El más célebre relato de amor de la literatura china fue escrito por el famoso poeta Yuan Chen. Lo escribió como la narración de algo que le había sucedido a otra persona, pero resultaba claramente autobiográfico. Las fechas, los acontecimientos, los personajes, todo era demasiado real y coincidía demasiado bien con él, y la emoción personal del escritor era demasiado profundamente sentida para ser otra cosa que un relato autobiográfico de su propio romance. El débil disfraz del nombre "Chang" que dio al enamorado del cuento no engañó a sus amigos, y el relato, extraordinariamente vivido, provocó gran cantidad de comentarios y curiosidad. El autor, que se había convertido en uno de los dos principales poetas de su época, se sintió turbado, pero no podía suprimir la narración ni sus sentimientos con respecto a ésta. Y la palabra "Oropéndola" (Inging), que era el nombre de la joven, se deslizaba siempre en sus versos, cuando no estaba disfrazada como Shuangwen, refiriéndose a los sonidos repetidos de ese nombre. La muchacha fue su primer amor, pero había motivos especiales para que la recordara.
Esta versión sigue fielmente el relato del propio Yuan Chen hasta el punto en que el amante (el mismo Yuan Chen) abandona a la joven y presenta ridículas excusas. Hace que el amante compare a Inging con las bellezas históricas que arruinaron imperios, y hasta emplea la palabra yaonieh, "espíritu maligno" nacido para destruir hombres, cuando se refiere a su novia abandonada. Yuan dice también que los amigos del amante, cuando se enteraron de la historia, lo alabaron por haber "corregido un error a tiempo". Y sin embargo Yuan Chen, aunque era un brillante poeta y más tarde llegó a ser un alto funcionario, no fue respetado en general por su personaje.
Muchos detalles biográficos y poemas de Yuan Chen confirman que estaba escribiendo acerca de sí mismo. Entre otras cosas, sólo mencionaré que su tía por la rama materna,, también llamada Cheng como en este relato, se vio en dificultades por robar a soldados y fue salvada por su sobrino. Hay demasiadas pruebas como para presentarlas aquí.
Al llenar las lagunas del original, me he basado en los poemas del propio Yuan Chen.
1. El original contiene la carta de Inging a su amante, considerada una obra maestra, pero omite la carta del enamorado a ella. Dice simplemente que el amante "le envió una carta para explicar" el hecho de que no regresara. Yo he tomado versos de su "Ku Chuehchueh Tzu" (Poema al Estilo Antiguo, Cortando Relaciones) para llenar esta importante laguna. En realidad Yuan Chen lanzaba sospechas sobre la fidelidad de la joven hacia él. Era, para decirlo en términos corrientes, un canalla.
2. El original incluye el poema de Inging invitándolo a una cita, pero oculta el poema que él le escribió primero. Yo he tomado algunos versos de su poema "Ku Yen Shih", acerca de pétalos flotantes, etc.
3. El primer parágrafo acerca de los sentimientos de él al recordar las campanas del monasterio de veinte años antes está tomado de su poema "Ch'un Hsiao" o
"Mañana Primaveral".
4. La frase acerca de "una sonrisa, que era una semisonrisa" y el recuerdo del perfume están tomados de su poema intitulado "Sobre Inging".
5. Algún otro material relacionado con la cita está tomado de su largo poema autobiográfico enviado a Po Chu-yi, en el cual todo el episodio es narrado como un sueño fantástico, seguido por un relato de su casamiento con la muchacha Wei. En el original Inging era una joven tímida y contenida en público, que no hablaba mucho, pero práctica y de pensamientos claros. Creo que la caracterización es verídica.
El amigo Yang Chu-yuan era también una persona real y aparece igualmente en el original.
Cada vez que Yuan Chen se detenía en una posada de Pucheng, en sus viajes oficiales, el sonido de las campanas del monasterio cercano, especialmente cuando las escuchaba desde la cama, al alba, lo conmovía siempre profundamente y lo hacía sentirse nuevamente joven y romántico. Tenía algo más de cuarenta años, era un marido convencionalmente feliz, un poeta popular, un alto funcionario que tenía sus muchos altibajos. Habría debido poder olvidar un asunto amoroso ocurrido hacía tanto tiempo, o por lo menos estar en condiciones de reflexionar serenamente al respecto. Pero se sentía sorprendido. Veinte años habían trascurrido, y el sonido de las campanas del monasterio, en las primeras horas del día, presagiando el advenimiento de la aurora, y el timbre y ritmo familiares, todavía provocaban en él un estado de ánimo de infinita tristeza, despertaban alguna honda emoción oculta, íntima como la vida misma, y una sensación del extraño patetismo y belleza de la vida que su poética pluma apenas lograba sugerir. Mientras permanecía acostado en la cama recordaba el aspecto del pálido cielo, con sus estrellas vagas, titilantes, las sofocantes emociones relacionadas con ese cielo, los fuertes perfumes y la visión de una sonrisa que era una semisonrisa, en el rostro de la muchacha que fue su primer amor.
Yuan era entonces un joven de veintidós años, en camino a la capital para buscar honores literarios. Según su propio relato, jamás se había enamorado anteriormente y nunca había tenido relaciones con una mujer, porque, como joven brillante y sumamente sensible, había puesto sus miras muy alto. No era especialmente jovial o sociable, y las muchachas corrientes, bien parecidas, por las que desvariaban sus jóvenes amigos, lo dejaban inconmovible, aunque confesaba que cuando veía a una muchacha de aspecto distinguido o de talento se sentía profundamente conmovido.
En la época del Imperio Tang los estudiantes se dirigían a la capital varios meses o incluso medio año antes de que se llevaran a cabo los exámenes nacionales, y aprovechaban la oportunidad para viajar y conocer el país. Su tiempo le pertenecía.
