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CUENTOS MITOLóGICOS
CUENTO CUERVO - EL LADRóN DEL SOL (por Folklore Norteamericano)
Cuervo,aquel cuya voz se obedece, EL LADRÓN DEL SOL

"We-gyet era habilidad sin sabiduría, poder sin miramientos por las consecuencias. Era tan despreocupado y petulante como un niño mimado y consentido, y sin embargo a menudo tan conmovedor como un no querido... We-gyet estaba atrapado entre el espíritu y la carne. No era un hombre y, sin embargo, era todos los hombres."

Cuervo —We-gyet—, a pesar de que él mismo se creía dentro del mundo haida un ser importante y especial, que poseía harta iniciativa en las cosas del mundo y de su creación, no era más que, para aquellos seres importantes dentro del Mundo Superior, un instrumento secundario puesto en las manos del Creador para que le auxiliase en todas aquellas acciones o misiones que él le encomendara y que, de carácter secundario, no desease resolver personalmente, ni enfrentarse directamente con aquellos pieles rojas que tendrían que beneficiarse con ello.

Cuervo —Aquel Cuya Voz Es Obedecida— en el principio de los tiempos fue enviado al Mundo Medio, donde habitaban el hombre y los animales, compartiendo amigablemente a veces y otras no tanto el territorio creado para acoger a todos los excedentes humanos y divinos que sobraban en el Mundo Superior, por la voz del Creador que le habló conminándole a que cumpliera sigilosa y prudentemente la misión para la que había sido creado en el cielo. El Señor le habló con solemnidad:
—We-gyet, amigo Cuervo, en el blanco de tus plumas llevarás la grandeza de mi mandato.
El ser aludido, lleno de sorpresa y desazón, se atrevió a preguntar a aquel cuya voz se escuchaba pero no se le llegaba a ver jamás:
—Señor, tú que me hablas escondido tras el tocón herido de la noble acacia, te he de decir que nada llego a colegir de tus palabras misteriosas, que quizá dentro de ellas guardan un profundo y recóndito secreto —calló durante unos segundos, en los que buceó de nuevo en las palabras ininteligibles del Señor y, como no hallara la solución al enigma que encerraban, suplicó añadiendo—: Ayúdame, señor, a entender el mensaje que me envías, que yo, con mi proverbial sabiduría e integridad, las atenderé con fidelidad, la que te debo por ser la deidad a la que sumisamente acato.
El Creador soltó una carcajada despectiva al escuchar a Cuervo y su infeliz perorata. Luego, sin asomar para que le viera, tronó con voz de trueno:
—¡Ni eres inteligente, ni eres íntegro, We-gyet!
El pájaro aludido sacudió sus blancas alas en señal de reverencia y sumisión por haber sido tan certeramente violentado ante los demás espíritus presentes y, escondiendo ligeramente su rostro picudo entre el plumón de su pecho, avergonzado por la desfachatez de lucir virtudes que no poseía, osó decir:
—Pero soy astuto.
—Por eso dices de ti atributos que no tienes porque yo no te concedí —expresó la voz del Creador ciertamente enojada.
Cuervo, deseoso de no hurgar más sobre aquella cuestión en la que se había comportado con tanta infidelidad, preguntó sumamente prudente:
—¿Para qué me has llamado? ¿Qué quieres hacer de mí?
—Deseo que obres en mi nombre, que concedas mercedes a los habitantes del Mundo Medio, las que yo no soy capaz de dar porque no me digno visitar tan imperfecto lugar —le contestó la voz que se escondía detrás del tronco quemado por el rayo que lanzara la tormenta.
Cuervo preguntó con urgencia:
—¿Cuál ha de ser mi misión?
—Una de peregrinaje, que te gustará.
—Ordena, Señor, que ya estoy presto a obedecer.
La voz del Creador, con serenidad y sosegadamente, le fue diciendo:
—Has de bajar al Mundo Medio y en él te posarás con mi encargó.
—¿Cuál será ? ¿Dónde viviré?
—No has de tener casa alguna.
—¿Dónde me cobijaré en las noches frías de ese hostil mundo sin calor? —preguntó preocupado y sollozante Cuervo.
La voz le indicó:
—Eso será tu voluntad—calló un instante para escuchar los gemidos del servidor y luego añadió—: Yo te envío a que recorras todo el mundo, por todo el cosmos, para que hagas este viaje en mi nombre como un héroe y que allá por donde vayas termines el trabajo de la creación que yo inicié.
Aquel Cuya Voz Es Obedecida —Cuervo— obedeció a su vez a su deidad superior en el cielo. Abrió sus amplias y blancas alas y se lanzó al vacío, volando con energía y fuerza los espacios neutros que a ningún otro mundo pertenecían y luego como una exhalación se introdujo en el Mundo Medio, en la Tierra todavía sin acabar de crear, donde debía llevar a cabo la misión que le encomendara su padre celestial, el Creador de todo el universo.
Cuando Cuervo ya estaba en el espacio etéreo dispuesto a iniciar su viaje pudo escuchar la última recomendación que le hacía el Creador:
—Gracias a tu astucia y también a tu torpeza, We-gyet, a menudo serás sin desearlo ni buscarlo "el benefactor de muchas comunidades humanas", pues tú, con tu ineptitud, les llevarás "el primer salmón, las primeras bayas y otros regalos como el Sol y la Luna, las estrellas, las mareas, los ríos y los arroyos".
Cuervo no escuchó más. Cayó sobre la Tierra y en ella vagó por todos sus rincones más recónditos y ocultos llenando de vida y de dádivas por allá por donde iba pasando.
El largo peregrinaje de We-gyet por los caminos, las aldeas, los cubículos y los palacios de la Tierra resultó ser un largo rosario de indignidades miserables que le valieron el sobrenombre de 'El Embaucador', porque el único sentimiento sobre el que asentaba su inestable existencia de bufón ridículo y dubitativo era su voraz búsqueda de comida y sexo, que lo trasformó en un monstruo lujurioso insaciable que con harta frecuencia tuvo que protagonizar ante los humanos el papel de tonto que se avergonzaba casi siempre de los actos que tímidamente y lleno de dudas osaba realizar.
Cuervo, para mayor denigración suya, en los lances amorosos en los que se le vio comprometido, todos resueltos por los caminos del fraude, la embaucación y la mentira, salió pese a ello, como lerdo y poco avispado que es, dañado o perdiendo parte de su anatomía. Gracias a su astucia —con lo cual se convirtió igualmente en un ser medio hombre, medio pájaro, frenéticamente contradictorio— adoptaba disfraces de humanos o de animales para engañar así a sus víctimas y obtener de ellos beneficios sexuales ilícitos.
Un viejo pescador, conocedor de los cortos alcances de su mente, sentado a orillas del río abundante en barbos, percas y salmones, se acercó al infeliz monstruo y le embaucó con falsas penalidades, tristezas y calamidades para que robara el cebo de un anzuelo con el cual el hombre podría pescar en el río alimento para él y su esposa que se morían de hambre, ya que en su ancianidad sus fuerzas le habían abandonado y no podía cavar en el suelo en busca de la sabrosa lombriz de tierra que usaba como carnada con que engañar a los grandes peces. Cuervo quiso ser complaciente con el pescador y, acercándose a la caña que sostenía anzuelo y cebo, alargó su pico para consumar el hurto, con tan mala fortuna que aquéllas resbalaron y se llevaron con ellas enganchado el apéndice córneo del ave hasta que se le desprendiera de su cara.

