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CUENTOS INFANTILES
CUENTO UN AMOR DISPARATADO (por Elsa Bornemann)
La última vez que Romina Bianco había visto a Telma Solsona personalmente había sido durante el acto de egresados de la escuela primaria. Aunque —para ese entonces— ambas estaban enojadas debido a un episodio que más adelante conoceremos, las dos se separaron con no confesada tristeza, a la que se sumaba la emoción dueña —también— de los corazoncitos de la mayoría de los compañeros de aquel séptimo grado «B» que —a partir de aquella tarde— iniciaba nuevos caminos.
Esos nuevos caminos fueron diferentes para Romina B. y para Telma S. No volvieron a verse hasta diecisiete años después y por pura «causalidad», como le aseguró Telma a su antigua compañerita de estudios cuando se reencontraron.
—¡Qué casualidad —había exclamado Romina muy alegre— al reconocer a Telma!
—De entre todos los avisos que marqué, justo fui a elegir el tuyo... ¡y eso que hasta te pusiste un seudónimo!
Las «viejas» compañeras se abrazaron con sincero afecto.
—¡Nada es casual, Romi —sentenció Telma—. Todo está escrito. Las estrellas nos gobiernan.
Por un motivo o por otro, el caso es que Romina —durante esos diecisiete años— había postergado su curiosidad por consultar un astrólogo.
Finalmente, escogió uno entre los tantos cuyos avisos aparecen en diarios y revistas.
—¡Justo fui a elegir el tuyo, Telmita!
El aviso decía así:
MADAME SOLARIET
ASTRÓLOGA
SOLICITAR ENTREVISTA AL...
(y aquí se publicaba un número telefónico...)
ABSOLUTA RESERVA
(esto quiere decir que nada de lo que se averigüe será divulgado)
Romina seleccionó ese aviso, sin imaginar que la tal Madame Solariet era Telma Solsona, su compañerita de la primaria, ahora convenida en toda una señora astróloga.
—Algo te condujo hasta mí, Romi —le explicó Telma—. ¿Te diste cuenta de que mi seudónimo está formado con la primera sílaba de mi apellido (sol); más «arie»... las cuatro primeras letras que componen la palabra «Aries» —nuestro signo del zodíaco— más la inicial de mi nombre (t)? ¡Ah... es evidente que este vocablo «solariet» te atrajo como un imán! Recuerdo que decías que mi apellido Solsona tenía el sol adentro... y que debía haberse escrito con zeta (Solzona) para que estuviera clarísimo su significado «zona del sol»...
Romina la escuchaba asombrada. No se le ocurría qué decir. Aunque —en verdad— a la par que su amiga le hablaba, una especie como de película cinematográfica —pasada a través de las ventanillas de un tren en marcha— iba sucediéndose en su memoria.
¿Qué recordaba?
Si queremos enterarnos, detengamos ese tren imaginario, subamos a él, espiemos a través de las ventanillas; mientras vuelve a ponerse en marcha gracias a la memoria de Romina...
A través de la primera ventanilla, la contemplamos a ella junto a Telma, compartiendo un recreo escolar. Mientras los demás chicos juegan a su alrededor, Telma y Romina se encuentran contemplando una carpeta de recortes. Le pertenece a Romina. La etiqueta de la tapa dice «El mensaje de las estrellas».
A través de su casi centenar de hojas, toda clase de recortes relacionados con los signos del zodíaco.
—¿Me la vas a prestar, eh Romi? Quiero copiar estos datos que encontraste sobre las piedras que le corresponden a cada signo. ¡Aj, desde los ocho que uso este anillito de aguamarina y no sé si trae buena o mala suerte para los arianos!
Segunda ventanilla: Telma pasando papelitos desde su banco al de Romina...
«Querida Romi:
A partir de hoy y hasta el sábado, no debemos gastar la plata que nos dan para golosinas. Ayer —en el suplemento del diario— leí que los de Aries vamos a tener dificultades económicas. Mejor ahorrar, por las dudas.»