Cuando pasó por Pucheng, en el recodo del río Amarillo, se detuvo para visitar a Yang, que era un condiscípulo. A menudo iban caminando hasta el Templo Puchiu, que estaba situado a unos cinco kilómetros al este de la ciudad, donde las faldas de las colinas estaban cubiertas, en invierno, de capullos de ciruelo. El tiempo era frío pero vigorizante, soleado y seco. Allí se veía toda la vasta extensión del río y las distantes montañas Taipo, al sur, que se erguían del otro lado.
Yuan se sintió tan enamorado del lugar, que hizo arreglos con el monasterio para quedarse en una de las habitaciones de huéspedes de que se disponía para los peregrinos. El templo había sido construido unos cincuenta años antes por la emperatriz Wu y estaba dispuesto en gran escala, con techos vidriados, amarillos, y adornos dorados. Era lo bastante grande como para dar cabida a más de cien peregrinos durante los apiñamientos de la temporada primaveral. Había habitaciones más baratas para los campesinos y sus familias, y algunos departamentos elegantes, en patios especiales, reservados para huéspedes más importantes. Yuan eligió un cuarto en el extremo noroeste, porque era tranquilo y retirado. Los altos árboles de la parte de atrás dejaban caer sobre el patio una fresca luz verde, en tanto que adelante un corredor cubierto, con sus muchas ventanas hexagonales, permitía ver retazos del gran río y de las montañas, más lejos. El cuarto y la habitación eran sencillos, pero cómodos. Yuan estaba encantado, y con los pocos volúmenes de poesía que siempre llevaba en su liviano equipaje, se sintió cómodamente establecido para una corta y deliciosa vacación.
- Tienes que ser un romántico para elegir un lugar como éste - le dijo Yang.
- ¿Romántico en cuanto a qué?
- En cuanto a la luna, las flores, la nieve y las colinas azotadas por el viento. Este es un lugar ideal para el romance.
- No seas tonto. Si quisiese buscar placeres, iría a la capital. No, pienso ser un monje, y me hundiré en los libros durante varias semanas.
Yang sabía que su amigo era sumamente temperamental, sensible y voluntarioso, y le dejó que se saliera con la suya.
No hacía más que un día que se encontraba allí cuando descubrió que al oeste, contigua al muro del templo, había una casa de campo de una familia rica, con un gran huerto de árboles de flores y frutales en la trasera, que él podía ver desde su ventana de atrás. Los techos de tejas oscuras, parcialmente ocultos por un albaricoquero que se abría delante de la pared, revelaban un espacioso edificio de varios patios. Averiguó por el criado que la casa era parte propiedad del templo y estaba ocupada por una familia de apellido Tsui. El padre de la familia, muerto ya, había sido un protector del templo y gran amigo del superior, y solía ir a vivir al monasterio cada vez que quería alejarse de la ciudad.
Cuando el padre murió, la familia fue a vivir allí permanentemente debido a que la viuda, la señora Tsui, era una mujer tímida y decía que se sentía más segura de ese modo. El superior les permitió que lo hicieran, en parte a causa de su amistad personal con la familia y en parte porque la casa había sido construida gracias a una gran donación del extinto.
A la tercera noche el joven oyó el sonido de una música distante, dulce, triste y baja, tocada en un instrumento de siete cuerdas. Resultaba extrañamente excitante, escuchada en el silencio de la noche, en un monasterio.
A la mañana siguiente, despierta su curiosidad, recorrió los terrenos del templo y descubrió que la casa estaba cercada por un muro, de modo que no pudo ver gran cosa del interior. Un arroyo corría frente a la casa, que estaba situada más atrás que el templo, y se llegaba a la puerta por un encantador puentecito pintado de rojo. La puerta se hallaba cerrada y había una señal de duelo, en forma de una cruz diagonal, de papel blanco, vieja y rasgada, pegada sobre el círculo rojo del portón. Otro sendero corría a unos cincuenta metros más allá y se unía al camino principal en el portón exterior del templo. El aire estaba fragante con las flores de ciruelo recién abiertas, y un arroyuelo salía del jardín interior por una abertura del muro y desembocaba en el arroyo de adelante, acompañado del sonido de juegos de niños. Yuan se sintió fascinado. Pensaba continuamente en la familia que vivía en tan hermoso retiro, y en la ejecutante de la bella melodía que había escuchado la víspera y a quien no había logrado ver. Al regresar se dio cuenta de que la parte vecina a su patio era la trasera de la casa.
No habría prestado más atención a sus desconocidos vecinos si no hubiera ocurrido algo en la segunda semana de su llegada. En la ciudad había rumor de saqueos y motines. El general Hun Chan había muerto y la indisciplinada soldadesca aprovechaba la oportunidad del funeral para llevar a cabo una rebelión. Saqueaban las tiendas y sacaban a las mujeres de sus casas. Algunos de los soldados que habían saqueado la ciudad se dirigían hacia el río. La aldea cercana estaba repleta de tropas andrajosas y andariegas. Poco antes del mediodía, cuando se hallaba sentado en una silla de junco, con los pies sobre la mesa y un volumen de Meng Haojan en las rodillas, oyó voces femeninas y pasos precipitados que llegaban desde el corredor de adelante. Salió para ver qué había sucedido. Se sentía tanto más' sorprendido cuanto que su habitación estaba situada en el extremo del corredor. Había una puerta, generalmente cerrada con llave y que no había advertido antes. La puerta estaba ahora abierta y una mujer de mediana edad, de unos cuarenta años, y dos niñas corrían por el tortuoso pasaje tan velozmente como se lo permitían los pies. La mujer, ricamente vestida, iba adelante, en tanto que la hija, de unos diecisiete o dieciocho años, y una doncella la seguían. La hija llevaba un sencillo y viejo vestido azul oscuro y tenía el cabello suelto, unido en la espalda con un gran broche. Yuan tuvo la certeza de que era ella la que había tocado la música. La precipitación de las mujeres le dio la seguridad de que estaban asustadas de algo.
