Hace mucho, mucho tiempo, hubo una gatita que vivía en la sabana eubedina, en el supercontinente de Gondwana, que quiso ser leona. No hay nada peor, amiguitos, que querer ser lo que no se es.
La gatita Licita había sido rechazada, según contaba, por los de su especie. Nunca la hacían caso, nunca la daban de comer, siempre la maltrataban, todo esto dicho por ella.
Un buen día, un león joven y apuesto se encontró a la gatita Licita y le dio tanta pena que se la llevó con su manada.
Iban a seleccionar a un nuevo miembro de la manada para incrementar el grupo, a una leona concretamente, y el león joven haciendo lo que creía que era lo justo, consiguió que la gatita Licita fuese aceptada en el grupo siendo, como era, de otra especie. Para el león, que había obrado siguiendo los principios básicos de la justicia, los problemas se acrecentaron desde ese momento, pues ya no era bien visto por el resto de la manada al ser muy independiente, solitario y aguerrido luchador, sobre todo por una leona que se lo recriminaba constantemente y que reía y lloraba como si fuese una hiena.
Para la gatita Licita, tampoco cambió mucho la situación, en principio, tanto entre sus nuevos “amigos” como entre los anteriores, según ella.
El león siguió intentando por todos los medios que la aceptación de la gatita en su manada fuese definitiva, con los problemas que eso le acarreaban.
Poco a poco, ante la valentía que demostraba el león en las acciones que emprendía, la gatita fue sintiéndose atraída y se enamoró del león. Éste no le correspondía pues ya tenía una compañera y una cachorrilla en otra manada, que eran las niñas de sus ojos, como dicen los animales de una especie tan extraña y aberrante que se denomina “raza humana”. Pero, además, el león nunca se percató de ello, pues nunca le interesó cambiar de pareja. Está claro que nunca sería el líder de su manada, pues el líder nunca se debe a una sola leona. Entre nosotros, amiguitos, era un león raro.
Con el tiempo, la gatita fue aceptada, aunque siguió teniendo problemas, según ella. Intervenía en las reuniones de la manad, daba su opinión, aunque en pocas ocasiones la hacían caso, pues seguí siendo una gatita y, aunque pretendía rugir, de su garganta sólo salían maullidos, y eso la ofendía mucho. Se hizo paladín de muchas causas nobles que ya el león joven había defendido con mucha anterioridad a su llegada, pero ella decía, y la leona hiena la apoyaba, que sólo se les había ocurrido a ellas. Que pena la falta de memoria histórica, los pueblos que no conocen su historia se ven obligados a repetirla con todo lo que ello implica, pero tampoco consiguieron nada, aunque eso sí, lloraron mucho.
El león joven seguía sin prestar la atención que ella requería, ya sabéis, y eso la enfurecía, Así que decidió convertirse en leona, aprovechando el momento en que hubo un cambio de líder en la manada, y que el nuevo líder la hacía más caso, de hecho era una de sus favoritas.
Lo primero que hizo fue intentar humillar y desprestigiar al león joven, que no la había hecho el menor caso, contando un montón de mentiras, inventando cosas, haciéndole responsable de la escasez de caza de ese año, así como de la marcha de otra leona a la que todos querían mucho, y que luego, más tarde, volvería con el rabo entre las piernas con sus “nuevos amigos”. En fin. Todo, absolutamente todo lo que pasaba en la manada, era responsabilidad del león joven, según ella. Y se fue haciendo cada vez más insolente, provocando más y más al león joven, intentando por todos los medios excluirle del clan, probablemente por celos, lo más seguro por envidia, pero sin darse cuenta que por la propia independencia de que gozaba el león joven, él mismo era el que se excluía. Sólo acudía al grupo cuando quería hacer algo que beneficiase a la manada, nunca buscaba nada para él, pero esto último también causa muchas envidias, puesto que la mayoría de los animales de la sabana no actúan así, y piensan que cualquiera que lo hace miente o persigue fines ocultos.
Como podréis imaginaros, amiguitos, la gatita Licita no pudo acabar con el león joven que, guiado por sus principios y por su actitud conciliadora ante la vida salvaje de la sabana, siempre salía adelante.
Mientras tanto, la gatita Licita siguió y siguió intentando rugir, pero no se daba cuenta, o no quería darse cuenta, de que sólo podía maullar como los gatos.