El sapito Colocoy se dirigía a su casa, a descansar de las pesadas tareas del día, cuando, en el camino, se encontró con un zorro.
-¡Quítate de mi camino, feo sapo -le dijo éste-, me incomoda verte siempre saltando! ¿No puedes correr, aunque sea un poquito?
-¡Claro que puedo! - contestó el sapito Colocoy, que, sin ser orgulloso, se sintió terriblemente ofendido de que el zorro le hubiera dicho que andaba siempre a saltos
- Claro que puedo, y mucho más ligero que tú, si se me antoja.
-¡Ja, ja, ja -rió el zorro-. ¡Qué graciosos eres! ¿Quieres que corramos una carrerita?
-¿Y en qué topamos? -le contestó el sapito-. Pero lo haremos mañana en la mañana, porque ahora vengo cansado de mi trabajo y no haraganeo como tú. Además, se hace tarde y me espera mi familia para cenar.
-Convenido, pero no faltes, pobre sapito. -dijo el zorro, y en un liviano trote se dirigió, riendo, a su madriguera.
Al día siguiente, mucho antes de que las diucas comenzaran a sacar el alba de sus buches, el sapito Colocoy ya se estaba preparando para la carrera. Puso a sus hijos menores como jueces de grito, en la partida; a su mujer, como juez de llegada; y a su hijo mayor, que era igualito a él, lo escondió en la tierra, unos cuantos metros más allá del punto de llegada.
Empezaba a clarear cuando apareció el zorro.
-¿Estás listo sapito Colocoy? -le preguntó.
-¡Mucho rato! ¿Trajiste testigos?
-No me hacen falta, basta y sobra con los tuyos, para el caso presente. Y corramos luego que tengo una invitación a un gallinero y se me está haciendo tarde.
-¡Cuando gustes no más!
Puestos en la raya, y apenas sonó el grito, el zorro partió como un celaje. Pero aún más listo, el sapito Colocoy se le colgó de un salto en el rabo.
Corrió unos metros el zorro y volviéndose a mirar para atrás, gritó burlón:
-¡Sapito Colocoy!
Y con asombro oyó la voz de éste que le gritaba:
-¡Adelante estoy!
Como picado por una araña, se dio vuelta el zorro y divisó al sapito Colocoy saltando hacia la meta delante de él.
Partió otra vez el zorro, como el viento, pero esta vez, por aquello de que el zorro nunca deja de serlo, metió la cola entre las piernas.
El sapito Colocoy regresó tranquilamente al punto de partida.
Jadeando llegó el zorro a la raya, se paró un poco antes y volviéndose para atrás grito:
-¡Sapito Colocoy!
Y con una rabia inmensa oyó una voz burlona que le gritaba, desde más allá del punto de llegada:
-¡Adelante estoy!
Y así fue como el orgulloso zorro fue vencido en la carrera por el sapito Colocoy.
(Cuento Mapuche - Chile)