Un vecino se encontró a otro por el camino.
- ¿Donde vas, amigo? -preguntó.
- Voy al mercado a comprar un burro -contestó el otro.
- Será si Dios quiere.
- No hace falta en este caso decir «si Dios quiere»; tengo dinero, y en el mercado venden burros, así que no hay duda de que regresaré con un burro.
- Acuérdate que siempre hay que decir si Dios quiere -volvió a recordarle el amigo.
Pero camino del mercado, unos bandidos robaron la bolsa con el dinero del vecino. Sin embargo, dispuesto a no regresar a casa sin el jumento, negoció con el vendedor de burros y lo convenció de que se lo entregara con la promesa de que en breve se lo pagaría a un precio más alto. De vuelta a su casa, otros bandidos le robaron el burro y le dieron además una buena tunda.
Ya de anochecida, el pobre hombre venía de regreso por el camino, cuando se encontró de nuevo con el amigo.
-¿De dónde vienes con ese aspecto? -preguntó.
-Me han robado el dinero «si Dios quiere», también me han robado el burro «si Dios quiere», tengo una deuda que no sé como pagaré «si Dios quiere», me han dado una paliza «si Dios quiere», voy a que me vea el médico «si Dios quiere», y ¡maldito sea tu padre «si Dios quiere»!