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CUENTOS CIENCIA-FICCIóN
CUENTO MODELO XVZ-91 (por Elsa Bornemann)
Que no. Que a nadie le llamará —particularmente— la atención. Que ni la directora, ni la vice, ni los maestros de la prestigiosa escuela “INTER-EDUCA” van a advertir algo especial en ese nuevo alumno que mañana ha de incorporarse a uno de los grados, a mitad del ciclo primario.

Tampoco tendrán ningún motivo para inquietar­se, para observar a ese niño con dedicación preferencial.
En apariencia, Jarpo es una criatura como todas. ¿Por qué habría de concitar —entonces— otro inte­rés que no sea el que despiertan los demás alumnos?

Además, ubicada como está la escuela en la zona de embajadas, consulados y residencias de diplomáticos destacados en la República de Burgala, es común que muchos niños ingresen a sus aulas en cualquier etapa del período lectivo y —también— que lo abandonen antes de concluirlo.
Se trata de hijos de personal diplomático prove­niente de todo el mundo y de estadía transitoria en Burgala. Se trasladan con sus padres de uno a otro país, a donde aquéllos sean destinados por sus respectivos gobiernos.

Al pequeño Jarpo lo inscriben como uno más de ellos.
Jarpo llega a su nueva escuela en uno de los buses que recorre la zona en busca de los alum­nos. Durante el trayecto no ha hablado con sus compañeros, salvo el “Buenos días” de rigor, al subir al vehículo. Él no conoce a nadie —todavía— y es lógico que sienta bastante timidez.
Sentadas en el primer asiento —del lado opuesto al conductor— están Zelda y Nuria, amigas insepa­rables. Ambas han sentido un cosquilleo de emoción no bien Jarpo subió al vehículo, pasando a su lado, tan cerquita de ellas y mirándolas de reojo.

Zelda es la primera en reaccionar. Codea a Nuria para susurrarle:
—¿Lo viste? Mmm… ¡Qué rico!
Nuria asiente y murmura:
—Sí… pero antipático,— apenas si saludó.
Zelda saca un espejito. Lo coloca entre medio de ambas y así —una vez cada una— pueden mirar hacia atrás sin ser descubiertas.
Fingen arreglarse los moños, acomodarse el fle­quillo, sacarse alguna inexistente pelusita del ojo… La cuestión es usar el improvisado invento del espejo retrovisor y contemplar al nuevo compa­ñero.

Jarpo se sentó en el último asiento, ése en el que caben cinco o seis ocupantes y —durante la ida a la escuela— no hace otra cosa que mirar distraídamente a través de las ventanillas.

Durante las primeras semanas que siguen al día de su ingreso, Jarpo demuestra buen comporta­miento y excelente aplicación al estudio: pareciera que lo aprende todo sin esfuerzo.
—Este tiene una memoria de elefante o es un verdadero “tragalibros”, de esos que se pasan estudiando en la casa —empiezan a comentar sus compañeros varones.
—Un repelente.
—Si fuera un “traga” no haría otra cosa que repa­sar las lecciones en los recreos y en cada momento libre y Jarpo no toca una carpeta ni siquiera en los minutos anteriores a los exámenes. Es súper inteli­gente, eso es todo, y ustedes se mueren de en­vidia.

Zelda es quien defiende a Jarpo de las habladu­rías.
Aunque el muchacho es muy serio, callado, poco comunicativo, le atrae tal como el primer día en que lo vio.
Sin embargo, no puede explicarse exactamente por qué, ya que Jarpo la trata con reserva, al igual que a los demás.
De todos modos, Zelda está segura de que a ella le demuestra un poquito más de simpatía. Eso puede apreciarlo en cierta sonrisa —casi impercep­tible— que le nace en los labios y en los ojos cuando la ve o en que —a veces— lo sorprende mirándola como si ella fuera un paisaje extraordi­nario.

