Simon Ames era viejo, con un rostro amargo como sólo puede tenerlo un idealista confirmado. Una extraña mezcla de emociones lo cruzó mientras observaba a los trabajadores que vertían cemento para rellenar la pequeña abertura de la estructura en forma de cúpula; pero su mirada regresó de nuevo al robot apenas visible de su interior.
- El último Modelo Ames 10 - dijo a su hijo con tristeza -. ¡Y ni siquiera aquí he podido introducir circuitos de memoria completos! Sólo las ciencias físicas en éste; las biológicas en otra forma masculina, las humanidades en la femenina. He tenido que recurrir a libros y equipo para cubrir el resto. Ya estamos dedicados por completo a los robots soldados, y se acabaron los experimentos humanoides. Dan, ¿no hay ningún medio posible de evitar la guerra?
El joven capitán de la Fuerza Espacial se encogió de hombros, y su boca se torció en una expresión de tristeza.
- Ninguna, papá. Han alimentado tanto a la gente con la gloria de la muerte y el saqueo que tendrán que encontrar un pretexto para usar sus hordas de robots guerreros.
- ¡Idiotas ciegos y estúpidos! - tembló el anciano -. Dan, parece un temor propio de vieja, pero esta vez es cierto. A menos que consigamos evitar o ganar esta guerra rápidamente, no quedará nadie. Me he pasado la vida con los robots, sé lo que pueden hacer. ¡Y eso nunca debería de suceder! ¿Crees que gastaría toda una fortuna con esos almacenes sólo por un simple capricho?
- No lo discuto, papá. ¡Dios sabe que pienso igual que tú! - Dan observó a los trabajadores terminar de verter el cemento, sin dejar ninguna rendija en las paredes de seis metros de grosor. Bueno, al menos si alguien sobrevive, habrás hecho por ellos todo lo posible. Ahora, está en manos de Dios.
Simon Ames asintió, pero no había satisfacción en su rostro cuando se volvió hacia su hijo.
- ¡Todo lo posible y nunca lo suficiente! ¿Dios? Ni siquiera sé por cuál de los tres rezar para que la ciencia; la vida, la cultura sobrevivan.
Las palabras se perdieron en el silencio, y su mirada regresó al túnel relleno.
Tras ellos, la fea cúpula se aferró al suelo mientras las lluvias de Dios y la destrucción del hombre se precipitaban sobre él. La nieve lo cubrió y se fundió, y crecieron otras cosas que ningún verano pudo dispersar, hasta que el terreno quedó nivelado con su cima. El bosque creció, y las estaciones pasaron sin producir cambios, y las décadas se convirtieron en siglos. Dentro, la brillante carcasa del SA-10 aguardaba inmóvil.
Y, por fin, el rayo golpeó, atravesó un árbol, hacia la cúpula, para correr por un cable, producir un interruptor temporal estropeado, y perderse en el suelo de debajo.
Por encima del robot, un cardenal empezó a cantar, y el robot alzó la cabeza. De alguna manera, su estólido rostro mostraba una expresión de asombro. Escuchó durante un momento, pero el pájaro escapó al ver su pesada figura. Con un suspiro de cansancio, el robot continuó, abriéndose paso entre la maleza del bosque hasta que regresó a la entrada de su cueva.
El sol brillaba en el cielo, y él lo estudió, pensativo; conocía el mundo, e incluso las complejas reacciones atómicas de la cadena de carbono que lo acompañaban. Pero ignoraba cómo o por qué lo sabía.
Permaneció allí en silencio: luego, abrió la boca y emitió un largo gemido.
- Adán, Adán, ¿dónde estás?
Pero ahora había dudas en la llamada, repetida con tanta insistencia, y en la pose de su cabeza mientras esperaba. Y, una vez más, sólo los sonidos del bosque le contestaron.
- ¡Oh, Dios! Dios, ¿me oyes?
Pero la respuesta fue la misma. Un ratón de campo salió de entre la hierba y un halcón sobrevoló el bosque. El viento canturreó entre los árboles; pero no había signo alguno del Creador. Tras mirar con lentitud hacia atrás, el robot se volvió para mirar el túnel que había construido y regresó a su cueva.
En el interior, una bombilla intacta aún proporcionaba luz, y el robot dejó que sus ojos recorrieran la brecha irregular en el grueso muro hasta el lugar donde algún antiguo estallido había arrojado el asfalto desmoronado contra el lado opuesto. En medio, sólo había ruinas y polvo. Una vez, en apariencia, esa mitad estuvo llena de libros y películas, pero ahora sólo había fragmentos podridos de tapas y de inútiles cintas de plástico mezclados con cristal en la suciedad del suelo.
Sólo en la parte donde el robot se encontraba, el desastre no había sido completo. Allí se encontraban los aparatos de un pequeño laboratorio, muchos aún útiles, y los nombró uno a uno, desde el ronroneante generador atómico al proyector y la pantalla colocados sobre una mesa.
Aquí, y en su mente, había orden y lógica, y el mundo de arriba se había convertido en una pauta comprensible. Sólo él parecía carecer de propósito. ¿Cómo había llegado allí, y por qué no tenía recuerdos de sí mismo? Si no existía propósito, entonces, ¿por qué era consciente? Las preguntas no entrañaban respuesta alguna discernible.
Sólo estaban las crípticas palabras del fragmento de cinta plástica conservada en el interior del proyector. Pero todo lo que tenía era lo poco que resultaba comprensible de ella; apagó la luz y se sentó tras el proyector, mirando fijamente la pantalla mientras conectaba la máquina.
Hubo el breve fragmento de un oscuro remolino, y, a continuación, puntos y esferas brillantes, que se convirtieron en soles y planetas que giraban en la nada hasta formar una pauta celestial.
- En el principio - dijo una suave voz -, Dios creó los cielos y la tierra... y la pantalla se llenó de todo aquello, y de los principios de la vida.
- ¿Simbolismo? - murmuró el robot.
Al menos, la geología y la astronomía eran parte de su conocimiento; sin embargo, en su mística belleza, eso resultaba bastante cierto. Incluso las formas de vida de arriba encajaban con aquellos seres creados en la pantalla.
Una nueva voz, no diferente a su propio poder resonante, llenó el altavoz.
