En una fría mañana de invierno y tentado por el hambre, un zorro madrugador recorría los gallineros y miraba los árboles para divisar las gallinas que dormían en él.
De pronto quedó debajo de uno, viendo moverse un gallo. Largo rato aguardó debajo de éste en espera que bajase. Como el gallo no lo hacía, pues éste había notado la presencia del zorro, comenzó a desparramar unos granos de maíz para tentar el estómago del gallo. Aguardó otro rato. Impaciente ya el zorro y ansioso por darle caza, le dice:
—Bajáte gallo a comer maíz.
Éste, fingiéndose no oírlo alarga el pescuezo y mirando a lo lejos tratanto de divisar algo a la distancia, se puso a contar:
—Uno, dos, tres...
El zorro no le causó buena gracia esta cuenta y se apuró a preguntarle:
—¿Qué estás viendo, gallo?
Éste, completamente indiferente, comienza de nuevo:
—Uno, dos, tres...
El zorro afligido ya, viendo que nada bueno podía esperar, comenzó a inquietarse y con más fuerza pregunta:
—¿Qué es lo que mirás, gallo?
Éste se mantiene sordo y estirando el pescuezo todo lo que puede dice nuevamente y más alarmado:
—Uno, dos, tres y cuatro con el rabón...
El zorro al oír lo de rabón y por instinto del miedo, bajó la cola y haciéndose el chiquito, olvidándose de la presa codiciada que aguardaba, echó a correr todo lo que pudo. El rabón era nada menos que un perro cazador.
El gallo, riéndose de la astucia del zorro, bajó a comer tranquilamente, pensando que él, teniendo una cabecita tan chica, pudo inventar la mentira del rabón para librarse de las garras del zorro.