«Urgente —Romi—. Urgente. ¡Hoy podemos hacer todo lo que se nos ocurra y nos va a salir bien! ¡Lo dijo el profesor Astrario en el programa de radio! ¡Los de Aries “matamos mil” este jueves!»
«Romi: No voy a ir al teatro mañana. El horóscopo de la tele nos anunció que los arianos debemos “hacer vida de hogar” durante este fin de semana. Yo me enclaustro. No doy un paso fuera de mi casa hasta el Lunes y te aconsejo que hagas lo mismo.»
Tercera ventanilla: Romina y Telma discutiendo en un extremo del ancho salón donde se festeja el triunfo del equipo de fútbol de la escuela, cuyo capitán es Marcelo, un compañero de grado por el que todas las chicas suspiran.
Éste es el diálogo:
ROMINA: —¡Estás celosa, Telma! ¡Estás celosa! Porque —hasta ahora— ¡Marcelo sólo tiene ojos para mí!
TELMA: —¡Te repito que no nos conviene! ¡Es de Capricornio!
ROMINA: —¡Ja, si te demostrara simpatía, seguro que no te importaba nada el zodíaco!
TELMA: —¡Tonta! para que sepas, durante la fiesta de la primavera del año pasado —a la que no pudiste venir porque estabas con paperas— ¡Marcelo se pasó la tarde charlando conmigo! ¡Y sí, me gusta, es cierto, pero ni loca aceptaría un Capricornio! ¡Yo cuido mi futuro y no voy a parar hasta que me case con el muchacho de Leo que me indican los astros!
ROMINA: —¡Exagerada! ¡Fanática!
TELMA: —¡Qué lástima que ya no te interese la astrología como antes... Así te va a ir, boba!
ROMINA: —¡Sí que me interesa, pero no creo ciegamente! ¡Y no pienso quedarme sentada, esperando que aparezca el famoso leonino que a mí también me corresponde! ¡Soy una ariana inteligente, no como otras que conozco!
Detengamos el tren y bajemos, mientras Romina sigue recordando durante unos instantes.
Ya nos enteramos de que le encantaba la astrología —al igual que a Telma— pero no creía ciegamente en ella.
Telma sí. Y esta creencia fue la causa de que existieran tantos, tantos «aspirantes a novio» de Telma a lo largo de los siete años que transcurrieron entre que concluyó su ciclo primario y el día en que se casó con Adrián...
Obsesionada como estaba por «el mensaje de las estrellas», Telma se había convencido de que su príncipe azul debía ser un jovencito de Leo. Pero ella no era de quienes preguntan «¿cuál es tu signo?», apenas conocen a una persona... Nada de eso... Estaba convencida de que podía adivinarlo uno o dos días después de haberla tratado, poniendo a prueba sus conocimientos de astrología...
Fue así como salió de paseo con Héctor... con Claudio... con Esteban... con Maximiliano... con Guillermo... con Alan... con Pedro... con Matías... con Horacio... con Raúl... con Francisco... y los dejó plantados antes de concluir la vuelta de la manzana de su casa...
¡Pobres chicos! Ninguno —salvo Esteban, que se lo preguntó— pudo entender las causas del repentino «no va más» de Telma. Cómo iban a suponer que ella escapaba de los cancerianos, sentía indiferencia por los de Libra, la deprimían los virginianos, le producían alergia los de Sagitario, se compadecía de los geminianos, se alteraba con los de Tauro, le temía a los escorpianos, desconfiaba de los de Acuario, descalificaba a los capricornianos y no le interesaban los de su propio signo, por eso de «pan con pan»...
Ah... pero eran los de Piscis quienes lograban ponerle los pelos de punta... A los tres «pescaditos» que le tocó conocer (los sufridos Gabriel, Lucas y Federico) les sugirió —directamente— que se fueran a cultivar espárragos al polo norte... ¡Y lo patético era que estos imposibles eran capaces de intentarlo, con tal de conquistar el amor de la muchachita!