Es recién después de dos meses de clases com­partidas cuando se produce un hecho que los acerca afectivamente.
Ha llegado la hora del almuerzo escolar. El co­medor de la escuela parece una bulliciosa paja­rera.
Ya están concluyendo con el primer plato cuando una de las celadoras se alarma:
—¿Dónde está Jarpo?

Enseguida —y en vista de que no aparece por el comedor— dos compañeros salen a buscarlo: en el aula no está; en los baños, tampoco; ni en el gimna­sio, ni en el laboratorio, ni en el salón de música, ni en la biblioteca…
Al rato, todos los compañeros del grado van en su busca por el amplio establecimiento:
—¡Jaaarpooo! ¡Jaaarpooo!

Zelda también, muy preocupada. —¡Jaaarpooo!
Corre hacia el parque de la escuela, dirigiéndose rumbo a la arboleda que crece detrás de la pileta de natación. Jarpo suele caminar por allí todos los días, cuando se va a jugar solo con un pequeño aparatito electrónico —tipo “walkman”— que no le deja tocar a nadie. Ni a Zelda.

¡Qué susto se lleva la nena cuando —al fin— en­cuentra al muchacho acostado —boca arriba— so­bre un banco, con los brazos colgando a los lados y los ojos muy abiertos! Parece petrificado. No pestañea siquiera.
—¡Jarpo! ¿Qué te pasa? —Zelda lo toca, impresio­nada.

Él mueve apenas una mano, como queriendo señalar algo.
—¿Qué, Jarpo?

De pronto, sobre las piedras del sendero y a medio metro del banco, Zelda descubre lo que le parece una diminuta casete. La toma.
—¿Es esto lo que me estás pidiendo?

Jarpo le dice que sí con un leve movimiento de su cara, ahora inexpresiva como la de un muñeco.
—¿Qué te pasa?, ¡por favor!

Abre lentamente una mano y la acerca a Zelda, que permanece a su lado, cada vez más asustada. Es evidente que Jarpo le está indicando que le alcance esa casete.
Zelda intepreta sus señas, cumple con el pedi­do y sale disparando hacia la enfermería de la escuela, mientras le dice a su amigo:
—¡Enseguida vuelvo, Jarpo! ¡No vayas a levantar­te! ¡Voy a pedir ayuda! —y corre a través del parque con el corazón batiéndole como pocas veces an­tes. —¡Auxilio!. ¡Jarpo se descompuso! ¡Ayuda; pronto!
Cuando el equipo médico se apresta a socorrer a Jarpo, la sorpresa: todos lo ven caminar hacia ellos lo más campante, normalmente, como si nada le hubiera sucedido.
Después, no hay forma de que diga otra cosa que:
—Estoy absolutamente bien. Me quedé dormi­do, eso es todo. Zelda creyó que me había desva­necido. Estas chicas…

Más tarde —en un aparte del recreo— Zelda le recrimina la mentira: —Enfermo,— muy descompuesto te encontré, Jarpo. A mí no me vas a ensañar como a los demás, yo te vi… ¿Por qué no dijiste la verdad?
Como si por un instante hubiera deseado llorar, el muchacho se restriega los ojos. Enseguida, se recompone y le dice, casi en un suspiro:
—Tengo un grave problema aquí, Zelda —y se, señala la cabeza— No me permiten que se lo cuente a nadie porque muy pronto ya no lo ten­dré… ¿para qué alarmar inútilmente? ¿Va a ser capaz de guardar el secreto?

Zelda toma esa confesión, esa repentina con­fianza en ella como una primera muestra importan­te del afecto de Jarpo y le promete que sí.
A partir de esa tarde, la actitud del muchacho se modifica. Claro que sólo con Zelda.
El caso es que se comporta con un poco más de soltura, sonríe, le enseña palabras en otros idiomas, le regala dibujos técnicos que Zelda no entiende pero que igual le encantan porque los hace él…

Ahora es frecuente verlos juntos en los recreos, conversando a media voz, y pasándose mensajes durante las horas de clase.
—¿Se puede saber de qué hablan? ¿No encuen­tran algo más interesante que perder el tiempo con tanto bla bla y tanto papelito de banco a banco?