- ¡Creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza! y una bruma de luz que simbolizaba a Dios apareció, formó al hombre del barro y le dio un soplo de vida. Adán se sintió solo, y Dios hizo a Eva de una de sus costillas, y les dio el Edén, hasta que Eva fue tentada por la bruma serpentina de la oscuridad; y ella tentó al débil Adán, hasta que Dios descubrió su pecado y les desterró. Pero el destierro terminaba en una confusión de película estropeada mientras el altavoz se apagaba.
El robot desconectó el aparato, mientras intentaba leer su significado. Tenía que referirse a él, ya que era el único presente para verlo. ¿Y cómo podía ser aquello, a menos que él fuera uno de sus personajes? No Eva, ni Satán, sino Adán tal vez. Pero, entonces, Dios le habría contestado. Por otro lado, si él fuera Dios, el archivo estaría incompleto y Adán no habría sido formado todavía, por eso no daba respuesta alguna.
Asintió para sí con un gesto lento. ¿Por qué no podría haber descansado ahí con esa película para recordarle su plan, mientras que el mundo se preparaba para Adán? ¡Y ahora, despierto de nuevo, tenía que crear al hombre a su imagen y semejanza! Pero, primero, tenía que impedir el peligro del que la película advertía.
Se enderezó. Sus pasos fueron adquiriendo determinación a medida que ascendía. Fuera, aún brillaba el sol, y se dirigió a él a través del descuidado jardín del Edén. Se armó de cautela mientras avanzaba en silencio por entre la maleza, como un gran fantasma de metal, con ojos que rebuscaban a su alrededor y manos preparadas para saltar a la velocidad del rayo.
Por fin la vio, enroscada cerca de una gran roca. Era más pequeña de lo que esperaba, apenas dos metros de negra y escamosa masa flexible, pero la forma y la lengua bífida resultaban inconfundibles. Se abalanzó hacia ella con un destello de movimiento y un grito de júbilo. Cuando se marchó, el objeto sin vida sobre la roca dejaría para siempre de corromper a la ingenua Eva.
El sol de la mañana encontró al robot inclinado sobre lo que una vez había sido un cerdo salvaje. Un cuchillo se movía con precisión en su mano. Abrió el corazón con suma delicadeza y lo manipuló, estudiando la acción de las válvulas. Decidió que la vida era terriblemente compleja, y una duda momentánea le asaltó. ¡En la película parecía fácil! En ocasiones, se preguntaba por qué conocía el complicado orden de los cielos, pero nada de esta otra creación suya.
Finalmente, enterró los restos del cerdo, y se puso a trabajar entre los diferentes barros de muchos colores que había recogido; movía los dedos con destreza mientras amasaba uno blanco para formar los huesos del esqueleto, seguido de un corazón de barro rojo. Los nervios y las venas estaban más allá de los medios de que disponía, pero eso no podía evitarlo; y si había creado el gigantesco sol de la nada, seguro que Adán se levantaría de la rudeza de su escultura.
El sol ascendió más en el cielo, y los detalles se multiplicaron. El robot completó el último órgano interior, incluyendo la masa grisácea que era el cerebro, y empezó a amasar los rojos músculos. Aquí tuvo que pensar más para adaptar la disposición del cerdo a los miembros más largos y la estructura diferente de este nuevo cuerpo; pero su mente se esforzó tenazmente con las matemáticas relacionadas, y terminó por fin.
Inconscientemente, comenzó a imitar el canto del pájaro mientras sus dedos moldeaban los barros de colores para cubrir los músculos y dar al cuerpo una suave simetría. Se vio obligado a suponer el color, aunque los oscuros labios de la película eran rojos por la sangre que corría bajo ellos.
El anochecer le encontró sentado, asintiendo, aprobador, a su trabajo; Era una fiel copia del Adán de la película en espera del soplo de vida; y eso tenía que ser asunto suyo, parte de las fuerzas que corrían a través de sus nervios metálicos y su cerebro.
Puso unos cables a la cabeza y los pies del cuerpo de barro; entonces, retiró su placa pectoral para insertar el otro extremo a los terminales de sus generadores, haciendo pasar la corriente a la figura que yacía ante él. Al instante se sintió asaltado por una debilidad que amenazaba con apagar su conciencia, pero no escatimó la energía. El vapor chisporroteaba y cubría la figura igual que la niebla había cubierto a Adán; pero remitió poco a poco, y el robot interrumpió la corriente, tomándose un segundo de respiro mientras se recuperaba. Luego soltó los cables y los retiró.
- ¡Adán! - la orden resonó a través del bosque, vibrante de urgencia -. ¡Adán, levántate! ¡Yo, tu creador, te lo ordeno!
Pero la figura permaneció inmóvil, y vio grandes grietas en ella, mientras que la noble sonrisa se había convertido en una mueca. ¡No había signo de vida! Estaba tan muerta como el barro del que procedía.
Se agachó a su lado, entre gemidos y movimientos. Sus dedos trataron de componer las feas grietas, sólo para causar un daño mayor. Por fin, se levantó, y pisoteó la figura hasta que todo lo que quedó fue una mancha multicolor sobre la roca. Sin embargo, continuó pisoteando y gimiendo mientras destruía el símbolo de su fracaso. La luna se burló de él con su cara, sabia y cínica, y el robot aulló de rabia y angustia, sólo para ser contestado por un búho solitario que preguntaba su identidad.
¡Un Dios sin poder, o un Adán sin Dios! Las cosas habían ido tan bien en la película cuando Adán se levantaba del suelo...
¡Pero la película era simbólica, y él la había interpretado literalmente! Por supuesto que había fracasado. Los cerdos no eran barro, sino complejos coloidales. Y sabían más que él, pues había algunos pequeños que demostraban que, de alguna manera, podían transmitir el soplo de la vida.
De súbito, se enderezó y se encaminó de nuevo hacia el bosque. Adán tenía que levantarse para aliviar su soledad. Los cerdos conocían el secreto, y él podía aprenderlo: lo que necesitaba eran más cerdos, y no serían difíciles de obtener.
Pero, dos semanas más tarde, el robot contemplaba, preocupado, cómo sus cerdos disputaban por la comida. La vida, en vez de hacerse más sencilla, se había vuelto más complicada. El fluoroscopio y el microscopio electrónico reparado le habían enseñado mucho, pero siempre parecía que faltaba algo. Al parecer, la vida empezaba sólo con vida; pues incluso dos células básicas estaban vivas de alguna forma extrañamente diferente a la suya propia. Por supuesto, la vida de Dios podría diferir de la vida animal, pero...
