La otra noche tuve un sueño muy extraño. Soñé que una voz me decía:
—Perdone que interrumpa su sueño anterior, pero tengo un problema urgente que resolver y usted es la única persona que puede ayudarme.
Soñé que respondía:
—No hace falta que pida disculpas, no era un sueño tan agradable o algo así, y si puedo serle útil de alguna forma...
—Usted es la única persona que puede ayudarme —dijo la voz—. Si no lo hace, tanto yo como todo mi pueblo estaremos condenados.
—¡Señor! —dije.
Se llamaba Froka, y pertenecía a una raza muy antigua. Vivían desde tiempo inmemorial en un inmenso valle rodeado de gigantescas montañas. Eran un pueblo pacífico que, a lo largo del tiempo, había producido algunos artistas extraordinarios. Sus leyes eran ejemplares y educaban a sus hijos de forma amante e indulgente. Aunque algunos de ellos se dedicaban a la bebida, e incluso habían conocido casos de asesinato, se consideraban como unos seres sensibles, buenos y respetables que...
—Escuche —interrumpí—, ¿por qué no va directamente al grano?
Froka pidió nuevamente disculpas por mostrarse tan hablador, pero me explicó que en su mundo la fórmula normal de petición de ayuda exigía una larga exposición de los fundamentos que motivaban la súplica.
—Está bien —dije—. Pero vayamos al problema.
Froka inspiró profundamente y comenzó. Me contó que hacía unos cien años (según su propia medida del tiempo), un enorme cilindro a la vez rojizo y amarillento descendió desde los cielos, cayendo cerca de la estatua al Dios Desconocido, justo delante de la alcaldía de su ciudad, que ocupaba el tercer lugar en importancia.
El cilindro era imperfectamente circular, de un diámetro de aproximadamente tres kilómetros. Se elevaba más allá del alcance de sus instrumentos, en un desafío a todas las leyes naturales. Habían procedido a algunas pruebas y habían descubierto que el cilindro era insensible al frío, al calor, a las bacterias, al bombardeo con protones, en resumen a todo lo que habían podido imaginar. Había permanecido clavado allá, inmóvil e increíble, durante exactamente cinco meses, diecinueve horas y seis minutos.
Luego, sin ninguna razón aparente, el cilindro había comenzado a desplazarse en dirección nortenoroeste. Su velocidad media era de 125 kilómetros por hora (según su forma de calcular la velocidad). Había trazado un surco de 292 kilómetros de largo por 3 de ancho. Luego había desaparecido. Las reuniones de todas las autoridades científicas no llegaron a ninguna conclusión respecto al fenómeno. Terminaron declarando que se trataba de un fenómeno inexplicable, único, y que seguramente no se reproduciría jamás.
Pero se había reproducido. Un mes más tarde, y esta vez en plena capital. El cilindro se desplazó a lo largo de 1.320 kilómetros, de una forma que parecía más bien errática. Los daños materiales fueron incalculables y varios miles de personas perdieron la vida.
Dos meses y un día más tarde, el cilindro volvió de nuevo y alcanzó a las tres ciudades más grandes, en sucesión.
Ahora todos sabían que no sólo la vida de los individuos, sino también la supervivencia de su civilización, su existencia como raza, estaba amenazada por un fenómeno desconocido y quizá incluso no identificable.
Aquella certeza trajo la desesperación al conjunto de la población. Hubo varias manifestaciones alternativas de pánico y de apatía.
El cuarto ataque se produjo en las landas, al este de la capital. Los daños materiales fueron mínimos. Sin embargo, esta vez se desató el pánico general y el resultado fue un número aterrador de suicidios. La situación era desesperada. Junto a las ciencias oficiales comenzaron a nacer multitud de pseudociencias. No se rechazaba ninguna forma de ayuda, no se dejaba de estudiar ninguna hipótesis, procediera de un bioquímico, de un astrónomo o de un cartomántico. Ni siquiera podían desecharse las ideas más alocadas, sobre todo después de la terrible noche de verano en que se produjo la aniquilación de la antigua ciudad de Raz y dos de sus principales núcleos periféricos.
—Perdone —dije—. Lamento profundamente que hayan sufrido ustedes todas estas calamidades, pero no veo qué relación puede tener todo esto conmigo.
—Ahora iba a ello —dijo la voz.
—Entonces prosiga. Pero le sugiero que se dé prisa, pues creo que no voy a tardar mucho en despertarme.
—Me resulta bastante difícil explicar mi papel en todo esto —prosiguió Froka—. Mi profesión es la de experto contable. Pero, como distracción, me intereso en los métodos de ampliación de las percepciones mentales. Recientemente estaba efectuando unas experiencias con un compuesto químico que llamamos kola, y que provoca a menudo estados de profunda iluminación...