Nuria está celosa. Pero más porque siente que Zelda la ha desplazado en su amistad —de alguna manera— que porque Jarpo le gusta.
En realidad, le desagrada profundamente y no pierde oportunidad de hacérselo saber a su amiga:

—Jarpo esté medio loco, Zelda. Ayer lo pesqué mirando fijo sus propias manos y probando la articulación de cada dedo, como si recién se los hubieran puesto, como si fueran nuevos, no sé si me explico…
—Habla solo, nena; con ese aparatito del que no se separa ni para ir al baño.
—La cabeza le zumba. Estoy segura de que le zumba, Zeldita. Yo estaba justo detrás de él y oí como si tuviera un panal de abejas en vez de cerebro.
—Es raro Jarpo, muy raro. Yo —en tu lugar— ni la hora, querida.
Nuria trata de deteriorar —sin éxito— la imagen del nuevo compañero. Pero Zelda no le hace caso.

Sólo una vez reacciona enojada ante los comen­tarios de su amiguita. Es cuando Nuria le pregunta: —¿Tiene dientes Jarpo? Como nunca sonríe.
O cuando dice:
—¿Quién se cree que es ése? ¿El rey del universo? En las contadas ocasiones en que se digna a hablarnos, nos trata de “usted” en vez de tutear­nos. Se hace el importante.

Entonces sí que Zelda se enoja con Nuria: —¡A mí también me habla de “usted”, boba! ¡Jarpo domina once idiomas —para que sepas— y es claro que le resulta más fácil usar el “usted”, así no tiene que memorizar tantos cambios en los verbos! ¡Y sí que sonríe, pero si lo siente de verdad y no como algunas “sonreidoras profesionales” que yo sé y que se tratan de ganar la simpatía de los maestros con su hipócritas ji-jís!

Una tarde —mientras todo el grado al que asisten Nuria, Zelda y Jarpo se halla en el gimnasio— a la maestra le asalta la tentación de revisar el maletín escolar de Jarpo.
Le han llegado ciertos extraños rumores infanti­les acerca del niño nuevo, de las conversaciones secretas con Zelda y del papelerío privado que va y viene entre los dos.
Aunque siente ligera vergüenza por este acto de espionaje, piensa que todo es por el beneficio de sus alumnos y se decide a hacerlo. Por las dudas.
¿Qué descubre en el maletín de Jarpo?
Cuadernos y útiles comunes, los libros de texto reglamentarios. Sólo le llaman la atención tres dimi­nutas especies de casetes de poco más de dos centímetros por uno, guardadas en un estuche trasparente y en uno de cuyos extremos puede verse una etiqueta con algunos números y signos que no significan nada para ella.

También, un rollito de hojas de block. Están prolijamente enrollados dentro eje un portapapeles. La maestra los estira y ve algo así como distintos diseños de circuitos electrónicos.
En realidad, no entiende de qué se trata pero tampoco le interesa averiguarlo.
Vuelve a guardar todo el material en el maletín de Jarpo.
Se encamina —ahora— hacia el banco de Zelda y toma su mochila.
La registra, del mismo modo que ha hecho con la valija del muchacho. Ya está por volver a colocar todo en su sitio cuando advierte un bulto debajo del forro de un libro. Palpa y nota que se trata de un sobre. Lo saca cuidadosamente (no vaya a ser que —después— las criaturas se den cuenta de que han sido registradas).

El sobre es una carta de Jarpo para Zelda, con la recomendación de que no la lea hasta el mediodía siguiente.
Mala suerte, está cerrada con pegamento e imposible abrirla sin romper las cintas adhesivas que la cruzan en todas direcciones, como si allí se protegiera un gran secreto.
Vuelve a ubicarla donde estaba. Se conforma —entonces— con observar una hoja donde se ve el diseño —en miniatura— de un circuito similar a los que encontró en el maletín de Jarpo, aunque no entiende qué significa. Sin embargo, éste está co­loreado como un arco iris y —al pie— lleva una dedicatoria: “Para Zelda, desde el corazón de Jarpo”.

