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¡
NANAS BALADAS > ADULTOS
EN CASA DE CONCEPCIóN
(por Angel Villoldo)
La otra noche me invitaron
a casa de una muchacha,
muy coqueta y vivaracha,
que se llama Concepción,
pues tenía como antojo,
según me dijo Cirilo,
de oírme cantar un estilo
o cuaquiera otra canción.

Ante invitación galante
rehusarme no me era dado
y rumboso, acicalado,
a casa de ella me fui.
El corazón me latía
no de amor, sino de gozo,
al pensar el alborozo
que se preparaba allí.

Llegué a la casa y contento
di un golpecito en la puerta,
salió una gangosa y tuerta,
más fea que un tiburón:
-¿Qué se le ofrece? -me dijo
medio, medio sulfurada.
-Señora -contesté- nada;
vengo a ver a Concepción.

-Sí está, pero no puede
verla, porque está ocupada
y se halla muy enojada,
con rabia y de mal humor,
porque dice que ha invitado
a un cantor muy conocido,
y hasta ahora no ha venido
el maldito del cantor.

-Señora, pásele aviso;
no demore ni un instante
y dígale que el cantante
aquí acaba de llegar,
y que espera de que venga
a recibirlo al momento,
que ha traído el instrumento
ya listo para cantar.

-¡Ay, qué suerte que ha venido
-exclamó, pegando un grito-:
Aguárdese usté un ratito
que ella está con la mamá,
pues le ha dado la jaqueca
y quizás se encuentre mala;
entre, señor, a la sala
y siéntese en el sofá.

La sirvienta como gama
se fue adentro disparando:
cuando el patio iba cruzando
dio un tremendo tropezón;
se quedó un rato en el suelo,
no sé lo que le dolía,
lo que vi, sí, que tenía
en la frente un gran chichón.

Después de un rato de espera
aparecíó la sirvienta,
y Concepción muy contenta,
lo mismo que la mamá.
-Cómo está, don Angelito;
tanto que se le ha esperado.
¿Por qué es Ud. tan rogado
que no viene por acá?

Me acosan con mil preguntas
y me ponen trastornado,
confuso y avergonzado,
sin saber que contestar.
En fin, después la algazara
se calma por un momento
y yo tomo el instrumento
y me dispongo a cantar.

No bien el canto yo empiezo,
entra borracho y gritando,
y un botella empuñando,
el padre de Concepción.
La mamá corre hasta el fondo
y se arma un batifondo
peor que una revolución.

La sirvienta dando gritos
sale a la calle corriendo,
mientras el beodo, blandiendo,
un respetuoso bastón,
reparte a diestra y siniestra
tal lluvia de garrotazos,
que rompe en dos mil pedazos
cuanto encuentra en el salón.

Yo que soy muy moderado,
al ver semejante farra,
meto en bolsa mi guitarra
y sin más tardar me voy,
mas Concepción me divisa
y me dice que me quede,
¡pero yo le digo: ¡Puede!...
¡Cualquier día... no siendo hoy!
(Tangos y milongas)
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