Más bien divertido con la excitación, y atraído por la visión de la juvenil figura, Yuan corrió en seguimiento de ellas. Los monjes y los criados estaban alborotados. Una mujer, cuyo marido había sido muerto defendiendo a su hija, lloraba y narraba su historia. La joven, haciendo caso omiso dé los demás, se acercó y escuchó atentamente.
Tenía una masa de hermoso cabello negro, una boca extraordinariamente diminuta y un rostro delgado y pequeño. Su madre parecía terriblemente ansiosa y preocupada, evidentemente temerosa de que los soldados irrumpiesen en su casa, porque se creía que eran ricos. Apareció el superior y les dijo que en caso de emergencia les proporcionaría un escondite seguro. Los soldados, que en su mayoría buscaban botín, no se atreverían a violar el templo.
- Madre, no te preocupes - dijo la hija con voz serena pero gorjeantemente juvenil -.
Tenemos que quedarnos en la casa. Abandonarla sería invitar a que la saquearan.
Cuando sea necesario habrá tiempo de sobra para escapar por la puerta trasera y correr al templo. - El sol matinal dejaba caer una luz blanca sobre su afilada nariz y su alta frente, que era la única cosa poco femenina en ella, si es cierto que la inteligencia y la belleza no deben ir juntas en una mujer. La madre escuchó su consejo. Parecía confiar en gran medida en el juicio de su hija.
Siendo joven, caballerescamente dispuesto a ayudar a una muchacha, Yuan se acercó al superior y, con semblante correcto y decoroso, dijo, sin mirar a la joven, que, dadas las circunstancias, sería prudente tomar todas las medidas de precaución para la protección de las damas. Dijo que tenía un amigo que conocía bien al comandante regional y que estaría dispuesto a solicitar la protección del comandante. Lo único que se necesitaría sería media docena de guardias bien armados apostados frente a la casa.
- Eso es sensato - dijo la joven lanzándole una mirada suplicante. La madre preguntó su nombre y Yuan se presentó.
Encantado por la oportunidad de conocer a la familia, Yuan dijo que iría inmediatamente a ver a su amigo Yuan. Por la noche volvió con seis soldados y una nota formal, firmada por el comandante regional, advirtiendo a la soldadesca que no se acercara a la casa de los Tsui. En rigor la visión de la chaquetilla roja de esos soldados era suficiente para disuadir a cualquier pillastre de sus intenciones de entrar en la casa.
Satisfecho con su éxito, Yuan tenía la esperanza de ganar una sonrisa de gratitud de la encantadora joven que esa mañana lo había mirado tan suplicantemente. Entró, esperanzado, en una sala elegantemente amueblada, pero sólo apareció la madre. Le dijo muchas cosas agradables, agradeciéndole las molestias que se había tomado, y Yuan pensó que la facilidad con que había obtenido la influencia oficial debía de haberlo elevado en opinión de la madre. Pero no pudo ver nuevamente a la joven y volvió desilusionado al templo.
Pocos días después llegó el ejército del propio comandante regional, el orden fue restablecido en la ciudad y los guardias retirados. La señora Tsui invitó a Yuan a cenar en la sala central, cosa que proporcionó a la ocasión una atmósfera de gran formalidad.
- Quiero agradecerle por todo lo que ha hecho por nosotros - dijo la madre - y deseo presentarlo adecuadamente a mi familia.
Llamó a un chico de unos doce años, llamado Huanlang (Alegría), y le pidió que hiciese su reverencia formal a su "hermano mayor".
- Es mi único hijo - dijo la señora Tsui con una gran sonrisa, y luego llamó -: Inging, ven a agradecer al caballero que nos ha salvado la vida-La muchacha tardó mucho tiempo en aparecer. Yuan pensó que se sentía tímida porque se trataba de una presentación formal y las hijas de familias encumbradas ni siquiera soñaban con sentarse a la mesa en compañía de un joven extraño. La madre llamó una ve/ más, impaciente y repetidamente:
- Inging, te pido que salgas. El señor Yuan ha salvado tu vida y la de tu madre. ¿Es este el momento de respetar las convenciones?
La hija apareció finalmente e hizo su reverencia, tímida pero orgullosamente. Llevaba un vestido sencillo, ajustado, con un maquillaje primoroso pero modesto. Como una muchacha bien educada de una familia de alcurnia, se sentó junto a su madre en silencio, dando a Yuan la clara impresión de que el solo hecho de verla constituía un raro privilegio.
De acuerdo con la costumbre, Yuan preguntó a la madre:
- ¿Qué edad tiene su hija?
- Nació durante el reinado del actual emperador, en el año chiatse. Tiene diecisiete años.
Aunque se trataba de una cena casera y Yuan era el único invitado, la joven se mostró quizás excesivamente consciente de la presencia de él. Mantuvo unos modales correctos y distantes durante toda la cena. Yuan trató varias veces de guiar la conversación hacia temas familiares - el padre fallecido y los estudios del hermano menor -, pero no pudo arrastrarla a la plática. Cualquier muchacha corriente, aun la más virtuosa y menos coqueta, se habría comportado y habría sentido en forma distinta en presencia de un joven, y su rostro y modales lo habrían exteriorizado. Pero esa encantadora muchacha era un enigma para él, como una esfinge o un hada princesa que no pudiese ser rozada por las emociones humanas comunes. ¿Era completamente rígida y virtuosa - cosa que Yuan no podía creer -, o sería ese frío exterior una máscara para las hondas pasiones interiores? ¿O era un exceso de reserva adoptado por las jóvenes criadas en el severo adiestramiento confucianista?