“Cosas de criaturas…” —piensa la maestra, alivia­da, y: “Vaya qué romanticismo extravagante… regalarse dibujos de cables y baterías… En fin, niños de hoy…”

Si se hubiera podido enterar del contenido de la carta de Jarpo a Zelda, seguramente no pensaría lo mismo. Aterrada estaría; aterrada. Y —mucho más—si hubiese sido testigo del episodio que ha tenido lugar pocas horas antes, en la residencia de Jarpo, cuando el muchacho la escribía en la soledad de su cuarto. Desde el cielorraso de la habitación, un ojo electrónico registraba cada una de sus pala­bras sin que Jarpo lo sospechara, claro.
Como tampoco sospechó que sus diez paginitas destinadas a Zelda fueron sustituidas por otras diez —dentro del mismo sobre— pocos minutos antes de que él partiera rumbo a “INTER-EDUCA”.

Las palabras de Jarpo nunca llegarán a la niña, aunque él lo ignora y —ya en la escuela— le entrega el sobre con la recomendación de que no lo abra desde el mediodía siguiente. El ojo electrónico de su embajada ha sido el único destinatario del manuscrito de Jarpo.
El ojo electrónico ha leído lo siguiente:


* INFORME PARA ZELDA, NATIVA DE LA REPÚBLICA DE BURGALA **********

* PÁGINA 1 *
* ZELDA: LAMENTO EL DOLOR QUE VOY A CAUSARLE PERO NO PUEDO EVITARLO. SOY UN ROBOT. MAÑANA —CUANDO USTED LEA ESTE INFOR­ME— YO YA HABRÉ ESTALLADO, AL IGUAL QUE OTROS ROBOTS MODELO XVZ-91 ESPECIAL­MENTE FABRICADOS EN EL PAÍS DEL QUE PRO­VENGO —LA UNIÓN DE ESTADOS URBÍLICOS (U.D.E.U.), COMO USTED SABE— E INCLUIDOS EN LA ETAPA EXPERIMENTAL DEL PROYECTO “GUE­RRA FINAL”.
* LA ETAPA EXPERIMENTAL COMPRENDE LA EX­PLOSIÓN EN CADENA DE DOCENAS DE ROBOTS SIMILARES A MÍ, EN DISTINTOS PUNTOS DE LA TIERRA Y A PARTIR DE LAS OCHO DE LA MA­ÑANA.
EL PROPÓSITO ES SEMBRAR EL PÁNICO Y LA INCERTIDUMBRE EN TODO EL MUNDO. LA INSE­GURIDAD.
* LA UNIÓN DE ESTADOS URBÍLICOS NO SE HA­RÁ RESPONSABLE DE LOS DESMANES SINO DENTRO DE UN AÑO, CUANDO SUCESOS COMO ESTE —Y DE TODA ÍNDOLE— A CARGO DE ROBOTS, HAYAN CUMPLIDO CON LAS DISTIN­TAS ETAPAS DEL PROYECTO, CUYO OBJETIVO ES LA GUERRA FINAL Y LA DOMINACIÓN ABSO­LUTA DEL PLANETA POR PARTE DE LOS URBILOS.


