Era la época en que todavía no estaba dado a cada cual el devenir de su destino, en la que simplemente se vivía y los dioses no habían dejado caer sobre las cabezas y los dorsos de los pieles rojas la pesada carga de su misión en su existencia. Eran por tanto felices, aunque tuvieran en entredicho y en carencia muchos campos de su vida cotidiana facilona y burda, en la que no cabía ni la reflexión ni el raciocinio; poseían lo que se les daba y no exigían más a la vida, pero no daban ellos a cambio nada, todo en su existencia era prosaico, hedonista y minusvalorado. Eran los tiempos en que reinaba sobre todas las cabezas insulsas el poder de la legendaria Mujer Comadreja; a ella y a su poder se invocaba normalmente porque ostentaba en su simbolismo el valor de la comadreja, el mustélido patrón de los guerreros pieles rojas.
Moraba Mujer Comadreja, imbuida dentro de su poder, en la gran cabaña que le construyera su marido en los riscos más altos de las montañas nevadas, porque echaba de menos a aquellos altos lugares en los que tuviera que vivir retirado durante cuatro días, al tener que superar el rito del paso a la mayoría de edad.
El hombre se acordaba, en su ensueño nostálgico, que era entonces todavía muy joven y no conocía a su esposa, Mujer Comadreja. Es más, se dijo que...
—... gracias a que rebasé con éxito el rito del paso a la mayoría de edad y a las sucesivas purificaciones a las que me sometí, obtuve la gracia de mi preferente situación entre los de mi tribu y se me dio a conocer el poder de Mujer Comadreja tan profundamente, que lanzó sobre mí su deseo de protección con tanta intensidad que hasta me propuso que construyese un hogar y se casaría conmigo.
El hombre así lo hizo. Pero en la soledad de su camastro, bajo la brillante luna que lanzaba sus rayos de plata y hielo sobre su cuerpo penetrando por la ventana, recordaba cómo, adolescente todavía, emprendiera la búsqueda de una visión, de un poder sobrenatural personal. Éste lo adquirió a un espíritu guardián en un sueño incitado por la dormición producida por un largo periodo de ayuno que tuvo que soportar; aunque, no siendo suficiente ello, tuvo que acompañar su inanición con largas y piadosas oraciones que, al no resultar del todo efectivas, tuvo que acompañarlas automutilándose en un costado de la lengua e incluso haciéndose un incisión más o menos superficial en el prepucio.
Como preparación para ello estuvo varios días en el interior de una gran tienda de ceremonias, en la que debía encontrarse a sí mismo y purificarse. Para conseguir su propósito el indio adolescente que deseaba llegar a su mayoría de edad tuvo que sumergirse en un baño ceremonial, tras el cual envolvió su cuerpo en la planta que llamaban salvia aromática y después en el humo de una hierba especial, cuyo nombre no conocía, hasta que logró quitarse de encima el fétido olor humano que tanto agraviaba a los espíritus.
Una vez preparado para el rito, el hombre tuvo que retirarse al lugar llamado Bi-li-shi-sna —el agua que no beben—, en completa soledad, un promontorio elevado, territorio designado por Mujer Comadreja como sagrado y en el cual él ayunó durante cuatro días.
Recordaba perfectamente que fue en ese momento cuando sus tripas sonaban a causa de su inanición, cuando oró y se sajó lengua y pene respectivamente. Un ramalazo de dolor le recorrió su cuerpo. Después de tanto tiempo que pasara desde entonces, aún permanecía en su mente el acervo sufrimiento que tuvo que soportar para alcanzar su beneficio y cómo aguantábalo con gran estoicismo porque sabía que, cuanto más difícil le resultase la búsqueda de la visión y más padeciese, más seguro era que recibiera los grandes poderes.
Al fin, el espíritu guardián se le presentó en forma de Estrella de la Mañana, que se mantuvo con él hasta que apareció el Lucero de la Tarde, que la conquistó y de cuya unión surgió toda la vida que existía en la Tierra. Siempre creyó que esta visión fue un presagio bueno, porque también el espíritu guardián podía presentársele en la forma de la Luna, animal o cosa inanimada provisto de poderes sobrenaturales pero no de tanta entidad como el que se le apareciera a él.