En el trascurso de la cena Yuan se enteró que el nombre de soltera de la madre era Cheng, el mismo que el de su propia madre, y, como eran de la misma rama del clan, resultaba ser, en rigor, una tía por relación. La madre se mostró visiblemente jubilosa ante el descubrimiento, y propuso un brindis en honor del sobrino de clan. Sólo entonces se ablandó el rostro de la hija con la sombra de una sonrisa.
Yuan se sentía irritado y atraído a la vez por la actitud de la joven. Nunca había conocido a una muchacha que fuese tan orgullosa y reservada, y tan difícil de abordar.
Cuanto más luchaba contra sus sentimientos, tanto más fascinado se sentía por ella y tanto más la deseaba.
Probó todas las excusas posibles para visitar a la familia: primero, para hacer su visita de retribución, y luego para conversar con el hermano menor. Hizo sentir su presencia en la familia, y por cierto que Inging debe de haberlo visto, porque las muchachas de familias ricas observaban y escuchaban mucho por detrás de los tabiques enrejados.
Pero era tan tímida como un ciervo ante la proximidad de un animal de presa. En una ocasión la vio jugando con su hermano menor, al ocaso, en el jardín trasero, pero al verlo salió corriendo y desapareció. "¡Oropéndola, oropéndola - gritó él -, qué esquiva oropéndola!"
Un día se encontró por casualidad con la criada, en el sendero que iba de la casa hasta el portón exterior. La doncella, que se llamaba Rosa (Hungniang), era una muchacha sencilla, directa, hermosa y atrayente a su modo, y sabia en las cosas del mundo. Yuan aprovechó la oportunidad para interrogarla en cuanto a su joven ama. Tenía el rostro carmesí, y Rosa lanzó una sonrisa de inteligencia.
- Díme, ¿está tu ama comprometida?
- No. ¿Por qué me lo pregunta?
- Bien. Somos primos, y tengo interés en conocerla mejor. Hemos sido presentados, como sabrás, pero hasta ahora no he tenido ninguna oportunidad de hablarle. Me sentiría tan feliz, si lograse semejante oportunidad...
Rose guardó silencio y continuó mirándolo.
- Díme, ¿por qué me elude ella?
- ¿Cómo puedo saberlo?
- Parece una muchacha tan maravillosa, tan refinada y discreta... La admiro grandemente - dijo Yuan al cabo.
- Ah, ya entiendo. ¿Y por qué no le pide una entrevista por intermedio de la madre?
- Tú no entiendes. Apenas pronuncia una palabra cuando la madre está cerca. ¿Hay alguna posibilidad de que la vea a solas? Desde que la vi no he podido pensar en otra cosa.
- Ya entiendo lo que quiere decir - contestó la doncella. Se cubrió la boca con la mano, para contener la risa, y rompió a correr.
- ¡Rosa, Rosal - la llamó él. Cuando la joven se detuvo, Yuan continuó - : Rosa, te lo ruego. Tienes que ayudarme.
La doncella lo contempló fijamente y dijo, con tono de simpatía:
- No me atrevo a llevarle semejante mensaje. Es sumamente severa y correcta. Jamás ha hablado con un joven. Señor Yuan, usted es un caballero y ha hecho un servicio a la familia. Siento simpatía por usted. Le diré un secreto. Ella lee y escribe poemas, y a menudo permanece sentada ante sus libros, perdida en pensamientos. Puede usted escribirle un poema. Esa será la única forma de abrirle el corazón, si es que existe alguna. Y será mejor que me agradezca el consejo. - Y le lanzó un guiño de coquetería.
Al día siguiente Yuan le envió un poema con la criada.
Una luz verde inunda el silencioso patio recóndito; también calla la gorjeante oropéndola, oculta en la sombra.
El excluido amante sólo ve pétalos de flores flotando en el arroyo del jardín, y se siente perdido. Contemplé la declinante luna, al alba, mi alma perdida pensando en tu rostro encantador, y me estremecí con la débil esperanza de un bondadoso gesto, de una graciosa sonrisa.
Esa noche Rosa le llevó un poema de Inging intitulado "Noche de Luna Llena".
Alguien espera en la noche iluminada por la luna, en el cuarto occidental, con la puerta entreabierta.
Al otro lado del muro se mueven las sombras de las flores... ¡Ah, quizás ha llegado mi amado!
Era el catorce de febrero. Yuan se sintió abrumado de placer. Era una clara invitación a una cita secreta. Un encuentro en la noche era más de lo que esperaba.
El dieciséis siguió la insinuación del poema. Trepó al muro, junto al ciruelo, y miró hacia adentro. Descubrió que, en efecto, la puerta del cuarto del oeste había quedado abierta. Descendió y entró en la habitación.
Rosa dormía en la cama, y él la despertó. La doncella se mostró sorprendida.
- ¿Por qué ha venido aquí? ¿Qué quiere? - le preguntó.
- Ella me pidió que viniera - explicó Yuan -. Por favor, vé y díle que estoy aquí.
Rosa volvió muy pronto y le susurró:
- ¡Ya viene!