* PÁGINA 2 *
* LA U.D.E.U. ES LA POTENCIA TECNOLÓGICA­MENTE MÁS AVANZADA DEL MUNDO.
* CON DISTINTAS ACCIONES —SIEMPRE A CAR­GO DE ROBOTS— DEMOSTRARÁ QUE NINGÚN PAÍS ESTÁ EN CONDICIONES DE RESISTIRLA Y ASÍ —PRONTO— TODOS SE CONVERTIRÁN EN SUS ESCLAVOS.
* HAN FABRICADO EL MATERIAL BÉLICO MÁS SOFISTICADO Y AUN IMPENSABLE PARA CUAL­QUIER CIENTÍFICO FUERA DE URBILIA ROBOTS COMO YO —POR EJEMPLO— A LOS QUE NO ES POSIBLE DETECTARLES NINGUNA DIFERENCIA CON LOS SERES HUMANOS, COMO USTED MIS­MA COMPROBÓ.
* SOMOS COMPUTADORAS PERFECTAS —CREA­DAS A IMAGEN Y SEMEJANZA DEL HOMBRE— A FIN DE PASAR TOTALMENTE INADVERTIDAS EN­TRE LA GENTE.


* PÁGINA 3 *
* A MI ME PROGRAMARON COMO ROBOT DES­TRUCTOR —AL IGUAL QUE DOCENAS DE OTROS— PERO SOMOS MILLONES —DE DISTINTOS MODE­LOS— APLICADOS —TAMBIÉN— A DISTINTOS OBJETIVOS.
SOMOS MILLONES, CON APARIENCIAS DE BE­BÉS, DE NIÑOS COMO YO, DE ADOLESCENTES, DE JÓVENES, DE ADULTOS, DE ANCIANOS. SO­MOS MILLONES, INFILTRADOS YA ENTRE LA GENTE VERDADERA Y PREPARADOS PARA CUM­PLIR CON MUY DIVERSOS ROLES. CON DECIRLE QUE EXISTE UN FAMOSO PRESIDENTE QUE ES ROBOT, VARIOS IMPORTANTES MILITARES Y MI­NISTROS DISEMINADOS POR LA U.D.E.U. EN LOS PUEBLOS DE LA TIERRA, SE DARÁ CUENTA USTED DE LA EXCELENCIA DE NUESTRA FACTURA.


* PÁGINA 4 *
* UNA VEZ QUE SUPERAMOS EL EXAMEN DE CALIDAD EN LA FABRICA DE ORIGEN —ALLÁ EN URBILIA— LA ABANDONAMOS DIRIGIDOS POR CONTROL REMOTO Y ACCIONADOS POR UN CHIP2 DE SEGURIDAD QUE ALLÍ MISMO NOS COLOCAN. POCO DESPUÉS, ESTAMOS LISTOS PARA AUTOCOMANDARNOS.
* A CADA UNO SE NOS PROVEE DETERMINADA CANTIDAD DE DIMINUTOS CHIPS, PROGRAMA­DOS DE ACUERDO CON LO QUE SE ESPERA DE CADA CUAL. ESTÁN ORDENADOS EN CLAVE PARA SU USO SUCESIVO, DURANTE EL TIEMPO QUE DURE NUESTRA MISIÓN.


* PÁGINA 5 *
* EN LA ZONA DE LA NUCA —OCULTA POR EL PELO— TENEMOS UNA PEQUEÑA APERTURA PA­RA INTRODUCIR LOS CHIPS.
LA OPERACIÓN ES SENCILLA Y AUTOMÁTICA (COMO LA DE LAS VIDEOCASETERAS QUE US­TED CONOCE, AUNQUE NUESTRA FUENTE DE ALIMENTACIÓN ES MUCHÍSIMO MÁS PEQUEÑA —OBVIAMENTE— Y SILENCIOSA).
* ¿POR QUÉ LE REVELO ESTE SECRETO? SOSPECHO QUE ALGO ESTÁ FALLANDO EN MI MECANISMO O —TAL VEZ— ESTA POSIBILIDAD DE COMPORTAMIENTO TAMBIÉN ME HAYA SI­DO PROGRAMADA, ESTANDO —COMO SE ES­TÁ— EN LA ETAPA EXPERIMENTAL DEL PROYECTO…


