Había una vez un jefe cuya esposa, bajo la mirada temerosa y maravillada de la gente, dio a luz a cuatro pequeños monstruos. Los ancianos dijeron:
--«Estos extraños niños traerán grandes infortunios. Será mejor matarlos ahora mismo, en aras de la tribu».
--«De ninguna manera los mataremos», dijo la madre. «Estos niños se convertirán en personas normales, uno tras otro».
Pero ellos no se transformaron en personas normales. Los pequeños monstruos crecieron rápidamente, mucho más rápido que los niños normales, y llegaron a ser muy grandes.
Cada uno tenía cuatro piernas y cuatro brazos. Lastimaban a los otros niños, dañaban los tipis, rasgaban las pieles de búfalo, ensuciaban los alimentos de la gente.
Un hombre sabio, que podía ver en su mente las cosas que todavía no sucedían, le dijo a su madre:
--«Mata a estos seres extraños y malvados antes de que ellos te maten a ti».
Pero su madre dijo:
--«Nunca. Algún día serán unos buenos muchachos».
Pero nunca llegaron a serlo; al contrario, comenzaron a matar ya comerse a la gente. Hasta el punto en que todos los hombres de la aldea se precipitaron sobre ellos para llevarles lejos, pero para entonces ya era demasiado tarde. Los monstruos eran ya muy grandes y poderosos como para matarlos.
Crecieron más y más. Un día se fueron en medio del campo y se pusieron de pie, espalda contra espalda, uno encarado hacia el este, el otro encarado hacia el sur, uno encarado hacia el oeste y otro encarado hacia el norte. Sus espaldas crecieron unidas, y se convirtieron en una sola.
Como siguieron creciendo más y más, la mayoría de la gente se refugió cerca de los pies de los monstruos, donde las enormes criaturas no podían doblarse hacia abajo para cogerlos. Pero sus largos brazos cogieron a las personas que había permanecido más allá de una milla, las mataron y se las comieron. Los cuatro monstruos, ahora unidos por sus espaldas, subieron hasta las nubes y tocaron el cielo.
Entonces el hombre que podía ver el futuro, oyó una voz que le decía que cogiera una caña hueca y la plantara en el suelo. El hombre obedeció, y la caña creció y creció muy rápido. En seguida tocó el cielo. El hombre oyó la voz nuevamente, diciendo:
--«Provocaré una gran inundación. Cuando comience a ver señales de cosas malignas, usted y su mujer asciendan por dentro de esta caña hueca. Desnúdense como cuando llegaron a este mundo, y llévense a un par de todos los animales buenos con el fin de salvarlos».
El hombre preguntó:
--«¿Qué señal me enviará?»
--«Cuando todos los pájaros del mundo -aves del bosque, del mar, de los desiertos y de las altas montañas- formen en lo alto una nube que vuele de norte a sur, será la señal. Esperen a ver la nube de pájaros».
Un día el hombre miró y vio una gran nube formada por pájaros que viajaban de norte a sur. De inmediato, él y su esposa entraron en la caña hueca, cogiendo a todos los animales que querían salvar.
Entonces comenzó a llover y no paró. Las aguas cubrieron la tierra y únicamente quedó descubierta la parte de arriba de la caña hueca y las cabezas de los monstruos quedaron a la izquierda, por encima de la superficie del agua.
Dentro de la caña hueca, el hombre y su esposa escucharon la voz nuevamente:
--«Ahora enviaré a la Tortuga a destruir a los monstruos».
Las cabezas de los monstruos se decían entre sí:
--«Hermanos, estoy cansado. Mis piernas desfallecen. No puedo permanecer de pie por mucho más tiempo».
Los fuertes remolinos de las corrientes les arrastraron lejos. Entonces la Gran Tortuga comenzó a escarbar debajo de los pies de los monstruos. Esto les hizo perder el equilibrio y no pudieron mantenerse en pie. Cayeron sobre las aguas, uno hundiéndose hacia el norte, otro hacia el este, uno hacia el sur y el otro hacia el oeste. Así se crearon los cuatro puntos cardinales.
Después de que se ahogaran los monstruos, descendieron las aguas. Primero reaparecieron las cumbres de las montañas, después el resto de la tierra. Luego el viento sopló con tal fuerza que secó la tierra. El hombre descendió hasta el fondo de la caña hueca y abrió un agujero a sus pies. Miró hacia afuera. Sacó su mano y tocó alrededor. Le dijo a su esposa:
--«Vamos afuera. Todo está seco» .
Así que salieron, seguidos de todos los animales. Dejaron la caña, que se derrumbó y desapareció. Pero cuando caminaron sobre la tierra, vieron que ésta estaba arrasada; no crecía nada.
La esposa dijo:
-- «Esposo, aquí no hay nada y estamos desnudos ¿Cómo viviremos?»
El hombre dijo:
--«Vamos a dormir». Se acostaron sobre la tierra y se quedaron dormidos, y cuando despertaron a la mañana siguiente, había crecido todo tipo de hierba a su alrededor.
La segunda noche mientras dormían, crecieron las plantas y los árboles. Ahora había leña para mantenerlos calientes, y toda clase de madera para hacer arcos y flechas.
Durante la tercera noche creció la hierba y cubrió la tierra, y aparecieron los animales para pastar en ella.
El hombre y la mujer se fueron a dormir por cuarta vez y despertaron dentro de un cobertizo de pasto. Caminaron por fuera y encontraron un tallo de maíz.
Entonces oyeron a la voz decir:
-- «Éste será vuestro alimento sagrado». Le explicó a la mujer cómo plantar y cosechar el maíz y terminó diciendo: «Ahora tenéis todo lo que necesitáis para vivir. Tendréis niños y formarán una nueva generación. Si tú, mujer, plantas maíz, y sale otra cosa que no sea maíz, entonces sabrás que ha llegado fin del mundo».
Después de aquello, nunca más oyeron la voz de nuevo.