We-gyet, "malhumorado y avergonzado, se pasea alrededor de la aldea del pescador con una manta cubriéndole el rostro hasta que recobró el pico", huyendo de aquel lugar ante la burla y los insultos que tuvo que soportar de la chiquillería de la tribu, así como los repullos de los guerreros hechos y derechos que le lanzaban piedras y los excrementos de los perros que, al ver a sus dueños irritados aunque divertidos, le ladraban enconadamente.

De aquella aldea Cuervo corrió por los caminos hasta otros lugares en los cuales, olvidado ya su sinsabor y apretado por sus anhelos sexuales, trató de calmarlos urdiendo al menos en su mente algunos lances amorosos en los cuales sedujo a algunas bellas mujeres, así como también a hermosos mancebos que engatusó con sus disfraces y sus mentiras. Pero de nuevo tuvo que salir por piernas de la aldea porque, descubierto por sus pobladores, fue expulsado violentamente del lugar cogido in fraganti en un acto de zoofilia, emparejándose con una hermosa yegua enana y torda de turgentes y abultadas grupas. Tuvo el monstruo que abandonar por la vía de la rapidez su disfrute y, como su pene era tan largo y le estorbaba en su carrera, no le quedó otro recurso más que "enrollarlo alrededor de su cuello como un lazo" y escapar bajo una lluvia de cantos de río, denuestos y cacareos que hasta las aves de la tribu le persiguieron en su huida, propinándole más de un picotazo que hicieron sangrar sus carnes.
Ya lejos de los peligros que le aguardaban en la aldea piel roja, Cuervo se puso a reflexionar sobre la situación en que se hallaba frente al Creador y la misión que le encomendara sobre la Tierra. Al cabo de mucho rato de pensar, se dijo que estaba satisfecho con la forma con que estaba cumpliendo el encargo que le confiara, allá en el Mundo Superior, el Creador. Pero, repasando una vez más todo el repertorio de presagios que le hiciera el señor del mundo de arriba, se dio cuenta de lo bien que había hecho las cosas; que los humanos y los animales habían recibido grandes beneficios por medio de su mano, aunque éstos fueran en contra de su voluntad, pero que le faltaba para cumplir el encargo recibido el llevar a cabo uno de los augurios que le pronosticó el Creador. Se dijo:
—He de regalar a los hombres el Sol, la Luna y la caja de la luz del día.
Quizá ello no lo había hecho por desidia o abandono, por falta de ganas de trabajar; pero en seguida se dijo que tal vez lo más acertado sería admitir que había eludido estas misiones por temor a tomar sobre sus espaldas demasiada responsabilidad. Pero también se dijo que ésta era una cuestión que no debía demorar más y se dispuso a llevarla a cabo, pues la humanidad tenía derecho a conocer la luz tanto diurna como nocturna.

