Al levantarse Blanca observa a su madre en la cocina, mira sus juguetes, hoy no los quiere, los regaña porque anoche no se acostaron con ella. Después de bañarse, va a su ropero, mira muy feo sus trajes, le tiene preferencia al vestido blanco que le regaló la madrina para su cumpleaños. La madre de cuando en cuando la llama, para asegurarse de su presencia, quizá de su realidad o de su demanda ante el auxilio de crecer y hacerse mujer en el dulce cuerpo de niña reposada.
Ella se despereza y curiosea el trabajo de papá. Blanca, se ve un momento en la sombra de su cuarto y siente el aire que pasa por sus mejillas, porque nadie sabe en dónde empieza la ira o la resignación.
Blanca piensa y dice: – cuando estoy sola me parece que soy dueña de las flores y de los arbustos que crecen en el jardín de la casa, quiero cuidarlos con el arrullo de mis palabras.
En la calle escucha pasos diminutos y con gestos de mujer grande, Blanca mira sus manos y con ellas quiere rasguñar todo lo que encuentra a su paso.
Al salir a la calle Blanca va de la mano de su madre, un viento fuerte la besa y piensa para sí: aquí veo todo viejo y nada me gusta, cuando me asomé por la ventana oí que algo crujia afuera entre las flores y entre los arbustos, ahora veo que el viento cambió el sitio de mis juguetes, no me gusta y ya… ahora estoy en silencio; sin embargo, escucho por los pasos que dejé en la casa, noto que la brisa de la mañana es igual que la de la tarde, veo que no ha cambiado la calle, porque veo cosas feas; ahora recuerdo, la pelota la dejé debajo de la cama, le dí una patada y no lloró.
No sé cuántos pasos recorrí de la casa al consultorio, todavía no cuento bien, me como el 7 no sé por qué ¿será que no lo quiero? En medio de la multitud veo la comunicación en silencio y muchos rostros en el aire, Blanca le dice a su madre, quien va con su vestido blanco y su risa nerviosa… ¡mamá, mamá! Quiero adornar mi cabeza, ir a un circo en donde dicen que se mete un león, porque mi abuelo me ha contado el cuento del león y el perrito, me gustó cuando dijo que un niño quiso ver la jaula, dejó su perrito y el león no se lo comió, lo dejó en dulce compañía… ¿por qué soy así? La madre la lleva de la muñeca de su mano izquierda, la mira, le limpia el delantal azul y mira su reloj, falta un cuarto para las ocho, el tiempo es reducido aquí… nena, no moleste tanto que oigo voces y las melodías están en los cristales, pero calladas porque pasan con el humo de cigarrillos de muchos fumadores ¿será eso lo que no me gusta?
¿ Qué hora es?
– Las ocho menos cinco
Amparito, más conocida como Alma espera la buseta, Calle 13, avenida las Américas, Abastos… Como de costumbre, pasan llenas, la gente parece ganado atropellado por los tiempos y por falta de tiempo… Ya voy a coger la buseta, veo al pie mío una dama, ella va con delantal con bolsillos adelante, pantalón azul desteñido, tenis; además, es gorda y joven, va con dos cánastos en un brazo y nos subimos a la buseta sin hablarnos.
Al rato de ir de pie en la buseta, Alma con una bolsa con bananos, la caja de lustrar zapatos y un bolso con libros a la espalda, se sube un gran señor encorbatado y dice:
_ ¡No se para qué dejan subir plazunas!
Nadie dice nada. El conductor sigue con y recogiendo gente atropellada dentro del vehículo que se dirigen a sus trabajos en distintas partes de la ciudad. Poco a poco la buseta queda con solo seis pasajeros. En la calle 13 con carrera 29 se baja Alma, el conductor le tiene paciencia, pues ve que lleva: bananos, la caja de lustrar zapatos y un bolso a las espaldas con libros, parece un fantasma en la ciudad viendo vidrios, gente sucia y limpia, transcita por los andenes, la calle está en silencio.
Al llegar Alma, al anhelado sitio de atención médica, baja la caja de lustra, la pone en el suelo, junto a los bananos y al bolso con libros.
Abre el bolso, saca un libro que tiene ajado, titulado la “Ciudad Amarilla” del autor español Julio Manegat.
Alma, continúa en la página que tiene marcada cuidadosamente mientras espera a la odontóloga para medirse sus muelas, lleva varios años así y no le ha importado. Nadie le ha dicho que se preocupe por estar bien para las invitaciones con la clase que llaman social. Va leyendo en la página 105. Siente la compañía de taxistas y disfruta las aventuras citaolicas de calles españolas que no conoce.
Llega una nena linda y pura, vestida de blanco y de nombre Blanca, lleva una cadena de color amarillo, delantal azul a cuadros, va con su señora madre. La niña se fija en la lustrabotas, sin que ella se de cuenta, la niña le da una patada a la caja de lustrar, le mira la cara a la dueña y le dice:
– Vieja cochina, usted huele a feo.
– ¡Niña! usted también huele a feo, por eso esta mañana la bañaron, le contesta la señora.
La niña no dice nada, mira a la señora, la ve despeinada, sin dientes, sin maquillar, pero con unas botas negras más brillantes que el sol. La niña no le quita la mirada, la ve leyendo, se retira por unos minutos, vuelve y se le acerca, no le dice nada; pero al levantar la cabeza la señora, la niña le escupe la cara. De inmediato la madre le da una palmada en la cadera, ella suelta un grito con llanto, pero el grito va lleno de violencia… Muy pocas personas se encontraban en el salón esperando una atención. En esos instante entra un señor vestido de blanco como un copo de nieve, está haciendo frío, parece que va a llover, la niña lo coge y le dice:
– ¡Doctor! péguele a mi mamá, porque me pegó…
– ¿Por qué te pegó tu mamá, nena?
– Doctor, porque le escupí la cara a esa señora fea.
El médico se va para su consultorio con la señora y la niña, él le da consejos y le habla sobre el respeto a los demás.
Pero curiosamente al salir la niña con su mamá de la mano, ella ve a Alma sentada en el consultorio odontológico, va se arrodilla y sale como si un ángel hubiera pedido perdón.
14 de noviembre de 2001
ALMA DE LA CALLE