Un gran Comerciante,
que por su desgracia,
perdió sus haberes,
sin culpa ni causa;
Recostado al margen
del Río de la Plata
solitario y triste,
así se quejaba:
¿No soy yo aquel hombre
a quien veneraban
las gentes, viniendo
a verme a mi casa?
¿Pues cÓmo no tengo
hoy en mis amargas
penas, quien las temple,
ni ayude a llorarlas?
Entre mis angustias
la que más me acaba,
es ver que un amigo,
a quien yo estimaba
tanto, que las gentes,
al vernos clamaban,
que éramos dos cuerpos
en tan sola una alma,
también me ha olvidado,
mirándome en tanta
multitud de azares,
como me acompañan;
¡Ah, cruel, ingrato!
más dolor me causa
tu ausencia, que toda
la pérdida infausta de mis intereses:
En esta batalla
estaba el buen hombre,
cuando hete que le habla
una Cotorrita
desde la alta rama
de un Ombú frondoso
con estas palabras:
¡Qué es lo que pronuncias!
ese que tú tratas
de ingrato y cruel
amigo le llamas,
fue solo tu sombra:
Si acaso mañana
volviese a salir
allí en tu morada
el sol, lo tendrás
al lado, sin falta;
Pero mientras dure
el nublado en casa,
no pienses que vuelva
a verte la cara.
De esta suerte habló,
y abriendo las alas
remontó su vuelo,
dejando parada
la atención del triste
por mansión muy larga
al oír de su pico
sentencia tan alta.
Yo, señores míos,
no les diré nada
a tales personas,
pues si son ingratas,
para reprehenderlas
las Cotorras bastan.
Lección / Moraleja:
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