Hecho ya el mundo y poblado
con todos sus animales,
a cada cual su destino
Júpiter quiso anunciarle.
-Tú has de servir (dijo al asno)
de acémila perdurable:
te darán mal de comer
y palos a centenares.
Treinta años es necesario
que en ese oficio trabajes;
después de treinta cumplidos,
te dejaré que descanses.
-Treinta años (replicó el burro)
de afán, de palizas y hambre,
son demasiado: te pido
que unos veinte me rebajes.
Júpiter convino en ello,
y al perro mandó acercarse.
-Tú (dijo) serás del hombre
compañero inseparable.
Tú cazarás, y tu dueño
comerá lo que tú caces;
tú le guardarás la casa
treinta y cinco años cabales.
-Muchos son (repuso el perro),
porque es el trabajo grande:
quítame los veinticinco;
basta con los diez restantes.
-Norabuena (contestó,
el siempre benigno padre):
vete en paz, y al mono dile
que se me ponga delante.
Pasado el aviso al mono,
que vino haciendo visajes:
-Tú (díjole el dios riendo)
casi para nada vales.
Arrastrando una cadena
y en poder de charlatanes,
veinticuatro años harás
la diversión de las calles.
-¡Yo (gritó el mono) sufrir
veinticuatro años de ultrajes!
Rebaja pido. -Corriente.
¿Cuánto? -La tercera parte.
Tocaba entonces al hombre
a Júpiter presentarse.
-Ven tú, predilecto mío,
(prorrumpió el numen afable.)
Mira esas verdes colinas,
mira esos floridos valles,
mira ese revuelto mar,
que tú poblarás de naves;
todo es tuyo: vive y goza
tesoros tan abundantes.
Treinta años te doy, que es tiempo
harto para que te sacies.
-¡Treinta no más! (clamó el hombre.)
Es un soplo, es un instante.
Con plazo tan reducido,
¿qué ha de poder disfrutarse?
Dame cien años lo menos,
o si no, recoge y dame
todos los que el mono, el perro
y el asno dejaron antes.
Júpiter condescendió,
bien que no de buen talante,
y explicó de esta manera
su decreto inalterable:
-Al asno, al perro y al mono
la vida les heredaste;
les heredarás también
con ella sus propiedades.
Treinta años de vida de hombre
tendrás feliz y agradable;
pero de bestia será
desde treinta en adelante.
De los treinta a los cincuenta
en ti lloverán afanes;
mantendrás casa y familia
con tu labor incesante.
De allí a los sesenta y cinco,
adorando en lo que guardes,
no dormirás, recelando
que todos van a robarte.
Si de allí pasas, entonces,
perdidas tus facultades,
te harán fábula del mundo
chocheces inaguantables.
Mejor mil veces te fuera
con mi gusto conformarte:
bien te di, y el mal pediste
quien lo quiso, que lo pase.
Lección / Moraleja:
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