Añadir esta página a favoritos
CUENTOS INFANTILES
CUENTO PINOCHO IV - V - VI (por Carlo Collodi)
De lo que sucedió a Pinocho con el grillo-parlante, en lo cual se ve que los niños malos no se dejan guiar por quien sabe más que ellos.

Pues, señor, sucedió que mientras el pobre Gepeto era conducido a la cárcel sin culpa alguna, el monigote de Pinocho, libre ya de las garras del guardia, escapó a campo traviesa; corría como un automóvil, y en el entusiasmo de la carrera saltaba altísimos matorrales, setos, piedras y fosos llenos de agua, como una liebre perseguida por galgos.
Cuando llegó a su casa encontró la puerta entornada. Abrió, entró en la habitación, y después de correr el cerrojo se sentó en el suelo, lanzando un gran suspiro de satisfacción.
Pero la satisfacción le duró poco, porque oyó que alguien decía dentro del cuarto:
--¡Cri, cri, cri!
--¿Quién me llama? --gritó Pinocho lleno de miedo.
--Soy yo.
Volvió Pinocho la cabeza, y vio que era un grillo que subía poco a poco por la pared.
--Dime, grillo: ¿y tú quién eres?
--Yo soy el grillo-parlante que vive en esta habitación hace más de cien años.
--Bueno --contestó el muñeco--; pero hoy esta habitación es mía; si quieres hacerme un gran favor márchate prontito y sin volver siquiera la cabeza.
--No me marcharé sin decirte antes una verdad como un templo.
--Pues dila, y despacha pronto.
--¡Ay de los niños que se rebelan contra su padre y abandonan caprichosamente la casa paterna! Nada bueno puede sucederles en el mundo, y pronto o tarde acabarán por arrepentirse amargamente.
--Como quieras, señor grillo; pero yo sé que mañana al amanecer me marcho de aquí, porque si me quedo, me sucederá lo que a todos los niños: me llevarán a la escuela y tendré que estudiar quiera o no quiera. Y yo te digo en confianza que no me gusta estudiar, y que mejor quiero entretenerme en cazar mariposas y en subir a los árboles a coger nidos de pájaros.
--¡Pobre tonto! Pero, ¿no comprendes que de ese modo cuando seas mayor estarás hecho un solemne borrico y que todo el mundo se burlará de ti?
--¡Cállate, grillucho de mal agüero!--gritó Pinocho.
Pero el grillo, que era paciente y filósofo, no se incomodó al oír esta impertinencia, y continuó diciendo con el mismo tono:
--Y ya que no te gusta ir a la escuela, ¿por qué no aprendes al menos un oficio que te sirva para ganar honradamente un pedazo de pan?
--¿Quieres que te lo diga?--contestó Pinocho, que empezaba ya a perder la paciencia--. Entre todos los oficios del mundo no hay más que uno que me guste.
--¿Y qué oficio es ese?
--El de comer, beber, dormir, divertirme y hacer desde la mañana a la noche vida de paseante en corte.
--Te advierto-- replicó el grillo-parlante con su acostumbrada calma-- que todos los que siguen ese oficio acaban casi siempre en el hospital o en la cárcel.
--¡Mira, grillucho de mal agüero, si se me acaba la paciencia, pobre de ti!
--¡Pinocho! ¡Pinocho! ¡Me das verdadera lástima!
--¿Por qué te doy lástima?
--Porque eres un muñeco, y, lo que es peor aún, porque tienes la cabeza de madera.
Al oír estas palabras saltó del suelo Pinocho muy enfurecido, y cogiendo un mazo de madera que había sobre el banco, se lo tiró al grillo-parlante.
Quizás no creía que iba a darle; pero, por desgracia, le dio en la misma cabeza, y el pobre grillo apenas si pudo decir cri, cri quedó aplastado en la pared.
CAPITULOV

Pinocho tiene hambre, y buscando, buscando, encontró un huevo con el cual pensó hacer una tortilla; pero cuando menos los pensaba se encontró con que la tortilla salió volando por la ventana.