—Nosotros también tenemos compuestos parecidos —le dije.
—Entonces ya comprende usted lo que quiero decir. Bien, durante el viaje..., ¿emplean ustedes el mismo término? O, dicho de otro modo, mientras yo estaba bajo su influencia, adquirí un conocimiento, una comprensión total e inmensa... Pero es tan difícil de explicar...
—¡Vamos! —corté con impaciencia—. Vaya al fondo del asunto.
—Bueno —prosiguió la voz—, me di cuenta que mi mundo existía a numerosos niveles... atómico, subatómico, en planos vibratorios, a un número infinito de niveles de realidad, que forman parte a su vez de otros niveles de existencia.
—Estoy al corriente de ello —dije, interesado—. Recientemente he llegado al mismo concepto en mi propio mundo.
—Y eso hizo que se me planteara claramente la hipótesis —prosiguió Froka— que uno de nuestros niveles sufre algún tipo de desazón.
—Podría ser un poco más preciso —pedí.
—Mi opinión personal es que mi mundo sufre una intrusión a nivel molecular.
—Fantástico —observé—. ¿Ha podido localizar la intrusión?
—Creo que sí —dijo la voz—. Pero no tengo ninguna prueba. Todo esto no es más que intuición pura.
—Yo también creo en la intuición. Dígame lo que ha descubierto.
—Bien, señor —prosiguió la voz, vacilante—. He llegado a la conclusión, intuitivamente hablando, que mi mundo es un parásito microscópico de usted.
—Dígamelo de una forma más clara, por favor.
—De acuerdo. He descubierto que bajo un aspecto, sobre un plano de la realidad, mi mundo existe entre la segunda y la tercera articulación de su mano izquierda. Existe allí desde hace millones de nuestros años, que son minutos para usted. No puedo probarlo, por supuesto, y no le acuso en absoluto...
—Bien —dije—. Pretende usted que su mundo se halla situado entre la segunda y tercera articulación de mi mano izquierda. Muy bien. ¿Y qué puedo hacer yo al respecto?
—Bueno, señor, mi hipótesis es que recientemente ha comenzado usted a rascarse en la región de mi mundo.
— ¿A rascarme?
—Creo que sí.
—¿Y cree usted que el gran cilindro destructor es uno de mis dedos?
—Precisamente.
—Entonces, lo que quiere usted es que deje de rascarme.
—Sólo en los alrededores de este lugar —dijo rápidamente la voz—. Es una petición bastante embarazosa para mí, pero no la formulo más que para salvar a mi mundo de la destrucción total. Y le ruego que me perdone...
—No se preocupe por ello. Las criaturas inteligentes no deberían avergonzarse de nada.
—Es bueno oírle decir esto —murmuró la voz—. Nosotros somos unos no-humanos, ya sabe, unos parásitos, y no poseemos ningún derecho sobre usted...
—Todas las criaturas inteligentes deben ayudarse —afirmé—. Tiene usted mi palabra que nunca más, en el resto de mi vida, me rascaré entre la primera y la segunda articulación de mi mano izquierda.
—La segunda y la tercera —rectificó la voz.
—¡Nunca jamás me rascaré entre las articulaciones de mi mano izquierda, sean las que sean! Es una promesa solemne que mantendré mientras viva.
—Señor, ha salvado usted a mi mundo —dijo la voz—. Ningún agradecimiento será nunca suficiente. Pero se lo agradezco de todos modos.
—No hablemos más de ello —dije.
La voz se desvaneció, y desperté.
Apenas recordé mi sueño, me coloqué una tira de esparadrapo sobre las articulaciones de mi mano izquierda. Desde entonces, me niego a prestar atención a los diversos picores que me incordian en esa zona, y ni siquiera me lavo la mano izquierda. Llevo el esparadrapo puesto durante todo el día. A finales de la próxima semana me lo quitaré. Imagino que por aquel entonces habrán transcurrido ya para ellos veinte o treinta mil millones de años, según su modo de calcular el tiempo, lo cual tendría que bastar para cualquier raza, no importa cual sea.
Pero mi problema no es este. Mi problema es que empiezo a tener desagradables intuiciones respecto a los temblores de tierra que se están propagando a lo largo de la Falla de San Andrés, así como la inusitada actividad volcánica que se evidencia en el centro de México. ¿Qué quiere decir todo esto? No lo sé, la verdad, pero todo está ocurriendo a la vez, y esto me da miedo. Así que escuche, perdone que interrumpa su sueño anterior, pero tengo un problema urgente por resolver y usted es la única persona que puede ayudarme...
F I N
Título Original: Starting for Scratch