Los hombres, por tradición, hacen gala exagerada de sus atributos para la relación sexual, ya que son pocos y estos atributos no tienen mucha gracia ni belleza física. Ya lo decía Serrat en su canción «Algo personal», cuando hablaba “de esos hombres que fanfarronean a quién la tiene más grande”.
En realidad, Juanito no descubrió la pólvora con esos versos, porque es sabido que los hombres fanfarronean entre sí con sus miembros, sobre todo en el gimnasio y a la hora de ducharse. Y si un hombre nunca mintió frente a sus amigos en cuanto al tamaño o al rendimiento de sus genitales, es que ese hombre no ha tenido una vida sexual normal.
Pero lo que uno no tiene del todo claro es con qué atributos fanfarronean las mujeres a la hora de mostrar su superioridad erótica frente a las demás.
Nos cuesta imaginarlas, haciendo un paralelismo con la actitud masculina de los genitales, sacándose los corpiños y diciendo:
Las ponemos sobre esta mesa, y las medimos. O también:
Las ponemos en una balanza, y las pesamos.
Estoy seguro que las ganas de competir existen en ambos sexos, no es una virtud o un demérito exclusivamente varonil, y lo confirma el hecho, por dar un ejemplo, que una enorme cantidad de mujeres viven preocupadas por saber cuántos billetes les costaría agrandarse el busto, redondear sus caderas o tornear sus pantorrillas. La diferencia entre ellas y nosotros es que las damas no se atreven a manifestar lo exuberante de su físico, tan frontalmente y sin falso pudor, como lo hacemos los varones.
Pero dejando de lado como eje de la propia publicidad de los atributos del cuerpo de lo que sí estoy totalmente convencido es que las mujeres tienen un elemento ideal para jactarse y fanfarronear de su erotismo: la vestimenta que muestre, como al descuido, aquellos atributos que en su lugar nosotros ostentaríamos a los gritos. Por algo perduran en la moda, desde hace muchos años, los bikinis, los corpiños calados o de media copa, las minifaldas mínimas, las medias con portaligas a la vista, la lencería erótica y los zapatos de taco aguja. Cuando una hermosa mujer sale a la calle vestida de esa manera o desvestida, yo nunca supe cuál
de estas dos cosas hacen las jóvenes antes de abandonar la casa , está
diciendo:
Muchachos, miren que apetitosa estoy.
Aunque no siempre es así, porque si esa misma ropa se la pone una gorda insufrible con menos cintura que Elvis Presley a los cuarenta años, quizás nos esté diciendo:
Muchachos, embrómense por mirar.
Es que, además de la vestimenta, hace falta una cierta armonía física para fanfarronear. A nadie se le escapa que las mujeres el 99 % de ellas, salvo la gorda que menciono más arriba siempre tienen con qué. O sea, que volvemos a los dones físicos. Es innegable: hay dos o tres atributos de las mujeres que están a la vista de todos, que rompen los ojos e incluso en muchos casos logran sacarnos los ojos de las órbitas. Y además de estar a la vista, se los muestra de igual manera que un buen chef muestra aquel plato que nos hará agua la boca. No alcanza con que los senos de esa chica sean turgentes, jóvenes, erguidos; ella le levantará todavía un poco más con un corpiño que le dará esbeltez, sin ocultar los preciosos remates que
abultarán por su lado en la suave tela del sostén. ¿Se imaginan esa misma ostentación en los hombres? ¿Se imaginan sostenes puestos en los genitales para que estos luzcan de tamaños mayores y menos fláccidos? ¿Cómo sería tener testículos con siliconas?
Quizás llegue el día en que nosotros busquemos esos suplementos sintéticos para lucir más varoniles o más dotados, pero hoy todos sabemos no está de más decirlo que si algunas mujeres fanfarronean con eso que portan, no se lo deben agradecer ni a sus padres ni a sus estrictas dietas ni a la bondad de la naturaleza, tal como lo agradecemos nosotros cuando se trata de nuestros atributos.
Esos dones, generalmente, las mujeres tienen que agradecérselo a su cirujano plástico de cabecera, a su modisto personal y, sobre todo, a la billetera del esposo, que hace posible la entrada al hogar del cirujano y el modisto.
(Las mujeres son un mal neceario)