Una mañana —la de su cumpleaños número quince— Telma leyó su horóscopo diario y sintió que su corazón danzaba —con anticipación— el vals que esa misma noche bailaría con su papá... y con la legión de frustrados «aspirantes a novio» invitados a su fiestita. ¡Ajá, éste era doblemente su día! No sólo cumplía los soñados quince, sino que un tal Canopus le vaticinaba: «Jornada inolvidable. Salud: diez puntos, queridos arianos. Una bella sorpresa llega a través del signo de Leo.»
Esa noche, el patio de su casa —iluminado como una autopista— fue testigo de la felicidad de Telma... y de la pérdida de esperanzas de Héctor, Claudio, Esteban, Maximiliano, Guillermo, Alan, Pedro, Matías, Horacio, Raúl, Francisco... y —por sobre todo— de la silenciosa rabia de Esteban, porque había sido él quien —a último momento— invitó a Adrián: Telma le habla dicho que faltaba un chico para completar las parejas de baile...
Adrián. Estaba secretamente enamorado de Telma desde el período escolar. Lamentablemente, a él le había correspondido integrar los grupos de los grados «A» durante el ciclo de la primaria y —por lo tanto— se sumaba a otra «barrita».
Ésta era su oportunidad para acercársele. Y tanta era la ansiedad por relacionarse con Telma que —esa noche— despellejó su timidez y le confesó su paciente amor.
Telma —deslumbrada por ese audaz jovencito que se atrevía a manifestarle sus sentimientos apenas unos momentos después de la primera conversación— se dijo «Éste es de Leo».
Durante el resto de la noche, ya no supo si bailaba o si flotaba, si el baile era real o si lo soñaba...
—¡Mi príncipe de Leo apareció! —se repetía para sí, a la par que bailaba o seguía flotando entre los brazos de Adrián.
—Sí. Pertenezco al signo de Leo. Mi cumple es el 9 de agosto —le había confirmado el chico cuando Telma —sin esperar a conocerlo más (tan segura estaba de haber acertado)— se lo preguntó.
Es fácil suponer lo que sucedió desde ese día en adelante, ¿no?
Y sí. Telma y Adrián se transformaron en amigos inseparables, primero; en novios, después y —finalmente— se casaron.
Pocas veces se vio un matrimonio tan feliz como el que ambos componían.
Estimulada por el éxito de su pareja —que Telma, sin ninguna duda atribuía a que una ariana y un leonino se habían unido— la jovencita se dedicó a estudiar astrología con singular empeño. Entretanto fueron naciendo sus hijitos: María Cielo, Juan Sol, Estrella y Selene. (Por supuesto, les puso nombres que evocaban la pasión de su vida: el cielo... los planetas... los astros... Lo gracioso fue que —con esa amorosa manía de los padres de rebautizar a sus hijos con apodos originados, en la defectuosa pronunciación «bebota»— sus chicos eran conocidos como «Matelo», «Janchol», «Teya» y «Tenenita»...)
Volvamos al estudio astrológico de Madame Solariet, donde Romina y Telma siguen charlando animadamente.
Se despiden después de tres horas, cinco tés y una pila de masitas. Romina promete ir a la casa de Telma el viernes siguiente. Desea conocer a esa familia tan feliz gracias a que fue formada de acuerdo con los consejos astrológicos y —además— participar de la celebración del décimo aniversario de bodas de Telma y Adrián.
Ya es el viernes siguiente. Estamos en el living-comedor de la casa: pequeños grupitos de amigos conversan aquí y allá mientras «Matelo», «Janchol», «Teya» y «Tenenita» corretean entre sillones, mesitas, lámparas de pie...
... De pronto, Adrián anuncia:
—¡Atención! Voy a traer la torta de nuestro aniversario. ¡Es una sorpresa para Telma! Yo mismo la encargué y pedí que la decoraran con los animalitos que representan nuestros signos del zodíaco! ¡Apaguen las luces!