El esposo de Mujer Comadreja se sentía un piel roja privilegiado porque pudo buscar de nuevo las visiones otras tres veces, lo cual era un hecho extraordinario que convertía mucho más perfectos a los hombres. Sin embargo, él había alcanzado un estado de serenidad y de humildad, lleno de sabiduría cuya vida había sido entregada al servicio de los demás. Por la ayuda espiritual que había recibido durante estos ritos místicos y por su bondad y virtudes se le confirió en todas las grandes llanuras una excelente reputación de gran hechicero con poderosas medicinas para la guerra.
En aquel tiempo es cuando adquirió el nombre de Observa-al-toro-vivo, que quizá por una extraña referencia a alguna condición espiritual o esotérica o premonitoria comenzó todo el pueblo a nombrarle de esa forma, ostentándolo con orgullo de entonces para adelante; apelativo que cobró más visos de realidad cuando tuvo que enfrentarse con rotundidad al factible y extraordinario hecho que diera origen a uno de los ceremoniales más reverenciados por los pieles rojas de Las Llanuras como era el llamamiento primero al búfalo blanco.
También al marido de Mujer Comadreja se le premió con la propiedad de una Bolsa de Castor, el más antiguo y complejo de todos los conjuntos de medicinas que ostentaran los pies negros.
También recordó el hombre cómo, antes de concedérsele la extraordinaria bolsa de medicamentos, tuvo que someterse, en el lejano lago que se abría en medio de las extensas y áridas región de Las Llanuras, a una serie de rituales y demostraciones acuáticas en las que tuvo que probar que no tenía miedo a las aguas y sus profundidades. Porque los poseedores de la Bolsa de Castor eran considerados por todos las tribus de pieles rojas de la zona como unos verdaderos y audaces ijoxkiniks —aquellos que tienen el poder de las aguas— y, por tanto, estaban obligados a no mostrar miedo al agua bajo ninguna forma.
Uno de los más importantes deberes que tenía el esposo de Mujer Comadreja era el de realizar el ceremonial del llamamiento del búfalo. En él se invocaba ineludiblemente a Cuervo...
Decía Observa-al-toro-vivo a sus fieles en forma de alabanza:
—El Cuervo es el pájaro más sabio que existe en el universo. Su superioridad quedó demostrada el día que retó en combate al otro pájaro mítico, el llamado Pájaro Trueno. Y lo venció —y añadió de inmediato—: ¿Y cómo lo hizo? —volvió a detenerse un momento y antes que alguien diese respuesta a su pregunta continuó su perorata con visos de loa—: Como sólo pueden hacerlo los seres privilegiados y llenos de sabiduría.
—¿Cómo?
El hechicero sorbió su propia saliva, tomó aire adustamente, relamiéndose en su relato, y habló gravemente:
—Se envolvió Cuervo en un grado de frialdad tan grande que cuando Pájaro Trueno fue a su encuentro para acabar con él en la lucha sintió que todo él se congelaba sin remedio. Para lo cual no le quedó más remedio que defenderse de la congelación lanzando sus rayos ardientes sin descanso. Porque sabía que en el momento que dejara de arrojarlos sobre Cuervo se convertiría en hielo.
—¿Y cómo terminó el combate?
Observa-al-toro-vivo dijo:
—Con la huida de Pájaro Trueno. Éste se dio cuenta de que la única alternativa que le quedaba era el abandonar la lucha y el darse por vencido; porque contra el poder, la sabiduría y la astucia de Cuervo no habían armas.
Después de aludir, en medio del llamamiento del búfalo a Cuervo, al buen hechicero tenía que atraer al búfalo a las cercanías de la aldea.
"Hizo a los hombres y a las mujeres. Ellos le preguntaron: ¿Qué comeremos? Él hizo muchas imágenes de arcilla en forma de búfalo. Y después les insufló su aliento y se pusieron en pie. Y cuando les hizo una señal empezaron a correr. Entonces dijo a la gente: Éstos son vuestra comida."
El hechicero Observa-al-toro-vivo, en medio del ritual del acercamiento del grandioso rumiante a sus aldeas para que les proveyera de alimento y abrigos para el invierno, habló con palabras sabias, propias de los chamanes de la tribu omaha:
—Los búfalos estaban bajo la tierra. Un joven búfalo que estaba paciendo encontró el camino que le llevaría hasta la superficie de la Tierra. Rugió la buena noticia a sus hermanos de manada, y toda entera le siguió. Tras caminar largamente, alcanzaron la ribera de un gran río. Sus aguas no parecían ser muy profundas. Por eso el búfalo que guiaba a la manada se echó en ellas para vadear el río. Pero las aguas sí eran profundas y el animal desapareció bajo ellas. De inmediato el agua se agitó y se volvió gris. El resto de la manada comprendió el peligro que suponía el cruzar por aquel lugar. Por eso "la manada nadó del otro lado de la corriente donde... encontró buenos pastos y se quedó en tierra". Desde entonces —acabó por decir el hechicero de la Bolsa de Castor— los pieles rojas y los búfalos se conocen, y como de importancia vital que son para el hombre éste los cuida y los venera, aunque tenga que cazarlos para poder subsistir.