Yuan esperó diez minutos en un insoportable suspenso. Cuando apareció Inging, había en el rostro de ésta una mezcla de excitación y confusión, pero sus profundos ojos negros estaban velados por el misterio. La momentánea oleada de timidez pasó e Inging dijo, con tono más bien rígido:
- Le he pedido que viniera, señor Yuan, porque usted dijo que quería verme. Le agradezco por lo que ha hecho para proteger a mi madre y a nuestra familia, y quiero agradecerle personalmente. Me alegro de que seamos primos, pero me sorprende que me enviara el poema de amor por medio de la doncella. No pude, y no quise, enseñárselo a mi madre, porque habría sido injusta con usted, y me pareció que sería mejor verlo personalmente para pedirle que desista de esa actitud. - Se interrumpió, confundida. Sus frases daban la impresión de un discurso aprendido de memoria. Yuan se sintió horrorizado.
- ¡Pero señorita Tsui, yo sólo quería conversar con usted! Y vine debido a ese poema que me envió.
- Sí, yo lo invité - replicó ella resueltamente -. Corrí el riesgo y lo hice gustosamente.
Pero sería erróneo pensar que he concertado una cita para nada indecoroso. No me entienda mal.
La voz le temblaba de emoción reprimida. Se volvió y salió precipitadamente.
La desilusión y la vergüenza enfurecieron profundamente a Yuan. ¡No podía creerlo, no lo entendía! ¿Por qué le habría escrito un poema tan claro, en lugar de enviarle sencillamente una respuesta por intermedio de la doncella, para después tomarse el trabajo de aparecer y hacerle una disertación? ¿O era que había cambiado de idea a último momento, temerosa de lo que estaba por hacer? ¡Qué capricho femenino! No podía entender a las mujeres. Ahora se le aparecía como una princesa más marmóreamente fría que nunca. Su amor casi se convirtió en odio, porque le pareció que se estaba burlando de él.
Dos noches más tarde Yuan estaba durmiendo, en su cama, cuando sintió que alguien lo sacudía en la oscuridad. Se incorporó y encendió la lámpara. Rosa estaba de pie ante él.
- Levántese. Viene ella - susurró, y salió de la habitación.
Yuan se sentó en la cama, frotándose los ojos, todavía sin tener la seguridad de estar completamente despierto. Rápidamente se echó una bata encima, se sentó y esperó.
Muy pronto la doncella hizo pasar a Inging a la habitación. El rostro de la joven estaba sonrojado, tímido, con una expresión de incertidumbre, y parecía apoyarse en la criada para sostenerse en pie. Todo su orgullo y su altanero dominio de sí habían desaparecido.
No pidió disculpas ni se explicó. Tenía el cabello suelto, caído sobre los hombros, y lo miró con una profunda mirada de sus maravillosos ojos negros. No fue necesaria ninguna explicación.
El corazón de Yuan palpitó con fuerza. Ese repentino sometimiento de la joven, por su propia voluntad, en su cuarto, era más sorprendente aun que la frialdad con que lo repudió en la ocasión anterior. Pero toda su ira había desaparecido ante la presencia de la mujer amada.
La doncella había llevado una almohada, y, depositándola rápidamente en la cama, se retiró. Lo primero que hizo la muchacha fue apagar la luz, aún sin pronunciar palabra.
Yuan se acercó a ella, y, sintiendo la tibieza de su cuerpo junto al de él, la tomó en sus brazos. Inmediatamente los labios de la joven encontraron los de Yuan, y éste sintió que un estremecimiento recorría todo el cuerpo de Inging y escuchó la rápida inspiración jadeante de la muchacha. Nuevamente en silencio, ella se dejó caer en la cama en un movimiento natural, como si sus piernas fuesen demasiado débiles para sostenerla.
Muy pronto Yuan escuchó las campanadas matinales del templo. Rompía el alba y llegó Rosa para instar a su ama a que se fuera. Inging se levantó y se vistió con las pálidas luces de la aurora. Después de arreglarse el cabello toscamente con la mano, se fue con la doncella, con una expresión lánguida en el rostro. La puerta se cerró sin un sonido.
No había hablado en toda la noche. Él había hecho todo el gasto de conversación, y cuando hablaba de su adoración por ella Inging sólo le respondía con suspiros y con la cálida presión húmeda de sus labios.
Yuan se incorporó repentinamente y se preguntó si no habría ocurrido todo en un sueño. Pero el fuerte perfume de ella persistía aún en su habitación, y vio las manchas de colorete en la toalla. Sí, era real. Esa muchacha semejante a una esfinge, que había parecido tan remota e impasible, había cedido a una pasión que estaba fuera del alcance de su dominio de sí misma. ¿Era pasión - o era amor? Se había acercado a él sin ninguna vergüenza. Recordó el intenso énfasis con que anteriormente le dijo: "Sería erróneo pensar que he concertado una cita para nada indecoroso. No me entienda mal."
¿Qué había querido decir con eso? Bastaba con que hubiese acudido. La víspera él no había creído que tal cosa fuese posible.
Nunca había conocido semejante dicha; se sentía trasportado a un nuevo mundo de desconocidas fronteras de belleza y delirante felicidad, que se extendía ante él. Esperó hora tras hora la llegada de la noche en que, como una luminosa perla o un cálido, resplandeciente jade, ella trasformaría nuevamente su humilde habitación en un paraíso, por la magia de su amor. Inging no le había dado ningún indicio de que volvería a la noche siguiente.
Es absolutamente verosímil que la muchacha haya ido hacia él en un momento de pasión. Es también posible que, después de la primera noche, quisiera tomarse tiempo para meditar en cuanto al romance que tan irreflexivamente había comenzado. Yuan cesó en sus intentos de entender a las mujeres. Esperó noche tras noche, con la sangre golpeándole en las venas, aguardando otra visita del hada princesa. ¿Sería ese suspenso otro capricho de la joven? ¿Había ido hacia él simplemente para satisfacer su fantasía y sus deseos?
