Una ballena bebé
(o sea, una ballenita)
por culpa de un pescador
perdió un día a su mamita...
y en su cuna de coral
quedó, entonces, muy solita.
Lloró mucho, acurrucada
bajo su colcha de arena...
pero si el mar es mojado
y sala todas las penas
¿quién diablos iba a notar
sus lágrimas de ballena?
Pero una vez, en que estaba
haciendo tristes pucheros,
se le acercó un submarino,
y como era el primero
que ella veía bajo el mar,
siguió feliz su sendero.
—Pero, ¡ay! ¿qué es eso que
mi periscopio está viendo...?
—así gritó el submarino—.
¿Una ballena siguiendo
la ruta que abro en el mar...?
¿Qué querrá...? ¡Yo no comprendo!
Pero de pronto sintió
una caricia chiquita
en su cara de metal
y oyó que la ballenita
con amor le repetía:
—¡Por fin volviste, mamita!
Y emocionado entendió
el submarino tan duro:
adoptó a la ballenita
su corazón de aire puro
y, desde entonces, van juntos...
Yo los he visto. Lo juro.