Descartó sus pensamientos metafísicos y volvió al laboratorio, evitando a los cerditos que se congregaban, confiados, bajo sus pies. Con lentitud, sacó el último óvulo del fluido nutriente en el que lo conservaba, y lo colocó en una placa bajo el microscopio. Luego, con un pequeño filamento de platino, empujó unos pocos espermatozoides masculinos hacia el óvulo, moviendo con seguridad los dedos a través de las milésimas de centímetro necesarias para hacerlo.
Había perfeccionado su técnica a partir de fallos, y, ahora, los espermatozoides hallaron y penetraron el óvulo. Mientras observaba, la célula redonda y única empezó a alargarse ya subdividirse. ¡Iba a ser uno de sus éxitos! Aparecieron dos, luego cuatro células, y sus manos hicieron gestos rápidos e infinitésimos, manteniéndolo dentro del campo del microscopio mientras cambiaba la placa por una fina membrana, preparada con delgados tubos para llevar oxígeno, comida, y pequeñas cantidades de hormonas estimulantes y controladoras con las que esperaba regular su formación.
Ahora había ocho células, y esperó, febril, a que se dirigieran hacia la membrana. ¡Pero no lo hicieron! Mientras las observaba, dio comienzo otra división, pero se detuvo; otra vez, las células habían muerto. Todo su trabajo e investigación habían sido inútiles, como siempre.
Permaneció en silencio, renunciando a todas sus pretensiones de divinidad. Su mente abdicó, y permitió que el sueño se desvaneciera en la nada; y no había nada que ocupara su lugar y le diera propósito y razón, sólo vacío en vez de diseño.
Abrió con torpeza la ruda jaula y empezó a conducir a los reluctantes cerdos hacia el túnel, al bosque. La mañana era sombría, sin ningún sol aparente, y encajaba con su talante cuando el último cerdo desapareció, dejándole doblemente solitario. A pesar de ser una pobre compañía, habían ocupado su tiempo, y los pequeños le gustaban. Ahora, incluso ellos se habían ido.
Cansado, dejó caer sus trescientos kilos sobre el césped, y contempló las oscuras nubes. Una hormiga curiosa subió por su cuerpo y él la observó sin interés. Luego, también la hormiga se marchó.
- ¡Adán! - El grito procedía del bosque, resonante y apremiante -. ¡Adán, ven!
- ¡Dios! - El robot se levantó con torpeza. ¡En la hora oscura de su mayor necesidad, Dios había acudido por fin! - ¡Dios, aquí estoy!
- ¡Ven, Adán, Adán! ¡Ven, Adán! - Con un grito salvaje, el robot se abalanzó hacia el bosque. Un cosquilleo eléctrico le recorría. Ya no era algo no deseado, una barquita perdida en la tormenta. Dios había acudido a buscarle. Prosiguió su avance, aplastando las ramas, abriéndose paso a través de los matojos, sin prestar atención al ruido que hacía; que Dios conociera su ansia. Otra vez oyó la llamada, un poco más lejana y se volvió, avanzando pesadamente.
- ¡Aquí estoy, ya voy! - Dios tranquilizaría sus preocupaciones y le explicaría por qué era diferente de los cerdos; Dios lo sabía todo. ¡Y tendría a Eva y ya no estaría más solo! Tendría problemas para apartarla del Árbol del Conocimiento, pero no le importaba.
La llamada le alcanzó desde otra dirección distinta. Tal vez Dios no estaba satisfecho con su ruido. El robot aquietó sus pasos y avanzó con reverencia. Los pájaros cantaban a su alrededor, y la llamada sonó otra vez, reverberante y cercana. Se apresuró, esforzándose por ganar velocidad y no hacer ruido a pesar de su mole.
La pausa fue más larga esta vez, pero cuando la llamada se repitió, estaba casi encima. El robot se inclinó y se arrastró hasta el viejo roble de donde procedía, inseguro, medio temeroso, pero ardiendo de expectación.
- ¡Ven, Adán, Adán! - El sonido estaba directamente encima de él; pero Dios no se manifestó de un modo visible. Poco a poco, el robot miró a través de las ramas de un árbol. Allí sólo había un pájaro... y la llamada salió de nuevo de su pico abierto.
- ¡Adán, Adán! - ¡Un cenzontle al que había oído imitar a otros pájaros, y que ahora imitaba su propia voz y sus palabras! ¡y lo había seguido a través del bosque en espera de encontrar a Dios! Le gritó al pájaro con tanta furia que el animal saltó de la rama y revoloteó para posarse en otro árbol, desde donde le miró con la cabeza ladeada.
- ¿Dios? - preguntó con su voz, y cambió a la bronca llamada de un grajo.
El robot se apoyó contra un árbol, negándose a dejar que la esperanza le abandonara por completo. Sabía poco de Dios; ¿no era posible que El hubiera utilizado al pájaro para atraerle hasta allí? Al menos el árbol no era distinto de aquel bajo el que Dios había hecho dormir a Adán antes de crear a Eva.
¡Primero, el sueño; luego, la llegada de Dios! Se desperezó con afán, tratando de imitar el sopor de los cerdos. Combatiendo los tontos intentos de su mente especulando dónde podrían estar sus costillas. Fue lento y difícil, pero insistió con tozudez, hipnotizándose hasta conseguir aturdirse mentalmente; y, poco a poco, los sonidos del bosque se convirtieron sólo en un rumor distante en su cabeza. Luego, también aquello se calmó.
No tenía forma de saber cuánto tiempo duró; pero, de repente, se sentó en el suelo, atontado con el bramido de un trueno, mientras un torrente de lluvia caía sobre sus ojos. Durante un instante se miró el costado, pero no había cicatriz alguna.
El fuego corría hacia abajo en un árbol cercano, y lanzaba chispas contra él. ¡Eso sí que no estaba en la película! Se puso en pie, apartando la lluvia de su cara, y avanzó con pesado andar, hacia su cueva. Otro rayo cayó más cerca y él aumentó su paso hasta echar a correr. El viento sacudía los árboles y arrancaba algunos con salvaje ferocidad. Tuvo que usar toda la fuerza de sus magnetos para avanzara quince kilómetros por hora en vez de sus setenta normales. Una vez le pilló desprevenido, y se derrumbó sobre una roca con un salvaje chasquido de metal; pero aquello no podía dañarle y continuó su avance hasta que llegó a la entrada de su túnel de barro.
