Navegando un viajero por la China
condujo de Malaca a Berbería
cien sátiros, por ver si allí podía
hacer un cambalache de cocina
vendiéndolos por trigo, que este grano
en los países del norte es plata en mano.
Uno de ellos estaba apoderado
de una sarna fatal tan malignante,
que al echarlos de abordo, contagiado
Se hallaba de ella el número restante.
Diéronle del contagio luego al dueño
razón los marineros, y risueño
dijo él: los habitantes de esta tierra
a la sarna jamás abrieron guerra;
no son escrupulosos,
ni tienen por qué serlo; con que amigos
salga yo de estos entes asquerosos,
que lo demás es cuento,
y así vayan a tierra todos ciento.
Divulgóse por todo el continente
la voz de tan brillante
factura; y acudieron muy en breve,
compradores sin fin; quien lleva nueve,
quien diez y seis, quien treinta,
el uno veinte y cinco, el otro veinte;
De tal manera que el señor viajante
hizo de todos prodigiosa venta,
quedando sin un sátiro al instante.
Distribuida ya la satirada
y tomando su importe en trigo y granos,
alzó al cielo la manos
el vendedor feliz, y dando al aire
de risa una solemne carcajada
dijo con gran donaire,
al restituirse a bordo: a Dios salvajes,
dejad crecer las uñas largamente
para rascar la sarna, que estos gajes
son de la estolidez don consiguiente.
Apenas dos semanas se pasaron
cuando la sarna se cundió del todo,
y pocos o ninguno se escaparon
de tener que rascar en algún modo;
Mas demos fin al cuento
y vamos de la Fábula al intento.
Que acontezca entre Alarbes este daño,
pintándolos escasos de nociones,
nada tiene de extraño;
Lo que si raro fuera
que pudiendo decir de otras naciones
otro tanto ellos mismos, tradujera
algún moro en Argel la fabulilla,
sin pensar en dar vuelta la tortilla.
Lección / Moraleja:
Siempre hay que recordar que las 'bobadas' que 'se ponen' en bocas ajenas, a su vez son referidas como dichas por nosotros.