Tendido se hallaba un niño,
los libros cerrados siempre,
unas veces por asiento,
por cabecera otras veces.
Un viejo que fatigado
con la hoz segaba mieses
cerca de él, con desenfado
le dijo al par: «¡Qué imprudente
niño incauto! ¿no ves que el tiempo
que dejas pasar no vuelve?»
«Tiempo tengo, dijo el niño,
de estudiar». «Sí, joven eres,
sacude pues tu pereza
y piensa más diligente
que el tiempo una vez perdido,
perdido está para siempre».