Llegó un día una zorra a un prado donde había una manada de gansos gordos y hermosos y, echándose a reír, dijo:
- Llego a punto, pues os encuentro a todos reunidos tan lindamente, para merendarme uno tras otro.
Los gansos, asustadísimos, pusieron el grito en el cielo, se alborotaron y se deshicieron en lamentaciones y súplicas. Pero la zorra, cerrando los oídos a sus voces y quejas, dijo:
- ¡No hay piedad, moriréis todos!
Al fin, una de las aves cobró ánimos y suplicó:
- Puesto que, infelices de nosotros, hemos de renunciar a la vida, a pesar de nuestra juventud, concédenos siquiera la gracia de rezar una oración para que no muramos en pecado. Después nos colocaremos en fila para que puedas elegir a los más gordos.
- Bueno - admitió la zorra, - esto es de razón y, además, es una petición piadosa. Orad y aguardaré.
Entonces comenzó el primero a entonar una larga plegaria repitiendo «¡guac! ¡guac! ¡guac!», y, como nunca terminaba, el segundo, sin aguardar su turno, empezó a su vez: «¡guac! ¡guac! ¡guac!», y siguieron luego el tercero y el cuarto, hasta que se pusieron todos a graznar a la vez.
(Y cuando hayan terminado su oración, proseguiremos el cuento, porque hasta ahora siguen rezando.)