Permanecía sentado a solas, en su cuarto, todas las noches. Había comprado espirales de incienso, en preparación para la visita de ella, y veía cómo las frías cenizas caían silenciosamente en el recipiente. Trató de apartar sus pensamientos de lo que parecía ser una espera vana e inútil, leyendo una novela intrascendente - porque no podía leer nada serio, listo para levantarse al más leve ruido de pisadas o al más ligero crujido de la puerta. En una ocasión fue a probar la puerta del corredor, como un ladrón, pero estaba firmemente cerrada con llave.
Durante los primeros días evitó ir a la casa de ella, porque, habiéndose encontrado en secreto con ella, le parecía prudente mostrarse en su casa lo menos posible. Pero al tercer día no pudo aguantar más y fue a visitar a la madre. Ésta se mostró tan cordial como de costumbre y lo invitó a quedarse para el almuerzo. Inging se sentó a la mesa, nuevamente con esa expresión fría y correcta en el rostro, la expresión que no traicionaba ni siquiera en un gesto la intimidad que existía entre ellos. Él esperó alguna señal, pero la joven era una maestra en el arte de la impostura. Cuando la miraba audazmente, Inging ni siquiera parpadeaba. Pensó que quizás hubiesen sido despertadas las sospechas de la madre y que la joven se mostraba excesivamente cuidadosa por ese motivo. Tenía que haber algún motivo para su silencio.
Pasaron dos semanas sin que sucediera nada. No mencionó el caso a Yang, y cuando su amigo le pedía que se quedara a pasar la noche con él, insistía en volver al templo, por miedo de perderse la visita de ella. No podía arrancarse del lugar. Compuso un poema de sesenta versos, registrando en él su extraña experiencia del encuentro con un hada y hablando de las alturas de su éxtasis y las profundidades de su ansia. "Y los mares eran amplios y las nubes altas, y el hada no regresaba."
Una noche, pasadas las doce, como en respuesta a sus oraciones, oyó que crujía la puerta del corredor. Rápidamente corrió a abrirla y encontró a Rosa. Ésta le informó confidencialmente que su joven ama había encargado que le hicieran una llave para la cerradura, de modo que pudieran encontrarse en la habitación occidental. Había dispuesto las cosas de modo que el candado pareciera estar en su sitio, pero él podría abrirlo y llegar a la habitación del oeste por un corto corredor. Aun en su delirio Yuan se sintió impresionado por la astucia y la audacia de los minuciosos planes de su amante para la entrevista.
Después de eso Inging se encontraba con él, en el cuarto del oeste, noche por medio, o con tanta frecuencia como lograba hacerlo, y cuando no podía le enviaba un mensaje con la doncella. Casi siempre acudía después de medianoche y regresaba a su habitación antes del alba.
Yuan se sintió delirantemente feliz. La muchacha le abrió su corazón, lo amaba apasionadamente, y se juraron mutua fidelidad, sucediera lo que sucediese. Resultaba difícil creer que pudiese haber tanto amor en su cuerpecito. Inging tenía una mentalidad madura y se sentía interesada en todo lo que él hacía o planeaba hacer. Yacían juntos en la oscuridad y hablaban en susurros, porque existía el peligro de que los descubrieran, aun cuando los oídos de Yuan estaban siempre alerta.
Por otra parte, ella nunca mostraba el más mínimo arrepentimiento por lo que había hecho. La única explicación de su conducta, cuando él se la requería, era un beso apasionado y un murmullo: "No puedo evitarlo, ¡te amo tanto...!"
- ¿Y qué ocurrirá si tu madre se entera? - le preguntó él una vez.
- Entonces tendrá que convertirte en su yerno - contestó Inging con una sonrisa. Tenía los nervios tan firmes como el cerebro.
- Hablaré con tu madre cuando llegue el momento - dijo Yuan, e Inging no insistió en la cuestión.
Había llegado el momento de la separación. Yuan le dijo a Inging que debía partir rumbo a la capital. Inging no se mostró sorprendida; expresó, con tono sereno:
- Vé, si es necesario. Pero la capital está apenas a unos pocos días de viaje de aquí.
Volverás en verano. Quiero que vuelvas. - Tan segura estaba de sí misma.
La noche anterior a su partida, Yuan se preparó para el encuentro habitual, pero, quién sabe por qué motivo, Inging no apareció.
Regresó para fines del verano, en una corta visita, antes de los exámenes imperiales de otoño. No había indicios de que la madre de Inging estuviese enterada de sus relaciones.
Se mostró tan cordial como de costumbre y lo invitó a hospedarse en la casa. Quizá tenía la idea de que podría casar a su hija con él.
Yuan se sintió encantado con la idea de poder ver a Inging durante el día. Pasaron una semana maravillosa. Ella había perdido su timidez ante él y en ocasiones podía verla jugando con su hermano menor, entrelazando briznas de hierba para hacer un bote que luego ponían a flotar en el arroyuelo del jardín trasero. Se sentía dichosísimo con ese amor secreto.
La felicidad de Yuan no pasó inadvertida para Yang. Cuando éste fue a visitar a su amigo en casa de Inging, presintió la situación sin que se la explicaran.
- ¿Qué ocurre aquí, Weichih? - preguntó Yang, llamándolo con su nombre de cortesía, y Yuan lanzó una sonrisa.
La madre también lo veía. La víspera de la partida de Yuan, interrogó a Inging acerca del joven, y la muchacha dijo con absoluta confianza:
- Volverá. Tiene que ir a rendir los exámenes nacionales.
