Tranquila Trabalenguas La tortuga cabezota.
Una hermosa mañana se encontraba la tortuga Tranquila Tragaleguas ente su pequeña y agradable madriguera tomando el sol y comiendo sosegadamente una hoja de llantén.
Por encima de ella, en las ramas de un vetusto olivo, estaba la paloma Sulaica Silvestre, que lustraba su brillante plumaje. En esto llegó volando el palomo Sebulón Silvestre, hizo varias reverencias y exclamó:
-¡Oh!, Sulaica, alegría de mi corazón, ¿te has enterado ya? El Gran Sultán de todos los animales, Leo Vigésimo-Octavo, va a celebrar su boda. Así que vayámonos juntos volando a su guarida, luz de mis ojos.
-¡Oh!, mi dueño y señor -zureó la paloma-, ¿es que estamos invitados?
-No te preocupes, estrella de mi vida -le contestó Sebulón Silvestre volviendo a hacer varias reverencias-, todos los animales, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos, están invitados; así que nosotros también. Va a ser la fiesta más hermosa que jamás haya habido. Pero tenemos que darnos prisa, pues el camino hasta la guarida del león es muy largo, y la fiesta es ya pronto.
Sulaica asintió y las dos palomas se alejaron volando.
Tranquila Tragaleguas, que lo había oído todo, se sumió en una meditación tan profunda que incluso se le olvidó terminar de desayunar.
"Si todos los animales, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos, están invitados a la boda", se dijo a sí misma, "entonces yo también lo estaré. Así que, ¿por qué no voy a ir yo también a la fiesta más hermosa que jamás haya habido? "
Después de pasarse el día entero y toda la noche siguiente dándole vueltas, su decisión estaba tomada. Apenas se había levantado el sol se puso en marcha, paso a paso, despacito, sí, pero sin parar.
Cuando ya llevaba vagabundeando así casi todo el día, pasó junto a una zarza. Allí vivía la araña Fátima Fabricatelas en el centro de su magnífica tela.
-¡Eh, Tranquila Tragaleguas! -exclamó la araña-, ¿a dónde vas tan aprisa, si puede saberse?
-Buenas tardes, Fátima Fabricatelas -contestó la tortuga, y se detuvo a tomar aliento-. Como sabes, nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo, ha invitado a su boda a todos los animales. Y por eso voy yo también allá.
Fátima Fabricatelas cruzó sus largas patas delanteras sobre su cabeza y comenzó a soltar tales risitas que toda su telaraña comenzó a temblar sensiblemente.
-¡Oh!, Tranquila -pudo balbucir al fin-, tú, la más lenta de los lentos..., ¿cómo quieres llegar jamás allá?
-Paso a paso -dijo Tranquila.
-¿Y te has parado a pensar -exclamó Fátima Fabricatelas- que la boda será ya dentro de catorce días?
Tranquila miró llena de confianza sus cortas y robustas patitas y contestó:
-Ya llegaré a tiempo.
-¡Tranquila! -le dijo la araña compasivamente-. ¡Tranquila Tragaleguas! Incluso para mí sería el camino demasiado largo y yo no sólo tengo patas más ligeras, sino también el doble de ellas que tú. ¡Sé razonable! ¡Déjalo y vete a casa!
-Lo siento, pero no puede ser -le contestó amablemente la tortuga-; mi decisión está tomada.
-¡No hay peor sordo que el que no quiere oír! -dijo la araña y comenzó, enfadada, a tejer en su tela.
-Es verdad -respondió Tranquila-, así que adiós, Fátima Fabricatelas.
Y con eso se echó a andar lenta y pesadamente. La araña soltó una risita maliciosa y murmuró:
-No vayas a correr demasiado, que si no al final llegarás incluso demasiado pronto.
Pero Tranquila Tragaleguas siguió caminando por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.
Al pasar un día junto a una pequeña laguna hizo un alto para beber.
Sobre una hoja de hiedra se encontraba el caracol Bassam Baboso, que examinó a la tortuga con ojos desorbitados.
-¡Buenos días! -dijo Tranquila amablemente.
Transcurrió un buen rato hasta que el caracol se rehizo y pudo contestarle.
-¡Cielos! -balbució muy despacito-, ¡tú sí que corres! Le da a uno vueltas la cabeza sólo de mirarte.
-Voy a la boda de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo -le explicó Tranquila.
