Cuentan que era blanca
y que amaba al río
y que él la esperaba
de tarde, a las cinco.
Ella, una canoa,
él, un verde río...
Ella, de madera,
él, de junco y brillo...
Cuentan que se amaban
tal como dos niños
y que en cada cita
espiaba un grillo.
Ella, con sus brazos
de remos antiguos
—dulce— acariciaba
su cara de vidrio.
Y él, con sus labios
de agua —muy tibios—
toda la canoa
besaba a las cinco.
Cuentan que una tarde
de color ladrillo
la canoa blanca
no vino... no vino...
Loco de tristeza
la llamaba el río:
a toda la costa
salpicó su grito...
¡Ay!, que sin oírlo
un pescadorcito
la canoa blanca
llevó hacia otro río.
Cuentan que a las tardes,
cuando dan las cinco,
los labios del agua
se ponen muy fríos:
buscan la canoa...
sus remos antiguos...
La lloran los sauces
y la extraña el grillo.