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CUENTOS MITOLóGICOS
CUENTO ARACNE (por Mitología Griega)
Aracne tejía vestidos de vivos motivos, y cuando digo vivos es que, en verdad, competían con la realidad. Bordaba tan eficientemente que, mientras las manos más avezadas y diligentes sólo eran capaces de introducir cincuenta hilos por pulgada, ella hacía sus trabajos con más de cien. Aprovechaba el oficio paterno(tintorero) para teñir sus hiladas con los mejores colores, traídos de Fenicia.
Las ninfas de los alrededores acudían todos los días a contemplar maravilladas aquellas obras de arte. La aplaudían, alentaban sus logros, y la decían todo tipo de halagos y parabienes. Pero no todos eran bien recibidos, y lo que para cualquier persona eran cumplidos, para ella estaban próximos al insulto. Así cuando la decían:
-“Ay, Aracne. Tus trabajos son dignos de un dios, y comparables a los de Atenea”-, ella se enfadaba mucho, creía ser mucho mejor con la aguja que la diosa.

Un mal día, ante estas palabras, ya no pudo más y se proclamó a voz en grito más sabia en sus menesteres que Atenea. Su osadía llegó hasta tal punto que retó a la diosa a una competición de tapices.

Poco después pasó por allí una viejecita de aspecto tierno y venerable, vestía de negro y en su andar se ayudaba con un firme cayado. Se abrió paso entre la multitud que se había congregado y se fue directamente ante la presencia de Aracne. Con prudentes palabras, y un tono de voz dulce y enérgico a la par, le advirtió del peligro que corría por su falta de humildad y la apremió para que se retractara. Viendo que Aracne no le hacía ningún caso, la conminó bajo pena de un terrible castigo a su osadía y soberbia. Pero, en definitiva, nada parecía convencer a la muchacha.

En su terquedad estaba Aracne, y no se movía de su férrea postura, cuando los canos cabellos de la anciana se tornaron lisos y brillantes, su cayado se transformó en una lanza, sus oscuras vestimentas se tornaron blancas y su achacoso cuerpo se espigó alcanzando un porte imponente. La que ahora tenía ante sus ojos la muchacha era la mismísima Atenea, la inventora de la rueca, la protectora del arte del tejer.

Ahora bien, Aracne, aun teniéndola delante, no se detractó de lo dicho, sino todo lo contrario. En su soberbia animó a la diosa a demostrar que, efectivamente, tejía mejor que ella misma.

De esta manera empezó la contienda de hilos, la lucha de ruecas. En un rincón Atenea se afanaba en su tapiz, representando en él su victoriosa lucha con Posidón por el Ática; acompañaban a este motivo –por si cabían dudas- cuatro escenas de mortales castigados por menospreciar a los dioses. En otro ricón, por su parte, andaba trabajando Aracne; era el suyo una bella obra que mostraba –por si también cabían dudas- a dioses metamorfoseados y en ridículas poses persiguiendo los amores de humanas criaturas.

Cuando los tapices ya estaban acabados y era evidente la perfección del desarrollado por Aracne, Atenea la emprendió a golpes con su oponente.
Tan fuertes eran, y tanta su vergüenza, que corrió al otro extremo de la habitación y, aprovechando un respiro de la diosa, lanzó una cuerda a una viga. Con sus eficientes manos hizo rápidamente un nudo y se ahorcó, dando fin a su deshonra. O al menos esa era su intención, pues no contaba con los planes de Atenea quien concibió otro fin para la colgante. Detuvo su inminente muerte, transformando la soga en fina seda y a ella en un pequeño ser negro con varias patas. Y la castigó eternamente a tejer y a tejer su tela, a vivir en ella y a alimentarse gracias a ella.

Así cuando veamos una araña, descendiente de aquella Aracne, recordaremos lo caro que puede pagar uno aquella hybris griega, la soberbia y el orgullo.


Lección / Moraleja:
Aracne no era guapa ni descendiente de ningún rey, dios o héroe. Era solamente una muchacha lidia, hija de un tintorero local y de una madre anónima. Y no es famosa por asunto amoroso alguno, ni siquiera por saber bordar como jamás nadie lo hizo, sino que lo es por el ejemplar castigo al que fue sometida por su orgullosa presunción.
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