Ha nacido un fantasmita
y yo seré su madrina.
Su mamá, Doña Fantasma,
casualmente, es mi vecina.
Lo miro: dulce y pequeño
en su sábana floreada...
con el pelo de puntillas
y carita almidonada...
—¡Cuidado, niña, mi niña!
—me dice el aire asustado—,
cuando crezca el fantasmita
puede llevarte a su lado...
Pues yo no le tengo miedo.
Si sabe llorar de veras,
con sus lágrimas redondas
me voy a hacer tres pulseras...
Jugaremos a la mancha
con su sombra y con la mía
y, tal vez, alguna tarde,
le enseñaré a que sonría.
—¡Cuidado, niña, mi niña!
—repite el viento espantado—,
puede llevarte una noche
en su velero alunado...
Mejor, así aprendería
canciones en fantasmés,
su modo de ver la luna
y de caminar sin pies...
Acaso le enseñaría
mi manera de mirar
a los pájaros del alba
o mi forma de soñar...
—¡Cuidado! —me grita y grita
la brisa desesperada—:
Niñas que aman a fantasmas...
¡terminan afantasmadas!