Hubo un gran machitún, dicen; una fiesta muy grande, y todos los indios vinieron a la fiesta. De todas partes vinieron, con sus mujeres, sus hijas.
Indios muy ricos vinieron; caciques montados sobre grandes caballos con montura de plata, cinturones de plata, todito de plata, dicen.
Vino también un indiecito pobre.
-Espero ganar plata -dijo, dicen-, mucho sé de apuestas.
Así lo dijo, dicen.
Vino un cacique rico con su hija. Muy bonita era esta hija y muy rico era lo que llevaba puesto. El padre tenía un bonito caballo con rica montura, espuelas de plata, riendas de plata. Mucho le gustaba el caballo al indiecito y también le gustaba la hija del hombre rico. Dicen que le gustaba.
-Apostaremos -dijo el hombre rico al pobre-, apostaremos. ¿Cuánto quieres?
-Yo no tengo nada -dijo, dicen, el hombre pobre-, sólo puedo apostar mi trabajo.
-Bueno -dijo entonces el hombre rico-, yo apuesto tres vacas con sus terneritos.
-Diga la apuesta, pues -dijo, dicen, el indiecito.
-Me convidó un amigo a comer en su casa. Tú me quitarás la comida del plato sin tocarlo con tus manos.
Eso dijo el hombre rico.
Entonces se subió el indiecito en el techo de la ruca donde el rico iba a comer y esperó a que éste se sentara a la mesa. Abrió un agujero en el techo, dicen, sin que nadie lo viera.
Le sirvieron al rico un gran plato de comida. Muy lleno, dicen, estaba el plato y cuando iba a empezar a comer el indiecito le arrojó una piedra en el plato. Desde el techo hizo esto el indiecito. Una piedra muy grande, dicen. Toda la comida saltó fuera del plato.
Furiosos estuvo el rico, pero no le quedó otra sino que pagar las vacas y los terneritos.
-Apostaré otra vez -dijo el rico-. Te daré mis ovejas si me sacas de mi cama sin tocarme.
-Bueno, pues -dijo, dicen, el indiecito.
A la noche, dicen, se fue a acostar el rico a la casa de otro cacique. Entonces el indiecito, que lo había seguido, recogió todas las hormigas de un hormiguero. En un saco las recogió y se trepó sobre el techo de la ruca e hizo un agujero encima de la cama del hombre rico. Cuando estuvo dormido el hombre rico, vació, dicen, todas las hormigas encima de la cama y todas corrían, dicen, por la cara del rico y se le metían por la ropa y lo picaban.
Como loco salió corriendo el hombre rico. Entonces el indiecito saltó por el agujero y se llevó la cama. Al amanecer volvió el rico que había ido a bañarse al río para quitarse las hormigas.
-Yo le gané -dijo, dicen, el indiecito, y el rico tuvo que darle sus ovejas. Tuvo que darlas no más, dicen.
-Apostaré otra vez -dijo el rico-. Te daré mi caballo si consigues bajarme sin tocarme.
-Bueno, pues -dijo el indiecito-, yo lo haré.
Salió el indiecito y se fue a cortar quiscos y después los amarró a la cola del caballo sin que el rico lo notara. Montó, dicen, el rico en su caballo y le clavó las espuelas de plata. Estaban entonces a orillas de un río grande y apenas corrió el caballo los quiscos empezaron a clavarle. Corcoveó entonces, dicen, y se tiró al río con su jinete y para no ahogarse el rico soltó las riendas de plata y abandonó su caballo, nadando hacia la orilla. Al caballo se lo llevó el río, dicen.
Salió nadando el rico y el indiecito le cobró el precio de la apuesta. Entonces, dicen, no pudo el rico darle el caballo, por lo que se vio obligado por todos, a darle a su hija para que se casara con ella. Fue feliz esta indiecita, dicen.
(Cuento Mapuche)