Cuenta un cuento
que hace mucho tiempo
en un bosque sin hierba
una tortuga se enfadó con un conejo,
y viceversa.
El motivo de tal discusión fue una parcela,
agradable a la vista,
situada a las afueras.
Para solucionar tal dilema
acudieron al consejero,
que en esos lugares era una hiena.
Aunque al comienzo
pareciese que se lo tomaba a risa;
ella era muy seria, y muy lista,
Por eso pronto ideó la manera
de arreglar aquel revuelo.
Como aquella complicada tierra
no tenía documentos,
la hiena decidió que se la quedaría
el que antes la convenciera.
Entonces le dijo la hiena al conejo:
¿Por qué debería ser tuya esta parcela?
A lo que contestó el conejo:
yo soy rápido como el viento
y tengo una vista perfecta.
Puedo ver el otro lado del universo,
por eso no me importa vivir lejos;
al otro lado del pueblo,
porque iré y vendré cuantas veces quiera,
inundando el camino de energía.
La hiena, dijo, asintiendo con el cuello:
tortuga, es tu momento;
¿Qué tienes que decir a lo expuesto?
Que yo me tomo la vida de otra manera.
quiero vivir a las afueras
porque la multitud me marea.
Me encanta disfrutar de la naturaleza;
vivir de forma tranquila,
abrazada a la melancolía,
llenando el camino de sabiduría.
La hiena miró a las estrellas
buscando la solución de aquel problema
en las líneas del firmamento.
Y como un trueno
la solución de aquel entuerto
llegó a su cabeza:
La tortuga y el conejo
serían compañeros de vivienda.
Y es por eso
por lo que dentro del bosque sin hierba
en que he convertido mi cuerpo
conviven una tortuga y un conejo,
dándole a mi alma torcida,
el equilibrio que quería