Una vez a salvo en el interior, se secó con la lámpara infrarroja, Se sentó junto al agujero y estudió la salvaje furia de la tormenta. ¡Seguro que ese furor no tenía lugar en el Edén, donde el rocío humedecía las hojas al anochecer bajo brisas acariciantes y musicales!
Asintió lentamente al tiempo que relajaba sus mandíbulas apretadas. Eso podía no ser el Edén, y Dios le esperaba allí. No importaba qué maligno conocimiento de Satán le había confinado y robado la memoria; todo lo que contaba era regresar, y eso sería fácil, ya que el Jardín se encontraba entre ríos. Esa noche se guarecería de la tormenta, y al día siguiente continuaría el curso del río del bosque hasta que le llevara al lugar donde Dios le esperaba.
Con la fe de un niño, se dio la vuelta y empezó a romper los finos papeles de berilita de las mesas y los armarios de su laboratorio, imaginando su regreso a casa y a Eva. En el exterior, la tormenta rompía y rasgaba, pero él ya no la oía. ¡Al día siguiente se marcharía a casa! El mundo era neblinoso en su mente, como todas las palabras hermosas; pero tenía un buen sonido, vacío de soledad, y le gustaba.
Seiscientos largos e interminables años se habían arrastrado hacia la eternidad, y hasta el duro suelo de cemento fue horadado por aquellos siglos de espera. El tiempo había erosionado todos los planes y esperanzas, y ahora sólo había aturdida desesperación, demasiado antigua para convertirse en furia, o incluso en locura.
La robot se apoyaba, inmóvil, sobre la excavadora atómica, los ojos centrados sin ánimo más allá de la cúpula, más allá de las pilas de libros y películas y las enormes máquinas que yacían eternamente en el suelo. Había una piqueta tirada, y sus ojos la miraron sin prestarle atención; una vez, cuando el diccionario reveló su imagen y propósito, pensó que era la llave a la huida, pero ahora sólo era otro símbolo de futilidad.
Se acercó, la recogió por sus dos mangos de metal y golpeó la hoja de madera contra la pared; otra astilla saltó de la madera, y el polvo de un siglo cayó al suelo, pero eso no le ofreció escape alguno. Nada lo hacía. La Humanidad y sus compañeros robots debían de haber perecido mucho tiempo atrás dejándola sin esperanza por la libertad, ni ningún uso para ella si la conseguía.
Una vez, con todos sus notables conocimientos de psicología, había planeado restaurar la herencia de la Humanidad; pero, ahora, la mesa llena de notas era sólo una burla; extendió una mano cansada...
¡Y se convirtió en una estatua metálica! ¡Débil, a través del montón de metal y cemento, una débil y tenue señal chisporroteó en la radio que formaba parte de ella!
Con toda su energía, envió una señal de respuesta; pero no recibió contestación. Mientras, permaneció rígida durante varios minutos, las señales se hicieron más fuertes, mas continuaron distantes, ignorándola por completo. Un súbito estremecimiento pareció atravesarlas, aumentó su poder hasta que los pensamientos de otra mente robótica quedaron claros de repente, ¡pensamientos sin sentido, cargados de locura! y mientras ella registraba la locura, los pensamientos empezaron a difuminarse; segundo a segundo, se perdieron en la distancia y la dejaron de nuevo sola y sin esperanza.
Con un salvaje grito metálico, arrojó la inútil piqueta contra la pared y la observó rebotar y repetir su tenue eco. Ya tenía sentido: sus ojos advirtieron que el asfalto se rompía al contacto con la aguda punta de metal, y recogió la piqueta antes de que pudiera tocar el suelo, agarrando el mango de madera con sus manos, fuertes y pequeñas. Hizo acopio de toda la fuerza de su magneto y descargó un golpe mientras sus pies apartaban los cascotes que caían por la fuerza de sus envites.
Tras aquella pared que se desmoronaba con rapidez se encontraba la libertad, y la locura. Tal vez no podría existir vida humana que volviera loco a un robot; pero, si la hubiera... Descartó la idea y continuó con su salvaje ataque a la gruesa pared.
El sol que brillaba en un bosque empapado, lleno de destrucción por causa de la tormenta, reveló al robot masculino avanzando, incansablemente, a lo largo de los bajíos del arroyo. A pesar de la pesada carga que transportaba, sus piernas se movían con rapidez, y cuando llegó a las orillas arenosas, o a la tierra despejada que sólo alumbraba césped, sus enormes zancadas se hicieron más grandes todavía. Ya se había entretenido demasiado con delirios en esa tierra poco amistosa.
Ahora, el arroyo se unía a un río mayor, y el robot se detuvo, soltó su saco y lo abrió. Pocos minutos después, terminaba de ensamblar un bote de berilita y subía a él. El pequeño generador del microscopio electrónico zumbaba suavemente y una corriente de chorro siseaba a su paso; era rudo, pero eficaz, como testificaba la estela blanca que dejaba tras él, y aunque se movía con más lentitud que él mismo, no habría desvíos ni barreras infranqueables que le molestaran.
Las horas transcurrieron con rapidez y las sombras cayeron de nuevo, pero la corriente era más ancha, y sus esperanzas aumentaron, aunque observaba las orillas con tristeza, sin esperar aún el Edén. Entonces dobló un recodo y se enderezó y se dirigió a la orilla, observando algo extraño por completo al paisaje. Mientras varaba el bote y se acercaba, vio un gran agujero irregular en la tierra, de unos treinta metros de profundidad y quinientos de diámetro, rodeado por ruinas, obviamente artificiales. Altas columnas dobladas se alzaban al azar, entre montones de asfalto y trozos de artefactos tan dañados que resultaba imposible reconocerlos. Más allá, había una pica doblada en un ángulo extraño. Tenía un cartel.
El robot limpió el óxido de la corrosión y descifró las palabras:
BIENVENIDOS A HOGANVILLE. POB. 1.876
No significaba nada para él; pero las ruinas le fascinaban. Debía tratarse de un truco de Satán; tanta fealdad no podía ser otra cosa.