* PÁGINA 6 *
* ES PROBABLE QUE INTENTEN EVALUAR LAS MODALIDADES Y LAS CONSECUENCIAS DE LA DELACIÓN… NO SÉ… LO CIERTO ES QUE NECE­SITO CONTARLE TODO —ZELDA— YA QUE MA­ÑANA VOY A TRATAR DE HUIR LEJOS DE LA ESCUELA CUANDO EMPIECE A SENTIR QUE ME LLEGA EL MOMENTO DE EXPLOTAR.
* ME SORPRENDO RESISTIÉNDOME A CUMPLIR CON LA MISIÓN QUE ME FUE ENCOMENDADA. VOY A INTENTARLO —AL MENOS— AUNQUE PA­REZCA RIDÍCULO E INÚTIL YA QUE YO NO PIEN­SO POR MÍ MISMO SINO GRACIAS A ESAS PE­QUEÑAS CASETES QUE USTED CONOCE Y QUE CREÍA QUE PERTENECÍAN A UN INOFENSIVO JUEGUITO ELECTRÓNICO DE LOS QUE ACTUAL­MENTE HAY TANTÍSIMOS, PORQUE IGNORABA LA INVENCIÓN DE LOS CHIPS.


* PÁGINA 7 *
* ¿RECUERDA EL EPISODIO DEL PARQUE, ZELDA? FUE MI PRIMER CONATO DE REBELIÓN, PERO USTED VIO: SIN MI CHIP INCORPORADO ME ES­TABA CONVIRTIENDO EN UN MUÑECO INANIMADO, SI PASABA SIN ÉL UNOS MINUTOS MÁS, HUBIESE QUEDADO ABSOLUTAMENTE INERTE. EN LA ESCUELA —ENTONCES— HUBIESEN PEN­SADO QUE YO HABÍA SUFRIDO UN SÍNCOPE O ALGO ASÍ, FULMINANTE. Y PRONTO HABRÍA SI­DO DISPUESTO MI FUNERAL POR PARTE DE LOS URBILOS, TAL COMO SE PROCEDE CON CUAL­QUIER PERSONA MUERTA.
TUVE QUE CONTINUAR ACTIVO y PLANEAR OTRA MANERA DE ELUDIR EL MANDATO DE LA U.D.E.U.


* PÁGINA 8 *
* NO TENGO OTRA ALTERNATIVA QUE ESTA­LLAR, YA QUE EL ÚLTIMO CHIP —QUE ES EL QUE AHORA ME ESTÁ PERMITIENDO ESCRIBIRLE— ES EL MISMO QUE ACCIONARÁ MAÑANA PARA QUE SE PRODUZCA MI EXPLOSIÓN. Y A ESTE ÚLTIMO CHIP SE LO DISEÑÓ DE MODO TAL QUE YA ME RESULTA IMPOSIBLE QUITÁRMELO.
* NO PUEDO PROMETERLE OTRA COSA QUE MI INTENTO POR EVITAR LA CATÁSTROFE MAYOR.


* PÁGINA 9 *
* AHORA TIENE USTED ESTE INFORME EN SU PODER. YA VERÁ QUÉ PUEDE HACERSE CON ÉL.
* OJALÁ TOMEN EN CONSIDERACIÓN LAS PA­LABRAS DE UNA NIÑA… Y LAS DE ALGUIEN AL QUE SUPUSIERON UN NIÑO…


