Este es el cuento de un hombre muy pobre. Su señora trabajaba y se esforzaba mucho: lavaba, buscaba leña, ¡qué no hacía! El hombre pasaba la vida sentado, muy tranquilo, sin hacer nada, ni el menor esfuerzo por ganarse un peso.
- Ya estoy cansada de esto –le dijo un día su mujer.
- Qué le vamos a hacer –contestó el hombre-. Para qué vamos a trabajar. Si Dios nos quiere dar, que nos dé. Somos hijos de Dios y Él nos va a cuidar.
- ¿Cómo nos va a dar sin trabajar? –dijo la señora.
- Eso no lo puede decir usted –dijo el hombre. Si Dios quiere darme, me va a dar.
Un día el hombre agarró el hacha y se fue a cortar un chacal, un arbusto muy grande.
La mujer, muy contenta, pensó que él había estado considerando lo que hablaron y se había decidido a trabajar.
Cuando estaba por empezar a hachar, el hombre vio una bolsa tirada al pie del árbol. Abrió la bolsa y se la encontró llena de monedas de plata. Inmediatamente se volvió a su casa y le contó a su mujer lo que había pasado.
- ¿Y dónde está la bolsa? –preguntó ella-. La habrás traído…
- No, cómo la voy a traer. Si Dios quiere que sea para mí, que la traiga acá –dijo el hombre, que era muy creyente.
- Vamos, viejo, vamos ya mismo a buscarla. ¿Cómo pretendes que te la traiga hasta acá? Si no te animas, busco al compadre para que me ayude a traerla.
Y dicho y hecho, se fue a buscar al compadre, arreglaron dividir la plata entre los dos y se pusieron en camino. Cuando llegaron la chacal, la bolsa estaba, pero en vez de monedas de plata estaba llena de culebras.
- ¿Qué porquería! Su marido es un mentiroso –dijo el compadre-. Yo lo voy a fastidiar, para que aprenda.
Como pudo arrastró la bolsa y a la noche fue y la puso en la cabecera del hombre creyente, que dormía muy tranquilo.
Cuando amaneció, el hombre se despertó, encontró la bolsa y estaba otra vez llena de plata.
- Te lo dije, mujer. Si Dios quiere, la va a traer –dijo el hombre.
Y con esa bolsa de plata fueron ricos. Por eso es bueno creer en Dios y si él nos quiere dar, donde quiera que estemos lo hará.
Los araucanos o mapuches fueron temibles guerreros, los últimos indígenas de América en ser controlados por el así llamado hombre blanco, ya avanzado el siglo XX. Hoy están confinados a ciertas zonas de la Patagonia en Argentina y Chile.
Esta historia, cuyo original fue tomado en 1992 de boca de un narrador mapuche, expresa el sincretismo cultural que combina elementos del cristianismo con un fatalismo digno del Islam. Es posible que de mapuche sólo quede el paisaje. Muchos cuentos de Las mil y una noches exhiben esta forma de fe absoluta a la que el pensamiento occidental suele llamar pereza, todo lo contrario del “ayúdate que Dios te ayudará”.
Cuento extraído de “Libro de los pecados, los vicios y las virtudes” de Ana María Shua