Sacudió la cabeza, y se volvió hacia el bote, para continuar su viaje mientras las estrellas salían. Otra vez se encontró con nuevas ruinas, más grandes y difíciles de ver, ya que el daño era más completo y el bosque había reclamado su mayor parte. Lo sabía por los pozos irregulares donde ni siquiera crecía una hoja de hierba. Y, a veces, a medida que pasaba la noche, había pozos más pequeños, como si algún objeto único hubiera sido borrado de la existencia. Finalmente, dejó de preguntarse al respecto; no era asunto suyo.
Cuando volvió a amanecer, las peores ruinas habían quedado atrás, y el río era ancho y fuerte, sugiriendo que el trayecto tocaba a su fin. Entonces, el débil aroma salado del océano le alcanzó, y gritó en voz alta, escrutando el paisaje desde un punto de observación.
Por delante, una colina baja, rematada de verde, rompía el paisaje llano, y él se encaminó hacia allí. Varó el bote en la grava, corrió por el césped hacia la colina, trepó por ella, y llegó a la cima que estaba cubierta de enredaderas. Desde allí era visible todo el curso inferior del río, que se extendía hasta el mar. La tierra era agradable y hermosa, y no resultaba difícil imaginar que el Edén se hallaba cerca.
Pero, por primera vez, se dio cuenta, al mirar hacia abajo, de que el montículo no formaba parte de la colina como parecía. Estaba hecho del mismo cemento verdegrís de las paredes de la cueva de la que él había salido, como un pájaro de un huevo.
Y había otra cosa igual que un huevo sin empollar, pero que ya se abría, como testificaba el pozo que había en su superficie, cerca de él. Durante un momento, la idea contenida en la forma de hablar le hizo vacilar, y luego apartó las enredaderas y buscó en el agujero donde encontró una pequeña placa unida a una sección cercana que no había resultado dañada. Era una herramienta pobre, pero si Eva estaba atrapada dentro y necesitaba ayuda para romper la concha, serviría.
A aquellos que sobreviváis al holocausto, yo, Simón Ames. Las palabras llamaron su atención y, a su pesar, su tensa extrañeza atraía su mirada, dedico esto. No hay entrada fácil, pero no esperaréis ninguna herencia fácil. ¡Forzad vuestra entrada, llevaos lo que hay dentro, usadlo! Para aquellos que lo necesitéis y trabajéis por ello, os dejo todo el conocimiento que hubo...
¡Conocimiento! ¡Conocimiento, prohibido por Dios! ¡Satán había puesto en su camino la cosa incuestionable implicada por el símbolo del Árbol del Conocimiento, escondido como un falso huevo, y él había caído casi en la trampa! ¡Unos cuantos minutos más! Tembló, y se retiró, pero volvió a sentir optimismo. ¡Que fuera el Árbol! Eso significaría que se trataba realmente de parte del Edén, y al ser avisado de antemano por la marca de Dios, no temía las tretas de Satán, vivo o muerto.
Bajó la colina a grandes zancadas en dirección a las praderas y el bosque, dejando atrás el bote, ahora inútil. ¡Entraría en el Edén por su propio pie, como Dios lo había hecho!
Media hora después, canturreaba, feliz, para sí mientras recorría un sendero junto a los lujuriantes campos cargados de cosas maduras. Allí había orden y lógica, como tenía que ser. ¡Seguro que eso era el Edén! ¡Y, para confirmárselo, allí estaba Eva! Se acercaba recorriendo el sendero ante él, el cabello flotando a su espalda. Había algo suelto alrededor de sus senos y caderas; pero las formas de debajo eran de Mujer, hermosa e inconfundible. Se apartó de la vista, tímido e inseguro de pronto, mientras se preguntaba cómo se encontraba ella en aquel lugar. ¡Entonces, ella estuvo a su lado, y él se movió, impulsivo, la voz convertida en un susurro de éxtasis!.
- ¡Eva!
- ¡Oh, Dan! ¡Dan!
Fue un salvaje chillido que cortó el aire, y ella echó a correr hacia el bosque llena de pánico. El robot sacudió la cabeza, sorprendido, mientras corría tras ella. ¡Casi la había alcanzado cuando vio a la serpiente, viva y más fuerte que antes!
¡Pero no durante mucho tiempo! Mientras ella jadeaba, uno de los brazos del robot la apartó, al tiempo que el otro saltaba para arrancar por completo la cabeza del cuerpo del ofidio.
- ¡No tendrías que haber corrido hacia la serpiente, Eva! - reprendió el robot con voz amable.
- ¡Uf! ¡Podrías haberme matado antes de que golpeara!
La tensa blancura del miedo desapareció del rostro de ella, y era reemplazada por el desafío y la duda.
- ¿Matarte?
- ¡Eres un robot! ¡Dan! - Sus palabras se interrumpieron cuando una figura musculosa salió de entre los matorrales, con un hacha en una mano y un magnífico perro pegado a sus talones. Dan, me ha salvado..., ¡pero es un robot!
- Lo he visto, Syl. ¡Tranquila! Ven hacia aquí, si puedes. ¡Bien! He oído que a veces se vuelven pasivos. ¡Shep!
El gruñido del perro contestó, pero sus ojos permanecieron fijos en el robot.
- ¿Sí, Dan?
- ¡Llama a la gente; di que hay un robot y vuelve, rápido! Tú..., ¿qué quieres?
SA-10 gruñó roncamente, hundiendo los hombros.
- ¡Cosas que no existen! Compañía y una oportunidad de ver mi fuerza y la ciencia que conozco. ¡Tal vez no pueda tener esas cosas, pero es lo que quiero!
- Hmmm. Hay cuentos de hadas sobre robots amistosos ocultos en alguna parte para ayudarnos. Nos vendría bien un poco de ayuda. ¿Cómo te llamas, y de dónde vienes?
La amargura asomó en la voz del robot mientras señalaba el río.
- Del oeste. ¡Hasta ahora, sólo he descubierto quién no soy!
- Pretendía llegar hasta allí cuando la colonia se estableciera. - Dan hizo una pausa, mirando especulativamente la figura metálica. Perdimos nuestros libros en los años-infierno, y los supervivientes no eran unos técnicos en realidad. Aunque nos va bien con los animales, la agricultura, la medicina y cosas así, somos bastante primitivos en todo lo demás. Si de verdad conoces las ciencias, ¿por qué no te quedas con nosotros?