Esa noche tuvieron una oportunidad para estar a solas. Yuan parecía desdichado y triste, y suspiraba continuamente, pero Inging tenía plena confianza en su amor. Esa era otra faceta de su carácter. La muchacha que se estremecía entre sus brazos se mostraba lúcida y nada sentimental en un momento de crisis. No pronunció palabras inútiles. Le dijo, serena:
- No te pongas como si esta fuera una despedida para siempre. Te esperaré.
La madre ofreció a Yuan una cena de despedida, y después pidió a Inging que tocara el chin para él. Yuan la había sorprendido en una oportunidad tocando a solas, pero cuando ella descubrió que la estaba escuchando interrumpió la ejecución y se negó a continuar, a pesar de los ruegos del joven. Pero esa noche consintió. Sentada ante el instrumento, con los rizos cayéndole de la cabeza inclinada, arrancó de aquél, lenta y pensativamente, las notas del Preludio a la Danza de la Capa de Nubes. Yuan permanecía sentado en éxtasis, absorto en la hermosa ejecutante y en su exquisita melodía. De pronto ella perdió el dominio de sí misma y se interrumpió y corrió a las habitaciones interiores. Su madre la llamó, pero no volvió a salir.
Los amantes se volvieron a ver una sola vez. Yuan fracasó en los exámenes. Quizás estaba demasiado avergonzado de sí mismo como para volver y pedir la mano de ella, pero ella le esperaba y no había nada que le impidiese hacerle una visita. Al principio le envió cartas; luego los intervalos entre una carta y otra se hicieron más grandes. La capital estaba apenas a unos días de viaje, pero Inging siempre encontraba explicaciones para su retraso y jamás abandonaba la esperanza.
En esa época Yang iba a visitar con bastante frecuencia a Inging y a su madre. La madre hablaba con él de Yuan, porque Yang era un hombre de más edad, casado, y ella le mostraba las cartas de su amigo. Yang se dio cuenta de que algo andaba mal. Tenía la idea de que su amigo estaba haciendo una nueva vida en la capital, porque Sian estaba llena de diversiones. Envió una carta a Yuan, y la respuesta no hizo más que aumentar sus preocupaciones. La joven convenció a su madre de que tomase la cosa del mejor modo posible, y le aseguró de que él se ocultaba hasta que pasase los exámenes de otoño. Entonces, con toda seguridad, aparecería.
Había llegado la primavera y se acercaba el verano. Un día Inging recibió un poema de Yuan, escrito en el lenguaje más equívoco. Hablaba de la felicidad de que habían gozado en el pasado y de sus ansias de verla, pero el significado entre líneas era claro.
Era un poema de despedida. Le enviaba algunos regalos y le hablaba de los tormentos que le imponía la separación de un año, comparándolos con los del Pastor y la Hilandera del Cielo, a quienes se les permitía encontrarse, con la Vía Láctea de por medio, sólo una vez al año. Pero, continuaba: "¡Ay!, en esta separación de un año,
¿quién sabe qué puede ocurrir al otro lado de la Vía Láctea? Mi futuro es tan incierto como el de las nubes, ¿y cómo puedo estar seguro de que serás tan pura como la nieve?
Cuando una flor de durazno se abre en primavera, ¿quién impedirá a los admiradores que le arranquen los rosados pétalos? Me siento dichoso por haber sido el primero en recibir tus favores, ¿pero quién será el afortunado que se llevará el premio? Ah, un año más que esperar, ¿y cuan largo me parecerá el tiempo antes de que haya pasado otro año? Antes que soportar esta interminable espera, ¿no sería mejor separarnos para siempre?"
Leído cuidadosamente, lo que el poema sugería era un absoluto absurdo - era un claro, injustificable insulto a la reputación de la joven. Cuando Yang vio a Inging con la carta en la mano, la muchacha tenía los ojos hinchados. Yuan debía de haberse vuelto loco, y simplemente estaba tratando de librarse de la situación. ¿Qué podía impedirle que fuera a verla, si la amaba? Y no tenía por qué culparla de lo que él mismo había hecho. Yang tomó una decisión.
- Señorita Tsui, tengo que ir a Sian por asuntos personales. Lo visitaré, y con gusto le llevaré alguna carta de usted.
Inging lo miró.
- ¿Sí? - preguntó serenamente. Yang se sintió sorprendido ante el tono calmoso con que lo había dicho -. Y no se preocupe por mí. Yo estoy bien - agregó -. Dígale que estoy bien.
Yang volvió y reunió su equipaje para el viaje a Sian, que en realidad emprendía por la joven. Quería averiguar la verdad de lo que ocurría y quizá cantarle cuatro frescas a Yuan. Como hombre de honor, Yuan debería haberse casado con ella, aunque Inging habría sido la última en exigírselo. Si fuese posible, a Yang le habría gustado llevárselo consigo de vuelta.
Tres días más tarde partió rumbo a la capital. Llevó una carta de Inging, que entregó a Yuan. Era tan sincera y concreta como digna en su defensa de sí misma:
"Me encantó recibir tu última carta y me conmovieron tus amorosos recuerdos. Me siento excitada y dichosa con el recibo de la caja de adornos para el cabello y los quince centímetros de barra de colorete. Aprecio esos previsores regalos, ¿pero de qué me servirán en tu ausencia? Te aproximan a mí y no hacen más que aumentar mis ansias de verte. Me alegro de que estés bien y en condiciones de proseguir tus estudios en la capital, y sólo siento lástima de mí misma, encerrada como estoy en este pueblecito. De nada sirve lamentarse del Destino. Estoy dispuesta a aceptar lo que me tenga reservado.
