció tedioso. Cambió de postura, se tumbó en el suelo y decidió dormir. Pero el sueño no venía. No podía deshacerse de la idea de que había destruido a su propia raza, la había aniquilado evitándola nacer, cuarenta millones de años antes de su tiempo. No había habido ningún otro asesino de su talla desde Caín, pensó
Gordy. Se preguntó por qué no tenía las manos llenas de sangre.
Hubo una señal que él no pudo distinguir y su hormiga guardián se acercó a él y le empujó separándole de la pared. Le condujeron a un pequeño túnel de salida (tenía que ir a gatas por él), luego le empujaron por un pasillo y por fin salió ala brillante luz del día.
La luz hizo parpadear a Gordy. Medio cegado, siguió a la hormiga de la banda, atravesaron una plazoleta y llegaron a un cobertizo cónico.
Allí estaban esperando más hormigas, rodeando un revoltijo de piezas de metal. Gordy las reconoció enseguida. Era su máquina del tiempo desmontada pieza por pieza.
Al cabo de un momento la hormiga volvió a empujarlo, esta vez con impaciencia, y Gordy comprendió lo que querían. Habían desmontado la máquina para estudiarla y ahora querían que la volviese a montar.
Comió cuatro veces y durmió una, sin moverse de los alrededores del cobertizo cónico. Luego terminó.
Gordy dio un paso atrás.
- Es vuestra - dijo con orgullo -. Os llevará donde queráis. Es un regalo de la humanidad.
Las hormigas estaban en silencio. Gordy las miró y vio que había hormigas zánganos en el grupo. Todas estaban como estatuas.
- ¡Eh! - dijo asombrado, sin pensar.
La pinza aguda de una de las hormigas le agarró por la espalda. Gordy sintió náuseas... Luego el terror y el aborrecimiento las hicieron desaparecer.
Sin tener en cuenta las agujas que atravesaban su piel, luchó y dio patadas a las criaturas que le tenían preso. Se soltó un brazo desgarrándoselo y su pesada bota se hundió en un ojo pulposo. La hormiga emitió un sonido silbante y entrecortado y se irguió sobre sus cuatro patas peludas.
Gordy se sintió lanzado a doce pies de altura y cayó sobre la hormiga que agonizaba salvaje y silenciosamente. Se estrelló contra el suelo, protegiéndose del tambaleante monstruo. Sollozando se puso de pie; la máquina estaba detrás de él; se dio la vuelta, se metió rápidamente en la máquina adelantándose un paso a las otras hormigas a hizo girar el volante.
Una pata hueca de insecto arrancada de la hormiga que había estado más cerca de él se retorcía en el suelo de la máquina; tan cerca había estado.
Gordy paró la máquina donde había empezado, en el pantano gelatinoso primitivo, y permaneció tumbado sobre los controles durante un buen rato.
Habían cometido un error él y De Terry; no había ninguna duda. Y había..., debía haber una manera de corregirlo.
Miró al bosque. Los helechos no eran los mismos helechos que había visto antes; la máquina había sido movida en el espacio. Pero el tiempo era idéntico. La máquina no se equivocaba. Pensó: «Di el mundo a las hormigas aquí mismo. Puedo quitárselo. Puedo encontrar las hormigas que enterré y aplastadas con el pie... o interceptarme antes de enterrarlas.»
Salió de la máquina, asustado de pronto. Miró rápidamente a su alrededor guiñando los ojos.
Había estado muy cerca de la muerte en la ciudad de las hormigas. Estaba aún débil a consecuencia de ello. ¿Estaba aquí a salvo? Recordó el violento grito de un animal que había oído antes y se estremeció al pensar que podía servir de comida a algún dinosaurio... mientras que las hormigas se desarrollaban para producir sus horribles descendientes.
Un brillo metálico a través de los helechos le sobresaltó. Había una sola cosa aquí que pudiera ser de metal pulido.¡La máquina!
Corrió y vio la máquina rodeada de helechos que tenían las bases cubiertas de musgo. Corrió hacia ella, pero de repente se paró resbalándose en la tierra húmeda. Había dos máquinas a la vista.
La del fondo era la suya y entre los musgos pudo ver que había dos figuras dentro de ella, la suya propia y la de De Terry.
Pero la más cercana era una máquina más grande y de una forma extraña. Y de ella salió un apresurado grupo, no un grupo de hombres, sino de figuras en forma de insectos negros que corrían hacia él
Desde luego, pensó Gordy al darse la vuelta para huir sin esperanzas, desde luego las hormigas habían tenido infinito tiempo para trabajar en ello. El tiempo suficiente para construir una máquina a partir de la suya y el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que tenían que hacerle si querían salvar su propia raza.
Gordy tropezó y el bicho negro que iba delante se echó encima de él
Y al llenar por última vez de aire sus pulmones aterrorizados, Gordy supo cuál era el animal gritando en las profundidades del bosque.
FIN