*PÁGINA 10*
* ¿SABE, ZELDA? EN ESTE ÚLTIMO CHIP QUE ESTOY USANDO ENCUENTRO —COMO EN AL­GUNOS DE LOS ANTERIORES QUE ME TOCÓ USAR DURANTE LAS SEMANA QUE COMPARTI­MOS— CIERTOS IMPULSOS PARA LA MANIFESTA­CIÓN DE SENSACIONES SEMEJANTES A LAS DE LOS HOMBRES.
EL SENTIRME APEGADO A USTED —POR EJEM­PLO—; EL EXPERIMENTAR ALGO EXTRAÑO y QUE PODRÍA DENOMINARSE “ANGUSTIA” AL SABER QUE DEBEREMOS SEPARARNOS PARA SIEMPRE; EL TENER LA NECESIDAD DE DECIRLE QUE NUN­CA HUBIERA INVENTADO UN ENGENDRO CO­MO yO, DE HABER TENIDO EL PRIVILEGIO DE LA VIDA, DE HABER SIDO YO UN SER HUMANO COMO TODOS LOS QUE ME FUE DADO CONO­CER EN ESTE BREVÍSIMO PERÍODO DE MI EXIS­TENCIA ARTIFICIAL.
* SE ME ACABA LA ENERGÍA DISPONIBLE PARA ESTA ESCRITURA. ADIÓS, ZELDA. ZELDA. ZELDA.

JARPO/MODELO XvZ—91



Esa jornada escolar concluye como tantas otras.
La única diferencia es que —antes de bajar del bus que lo regresa a su domicilio— Jarpo se da vuelta y busca la mirada de Zelda. Ella le guiña un ojo. Con ese gesto quiere recordarle que sí, que ya encon­tró su carta y que recién va a abrirla al mediodía siguiente, tal como le solicitó. Jarpo se demora un poco en el estribo, sosteniendo la mirada de su amiga hasta que la voz del conductor le indica que se baje de una buena vez.

Desciende —entonces— y se queda parado en la vereda de su residencia, con la vista clavada en la ventanilla desde donde le sonríe la carita de Zelda, hasta que el transporte escolar parte.
Esa noche, Zelda resiste —a duras penas— la ten­tación de abrir el sobre con el mensaje secreto. Lo coloca adentro de la funda de su almohada.
Le cuesta dormirse, intrigada como está por el contenido de esa carta
—¿Se habrá Jarpo decidido a decirme que so­mos novios? Seguro que sí, que de eso se trata. ¡Qué emoción!

Finalmente, se queda dormida alrededor de la una de la madrugada.
Cuando la mamá la despierta —para ir a la escuela—no soporta más la curiosidad: abre el sobre antes de ir a tomar el desayuno.
Desde la cocina, la madre la llama varias veces:
—¡Se te hace tarde, nena! ¡La leche se enfría! ¡Zelda, a desayunar! ¿Qué estás haciendo?, ¡Vas a perder el micro!

De rodillas en su cama —desconcertada tras ha­ber abierto el sobre— Zelda mira —repetidamente— diez hojas de block totalmente en blanco.
—¿Qué significa ésto? ¿Por qué?

Se traga las lásrimas y la desilusión y se pone a escribir un mensaje para Jarpo, con párrafos de verdadero enojo. En él le anticipa que no entiende nada y que si es una broma, menos, de tan mal Susto o directamente cruel y “ya vas a explicarme todo, quieras o no. ¿Por qué las hojas en blanco —Jarpo— después de que creaste tanto suspenso y me hiciste pensar que…”
Más tarde, el bus pasa a buscarla, como siempre.
Zelda avisa al chofer que está un poco demora­da, que su mamá la llevará esa mañana. Muy seria, le pide a Nuria que —por favor— disimule su antipa­tía por Jarpo durante un ratito y le entregue esa carta, no bien el muchacho suba al transporte. Nuria acepta con un gesto de desagrado y otro de resignación, como si su amiga le hubiera encomen­dado escalar una cordillera.

