Érase un rábano centenario
correoso en extremo y ordinario;
mas valor no le faltaba,
pues la zanahoria le gustaba.
Ella es joven, de piel fina cual ninguna,
y además es de nobilísima cuna.
Celebróse la boda con todo esplendor,
el banquete fue de lo mejor:
hubo hojas de flores y rocío del prado,
todo, como veis, fue regalado.
El rábano saludó muy a gusto,
y soltó un largo y seco discurso.
La zanahoria se callaba la boquita,
en la que había una dulce sonrisita.
Si no crees que la historia es verdadera,
ve a preguntárselo a la verdulera.
Hizo de cura una berza roja,
y de doncellas, nabos de blanca hoja.
Vinieron el espárrago y el melón,
las patatas cantaron con emoción.
Todos bailaron, grandes y chicos,
viejos y jóvenes, pobres y ricos,
hasta que el rábano reventó
y, ya muerto, tranquilo se quedó.
La joven zanahoria sintióse satisfecha
de verse una viudita hecha y derecha,
sin por eso dejar de ser doncella.
En el puchero dieron pronto con ella.
Si no crees que la historia es verdadera,
ve a preguntárselo a la verdulera.