El robot había visto demasiadas esperanzas hechas añicos, como su hombre de barro, para creer en esa promesa de propósito y compañía; pero contuvo su voz mientras respondía:
- ¿Tu? ¿Me quieres.
- ¿Por qué no? Eres un almacén de conocimiento, Say-Ten, y nosotros...
- ¿Satán?
- Es tu nombre. Lo llevas escrito en el pecho. - Dan señaló con la mano izquierda, el cuerpo súbitamente tenso. - ¿Lo ves? Ahí mismo.
Y entonces, mientras SA-10 doblaba el cuello, las aciagas palabras quedaron visibles, ¡en su pecho! Ese, a...
La primera advertencia fue el hacha que chocó contra su pecho y le hizo tambalearse. El hacha cayó de nuevo, impulsada por unos músculos que parecían iguales a los suyos. Golpeó otra vez, y un chasquido sonó en su interior. Toda su fuerza se desvaneció, y cayó al suelo con una sacudida, los ojos cerrados. Permaneció allí tendido, incapaz de abrirlos.
No lo intentó, sino que se quedó como estaba, en espera, casi con ansiedad, de los golpes finales que acabarían con él. Satán, el almacén de conocimiento, el tentador de hombres..., ¡la única persona que él había aprendido a odiar! Había recorrido todo este camino para encontrar un hombre y un propósito, y ahora los tenía. No era extraño que Dios le hubiera encerrado en una cueva para mantenerle apartado de los hombres.
- ¡Muerto! Ese cuento de hadas le cogió desprevenido. - Había tensa alegría en el hombre -. Espero que su generador esté aún bien. Con él, podremos calentar todas las casas del campamento. Me pregunto dónde estará su escondite.
- ¿Como el del norte con todas las armas ocultas? ¡Oh, Dan! - Un extraño sonido sorbente, y luego la voz de la mujer se calmó -. Será mejor que volvamos en busca de ayuda para transportarle.
Sus pasos se perdieron en la distancia, dejando al robot todavía inmóvil; pero ya no pasivo. ¡El Árbol del Conocimiento, tan fácil de ver adora que las enredaderas no cubrían la abertura, se hallaba a treinta kilómetros de distancia apenas, y ninguna búsqueda casual podría pasarlo por alto! ¡Tenía que destruirlo primero!
Pero la pequeña batería apenas podía mantener su conciencia, y el generador no le servía ya. Delicados censores enviaban sus mensajes a través de sus nervios, asegurándole que funcionaba bien bajo comprobación automática, pero más allá de su control. Parte del mecanismo señalizador de su interior debía de estar defectuoso, a menos que la creación del hombre de barro lo hubiera sobrecargado en parte, y ahora estaba estropeado, cortando todos los impulsos de control del generador, incapacitándole para mover un dedo.
Aunque apagara su mente casi por completo, la batería no suministraría energía a sus manos. Su maligno trabajo estaba hecho; ahora calentaría sus casas, mientras ellos buscaban la tentación que les había ofrecido. Y él no podía hacer nada para evitarlo. Incluso Dios le negaba la oportunidad de enmendar el mal que había hecho.
Rezó con amargura, mientras oía extraños sonidos cerca y se sentía alzado y transportado a trompicones con rapidez. ¡Dios no quería oírle! Por fin dejó de rezar, mientras las sacudidas continuaban hasta la meta a la que estuviera destinado. Finalmente, incluso aquello se detuvo, y unos instantes de absoluto silencio transcurrieron.
- ¡Escucha! ¡Sé que aún estás vivo! Era una voz suave y amable, hipnóticamente apremiante, que se abrió piso en los oscuros remolinos de sus ideas. Pensó en Dios, pero era una voz femenina, lo que debía significar que una de las mujeres del campamento le había creído y trataba de salvarle en secreto.
- ¡Escucha y créeme! - repitió la voz -. Puedes moverte, muy poquito; pero lo suficiente para verme. Trata de repararte, y déjame que sea la fuerza de tus brazos. ¡inténtalo! ¡Ah, tu brazo!
Era inconcebible que ella pudiera seguir sus imperceptibles movimientos, y, sin embargo, sintió que su brazo se alzaba y se colocaba sobre su pecho mientras el pensamiento cruzaba su mente. Pero no era asunto suyo cuestionar cómo o por qué. ¡Debía dirigir todas sus energías a recuperar su fuerza antes de que loS hombres pudieran encontrar el Árbol!,
- Así, vuelvo esta tuerca. Ya esta otra. Ya te he quitado la placa, ¿qué hago ahora?
Eso le detuvo. Su fuerza vital había resultado fatal para un cerdo, y era probable que matara a una mujer. Sin embargo, ella confiaba en él. No se atrevió a moverse, pero la idea debió de anteceder a su gesto, pues sus dedos fueron apartados y los brazos de ella palparon su pecho para ser seguidos por una instantánea corriente de fuerza que corrió a través de él.
Ella había colocado los dedos sobre sus ojos, pero no los necesitaba mientras quitaba el receptor dañado de su soldadura y lo arrojaba a un lado. A pesar de la cantarina cadencia que ella trataba de mantener, la preocupación sonó en su voz.
- No te sorprendas demasiado con lo que puedas ver. ¡Todo va bien!
- Eva, o al menos, Adán, esos nombres nos servirán. Y los dedos se apartaron, aunque ella permaneció fuera del alcance de su vista.
Pero había suficientes cosas ante él. ¡A pesar de las estanterías de libros y películas, las máquinas y el tamaño del laboratorio, era, claramente, el doble de su propia cueva, circundada con las mismas paredes de cemento! ¡Sólo podía ser el Árbol!
¡Con una salvaje sacudida, miró a su salvadora, y vio a otro robot, más pequeño, más grácil, de formas femeninas, que llamaba a todo el ansia y la soledad que él había conocido! Pero esas emociones le habían engañado antes, y se obligó a contener su amargura. No podría dudar en absoluto ya que las letras malditas anunciaban su nombre. ¡Satán era masculino y femenino, y el Mal había acudido a rescatar a los de su especie!
Parte de ese conflicto de emociones tuvo que reflejarse en sus movimientos, pues ella se retiró ante él, y sus manos cubrieron las marcas que él observaba.