Adrián sale y reaparece de inmediato, portando una bandeja. Diez velas arden sobre la torta.
—¡Que se besen! ¡Que se besen! —corean los invitados.
Están a punto de apagar las velas a dúo —cuando Telma contempla la torta y da un chillido:
—¡Ay! ¡Ay, Adrián, qué horror!, ¡la repostera se equivocó!
Su marido permanece en silencio y se va poniendo colorado a medida que todos los demás repiten lo mismo: ¡Sí, se equivocó!
Sobre la torta, dibujados con distintos colores de crema un carnerito... y dos peces...
—¡Pusieron Aries y Piscis, en vez de Aries y Leo! ¡Hay que devolverla! —chilla Telma.
Alguien enciende las luces. Los nenes soplan las velas que empiezan a derretirse sobre peces y carnerito...
Adrián permanece en silencio —aún más colorado—. Una sonrisita entre temerosa y picarona juega en sus labios.
—Adrián, ¿qué significa esto?
—Bueno... Yo... Mi amor... Yo... este... Yo... Ésta es la torta que... La repostera hizo la torta que... Esteee... ¡Tal cual yo se la encargué!
Telma empalidece.
—¡Piscis! ¡Me casé con un Piscis! ¡Dios me salve! Entonces... ¡nuestro amor es un disparate total! ¿Por qué me dijiste que eras Leo? ¡Ay, me engañaste! ¡No entiendo! ¡Si te comportaste como un perfecto leonino durante todos estos años! ¡ Me voy a volver loca! (Brazos de Adrián sostienen a Telma a punto del desmayo.)
—«La loca del Zodíaco»... así te llamaba Esteban, el muchacho que nos presentó... Y bueno... él me contó que vivías obsesionada con el asunto del zodíaco... que esperabas la aparición de un leonino... que...
—¡No comprendo! ¡Todo tu comportamiento ha sido el de un leonino desde el día en que te conocí! ¡El zodíaco no se equivoca! ¡Habrán anotado mal la fecha de tu nacimiento!
—Soy de Piscis... Telma... Tuve que decirte que cumplía años el 9 de agosto en vez del 29 de febrero... Una mentirita inocente... De lo contrario, me hubieras mandado a cultivar espárragos al polo norte...
—Pero... ¿cómo pudiste???
—Yo estaba enamorado desde la infancia. Cuando fui a tu fiesta de quince ya había estudiado —a fondo— el signo de Leo... y... bueno... traté de actuar como un leonino...
—Y encima... naciste un 29 de febrero... Tu cumpleaños se produce cada cuatro... cada... ¡Me voy a volver loca!
Cuentan que —durante un tiempito— Telma se volvió un poco loca debido al «shock» que le produjo el comprobar que la astrología no era infalible.
Las revistas para las que solía escribir sus famosos horóscopos se vieron en la obligación de rechazar sus trabajos de esa etapa. Y con razón. Vean —si no— algunas muestras de lo que escribía mientras le duró el «patatraque»:

«Quienes hayan nacido en febrero,
que se pongan veintiocho sombreros
y —en el día de repuesto
que trae el año bisiesto—
los cepillen con todo su esmero.»

«Si en septiembre nacieron, amigos,
que se cuiden del pasto —les digo.
aunque los critiquen,
nunca lo mastiquen
pues el pasto es su gran enemigo.»

«Los que hayan nacido en abril,
que caminen —siempre— de perfil
y —así— de costado
y a paso forzado
¡llegarán hasta el año dos mil!»

Y bueno, eso le pasó por creer ciegamente en la astrología. También ¿a quién se le ocurre?
(Chau. Ahora me despido. Debo correr hacia el puerto de Buenos Aires antes de que atardezca: el horóscopo del diario de hoy me anuncia «un marinero hermoseará tu vida»...)




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