Alonso Fresnedo, cura de Torrejón, concertó con Juan Carrasquero, escribano, que viniese a su casa al día siguiente, porque le había de emplear en cierto menester que les importaba mucho. Y encargóle una, dos y muchas veces que no lo hiciese falta. Respondiendo el otro que perdiese cuidado, le volvió a decir:
–Mirad que del todo me echaríais a perder; por tanto, desengañadme, y si habéis de venir, no me hagáis burla.
–Yo os prometo –díjole Carrasquero– que, si no muero, acudiré luego de mañana, que no seréis aún vos levantado, y si acaso no viniese tan presto como os digo, sin duda ninguna me podéis dar por muerto.
El cura le estuvo a la mañana esperando, y eran ya más de las nueve. Por donde, viendo que no venía, mandó al sacristán tañese a muerto. El sacristán comenzó a tocar a grande priesa. Oyendo esto los del pueblo, acudieron muchos de ellos a saber quién era el muerto, y preguntándoselo al cura, les respondió que Juan Carrasquero.
–Tan bueno y sano estaba como yo anoche –dijeron algunos de ellos–; Dios le haya perdonado.
Y corrieron en grande número a su casa a darle a su mujer el pésame. Pero halláronle a la puerta ya, que iba a casa del cura, y diciéndole:
–¿Cómo que no sois muerto? Pues el cura nos ha dicho que sí.
Él se fue muy bravo al cura y le riñó mucho por lo que había hecho.
–¿Cómo –le dijo el cura–, no me dijiste anoche que creyese que eras muerto si a la pinta del día no estabas aquí? Pues creyendo yo que decías verdad y que realmente serías muerto, he mandado que se hiciese lo que por los otros muertos se acostumbra. Y fuera razón que me lo agradecieras mucho.
Si hicieres al ingrato algún servicio,
publicará que le haces maleficio.
* Sebastián Mey (1613): Fabulario. Nueva Biblioteca de Autores Españoles, tomo XXI
Lección / Moraleja:
Si hicieres al ingrato algún servicio,
publicará que le haces maleficio.