Esta vez transcurrió aún más tiempo hasta que Bassam pudo reorganizar sus viscosos pensamientos y consiguió balbucear con gran esfuerzo:
-¡Caracoles, qué horror! Si has ido en una dirección completamente equivocada!
Se puso a señalar con sus tentáculos confusamente a su alrededor:
-¡Allínoalládeallíoseaaquí...! ¡Aquínoahíaaláamíacánonorteallíallítúallí...! -y se enredó sin remedio en su difícil explicación.
-No importa -dijo Tranquila-, al menos ahora ya lo sé. ¿Hacia dónde, dijiste, debo ir?
El caracol estaba tan liado que se coló en su casa y no reapareció hasta pasada media hora.
Tranquila esperó pacientemente hasta que Bassam volvió a recuperar el habla.
-¡Cielos! -gimió el caracol-, ¡qué desgracia! Debías haber ido hacia el sur y no hacia el norte. Justo al revés tendrías que haber ido.
-Muchas gracias por la indicación -le contestó Tranquila, y se dio la vuelta poquito a poco en dirección contraria.
-Pero si la fiesta es ya pasado mañana -exclamó lloroso el caracol.
-Ya llegaré a tiempo -dijo Tranquila.
-¡Jamás! -sollozó el caracol, y miró con desconsuelo a la tortuga-. ¡Jamás de los jamases! Bueno, si desde el principio hubieses ido en la dirección correcta, puede. Pero ya está todo perdido. Todo fue inútil. ¡Caracoles, qué horror!
-Puedes sentarte sobre mi caparazón, si quieres venir conmigo -le invitó Tranquila.
Bassam Baboso bajó resignadamente los ojos.
-No vale la pena. Es tarde, demasiado tarde. Nunca llegaríamos.
-Claro que sí -dijo Tranquila-, paso a paso.
-Estoy tan triste -balbució el caracol-, ¡quédate conmigo y consuélame!
-Lo siento, pero no puede ser -dijo Tranquila amablemente-: mi decisión está tomada.
Y con esto volvió a ponerse en marcha, sólo que en dirección contraria.
Bassam Baboso se quedó aún mucho tiempo mirándola con los ojos llenitos de lágrimas y haciéndole continuos ademanes de súplica con sus tentáculos.
La tortuga volvió a caminar durante muchos días en la otra dirección por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.
Finalmente se encontró con el lagarto Zacarías Zanguango, que estaba dormitando sobre una piedra soleada. Sus escamas verde esmeralda centelleaban lujosamente.
Al acercarse la tortuga, abrió un ojo, parpadeó y dijo adormilado:
-¡Alto! ¿Identidad? ¿Procedencia? ¿Destino?
-Me llamo Tranquila Tragaleguas -dijo la tortuga-, vengo del vetusto olivo y quiero ir a la guarida del león.
Zacarías Zanguango bostezó:
-Vaya, vaya, ¿y qué se le ha perdido a uno por allí?
-Voy a la boda de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo, pues él ha invitado a todos los animales, así que a mí también -le contestó Tranquila.
Entonces, Zacarías Zanguango, asombrado, abrió también su otro ojo y contempló aliviado a la tortuga.
-¿Y cómo se imagina un vulgar tragapolvo -gangueó al rato- que aún va a llegar allí?
-Paso a paso -dijo Tranquila.
Zacarías Zanguango se apoyó en los codos y tamborileó con los dedos.
-Vaya, vaya, ¿con tanta calma quiere uno ir a una boda que ya habría sido hace una semana?
-¿Es que no ha sido hace una semana? -preguntó Tranquila.
-No -contestó Zacarías Zanguango con desgana.
-Estupendo -dijo Tranquila satisfecha-, pues entonces aún llegaré a tiempo.
-¡Segurísimo que no! Como alto funcionario de la corte del león tengo el gusto de explicar: la boda queda provisionalmente aplazada. Leo Vigésimo-Octavo tuvo que marchar repentinamente a la guerra contra el tigre Sebulón Sableador. Así que puede uno volver de nuevo a casa con toda confianza.
-Lo siento, pero no puede ser -contestó Tranquila Tragaleguas-, mi decisión está tomada.
Y con esto dejó al lagarto tumbado a su izquierda, y siguió caminando lenta y pesadamente.
Zacarías Zanguango, sin embargo, se quedó absorto mirando hacia adelante, murmurando una y otra vez:
-Uno se pregunta realmente si... desde luego, uno se pregunta realmente si...
La tortuga volvió a caminar durante muchos días por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.