Te echo mucho de menos desde que partiste, en otoño. Trato de parecer feliz y alegre, cuando hay visitas, pero cuando estoy sola no puedo contener las lágrimas. He soñado a menudo contigo, y en el sueño somos tan dichosos juntos como en los viejos tiempos, y cuando despierto me aferró a las tibias mantas con una sensación de desolación. Siento que estás tan lejos de mí...
"Ha pasado un año desde que te fuiste. No puedo expresar con palabras mi agradecimiento de que en una ciudad alegre como Changan no hayas olvidado del todo a tu antigua novia. Pero siempre seré fiel a nuestra promesa. Fuimos formalmente presentados por mi madre, pero dadas las circunstancias perdí por completo el dominio de mí misma y me entregué por completo a ti. Sabes que después de la primera noche que pasamos juntos juré que jamás amaría a nadie sino a ti, y nos prometimos fidelidad durante toda la vida. Esa fue mi esperanza y nuestra promesa. Si cumples con tu juramento todo estará bien y yo seré la mujer más dichosa del mundo. Pero si desechas lo antiguo por lo nuevo y consideras que nuestro amor fue una cuestión casual, te seguiré amando, pero bajaré a mi tumba con un eterno dolor. Todo está en tus manos y yo no tengo nada más que decir.
"Cuídate mucho, por favor. Te envío un anillo de jade que usé en mi niñez, en la esperanza de que te sirva de recuerdo de nuestro amor. El jade es el símbolo de la integridad, y el círculo del anillo significa continuidad. Te envío también un cordón de hilos de seda y un arrollador de té, de bambú, manchado de lágrimas. Son cosas sencillas, pero contienen la esperanza de que tu amor será tan inmaculado como el jade y tan continuo como el anillo. Las manchas de lágrimas del bambú y la madeja de hilos serán recordatorios de mi amor y mis enmarañados sentimientos hacia ti. Mi corazón está junto a ti, pero mi cuerpo está lejos. Si el pensamiento ayudara, estaría a toda hora a tu lado. Esta carta lleva consigo mi ardiente anhelo y mi desesperada esperanza de que podamos volver a encontrarnos. Cuídate mucho, come bien y no te preocupes por mí."
- ¿Y bien? - Yang vio que el rostro de su amigo pasaba del rojo al blanco mientras leía la carta. Al cabo de una pausa, Yang preguntó: - ¿Por qué no vas a verla?
Yuan tartamudeó alguna excusa acerca de sus estudios y de que se sentía desdichado.
Yang leyó claro en él.
- No te estás portando bien con ella - declaró Yang -. Díme qué ocurre.
- No estoy preparado aún para casarme. Tengo que dedicarme a mi carrera escolástica.
Es cierto, he tenido relaciones con ella. Ella vino hacia mí - no creo que una locura de juventud tenga que obstaculizar mi carrera.
- ¿Locura de juventud?
- Sí. ¿No te parece que cuando un joven ha hecho algo que no debería, lo único que puede hacer es terminarlo?
Yang se encolerizó.
- Puede que para ti se trate de una locura de juventud. ¿Pero y qué hay de la muchacha que te escribe esa carta?
El rostro de Yuan expresó gran turbación.
- Un joven puede cometer errores, ¿no es cierto? Y no debe perder su tiempo con mujeres. Debe...
- Weichih - dijo Yang -, si has cambiado de idea, no trates de moralizar al respecto.
Permíteme que te diga cuál es mi opinión. Creo que eres la persona más moralista y más egoísta que he conocido.
Yang se sentía convencido de que su amigo no era sincero con él, de que había otro motivo. Se quedó en la capital una semana, y tuvo tiempo de enterarse de lo que hacía Yuan. Tenía un amorío con cierta señorita Wei de una familia adinerada.
Profundamente disgustado, Yang regresó a Pucheng.
La tarea de comunicar las noticias a la joven le resultó dificilísima. Temió que la información la hiriese terriblemente. Previamente habló con la madre.
- Bien - dijo Inging cuando lo vio -, ¿me ha traído una carta?
Yang guardó silencio. No podía decirlo, y mientras trataba de buscar las palabras adecuadas, vio que el semblante de la joven cambiaba. En ese instante vio que los profundos ojos negros de Inging se tornaban brillantes y penetrantes, como los de una mujer que entiende, no sólo su situación, sino toda la vida y la eternidad; o como los de una mujer que ha sido abandonada, no por un amante, sino por diez. Su mirada ardía, y Yan bajó instintivamente la suya.
- Bien - dijo al cabo -, ese poema que le envió era un poema de despedida.
Inging se quedó inmóvil y muda durante cinco segundos. Yang temió que se desmayara. Pero algo orgulloso y duro había en sus palabras cuando dijo:
- ¡Así sea! - Se volvió bruscamente para salir de la habitación. Cuando llegaba a la puerta, Yang oyó su risa histérica. Su madre corrió tras ella, y durante cinco minutos Yang pudo escuchar la risa resonando en el interior de la casa.
Yang se sintió grandemente preocupado, pero al día siguiente se enteró por la madre, para su gran alivio, que la joven estaba bien, que después de su momento de histeria se había mostrado tan orgullosa y silenciosa como una reina. Había dado su consentimiento al matrimonio con un primo por la rama materna, llamado Cheng, que hacía tiempo solicitaba la unión. Inging y Cheng se casaron en la primavera siguiente.
Un día Yuan se presentó en la casa y pidió verla, como primo lejano que era. Inging se negó a verlo, pero cuando Yuan se disponía a irse salió de atrás del tabique.
- ¿Por qué vienes a molestarme? Te esperé y no volviste. Nada tenemos que decirnos.
Ya me he olvidado de eso, y tú también deberías olvidarlo. ¡Vete!
Yuan partió sin decir una sola palabra, e Inging cayó al suelo, desvanecida.