Entre aquella manada innumerable de grandes animales peludos y negros descubrieron los cazadores del poblado piel roja de Observa-al-toro-vivo cómo aparecía en ese inmenso mar de rugidos y enormes testas encornadas un ejemplar completamente blanco. Alarmados, acudieron al sabio hechicero y le comunicaron la noticia. Él mismo, acicatado por la curiosidad, quiso comprobarlo por sus propios ojos y se acercó a la manada. En efecto, vio cómo un enorme búfalo de pelaje albino ramoneaba entre todos sus hermanos negros la hierba que crecía bajo sus pies. Elevando sus ojos hacia el Mundo Superior, solicitó la ayuda de su espíritu guardián y esperó a que llegase en medio de su éxtasis. Cuando volvió a la realidad expresó a sus acompañantes:
—Ése ha de ser un ser reverenciado por todos los pieles rojas de Las Llanuras. El búfalo blanco es el animal elegido por los dioses de los cielos como el primero de la manada celestial, el que está unido por la virtud al Mundo Superior; los demás se han vuelto negros porque pertenecen a la Tierra, son malos —y añadió solemnemente—: ¡Así pues reverenciémosle y tengámosle como la divinidad que nos trajo el beneficio de nuestra comida!
Los otros pieles rojas callaron por unos momentos en los que le observaron con todo el respeto que cabía para sus deidades.
No obstante todas estas adoraciones, honras y veneraciones, el hechicero de la Bolsa de Castor deseó que se le cazase para que su hermosa y gran cabeza presidiera la gran tienda de los trofeos y objetos religiosos como el más valioso y espectacular que guardaban en ella.
Sin dudarlo por un solo momento, el grupo de cazadores omahas se dirigieron hacia el lugar donde sesteaba la manada, colocáronse estratégicamente alrededor del búfalo blanco, ahuyentaron al gran rebaño usando para ello sus gritos y alaridos. Dejaron aislado al animal extraordinario, al cual tuvieron que perseguir en solitario durante mucho trecho, ya que era especialmente rápido y cauteloso en sus huidas. Pero al fin consiguieron abatirlo lanzando sus certeras flechas al cuerpo del animal, que era sagrado.
Cuando llegaron a la aldea con tan pesada y singular pieza de caza la llevaron antes que nada ante Observa-al-toro-vivo quien, lleno de admiración, satisfacción y consideración hacia el animal, sentenció:
—Que las flechas que le mataron y el cuchillo que se ha de usar para quitarle la piel sean purificados con el humo de esta hierba especial, de la cual ni yo mismo conozco el nombre.
Los cazadores de la tribu cumplieron fielmente con el rito ordenado por el chamán, que además, cuando se comenzaba a descuartizar al búfalo, añadió:
—Y cuidaos de no verter ni una sola gota de su sangre sobre la piel blanca —y cuando vio que se cumplían sus órdenes con exactitud y el animal yacía sobre la hierba verde descuartizado, les llamó la atención sonando sobre sus cabezas su sonaja ritual que guardaba los huesos sagrados de la tribu y dijo con gran severidad—: Y que no coma de su carne ningún hombre de Las Llanuras. Solamente lo deben hacer aquellos pieles rojas que hayan soñado con ellos. Y sólo podrá curtir su piel una mujer a quien toda la tribu reconozca que ha llevado una vida de pureza.
Cuando la piel blanca entera, con sus pezuñas y sus cuernos intactos, estuvo curtida, sólo entonces fue cuando el hechicero de la Bolsa de Castor la llevó en procesión a la cámara de los objetos sagrados y la instaló en ella. Se convirtió en uno de los objetos sacros más adorados y reverenciados de la tribu. Fue en aquel preciso momento cuando, con gran satisfacción y orgullo, expresó Observa-al-toro-vivo ante todo el poblado presente:
—Nuestra supervivencia, gracias a ella, continuará por los tiempos...
(Leyenda de los pies negros)