El conductor escucha a medias el diálogo entre las chicas y —entonces— le comunica a Zelda, mien­tras controla la hora en su reloj:
—Jarpo ya estará en la escuela. Hoy me telefo­nearon de su embajada —bien temprano— para avisarme que no fuera a recogerlo, que un empleado se iba a ocupar de trasladarlo personalmente. No; no creo que haya pasado nada malo, nena. Lo más probable es que su padre haya recibido orden de viajar a otro país o a la U.D.E.U. de regreso y —por ese motivo— necesiten hablar con la dire…

Zelda entra a su casa como atontada, tras escu­char las palabras del chofer y decidir que la carta se la dará ella misma. ¿Irse? ¿Jarpo va a abandonar Burgala? Oh ¡no!
Vuelve a tragarse las lágrimas.
Entretanto, en la sala de la dirección de la escue­la “INTER-EDUCA” se desarrolla esta escena: La directora, la vice y las tres secretarias —que suelen ocupar sus puestos media hora antes de que em­piecen a llegar los niños— están atareadas con la preparación de las actividades del día.
Unos pocos alumnos juegan en el patio central, a la espera de la iniciación de las clases.
Aparece Jarpo.
Serio, con movimientos rígidos, se aproxima a las cinco mujeres y les dice —con inquietante con­vicción:
—Soy un robot. Soy un robot. Dentro de unos instantes, voy a estallar. Mi cabeza es una bomba ¡Mi cabeza es una bomba, una bomba! ¡No se me acerquen! ¡No traten de detenerme! ¡Lejos de mí!

Y antes de que las asombradísimas señoras puedan atinar a sujetarlo —ya que creen que al pobrecito le ha dado un súbito ataque de locura— Jarpo sale disparando hacia el parque.
Corre como impulsado por una energía so­brehumana. Insólito.
Cuando Zelda y su mamá llegan a la escuela, todos se encuentran ya en el parque. Personal docente y alumnos.
—¿Qué habrá pasado? —se preguntan madre e hijas.

Mediante altavoces, los psicólogos de la institu­ción tratan de dialogar con una criatura que se ha ocultado entre la arboleda que crece detrás de la pileta de natación.
—¡Te rogamos —por décima vez— que regreses aquí! ¡Por favor, danos una oportunidad de dialogar! ¡Nadie va a hacerte daño!
Puede oírse —entonces— la voz de Jarpo —desde lejos— quebrándose en un último grito al respon­der:
—¡Es inútil! ¡No se me acerquen! ¡Voy a estallar… ahora!
Una poderosa explosión sacude el edificio y cada corazón de los presentes.
Arrodillada en el pasto, abrazada a las piernas de su mamá, Zelda llora con desesperación. Llora. No puede hacer otra cosa que llorar.

Casi todos la imitan. Los grandes también. Estu­pefactos. Profundamente conmovidos.
Cuando —instantes después— los bomberos y la policía arriban a la escuela, sólo encuentran un extendido círculo de césped chamuscado ahí donde estaba Jarpo.
Nadie se explica lo sucedido.
Ni siquiera la embajada de la Unión de Estados Urbílicos, país al que Jarpo pertenecía.
Sus representantes —aparentemente consterna­dos— anuncian —más tarde— que se realizará una exhaustiva investigación para descubrir a los responsables de tamaña tragedia:

—”¿Qué monstruo habrá sido capaz de darle un explosivo a un niño? ¿y con qué móviles? La U.D.E.U., tomará severas medidas, este hecho no quedará impune. Por comprensibles razones de seguridad, los padres de Jarpo han regresado —de inmediato— a nuestro país. Agradecen todas las muestras de solidaridad recibidas… Podrán imaginar su enorme dolor…”.

Entre la arboleda que crece detrás de la piscina —escenario del hecho— y confundido en el pasto entre tantos otros deshechos como tapitas de ga­seosas, envoltorios de alfajores y chocolatines, so­bres de figuritas… hay un diminuto trozo de mate­rial plástico retorcido y al que nadie va a ver. En él puede leerse:

MODELO XVZ-91.


AHORA LE TOCA EL TURNO A USTED, QUE ACABA DE LEER ESTE RELATO. ¿QUÉ TURNO? EL DE DEMOSTRARME QUIÉN ES REALMENTE: ¿UN SER HUMANO… O UN ROBOT…? ¿ME PERMITE REVISARLE LA NUCA?
(POR LAS DUDAS, YO YA ESTOY PI­DIENDO: ¡SOCORRO!)


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