Mientras tanto se iba haciendo de noche. Pinocho se acordó de que no había comido nada, Y empezó a sentir en el estómago un cosquilleo que se parecía muchísimo al apetito.
Pero el apetito en los muchachos camina muy de prisa. A los pocos minutos el apetito de Pinocho se convirtió en hambre, y en un abrir y cerrar de ojos el hambre se hizo canina, rabiosa.
El pobre Pinocho se acercó al fuego donde estaba aquella olla que hervía, y quiso destaparla para ver lo que había dentro; pero ya os acordáis que estaba pintada en la pared. Figuraos la cara que puso. La nariz, que ya era bien larga, le creció lo menos una cuarta.
Entonces empezó a recorrer la habitación buscando por todos los cajones y por todos los escondrijos un poco de pan, aunque fuera muy duro y muy seco; una corteza, un hueso que se hubiera dejado para los perros, una raspa de pescado: cualquier cosa, en fin, que se pudiera llevar a la boca; pero no encontró nada, ¡nada! ¡¡absolutamente nada!!
Y mientras tanto el hambre crecía y crecía. El pobre Pinocho no tenía más consuelo ni más alivio que bostezar; y eran tan grandes los bostezos, que algunas veces abría la boca hasta las ore]as. Pero a pesar de los bostezos, el estómago seguía dando tirones.
Entonces empezó a llorar y a desesperarse, mientras decía:
--¡Razón tenía el grillo-parlante! ¡Qué mal he hecho en rebelarme contra mi papá y en escaparme de casa! Dios me castiga. ¡Si mi papá estuviera aquí, no me vería expuesto a morir bostezando! ¡Oh! ¡Qué enfermedad tan mala es el hambre!
De pronto le pareció ver en el montón de virutas una cosa redonda y blanca, semejante a un huevo de gallina. Dar un salto y cogerlo, fue cuestión de un momento: era un huevo de verdad.
No es posible describir la alegría del muñeco; poneos en su caso. Temía estar soñando; acariciaba el huevo, le daba vueltas mirándole por todos lados, y lo besaba diciendo:
--¿Y ahora cómo lo guisaré? ¿Haré una tortilla? ¡No; estará mejor pasado por agua! ¿Y no estará más sabroso frito? ¿Y escalfado? ¡No; lo mejor que puedo hacer es cocerlo en una cacerola! Esto es lo más rápido, y el hambre que tengo no es para esperar mucho.
Dicho y hecho; puso una cacerola en una estufita que tenía algunas brasas; echó un poco de agua en vez de aceite o de manteca, y cuando empezó a hervir, ¡tac!, rompió el cascarón del huevo para echarlo dentro.
Pero en lugar de clara y yema salió un pollito muy alegre y muy ceremonioso, que después de hacerle una linda reverencia, dijo:
--Muchísimas gracias, señor Pinocho, por haberme evitado la molestia de romper el cascarón. ¡Vaya, hasta la vista! ¡Me alegro mucho de verle bueno, y recuerdos a la familia!
Después de decir esto extendió sus alitas, y salió volando por la ventana hasta que se perdió de vista.
El pobre muñeco se quedó estupefacto, con los ojos fijos, la boca abierta y las cáscaras del huevo en las manos. Cuando volvió de su asombro comenzó a llorar, a gritar y a dar patadas en el suelo con desesperación, diciendo:
--¡Cuanta razón tenía el grillo-parlante! ¡Si yo no me hubiera escapado de casa y si mi papá estuviera aquí, no me moriría de hambre!
Y como el estómago le gritaba cada vez más y no sabía cómo hacerle callar, se le ocurrió salir de la casa y dar una vuelta, con la esperanza de encontrar alguna persona caritativa que le socorriera con un pedazo de pan.
CAPITULOVI

Pinocho se duerme junto al brasero, y al despertarse a la mañana siguiente se encuentra con los pies carbonizados.

Hacía una noche infernal: tronaba horriblemente y relampagueaba como si todo el cielo fuese de fuego; un ventarrón frío y huracanado silbaba sin cesar, levantando nubes de polvo y zarandeando todos los árboles de la campiña.
Pinocho tenía mucho miedo de los truenos y de los relámpagos; pero era más fuerte el hambre que el miedo. Salió a la puerta de la casa sin vacilar, y turnando carrera, llegó en un centenar de saltos a las casas vecinas, sin aliento y con la lengua fuera como un perro de caza.
Pero lo encontró todo desierto y en la más profunda oscuridad. Las tiendas estaban ya cerradas; las puertas y ventanas, también cerradas, y por las calles ni siquiera andaban perros. Aquello parecía el país de los muertos.
Entonces Pinocho, desesperado y hambriento, se colgó de la campanilla de una casa y empezó a tocar a rebato, diciéndose:
--¡Alguien se asomará!
En efecto: se asomó un viejo, cubierta la cabeza con un gorro de dormir y gritando muy enfadado:
--¿Quién llama a estas horas?
--¿Quisiera usted hacer el favor de darme un pedazo de pan?
--¡Espérate ahí que vuelvo en seguida!-- respondió el viejo, creyendo que se trataba de alguno de esos muchachos traviesos que se divierten llamando a deshora en las casas para no dejar en paz a la gente que está durmiendo tranquilamente.
Medio minuto después se abrió la ventana de nuevo, y se asomo el mismo viejo, que dijo a Pinocho:
--¡Acércate y pon la gorra!
Pinocho, no podía poner gorra alguna, porque no la tenía: se acercó a la pared, y sintió que en aquel momento le caía encima un gran cubo de agua, que le puso hecho una sopa de pies a cabeza.
Volvió a su casa mojado como un pollo y abatido por el cansancio y el hambre, y como no tenía fuerzas para estar de pie, se sentó y apoyó los pies mojados y llenos de barro en el brasero, que por cierto tenía una buena lumbre.
Quedóse dormido, y sin darse cuenta metió en la lumbre ambos pies, que, como eran de madera, empezaron a quemarse, hasta que se convirtieron en ceniza.
Mientras tanto Pinocho seguía durmiendo y roncando como si aquellos pies no fueran suyos. Por último, se despertó al ser de día, porque habían llamado a la puerta.
--¿Quién es?-- preguntó bostezando y restregándose los ojos.
--¡Soy yo!-- respondió una voz.
Aquella voz era la de Gepeto.



Cuentos Infantiles, audiocuentos, nanas, y otros en CuentoCuentos.net © 2009 Contacta con nostrosAviso Legal

eXTReMe Tracker

La mayoría del material de CuentoCuentos.net es proporcionado por nuestros usuarios, proveniente del grandísimo almacén que es la red. Si considera que alguno del material expuesto vulnera sus derechos y/o prerrogativas, le rogamos que nos lo comunique contactando con nosotros