Ailsa había sido probablemente la chica menos agraciada y menos dotada en la universidad, pero también la más lógica y sensata. Ahora casi veinticinco años después, era la mujer más atractiva que Martin hubiese visto alguna vez, y a juzgar por su vecindario, por algunas leguas la más suntuosa.
«...tan afortunada corriendo hacia ti otra vez después de todos estos años», estaba diciendo con esa voz indescriptiblemente afrodisíaca. «Sabes acerca de editores y puedes aconsejarme sobre esta novela. Me estaba sintiendo tan fatigada del piano...»
Martin había escuchado sus grabaciones de piano y sabía que eran espléndidas, como las grabaciones de canciones lo habían sido antes que ellas y las pinturas no figurativas antes que estas y los fascinantes diseños de modas y esa asombrosa ponencia sobre los números primos. El también sabía que los ingresos de todas esas actividades juntas podrían difícilmente haber proveído la Habitación Plateada en la cual cenaron o la Habitación Dorada en la cual el más tarde leyó la novela (la cual era por supuesto espléndida) o el cuarto cuyo color el nunca advirtió debido a que no durmió solo (y aquí aún la palabra espléndida era inadecuada).
Había solamente una respuesta, y Martin estaba tan satisfecho como para observar que el sirviente que traía el café no proyectaba sombra en la soleada mañana. Mientras Ailsa dormía (espléndidamente), Martin dijo:
- Así que eres un demonio.
- Naturalmente, señor - dijo el sirviente sin sombra, mirando con adoración a la durmiente. - Nellthu, a vuestro servicio.
- ¡Pero semejante servicio! Puedo imaginar a la Ailsa que fue ascendiendo como resultado de un buen sortilegio e incluso deseándolo lógicamente. Pero pienso que tu socia está limitada en cuanto a lo que puede pedirse.
- Sí, señor. Tres deseos.
- Pero ella tiene salud, belleza, juventud, fama, una excepcional variedad de talentos ¿y todo eso con tres deseos?
- Con uno, señor. Oh, logré confundirla con donaire en los dos primeros. - Nellthu sonrío nostálgicamente. - Belleza - pero ella no especificó, y la hice la más hermosa centenaria en el mundo. - Salud más allá de los sueños de la avaricia - y por supuesto nada está más allá de tales sueños, y ella nada consiguió. ¡Ah, yo estaba en forma ese día, señor! Pero el tercer deseo...
- No me digas que ella intentó el viejo ¡Para mi tercer deseo yo deseo otros tres deseos! Pensaba que era ilegal.
- Así es, señor. Las paradojas involucradas en ese deseo van más allá de nuestros poderes. No, señor - dijo Nellthu, con una suerte de triste admiración -, su tercer deseo fue más fuerte que todo eso. Ella dijo: «Deseo que quedes permanente y desinteresadamente enamorado de mi».
- Ella era siempre muy lógica, - admitió Martin. - Así que por tu propia elección debes hacerla bella y... experta, y desde entonces debes estar obligado a complacerla en todo - El se separó completamente de ella y miró aún de la cama al demonio. - ¡Que afortunado para mi que ella incluyera desinteresadamente!
- Si, señor - dijo Nellthu.
FIN