Cuervo, pues, se dispuso a robar el Sol.

Lo primero que hizo Aquel Cuya Voz Es Obedecida fue dirigirse a la mansión del jefe del Cielo, penetró en ella subrepticiamente y, rodando con sigilo por los pasillos de la casa, alcanzó la puerta de la habitación de su hija, se convirtió en una aguja de conifera y se coló en ella. La muchacha descansaba sobre su endoselado lecho y mientras ella dormía Cuervo, en su nueva forma, se dejó caer dentro del vaso de agua que se posaba en la mesilla adjunta a la cama. Cuando la hija del amo de la casa despertó lo primero que hizo fue beber el vaso de agua y con él al astuto pájaro que llevaba con él la misión de robar el Sol.
La muchacha, sin percatarse de nada anormal en su comportamiento y actitud, continuó su existencia al lado de su padre en la morada principal. Pero cuando pasaron unos tres meses del sueño fatal se percató de la nueva situación en que se hallaba su cuerpo, y así se lo dijo a su padre:
—Me encuentro embarazada.
El jefe del Cielo alejó de sí la primera sorpresa que le produjo la noticia y, sin ninguna clase de aspavientos ni dramas, abrazó a su hija, adelantándole que:
—Estoy muy satisfecho, hija mía. Cuánto te agradezco que me des un nieto. Es lo que he esperado anhelante durante mucho tiempo.
La hija, sorprendida con la actitud del padre, incluso se atrevió a oponer:
—Pero yo... yo no sé por qué... no entiendo nada.
El jefe del Cielo le recomendó:
—Olvídate, mujer; yo sólo pienso en mi nieto.
Con ello acabó toda posible conversación.
Llegó el día en que su hija dio a luz un niño. Debido quizá al trastorno del parto, la muchacha quedó sumida en un profundo sueño. De inmediato apareció en la habitación Cuervo que, mirando con embeleso al recién nacido, se dijo:
—Ésta es la ocasión. Ahora que duermen tanto madre como hijo.
Tomó We-gyet al niño, le sacó la piel, se introdujo en él y asumió su identidad.
"El nieto del jefe del Cielo creció rápidamente y, como hacen los niños, el pequeño se volvió irritable y lloraba cuando no podía conseguir lo que quería."
El jefe del Cielo adoraba a su nieto de una manera sin medida. Por eso trataba de darle todo lo que el niño deseaba fuera bueno o malo, bagatela o de valor. Cierto día, en que el niño berreaba como un ternero apaleado, el abuelo, deseoso de complacer al nieto como cualquier abuelo del mundo, tomó de su alacena una caja metálica cerrada y mostrándosela al niño le dijo:
—Si te callas, te la regalo.
El niño —Cuervo— la miró con deseo y cesó en su verraquera. El abuelo, muy complacido, le entregó la cajita.
—¿Qué es? —preguntó.
—Contiene la Luna.
El niño precipitadamente la abrió y la Luna escapó al cielo.
Los lloros de nuevo comenzaron, la pataleta del infante iba en progreso porque se le había escapado la Luna. Entonces el jefe del Cielo le ofreció al nieto un nuevo juguete que consistía en una caja más grande que la anterior. El niño —Cuervo— acalló su llantina y tomando el regalo que le hacía su abuelo le preguntó de nuevo:
—¿Qué es?
A lo que él contestó:
—Es la caja de la luz del día. Ten cuidado con ella.
—¿Qué tiene dentro?
—Contiene el Sol.
Cogiendo el premio que le otorgó su abuelo, el niño se convirtió, en ese momento, en Cuervo y, ante la ira y la persecución que tuvo que sufrir por parte del jefe del Cielo, abrió sus alas y se escapó del aposento saliendo por el hueco de la chimenea de la gran casa del jefe.
Cuando Cuervo salió al exterior de la mansión divina, sus plumas, que antes eran blancas, se habían convertido en negras a causa del hollín con el que se tiznó para salir por aquellas estrechuras. Desde entonces ya siempre Cuervo mantendría sus plumas de este hosco y prieto color.
"Viajó por todo el mundo con la Caja de la Luz del Día abierta y no sólo llevó la luz a los espíritus del mundo, sino que les dio a muchos de ellos las formas físicas que tienen hoy en día."
(Leyenda haida)


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