Un campesino dijo un día a sus mascotas:
- “Vengan al comedor y disfruten, coman de todas las migajas de pan que hay en la mesa. La señora ha salido a cumplir con algunas visitas.“
Entonces las pequeñas mascotas dijeron:
- “No, no. No iremos. Si la señora lo llega a saber, nos castigará.” - “Ella no sabrá nada de esto,” dijo el campesino. “Vengan, después de todo ella nunca les da nada bueno.”
Y los perritos, meneando sus cabecitas, dijeron de nuevo:
- “No, no, no iremos. Dejaremos eso donde está.”
Pero el campesino no los dejaba en paz, hasta que al fin fueron, subieron a la mesa y comieron todas las migajas que pudieron. Pero en ese momento llegó la señora, y volteó un pequeño látigo con gran destreza y los castigó severamente.
Cuando salieron sollozando de la casa, los perritos dijeron al campesino:
- “¡Uh, uh, uh! ¿Viste...?” El campesino se rió y dijo:
- “Ji, ji, ji. ¿Y no era eso lo que esperaban...?”
Y a ellos no les quedó más que salir corriendo.