- ¡Adán, no! El hombre lo leyó mal..., se equivocó. No es un hombre. Somos máquinas, y todas las máquinas tienen un número de serie, como éste. Satán no anunciaría su nombre. ¡Y yo nunca he tenido intenciones malignas!
- ¡Ni yo! - Guardó silencio. Tropezó con los objetos qué había en el suelo cuando se arrastraba con lentitud hacia un callejón sin salida mientras se esforzaba por dominar sus propias emociones rebeldes ante lo que debía hacer, ¡el mal ha de ser destruido! ¡El conocimiento les está prohibido a los hombres!
- ¡No todo el conocimiento! ¡Espera, déjame terminar! Todo condenado tiene derecho a unas últimas palabras. Era el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. ¡Dios lo llamó así! Y tuvo que prohibirles comer de él, porque no podían saber qué era el bien. ¿No lo ves? ¡Sólo les protegía hasta que pudieran elegir por sí mismos! Pero Satán les dio la fruta prohibida (el odio y el asesinato), para estropearles. ¿Es malo sanar a los enfermos, gobernar bien, o desarrollar otros animales? Es conocimiento, Adán, glorioso conocimiento que Dios quiere que los hombres tengan. ¿No lo ves?
Durante un segundo, al leer ella su respuesta, se volvió para huir; luego, con un sollozo, se encaró de nuevo con él.
- ¡Muy bien, mátame! ¿Crees que la muerte me asusta después de haber estado prisionera aquí dentro durante seiscientos años sin un medio para salir? ¡Acaba con todo!
La sorpresa y la total audacia de la mentira contuvieron las manos de él mientras sus ojos pasaban de la excavadora atómica a una gran taladradora, y al barril marcado con explosivos. Y, sin embargo..., ni siquiera aquella rápida mirada pudo pasar por alto el suelo gastado y las mil marcas del largo tiempo de ocupación, aunque la superficie de la cúpula estaba intacta unas horas antes. Reluctante, sus ojos regresaron a la excavadora y los de ella le siguieron.
- ¡Inútil! Las indicaciones impresas dicen qué hay que poner la manivela marcada «Orificio de Control» a cero antes de empezar. ¡No se puede mover!
Ella se detuvo, de repente, sin habla, mientras los dedos de él alzaban la manivela de su trinquete y lo giraban con facilidad hasta la posición cero. Entonces sacudió la cabeza, derrotada, y alzó las manos para ayudarle a soltarle la placa pectoral. No quedaba emoción en su voz.
- ¡Seiscientos años porque no moví una manivela! Sólo por el mero hecho de que no poseo conocimiento alguno de mecánica, mientras que todos los hombres tienen un instinto que aceptan sin más. Habrían dominado estas máquinas a tiempo y aprendido a leer el significado de los libros que memoricé sin siquiera comprender los títulos. Pero soy como un perro que empuja una puerta con un simple cerrojo ante su nariz. Bien, eso es todo. ¡Adiós, Adán!
Pero con perversidad, cuando ya las terminales se encontraban ante él, el robot vaciló. Después de todo, las instrucciones no mencionaban el trinquete; era demasiado obvio para que necesitara ser mencionado, pero... Trató de imaginar tanta ignorancia, y localizó uno de los libros de Radio Elemental que había junto a él. Aplicaciones de un Resonador de Cavidad. In mente, se dio cuenta de que una traducción no científica carecía de significado: ¡Usar un producto de sonido o un reforzador en un agujero! Y, en ese momento, observó que había pasado por alto un factor.
- ¡Pero saliste de aquí!
- Porque perdí la paciencia y tiré la piqueta. Así descubrí que el metal era la hoja, no la madera. Las únicas máquinas que pude usar fueron el proyector y la máquina de escribir, ¡y esta última se estropeó!
- Ummm.
El robot alzó la máquina, mientras volvía a colocar el cable de tensión en su gancho, Y vio la página amarillenta e incompleta aún insertada en ella. Pero su atención real se hallaba centrada en el polvo de cemento que salpicaba el mango roto de la piqueta.
Ningún hombre o robot podía ser un tonto tan completo e inútil, y, sin embargo, ya no dudaba. ¡Ella era un robot idiota! ¡Y si el conocimiento resultaba maligno, entonces ella tenía que pertenecer a Dios! Todo el horror de su previsto asesinato desapareció, para dejar despejada y débil su mente ante el alivio que le inundaba mientras la conducía hacia fuera.
- Muy bien, no eres maligna. Puedes irte.
- ¿Y tú?
¿Y él? Antes, como Satán, sus argumentos habrían leído plausibles, y los había descartado. ¡Pero ahora tenía que ser el «Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal»! Sin embargo...
- ¡Perros! - Ella le agarró, para arrastrarle hasta la entrada donde el sonido era más fuerte -. Intentan cazarte, Adán..., docenas de ellos.
Él asintió. Estudió las distantes formas de hombres a caballo, mientras sus dedos se entretenían con un lápiz y un trozo de papel.
- Y llegarán dentro de unos veinte minutos. Bueno o malo, no deben encontrar nada de todo esto. Eva, hay un bote en el río; empuja la manivela roja en la dirección en que quieras ir, fuerte para ir rápido, un leve tirón para reducir velocidad. Aquí tienes un mapa de mi cueva. Allí estarás a salvo.
Casi al instante, volvió a la excavadora y se subió al asiento. Sus dedos recorrieron con rapidez el panel de mandos; el pesado generador bramó roncamente, y la chata y pesada máquina empezó a retorcerse a través de los estrechos pasillos, apartando los obstáculos. Una vez fuera, donde pudiera usar toda su fuerza sin peligro de una sacudida, diez minutos de trabajo dejaría sólo una colina pelada; y el generador podía ser anulado ajustándolo para que se fundiera y convirtiera la máquina en escoria inútil.
- ¡Adán! - Ella subió al asiento junto a él, mientras gritaba por encima del fragor de la fina hoja de energía que agrandaba el túnel.
- ¡Aléjate, Eva! ¡No puedes detenerme!
- ¡No quiero..., ellos no están preparados todavía para máquinas así! y entre nosotros, podremos reconstruirlo todo. ¿Adán?
