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CUENTOS MITOLóGICOS
CUENTO NíOBE (por Personajes Mitología)
Níobe, hija de Tántalo, rey de Lidia, tomó por esposo a Anfión, rey de Tebas, del cual tuvo catorce hijos y todos ellos respondieron a los cuidados que esta madre afanosa había desplegado en su educación.

Sus hijos eran gallardos, ágiles y vigorosos; sus hijas poseían todas las virtudes propias de su sexo y su alcurnia. Níobe podía llamarse la más dichosa de las madres.

Entregada por completo a los deberes domésticos, descuidaba casi por completo el culto a los dioses de la patria. Sobre todo Leto, madre de Apolo y Artemis, por tener solamente dos hijos no le causaba sino indiferencia y a veces la hacía objeto de burlas; y mientras que el pueblo acudía en masa al templo de Apolo, Níobe, acompañada de su brillante familia se paseaba por toda la ciudad montada en un carro como si quisiera desafiar a la divinidad tebana y arrebatarle el incienso que sólo a ella debían los mortales.

Ofendida Leto por tanto orgullo, invocó a sus hijos y les rogó que la vengaran; el cruel anhelo de la diosa no tardó en cumplirse.

Un día Apolo vió a los hijos de Níobe, que en los campos contiguos a Tebas se ejercitaban en la lucha y la carrera, y disparó contra ellos sus mortíferas flechas de oro. Al enterarse de la espantosa noticia, las hermanas de los príncipes corrieron desoladas hacia las murallas y en ese mismo instante cayeron mortalmente heridas por las flechas de Artemis.

Níobe, destrozada por el dolor, se arrastra hasta el lugar de tan horrendos acontecimientos y, sentándose junto a los cadáveres de sus hijos, permanece inmóvil sin dar señal alguna de vida, hasta metamorfosearse en peñasco.

Un torbellino de viento la transporta a Lidia, hasta lo más alto del monte Sipilo, y desde entonces manan de esta roca dos fuentes de agua viva.

Esta fábula está inspirada en uno de los más trágicos acontecimientos del reinado de Anfión, cuando la ciudad de Tebas fue invadida por la peste.

Los siete hijos y las siete hijas del rey fueron atacados por la epidemia y sucumbieron pese a los auxilios médicos que les pudieron ser prestados.

En pocas horas, Níobe hubo de ver expirar a toda su familia; y ella, no obstante, resistió a los miasmas pestilentes y a los estragos que el dolor de la pérdida causó en su corazón.

Así permaneció, muda e impasible durante días y días en estado de completa inmovilidad, lo que efectivamente da la impresión cabal de una roca azotada por el oleaje del mar.

Tocada con velos funerarios, pálida y abatida, la infortunada reina salió de Tebas, sin acompañamiento alguno, y volvió a Lidia, su país natal, para desahogar allí su dolor.

Al volver a contemplar los lugares de su infancia, al volver a ver a la anciana nodriza y a sus amigas de juventud, lágrimas de ternura inundaron sus ojos resbalando por sus mejillas, y los sollozos y gemidos aliviaron su oprimido pecho.

Su vida, sin embargo, no se prolongó sino apenas unos pocos meses; y sobre una estatua levantada en memoria suya, se grabó la siguiente inscripción:

¡Madres fecundas, yo también he conocido vuestras alegrías. Quieran los dioses que podáis siempre ignorar mis penas!


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