- Voy a poner un ojo en el sol para verte de día y otro en la luna que te acompañe a dormir -dijo doña Floripia a su hijo Homeraldito, el hipopótamito.
- Y yo voy a darte esta cajita con ocho besos invisibles para tu viaje -contestó el niño.
- Pero si voy a estar quince días fuera de casa, no ocho -afirmó mamá hipopótama.
- Yo ya había mandado los quince besos al cielo, para que te pusieras uno tan pronto despertaras cada día, pero papá Dios me pidió prestado siete, lo que no sé, es a cuál mamá los regaló –afirmó el hipopotamito.
A doña Floripia se le cayó una lágrima, abrazó su hijo y siete besos y siete abrazos le dio.
Entonces, en ese momento, Dios, miles de bendiciones entregó a los dos.
Y cada vez que doña Floripia llora, cada lágrima de tristeza por una gota de alegría para su hijo ella se la cambia a Dios.
Jaime Eduardo Castellanos Villalba