Al atravesar un desierto pedregoso, se encontró con un grupo de cuervos que estaban acurrucados sobre un árbol seco y que parecían sumidos en sombrías reflexiones. Tranquila Tragaleguas se detuvo para preguntar por el camino.
-¡Hachís! -graznó uno de los cuervos antes de que ella hubiese dicho nada.
-¡Salud! -exclamó Tranquila amablemente.
-No he estornudado -gruñó malhumorado el cuervo-, sólo me he presentado. Soy el sabio Hachís Halef Habacuc.
-¡Oh, perdón! -dijo ella-, yo me llamo Tranquila tragaleguas y sólo soy una tortuga normal y corriente. ¿Puedes, por favor, decirme sabio Habacuc, si por aquí se va a la guarida de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo? Es que estoy invitada a su boda.
Los cuervos se lanzaron unos a otros significativas miradas y soltaron unas tosecillas.
-Bien podría decírtelo -explicó Habacuc y se rascó la cabeza con la garra-, pero ya no te serviría de nada. Pues el donde está hora nuestro Gran Sultán no podemos alcanzarlo ni siquiera nosotros los sabios. Y tú, pobre e ignorante animal que se arrastra, ¿cómo podrías encontrarlo nunca con tus pocas luces?
-Paso a paso -dijo Tranquila.
Los cuervos volvieron a intercambiar significativas miradas y soltaron unas tosecillas.
-¡Oh, ciega criatura! -graznó solemnemente Habacuc-, aquello de lo que hablas, hace tiempo que pasó. Y el pasado nadie puede recuperarlo.
-Ya llegaré a tiempo -dijo Tranquila llena de confianza.
-¡Imposible! -le contestó Habacuc con voz sepulcral-, ¿no ves que estamos de luto? Hace pocos días hemos enterrado a nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo. Fue herido tan gravemente en la lucha contra el tigre Sebulón Sableador, que murió sin remedio.
-Ah -dijo tranquila-, pues de veras que lo siento.
-Así que vuelve a casa -le aconsejó Habacuc-, o quédate aquí y llora con nosotros.
-Lo siento, pero no puede ser -contestó Tranquila amablemente-; mi decisión stá tomada.
Y con eso volvió a ponerse en camino.
Los cuervos se quedaron mirándola con reproche, luego juntaron sus cabezas y graznaron:
-¡Qué persona más obstinadas! Quiere ir realmente a la boda de alguien que hace tiempo que ha muerto.
Tranquila Tragaleguas volvió a caminar lenta y pesadamente durante muchos días por campos y pedregueras, por páramos y arboledas, bajo el sol y las estrellas.
Y por último llegó a un bosque lleno de árboles en flor. En el centro del bosque había un gran prado cuajadito de flores. Y en ese prado estaban reunidos muchos animales, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, gordos y delgados, mojados y secos, todos muy contentos y en alegre espera.
-Ah, por favor -preguntó Tranquila Tragaleguas a un pequeño tití que brincaba junto a ella y tocaba las palmas-, ¿por dónde se va a la guarida de nuestro Gran Sultán?
-¡Pero si ya estás ante ella! -exclamó el monito (que dicho sea de paso se llamaba Yussuf Yomerrasco, pero esto ya no tiene aquí importancia)-. ¡Ahí enfrente está la entrada!
-¿Y es ésta, quizá -preguntó discretamente Tranquila Tragaleguas-, la boda de nuestro Gran Sultán, Leo Vigésimo-Octavo?
-¡Qué va! -exclamó el monito-. ¡Realmente debes venir de muy lejos! ¡Sí, hoy celebra su boda, como todo el mundo sabe, nuestro nuevo Gran Sultán, Leo Vigésimo-Noveno!
En este momento apareció a la entrada de la guarida un magnífico y joven león con una majestuosa melena que brillaba como el sol. Y junto a él estaba una hermosa y joven leona.
Y todos los animales gritaron: "¡Viva!" y "¡Vivan los novios!", y luego se bailó y se jugó y se comió en abundancia y se cantó hasta altas horas de la madrugada. Y las luciérnagas alumbraron y los ruiseñores y los grillos se encargaron de la música. En una palabra, fue realmente la fiesta más hermosa que jamás haya habido.
Y entre los invitados estaba Tranquila Tragaleguas, un poco soñolienta, eso sí, pero muy feliz, y manifestó:
-Ya lo dije yo siempre, que llegaría a tiempo.
(Tranquila Tragaleguas - La tortuga cabezota).