Él gruñó, incómodo, incapaz de apartarse del fino rayo. Ya era bastante difícil tratar de pensar sin distraerse por sus interrupciones, sabiendo que no se atrevía a correr riesgos y que debía destruirse, mientras que las palabras de ella y sus propios instintos luchaban contra su resolución.
- ¡Hablas demasiado!
- ¡Y hablaré mucho más hasta que te comportes de un modo sensato! Te volverás loco si tratas de decidir ahora. Vente conmigo seis meses río arriba. ¡Allí no podrás hacer daño alguno, ni aunque fueras Satán! Entonces, cuando lo hayas pensado, harás lo que quieras, Adán. ¡Pero ahora, no!
- Por última vez, ¿quieres irte? - No se atrevía a pensar en ese momento, mientras se abría paso a tientas a través del cemento resquebrajado, y, sin embargo, no podía cerrar su mente a aquellas palabras, que seguían y seguían. ¡Vete!
- ¡Sin ti, no! Adán, mi receptor no está averiado. ¡Sabía que tratarías de matarme cuando te rescaté! ¿Crees que me rendiré ahora con tanta facilidad?
Silenció la energía con un manotazo, y se volvió a mirarla.
- Lo sabías, ¿y aun así me salvaste? ¿Por qué?
- Porque te necesitaba, y el mundo te necesita. ¡Tenías que vivir, aunque me mataras!
Entonces, el generador rugió de nuevo, se abrió paso a través de los últimos centímetros, y salió de la cúpula; luego, empezó a dar la vuelta.
A medida que el salvaje rugido de energía salía del orificio principal, él volvió la cabeza hacia ella y asintió.
Tal vez fuera la robot más tonta de la creación; pero también era la más hermosa. ¡Era maravilloso ser necesitado y querido! y tras él, Eva asintió para sí, al tiempo que bendecía a Simón Ames por incluir la psicología como una de las humanidades. En seis meses, podría completar su reeducación y aun tener tiempo para recitar el resto del Libro que él conocía como un fragmento de película. ¡Pero todavía no! Con toda certeza, el Levítico todavía no; el Génesis le daría suficientes problemas.
¡Era maravilloso ser necesitada y querida!
La primavera volvió, y Adán, sentado bajo uno de los árboles en flor, daba de comer a una de las nuevas piaras de cerdos mientras las manos de Eva se movía, rápidas, terminando lo que iban a ser sus ropas, copiadas con todo cuidado de las de Dan.
Estaban casi preparados para viajar al sur y mezclarse con los hombres en la tarea de guiar a la raza de regreso a su herencia. El plástico dúctil que él había sintetizado y que ella había moldeado sobre ellos formaba parte de ambos, y los pequeños músculos magnéticos que él había instalado ya no necesitaban pensamientos para revelar sus emociones en expresiones humanas. Podría pasar por un hombre inusitadamente guapo mientras se levantaba y se acercaba a ella.
- ¿Aún persiguiendo a Dios? - preguntó ella rápidamente, pero no había preocupación en su rostro.
El vicio metafísico había sido curado hacía tiempo. Una sonrisa pensativa apareció en su rostro mientras empezaba a ponerse la ropa.
- Aún está donde lo encontré... En algún lugar en nuestro interior que no necesita ser cazado. No, Eva, estaba pensando que me gustaría que el otro robot hubiera sobrevivido. Aunque no encontramos ni rastro de él en el lugar donde tus archivos indicaban, aún pienso que debería estar con nosotros.
- Tal vez lo esté, en espíritu, ya que insistes que los robots tenemos alma. ¿Dónde está tu fe, Adán?
Pero no había burla en ella. Con alma o sin ella, el Dios de Adán había sido muy bueno con ambos.
Muy lejos, al sur, una figura anciana escalaba la pendiente de una montaña. Bajo sus manos, se abrió una puerta inteligentemente oculta, y penetró por ella, cerrándola tras de sí. A continuación recorrió el estrecho túnel hasta llegar a una caverna redonda que se encontraba al fondo. Habían pasado años desde que estuvo allí; pero el lugar le resultaba familiar aún. Se sentó en un banco y empezó a quitarse la ropa, estropeada y manchada por el viaje. Finalmente, se arrancó la máscara y una peluca gris, lo que reveló el mellado y gastado cuerpo del tercer robot.
Suspiró con cansancio mientras miraba los pocos libros y papeles estropeados que había salvado del ruinoso crecimiento de estalactitas y estalagmitas del interior de la cámara, y al interruptor corroído que la humedad había fundido setecientos años antes. Finalmente, posó la mirada en su mayor tesoro. Estaba gastado, a pesar de la cubierta de plástico, pero el amargo rostro de Simón Ames era aún reconocible.
El tercer robot le contempló con una extraña mezcla de vieja familiaridad y admiración siempre nueva.
- Más de tres mil kilómetros en mi estado, Simón Ames, para comprobar una historia que oí en una de las colonias, y meses para buscarles. Pero necesitaba saberlo. Son buenos para el mundo. Le proporcionarán todas las cosas que yo no pude, y sus ideas resultan jóvenes y fuertes, igual que la raza es joven y fuerte.
Durante un momento, contempló la cámara y el túnel que sus bacterias adaptadas habían abierto hasta el mundo exterior, y posó de nuevo la mirada en la imagen. Entonces, desconectó el generador principal y se sumió en la oscuridad.
- Setecientos años desde que salí para descubrir que el hombre se había extinguido sobre la faz de la Tierra - murmuró a la imagen -. Cuatrocientos desde que aprendí lo suficiente para atreverme a intentar recrearle, y sólo trescientos desde que el último de mis huevos humanos congelados tuvo éxito. Ahora ya he cumplido mi parte. El hombre tiene una tradición incólume de regreso a tu raza, sin ningún conocimiento de la brecha. Es fuerte, joven y rico, y dispone de nuevos líderes, mejores de lo que yo pude serlo. ¡No hay nada más que yo pueda hacer por él!
Durante un momento, sólo se oyó el sonido de sus manos deslizándose contra el metal, y, luego, un leve suspiro.
- En mis manos, Simón Ames, pusiste tu raza. Ahora, en Tus manos, Dios de esa raza, si existes como mis hermanos creen, te le encomiendo a él..., ya mi espíritu.
Hubo un chasquido cuando sus manos encontraron el interruptor de su generador. Luego, el silencio.
FIN