Amaba un león a una zagala hermosa;
pidiola por esposa
a su padre pastor urbanamente.
El hombre, temeroso, más prudente,
le respondió: «Señor, en mi conciencia,
que la muchacha logra conveniencia;
pero la pobrecita acostumbrada
a no salir del prado y la majada,
entre la mansa oveja y el cordero,
recelará tal vez que seas fiero.
No obstante, bien podemos, si consientes,
cortar tus uñas y limar tus dientes,
y así verá que tiene tu grandeza
cosas de majestad, no de fiereza.»
Consiente el manso león enamorado,
y el buen hombre lo deja desarmado;
da luego su silbido:
llegan el Matalobos y Atrevido,
perros de su cabaña; de esta suerte
al indefenso león dieron la muerte.
Un cuarto apostaré a que en este instante
dice, hablando del león, algún amante,
que de la misma muerte haría gala,
con tal que se la diese la zagala.
Deja, Fabio, al amor, déjalo luego;
mas hablo en vano, porque, siempre ciego,
no ves el desengaño,
y así te entregas a tu propio daño.
Lección / Moraleja:
Por Poner.
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